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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (41 page)

BOOK: La Casa Corrino
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Cuando las armas atómicas estallaron en Korona, una luz brillante iluminó el cielo richesiano. Sin embargo, en lugar de apagarse a medida que transcurría el tiempo, la bola de fuego provocó una reacción en cadena que inflamó los restantes cristales richesianos, y una nube de fragmentos atravesó la atmósfera como restos de una supernova.

Los richesianos de todo el continente contemplaron la cascada de fuego que caía del cielo. Espejos de incalculable valor llovían como diminutos asteroides.

Calimar reprimió un sollozo, pero no pudo dejar de mirar. La luz aumentó de intensidad. Muchos richesianos miraban también horrorizados, incapaces de creer lo que estaba sucediendo.

Durante los días siguientes, a medida que progresaban las lesiones retinianas, un cuarto de la población richesiana perdió la vista.

61

Siento la invulnerable y resbaladiza embestida del espacio, donde una estrella envía rayos persistentes a través de la no distancia llamada parsecs.

Los apócrifos de Muad’dib
, «Todo está permitido, todo es posible»

Perdido en el vacío, el crucero giró fuera de control.

Gurney Halleck supo que algo iba mal en cuanto salieron del espacio plegado. La gigantesca nave se tambaleó como si hubiera topado con una potente turbulencia.

Gurney apoyó una mano sobre el cuchillo que llevaba oculto dentro de sus ropas y miró a su lado, para comprobar que el príncipe estaba sano y salvo. Rhombur se sujetaba a una pared, convertida de repente en el suelo.

—¿Nos atacan?

Vestía una capa con capucha, como si fuera un peregrino. Tela de lana cubría la mayor parte de su cuerpo artificial, para que nadie advirtiera las extraordinarias diferencias de su anatomía.

La puerta de su compartimiento privado se entreabrió, y luego se atoró. En el pasillo principal, un panel de servicio destelló cuando una sobrecarga de energía recorrió los sistemas de la fragata. Las cubiertas se ladearon cuando los generadores de gravedad se averiaron y cambiaron el centro de la masa. Las luces parpadearon. Luego, con un estremecimiento, la fragata de pasajeros se enderezó al tiempo que el crucero giraba.

Gurney y Rhombur se esforzaron por abrir del todo la puerta de la cabina. Rhombur lo logró gracias a un violento codazo.

Los dos hombres salieron al pasillo, donde los pasajeros, presa del pánico, corrían de un lado a otro, algunos heridos y ensangrentados. Por las portillas vieron el desastre ocurrido en la bodega de carga del crucero, donde las naves estaban ladeadas y aplastadas. Algunas derivaban sin sujeciones.

En cada cubierta, tableros de comunicaciones se iluminaban, mientras cientos de pasajeros exigían explicaciones. Azafatas wayku uniformadas de negro corrían de salón en salón, y pedían con calma a todo el mundo que esperaran a recibir más instrucciones. Se comportaban con amabilidad y reserva, pero no podían disimular el nerviosismo que les producía aquella situación sin precedentes.

Gurney y Rhombur se encaminaron al abarrotado salón principal, donde se estaban congregando los atemorizados pasajeros. A juzgar por la expresión que veía en la cara encapuchada de Rhombur, Gurney dedujo que deseaba calmar a aquella gente, hacerse cargo de la situación. Con el fin de impedirlo, hizo un ademán sutil para advertir al príncipe de que debían conservar su identidad en secreto y no atraer la atención. El príncipe intentó descubrir qué había pasado, pero los sistemas de la nave ofrecían escasa información.

La cara cérea de Rhombur mostraba una profunda concentración.

—No podemos retrasarnos. Trabajamos con un horario muy rígido. Todo el plan podría venirse abajo si no cumplimos nuestra parte.

Tras una hora de preguntas sin respuesta y pánico creciente, un representante de la Cofradía envió por fin un holoemisario al salón de la fragata. Su imagen apareció en los puntos de encuentro de todas las naves de la bodega.

Por su uniforme, Rhombur dedujo que el rango del representante era el de auditor de vuelo, un funcionario de relativa importancia, responsable de documentos de contabilidad, así como de manifiestos de carga y pasajeros, y que actuaba de intermediario con el Banco de la Cofradía en lo relativo al pago de pasajes interestelares. El auditor de vuelo tenía los ojos muy separados, la frente despejada y el cuello grueso. Los brazos parecían demasiado cortos para su torso, como si hubieran confundido las extremidades durante su montaje genético.

Habló con voz inexpresiva, acompañada de un irritante tic que recordaba el zumbido de un insecto.

—Hemos, nnnn, experimentado dificultades en la transposición de esta nave, y estamos tratando de reestablecer, nnnn, el contacto con nuestro Navegante en su cámara. La Cofradía está investigando el problema. No disponemos de, nnnn, más información en este momento.

Los pasajeros empezaron a gritar preguntas, pero la proyección no les oyó o no se dignó contestar. El auditor permaneció muy tieso e inexpresivo.

