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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (15 page)

BOOK: La Casa Corrino
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Arrugó la nariz al percibir el olor de los cuerpos, un desagradable olor femenino. Tubos y cables conectaban cada contenedor de carne a instrumentos de diagnóstico. Ya no consideraba humanos los tanques de axlotl. Incluso al principio, solo habían sido mujeres.

En el centro de la sala, dos ayudantes se apartaron cuando Ajidica se acercó a un tanque especial, el útero potenciado de una espía capturada, la Bene Gesserit Miral Alechem. Al ser detenida cuando intentaba cometer un acto de sabotaje, se había resistido a proporcionar información, incluso al ser sometida a horribles torturas. No obstante, el investigador jefe conocía métodos de extraer la verdad, antes de utilizarla para sus propósitos. Había comprobado, satisfecho, que Miral poseía más posibilidades como tanque de axlotl que cualquier otra hembra.

Después de tanto tiempo, su piel de bruja había adoptado un tono anaranjado. Un receptáculo conectado a su cuello contenía un litro de líquido transparente, su producto recién sintetizado. Cuando se bombeaba su sistema Bene Gesserit, el amal que rezumaba era diferente del producido por cualquier otro tanque. ¡Ajidamal!

—Miral Alechem, tenemos un misterio. ¿Cómo puedo adaptar los demás tanques para que funcionen como tú?

Los ojos sin vida de la cautiva parpadearon un instante, y el investigador jefe creyó detectar en el fondo de sus pupilas terror y una rabia desenfrenada, pero con las cuerdas vocales mutiladas y la mente extraviada, no podía contestar. Gracias a la tecnología tleilaxu, este útero podría vivir durante siglos. Con la mente destruida, hasta el suicidio le resultaba imposible.

Pronto, cuando él y sus Danzarines Rostro partieran de Xuttuh, Ajidica se llevaría su valioso tanque de axlotl a un planeta seguro. Quizá lograría obtener más cautivas Bene Gesserit para descubrir lo que las convertía en los mejores tanques. De momento, solo contaba con esta, y mediante estimulantes ya había logrado aumentar los niveles de producción.

Ajidica ensambló un aparato de extracción al receptáculo y vació el litro de especia sintética en un contenedor, que se llevó con él. Hacía varios días que consumía cantidades ingentes de amal, sin que le produjeran secuelas negativas, tan solo sensaciones agradables. Por lo tanto, su intención era tomar más. Mucho más.

Corrió a su despacho, con el pulso acelerado, y desconectó las pantallas identificadoras y los sistemas defensivos. Se dejó caer en un perrosilla y esperó a que el animal, descerebrado y sedentario, se adaptara a su cuerpo. Por fin, echó la cabeza hacia atrás y engulló el amal, recién extraído del cuerpo de Alechem, como leche de una vaca. Nunca había consumido una cantidad tan grande en una sola sesión.

Un repentino y violento ataque de tos le sobrevino, y su estómago intentó arrojar la sustancia. Tiró el resto del contenedor al suelo, se levantó del perrosilla y se dobló en dos. Su rostro se deformó. Sus músculos se desgarraron. De su boca surgieron líquidos amarillentos, restos de comida malolientes, pero su sistema ya había asimilado la sustancia.

Fue presa de fuertes convulsiones, que aumentaron de intensidad hasta que solo deseó la serenidad de la inconsciencia. ¿Le había envenenado la bruja Bene Gesserit? Se aferró a una imperiosa necesidad de venganza. Gracias a los feroces métodos tleilaxu, estaba seguro de poder provocar dolor hasta a un dormido tanque de axlotl.

Transcurrieron momentos agónicos, hasta que percibió un cambio en el microcosmos que integraba su cuerpo y mente torturados. La zozobra pasó, o tal vez se debía a que sus nervios se habían convertido en cenizas.

Ajidica abrió los ojos. Descubrió que estaba tendido sobre el suelo de su despacho, rodeado de carretes de hilo shiga, videolibros y bandejas de muestras rotas, como si hubiera sido presa de un frenesí demencial. El perrosilla se había refugiado en una esquina, con el vello erizado y los huesos flexibles retorcidos y rotos. El olor a bilis impregnaba la atmósfera. Hasta su cuerpo y ropas hedían. A pocos metros, un cronómetro volcado revelaba que había transcurrido todo un día.

Debería estar hambriento o sediento.
El hedor reprimía tales necesidades, pero no así la rabia que le mantenía con vida. Se apoderó con sus largos dedos de un fragmento de una bandeja rota y recogió una muestra de su propio vómito, que se había coagulado en diminutos charcos.

Mientras regresaba a toda prisa al laboratorio, guardias Sardaukar y ayudantes le esquivaron. A pesar de su rango elevado, arrugaron la nariz cuando pasó a su lado.

Se encaminó sin dudarlo hacia el tanque de Miral Alechem, con la intención de arrojarle la bilis a la cara e infligirle inimaginables atrocidades, aunque no se enterara de lo que estaba pasando. Los grandes ojos femeninos le miraron con indiferencia, desenfocados.

