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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (12 page)

BOOK: La Casa Corrino
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Después, se procedería a la destrucción de las principales ciudades de Zanovar.

Garon posó su tóptero sobre una pila de restos humanos carbonizados. Los soldados salieron y dispararon sobre todo lo que se movía. Los clientes desarmados del parque de atracciones corrieron, presa de la confusión y el terror.

Más naves imperiales tomaron posiciones en el parque, y una nube de soldados invadió las ruinas del gigantesco gusano. El monumento ocultaba en el subsuelo túneles llenos de melange.

En medio de la carnicería, solo un hombre osó acercarse a los soldados entre el humo y los cadáveres, un viejo profesor. Su rostro estaba desencajado pero sereno, como un maestro dispuesto a poner en cintura a estudiantes rebeldes. Zum Garon reconoció al docente Glax Othn gracias al informe que le habían pasado antes de la misión.

Othn tenía un hombro empapado en sangre, y se le había chamuscado el pelo del lado izquierdo de la cabeza. Daba la impresión de que no sentía dolor, solo rabia y consternación.
¡Tanto derramamiento de sangre, solo para acabar con Tyros!
El Docente, que había pronunciado muchos discursos durante el ejercicio de su profesión, alzó la voz.

—¡Esto es inconcebible!

El Supremo Bashar, con el uniforme limpio e impecable, respondió con una sonrisa irónica, mientras columnas de humo se alzaban hacia el cielo. Cuerpos quemados se retorcían en el suelo, y detrás de Othn, una estructura palaciega se derrumbó con gran estrépito.

—Profesor, tenéis que aprender la diferencia entre la teoría y la práctica.

A una señal de Garon, sus Sardaukar abatieron al Docente antes de que pudiera dar un paso más. El Supremo Bashar desvió su atención al edificio en forma de gusano, para supervisar las operaciones. Rodeado de humo acre, extrajo una grabadora del bolsillo de su uniforme y dictó un informe para Shaddam, mientras contemplaba la carnicería.

Sumergidas en el humo y el hedor de la catástrofe, partidas de Sardaukar cargaron las naves con la especia de contrabando. Como abejorros hinchados, los tópteros se elevaron hacia las naves de transporte. El emperador entregaría la especia confiscada, a modo de recompensa, a la Cofradía y la CHOAM. Anunciaría con gran pompa que la operación había sido el disparo de salida de la «Gran Guerra de la Especia».

El Supremo Bashar intuía que se avecinaban tiempos interesantes.

Garon, que seguía un rígido horario, ordenó al resto de las tropas que regresaran a las naves militares. Una vez recuperada la melange, el resto de la operación se llevaría a cabo desde una distancia prudencial. Garon miraría desde su silla de mando sin ensuciarse las manos. El escuadrón despegó, indiferente a los gemidos de los heridos, los chillidos de los niños.

Las naves de guerra siguieron una órbita baja. Desde allí, terminarían el trabajo de arrasar la ciudad, y se fijarían como objetivo cierta propiedad cercana.

En los jardines de heléchos de Reffa, se alzó una brisa tibia, que agitó las hojas verdes y produjo un sonido de plumas ondulantes. Charence, el administrador de la propiedad, desconectó las fuentes cuando ascendió la pendiente. Ya había encargado a jardineros e ingenieros acuáticos que llevaran a cabo una supervisión a fondo de los sistemas que controlaban las fuentes, mientras su amo se encontraba en Taligari.

Charence, un hombre muy meticuloso en lo tocante a sus obligaciones, se enorgullecía de saber que Tyros Reffa nunca se fijaba en el trabajo que realizaba en la propiedad. Era el mejor cumplido que un administrador podía esperar. Los jardines y la mansión funcionaban con tal eficacia que su amo nunca tenía motivos para quejarse.

El Docente había ordenado a Charence que sirviera a Tyros Reffa desde el momento en que el misterioso niño había llegado a Zanovar, hacía más de cuarenta años. El leal sirviente nunca había hecho preguntas sobre los padres del chico, ni sobre el origen de su inagotable fortuna. Charence, un hombre equilibrado con muchas responsabilidades, no tenía tiempo para ir curioseando.

Cuando las últimas gotas de agua cayeron de la fuente, se quedó dentro del mirador situado en lo alto de una loma enlosada. Trabajadores vestidos con monos transportaban cubos y mangueras hacia las subestaciones de cañerías ocultas en los huertos de hongos. Charence oyó que silbaban y conversaban.

No reparó en las naves de guerra que se materializaron en el cielo. El administrador de la propiedad estaba concentrado en el mundo real que le rodeaba, sin mirar a lo alto. Descargas láser desgarraron el aire, como rayos arrojados por un dios encolerizado. Estallidos sónicos de aire ionizado aplastaron los árboles. Parques y lagos crepitaron en el horizonte, convertidos en una llanura de cristal muerta.

Charence alzó por fin la vista, con los ojos irritados a causa de la luz brillante, y vio que una miríada de rayos destruían la propiedad de Reffa. Se quedó petrificado, incapaz de huir. Plantó cara a la tormenta, mientras una locomotora de aire caliente se precipitaba hacia él.

Las llamas corrieron sobre el paisaje como tsunamis rojos, una estampida de incandescencia que desintegró los campos y las zonas arboladas, con tal celeridad que el humo no tuvo ocasión de elevarse.

Cuando la onda de choque pasó, no dejó nada de los hermosos jardines y edificios. Ni siquiera escombros.

En la ciudad de Artesia, situada en el lado oscuro de Taligari, Tyros Reffa contemplaba la ópera ingrávida. Estaba sentado en un palco particular, concentrado en comprender los matices y complejidades del espectáculo.

En conjunto, le gustaba mucho, y deseaba comentar su experiencia con el Docente cuando regresara a Zanovar…

17

Tras dos generaciones de caos, cuando la humanidad acabó por fin con el insidioso control de las máquinas, surgió una nueva idea: «Los hombres no pueden ser sustituidos».

Preceptos de la Jihad Butleriana

El príncipe Rhombur contemplaba la sala de baile desde un balcón. Los preparativos continuaban sin respiro: criados, decoradores y proveedores se habían apoderado del castillo de Caladan. Era como ver a un ejército prepararse para la guerra.

Si bien conservaba pocos de sus sistemas orgánicos naturales, Rhombur sentía un nudo en su estómago artificial. Observaba a escondidas, porque si le veían, docenas de personas le acosarían con incesantes preguntas sobre un millar de decisiones sin importancia, y ya tenía bastantes cosas en la cabeza.

Vestía un retroesmoquin blanco confeccionado para cubrir su piel sintética y los servomecanismos que movían sus extremidades artificiales. Pese a sus numerosas cicatrices, el aspecto de Rhombur era elegante.

Como cualquier hombre el día de su boda.

Los criados obedecían las órdenes de la maestra de ceremonias, una mujer extraplanetaria vestida con suma elegancia, de cara estrecha y morena que insinuaba contrastes intrigantes, como una caladana primitiva trasplantada a la sociedad moderna. Su voz melodiosa se abrió paso entre el clamor general cuando lanzó una serie de órdenes en galach oficial.

Los criados se apresuraron a obedecer sus instrucciones, dispusieron ramos de flores y corales de colores, colocaron artículos rituales en el altar que utilizaría el sacerdote, limpiaron manchas, alisaron arrugas. En lo alto, en un recinto discreto de plaz transparente, situado entre las vigas de un techo abovedado, un equipo de holo-proyección montaba y probaba su equipo.