De repente, nuevas sensaciones e ideas cruzaron por su mente, una experiencia desconocida que derribó barreras mentales desconocidas hasta entonces para él. Inmensas cantidades de datos se vertieron en su cerebro.

¿Una secuela de la sobredosis de amal? Vio los tanques de axlotl que le rodeaban bajo otra luz. Por primera vez, comprendió con claridad que podía conectar todos los tanques a la unidad de Alechem, para que todos produjeran la preciosa sustancia.

Reparó en que algunos ayudantes del laboratorio le estaban observando con sus ojillos oscuros y susurraban entre sí. Varios intentaron alejarse con sigilo, pero él gritó:

—¡Venid aquí! ¡De inmediato!

Aunque alarmados por la locura que asomaba a sus ojos inyectados en sangre, obedecieron. Con una simple mirada, como si cada nuevo pensamiento fuera una revelación, Ajidica se dio cuenta de que dos de aquellos científicos serían más útiles en otras tareas. ¿Cómo no lo había comprendido antes? Recordó hasta los actos más irrelevantes, pequeñas percepciones que sus ocupaciones le habían impedido descubrir antes. Ahora, todo tenía un significado. ¡Asombroso!

Por primera vez en su vida, se le habían abierto los ojos por completo. Su mente era capaz de recordar cada acción que había visto, cada palabra que estos hombres habían pronunciado en su presencia. Toda la información se incorporaba a su mente, como si fuera un ordenador de la era pre Butleriana.

Más datos se vertieron en su cerebro, detalles y características de todas las personas que Ajidica había conocido. Lo recordaba todo. Pero ¿cómo estaba sucediendo esto, y por qué? ¡El ajidamal!

Recordó un párrafo esclarecedor del Credo Sufibudislámico:
Para alcanzar el s’tori no es preciso comprender. El s’tori existe sin palabras, incluso sin nombre.
Todo había ocurrido en un instante, un destello de tiempo cósmico.

Ajidica ya no notaba el olor de su bilis, porque eso ocurría en un plano físico, y había alcanzado un nivel superior de conciencia. La generosa dosis de especia artificial había abierto regiones inexploradas de su mente.

Gracias a su nueva visión cegadora, vislumbró el camino de su salvación eterna, por la gracia de Dios. Estaba más convencido que nunca de que conduciría a los Bene Tleilax a la gloria sagrada, al menos a los que merecían salvarse. Quien no pensara como él, moriría.

—Amo Ajidica —dijo una voz temblorosa—, ¿os encontráis bien?

Abrió los ojos y vio a los ayudantes de laboratorio arremolinados a su alrededor, tan preocupados como temerosos. Solo un hombre había reunido el suficiente valor para hablar. Ajidica, gracias a sus nuevos poderes de observación, supo que podía confiar en aquella persona, un fiel servidor de su futuro régimen.

Se levantó, con los coágulos de su vómito sobre la bandeja rota.

—Tú eres Blin —dijo Ajidica—, tercer suboperador del tanque cincuenta y siete.

—Exacto, amo. ¿Necesitáis asistencia médica?

—Hemos de llevar a cabo la obra de Dios —dijo Ajidica.

Blin hizo una reverencia.

—Eso me enseñaron a una edad temprana.

Parecía confuso, pero a juzgar por su lenguaje corporal, Ajidica dedujo que deseaba con desesperación agradar a su superior.

—A partir de ahora —dijo Ajidica con una sonrisa—, serás mi segundo de a bordo, y solo responderás ante mí.

Los ojos oscuros de Blin parpadearon de sorpresa, después se cuadró.

—Haré todo cuanto me ordenéis, señor.

Ajidica captó una exclamación de disgusto de otro científico, y arrojó la muestra de bilis al hombre.

—Tú, limpia mi despacho y sustituye todo lo que se ha roto. Tienes cuatro horas para terminar la tarea. Si fracasas, el primer encargo de Blin será adaptarte a un aparato que te convierta en el primer tanque de axlotl masculino.

El hombre se alejó a toda prisa, presa del horror.

Ajidica sonrió a Miral Alechem, un bulto repulsivo de carne desnuda dentro de un contenedor en forma de ataúd. Pese a sus capacidades potenciadas, no estaba seguro de si la espía Bene Gesserit había intentado atentar contra él, pese a su discapacidad cerebral. No parecía consciente de nada.

Ajidica sabía ahora que Dios le estaba observando, una presencia poderosa que le guiaba por el sendero del Gran Credo, el único sendero verdadero. Su destino era evidente.

Pese al dolor que había sufrido, la sobredosis había sido una bendición.

21

Es imposible diferenciar la política de la economía de la melange. Han caminado de la mano a lo largo de toda la historia imperial.

S
HADDAM
C
ORRINO
IV, Memorias preliminares

Un nervioso vigía del sietch de la Muralla Roja hizo llamar a Liet-Kynes al puesto de observación oculto de la cordillera. El joven ascendió por grietas y caminos peligrosos hasta un saliente. El aire olía a pólvora quemada.