Inmensas arañas del cristal de Balut más puro, erizadas de velas, colgaban en hileras y arrojaban un resplandor dorado sobre los asientos dispuestos para la ceremonia. Un adorno de enredaderas exóticas se enroscaba alrededor de una columna cercana al refugio de Rhombur, y despedían un dulce perfume a violetas. El aroma era demasiado fuerte, y mediante un leve movimiento de un botón de control del panel ceñido a su cintura, ajustó su sensor olfativo para disminuir la sensibilidad.

A instancias de Rhombur, daba la impresión de que la sala de baile de Caladan hubiera sido transportada intacta desde el gran palacio de Ix. Le recordó los tiempos en que la Casa Vernius había gobernado el poderoso planeta industrial y desarrollado tecnología innovadora. Como volvería a ser…

Tomó conciencia de la actividad de sus pulmones mecánicos, del rítmico latido de su corazón artificial. Contempló la piel inorgánica de su mano izquierda, las complicadas espirales de las huellas dactilares y el dedo medio desnudo, en el que Tessia deslizaría dentro de poco una alianza.

Muchos soldados se casaban con sus novias antes de ir a la guerra. Rhombur estaba a punto de liderar la reconquista de Ix y la fortuna de su familia. ¿Qué menos que convertir a Tessia en su esposa?

Flexionó los dedos protésicos, y obedecieron los dictados de su mente, pero con cierta rigidez. En los últimos tiempos, había experimentado mejoras radicales en su control motriz, pero hoy parecía sufrir una leve regresión, tal vez debido al nerviosismo provocado por la ocasión. Esperaba no hacer nada humillante durante la ceremonia.

Sobre una plataforma montada detrás del altar, una orquesta ensayaba el
Concierto Nupcial Ixiano
, la música tradicional que acompañaba a todas las bodas de los nobles Vernius. Tradición que continuaría, pese a que su Casa había perdido el favor del Imperio. La emocionante música, compuesta de sonidos metálicos y rítmicos que sugerían el latido de una industria desarrollada, le embargaron de nostalgia y energía.

Kailea, la hermana de Rhombur, siempre había fantaseado con celebrar una ceremonia semejante. Ojalá estuviera a su lado, ojalá las cosas hubieran sido diferentes y ella hubiera tomado otras decisiones… ¿Tan malvada había sido? La pregunta atormentaba a Rhombur cada día, cuando pensaba en su traición. Pese al dolor que no cesaba, había tomado la decisión de perdonarla, pero el dilema no se resolvía.

Una luz destelló en el techo, los proyectores zumbaron y una holoforma sólida apareció ante él. Contuvo el aliento. Era una antigua imagen animada de su hermana, con un vestido de brocado color lavanda y adornado con diamantes, cuando aún era una adolescente…, bellísima, con su pelo rojizo destellante. La imagen osciló, como si fuera a cobrar vida, con una sonrisa en la boca felina y generosa.

La maestra de ceremonias alzó la vista hacia la proyección y habló por un holocomunicador colgado al cuello. Siguiendo las órdenes de la mujer, la imagen de Kailea puso los brazos en jarras y movió la boca.

—¿Qué estás haciendo ahí arriba? No puedes huir de tu propia boda. Ve a ponerte una flor en el ojal. Llevas el pelo despeinado.

El holograma se desplazó hacia la zona de los asientos, donde ocuparía simbólicamente una plaza en la primera fila.

Rhombur se tocó la cabeza sin querer. Pelo artificial recubría la placa metálica que protegía su cráneo. Saludó a la maestra de ceremonias y corrió a una habitación contigua, donde varios criados le ayudaron.

Poco después de que sonara la fanfarria ixiana en la sala de baile, la maestra de ceremonias apareció en la puerta.

—Os ruego que me acompañéis, príncipe Rhombur.

Sin demostrar extrañeza ni aprensión por sus extremidades artificiales, extendió la mano. Lo guió hasta un atrio decorado con flores.