—Veo a un hombre que se acerca, pese al calor. —El vigía era un muchacho sonriente de barbilla huidiza y sonrisa ansiosa—. Viene solo.

Liet, intrigado, siguió al vigía. Corrientes térmicas surgían de las estribaciones rojinegras de lava que brotaban como ciudadelas de las dunas.

—También he llamado a Stilgar.

El vigía era muy previsor.

—Bien. Stil tiene mejor vista que cualquiera de nosotros.

Liet introdujo tapones en sus fosas nasales, un acto instintivo. Su destiltraje era nuevo, y sustituía al que los guardias del emperador habían estropeado con su torpeza.

Liet se protegió los ojos del resplandor del sol amarillo limón y escudriñó el océano ondulante de arena.

—Me sorprende que Shai-Hulud no se lo haya llevado. —Vislumbró un punto diminuto, una figura que no parecía mayor que un insecto—. El hombre que viaja solo por el desierto es hombre muerto.

—Puede que sea un loco, Liet, pero aún no está muerto.

Se volvió hacia la voz y vio que Stilgar se acercaba desde atrás. El hombre sabía moverse con sigilo y agilidad.

—¿Deberíamos ayudarle o matarle? —La voz aguda del vigía no transmitía sentimientos, porque trataba de impresionar a los dos hombres—. Podríamos ofrecer su agua a la tribu.

Stilgar extendió una mano nervuda y el muchacho le pasó unos prismáticos que habían pertenecido al planetólogo Pardot Kynes. Liet sospechaba que el vagabundo del desierto podía ser un Harkonnen extraviado, un aldeano exiliado o un prospector idiota.

Después de enfocar las delicadas lentes de aceite, Stilgar reaccionó con sorpresa.

—Se mueve como un fremen. Camina con paso irregular. —Maximizó la ampliación, y después bajó los prismáticos—. Es Turok, y debe de estar herido o agotado.

Liet reaccionó al instante.

—Stilgar, reúne una partida de rescate. Ve a salvarle, si puedes. Prefiero la historia que nos pueda contar a su agua.

Cuando llevaron a Turok al sietch, vieron que su destiltraje estaba roto. Tenía el hombro y el brazo derecho heridos, pero la sangre se había coagulado. Había perdido la bota
temag
izquierda, de modo que las bombas del destiltraje habían dejado de funcionar. Aunque acababan de darle agua, Turok había llegado al límite de la resistencia humana. Estaba tendido sobre una fría mesa de piedra, pero su piel estaba cubierta de polvo, como si hubiera agotado la humedad que todos los fremen cargaban.

—Has caminado de día, Turok —dijo Liet—. ¿Por qué has cometido esa locura?

—No había otra alternativa. —Turok tomó otro sorbo de agua que Stilgar le ofrecía. Resbaló un poco sobre su barbilla, pero la capturó con el dedo índice y la chupó. Toda gota era preciosa—. Mi destiltraje ya no funcionaba. Sabía que estaba cerca del sietch de la Muralla Roja, pero nadie me habría visto en la oscuridad. Confiaba en que saldríais a investigar.

—Vivirás para luchar de nuevo con los Harkonnen —dijo Stilgar.

—No solo he sobrevivido para luchar.

Turok hablaba con un cansancio infinito. Sus labios estaban agrietados y ensangrentados, pero se negó a tomar más agua. Describió lo sucedido en el recolector de especia, explicó que los soldados Harkonnen habían izado la carga y abandonado a la tripulación y al equipo a merced del gusano de arena.

—La especia que se llevaron constará como perdida —dijo Liet, al tiempo que meneaba la cabeza—. Shaddam está tan preocupado por el protocolo y los adornos del poder que es fácil engañarle. Lo he visto con mis propios ojos.

—Por cada reserva de especia que capturamos, como la del sietch Hadish, el barón crea otra. —Stilgar paseó la vista entre Liet y Turok, disgustado por las implicaciones de lo que estaba pensando—. ¿Deberíamos informar de esto al conde Fenring, o dar parte al emperador?

—No quiero volver a saber nada de Kaitain, Stil. —Liet ya no escribía informes nuevos. Se limitaba a enviar documentos antiguos que su padre había redactado años atrás. Shaddam nunca se daría cuenta—. Se trata de un problema fremen. No buscamos la ayuda de extraplanetarios.

—Esperaba que dijeras eso —contestó Stilgar, y sus ojos brillaron como los de un ave carroñera.

Turok aceptó más agua. Faroula apareció y ofreció al hombre un cuenco lleno de un espeso ungüento para las quemaduras del sol. Después de secar las zonas expuestas a la intemperie con un paño húmedo, empezó a aplicarle la crema sobre la piel. Liet miró a su esposa con ternura. Faroula era la mejor curandera del sietch.

Ella le devolvió la mirada, una promesa de secretos que compartirían más tarde. Liet se había esforzado por ganarse el corazón de su hermosa esposa. Pese a la mutua pasión que sentían, la tradición fremen obligaba al hombre y a la mujer a manifestarla tan solo en la intimidad de su habitación. En público, vivían casi separados.

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