Durante la última hora, los invitados habían ido llegando para acomodarse en sus asientos. Miembros con uniforme de la guardia Atreides estaban alineados ante los muros de piedra, con banderas púrpura y cobre. Las únicas ausencias llamativas eran las de Thufir Hawat y Gurney Halleck, que aún no habían regresado de su incursión en Ix.

El duque Leto Atreides, que esperaba ante el altar, vestía una chaqueta verde de etiqueta con la cadena ducal alrededor del cuello. Aunque sus ojos eran tristes y su rostro parecía destrozado por la tragedia, sonrió cuando vio a Rhombur. Duncan Idaho, el maestro espadachín, sostenía con orgullo la espada del viejo duque, dispuesto a rebanar el pescuezo a cualquiera que se opusiera al matrimonio.

Una holoimagen del padre de Rhombur, proyectada desde el techo, apareció al lado del príncipe en cuanto entró en el pasillo. Dominic Vernius lucía una amplia sonrisa bajo su espeso bigote, y su calva brillaba.

Rhombur, trastornado un momento por la visión, osciló sobre sus pies protésicos y murmuró:

—He esperado mucho tiempo, padre. Demasiado, y estoy avergonzado. Mi vida era demasiado cómoda antes del accidente que me ha convertido en lo que soy ahora. Pienso de manera diferente. Aunque parezca irónico, soy más fuerte y decidido, mejor en muchos sentidos que antes. Por ti, por nuestro pueblo que sufre, e incluso por mí mismo, reconquistaré Ix…, o moriré en el intento.

Pero la holoimagen, aunque contuviera algo del espíritu de Dominic, no lo demostró. La sonrisa permaneció, como si el patriarca ixiano no sintiera la menor preocupación el día de la boda de su hijo.

Rhombur siguió adelante para ocupar su lugar, con un suspiro de sus pulmones mecánicos. Estaba agradecido a Tessia por alentarle, por exigirle que fuera fuerte, pero ya no necesitaba que le reprendiera. A medida que su cuerpo se iba recuperando, y recordaba cada día el accidente que casi había terminado con su vida, se sentía más y más decidido. Los tleilaxu no se saldrían con la suya.

Al fijarse en la mirada del duque Leto, Rhombur comprendió que quizá estaba demasiado serio para tal ocasión, de modo que sonrió, pero sin la vacía expresión del holo de Dominic. La sonrisa de Rhombur era de felicidad, matizada por la clara conciencia de su lugar en la historia. Este día de la boda, este enlace con una increíble Bene Gesserit, era un paso adelante. Un día, Tessia y él entrarían en el gran salón de Ix como legítimos señores del planeta.

Muchos invitados iban vestidos con indumentarias ixianas para rendir homenaje a las holoformas que ocupaban los bancos. Vívidos recuerdos, tanto tristes como alegres. El ex embajador en Kaitain, Cammar Pilru, estaba presente en carne y hueso, aunque su difunta esposa S’tina solo lo estaba en holoforma. Sus hermanos gemelos, D’murr y C’tair, tenían el mismo aspecto que cuando eran jóvenes en Ix.

Rhombur recordaba olores, sonidos, expresiones, voces. Durante el ensayo del día anterior, había tocado la mano de su padre, pero no sintió nada, solo estática y electricidad proyectada.
Ojalá fuera real…

Oyó un crujido de tela detrás de sí, y el público contuvo el aliento. Se volvió y vio que Tessia caminaba en su dirección, con la majestuosidad de una Bene Gesserit de alto rango. Vibrante y sonriente, parecía un ángel con su vestido largo de seda mehr perlascente, la cabeza gacha tras un exquisito velo de encaje. Por lo general de aspecto sencillo, con ojos color sepia y cabello castaño apagado, Tessia venía acompañada hoy de un aura de seguridad en sí misma y gracia que proyectaba una belleza interior. Dio la impresión de que todos los asistentes veían en ella lo que Rhombur había conocido y amado desde hacía tanto tiempo.

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