—Todas las tareas de mantenimiento y las reparaciones importantes han de llevarse a cabo, nnnn, en Empalme. No disponemos de instalaciones para efectuar reparaciones importantes aquí. Aún no hemos podido determinar nuestra posición precisa, nnnn, aunque los primeros datos demuestran que nos hallamos en una zona del espacio inexplorada, muy lejos de los límites del Imperio.

Los pasajeros lanzaron al unísono una exclamación ahogada. Gurney miró a Rhombur con el ceño fruncido.

—Puede que los representantes de la Cofradía sean unos expertos en estudios matemáticos, pero no han aprendido nada de tacto.

Rhombur asintió.

—¿Un crucero extraviado? Jamás había oído nada semejante. ¡Infiernos carmesíes! Esta nave es uno de los mejores diseños ixianos.

Gurney le dedicó una sonrisa irónica.

—Sin embargo, ha ocurrido. —Citó la Biblia Católica Naranja—. «Pues la humanidad está perdida, incluso cuando se extiende ante ella el camino recto».

Rhombur le sorprendió cuando replicó con la segunda mitad del verso.

—«Pero por más que nos extraviemos, Dios sabe dónde encontrarnos, porque Él puede ver todo el universo».

El príncipe ixiano bajó la voz y guió a Gurney lejos de las conversaciones y el hedor a miedo y sudor que se respiraba en el atestado salón.

—Este diseño fue construido bajo la dirección de mi padre, y sé cómo funciona la nave. Uno de mis deberes como príncipe de la Casa Vernius era aprender todo lo relacionado con la fabricación de naves. Los controles de calidad y las medidas de seguridad eran extraordinarios, y los motores Holtzmann nunca fallaban. Esta tecnología ha demostrado su eficacia durante diez mil años. —Hasta hoy.

Rhombur meneó la cabeza.

—No, esa no es la respuesta. Solo puede tratarse de un problema relacionado con el propio Navegante.

—¿Un error del piloto? —Gurney bajó la voz para que nadie pudiera escucharle, aunque los pasajeros no hacían otra cosa que alimentar su propio pánico—. Si nos encontramos tan lejos de las fronteras del Imperio, y si nuestro Navegante ha fallado, es posible que jamás logremos regresar a casa.

62

La Otra Memoria es un océano ancho y profundo. Presta ayuda a los miembros de nuestra orden, pero bajo sus propias condiciones. Una hermana invita a los problemas cuando intenta manipular las voces internas para satisfacer sus necesidades. Es como intentar convertir el mar en su piscina particular, algo imposible, ni siquiera durante unos momentos.

La Coda Bene Gesserit

De vuelta al fin en sus aposentos de Kaitain, después de dejar las muestras en dos cruceros, el conde Hasimir Fenring bajó de la cama y paseó la vista a su alrededor. Se preguntó cuándo se enteraría de los resultados. No podía preguntar a la Cofradía, de modo que debería investigar con mucha discreción.

Vio filigranas de oro en las paredes y el techo, reproducciones de cuadros antiguos y exóticas tallas chindo. Era un lugar mucho más estimulante que el reseco Arrakis, el escabroso Ix o el utilitario Empalme. La única belleza que deseaba ver era el exquisito rostro de la encantadora Margot. Pero ya se había levantado y abandonado la cama.

Después de su viaje de crucero en crucero, Fenring había llegado después de medianoche, agotado. Pese a lo avanzado de la hora, Margot había utilizado sus técnicas de seducción para excitarle y relajarle. Después, había caído dormido, arrullado por el consuelo de sus brazos…

Hacía casi tres semanas que el conde no mantenía contacto con el Imperio, y se preguntó cuántos disparates habría cometido Shaddam durante ese período de tiempo. Tendría que concertar una cita en privado con su amigo de la infancia, aunque mantendría en secreto la historia del Danzarín Rostro asesino, de momento. El ministro de la Especia albergaba la intención de vengarse de Ajidica, para así saborearla con mayor placer. Solo después se lo contaría a Shaddam, y ambos reirían complacidos.

No obstante, primero tenía que averiguar si el trabajo del investigador jefe había sido coronado con éxito. Todo dependía del amal. Si las pruebas demostraban que las afirmaciones de Ajidica eran falsas, Fenring no tendría piedad. Si el amal funcionaba como le habían prometido, tendría que aprender cada aspecto del procedimiento antes de proceder a la tortura.

Dos de sus maletas ingrávidas descansaban todavía sobre un enorme tocador. Las bolsas estaban abiertas. Suspiró, se estiró, bostezó y entró en el cuarto de baño contiguo, donde la marchita criada Mapes hizo una reverencia, aunque breve. La mujer fremen llevaba una bata blanca que dejaba al descubierto sus brazos bronceados, surcados de cicatrices. Su personalidad no agradaba mucho a Fenring, pero era una buena trabajadora y atendía a sus necesidades, si bien sin el menor sentido del humor.

Se quitó los pantalones cortos y los tiró al suelo. Mapes los recogió con el ceño fruncido y los dejó caer en una trituradora de pared. Fenring se puso las gafas protectoras, utilizó la voz para ordenar que funcionaran los chorros de agua caliente, que rodearon su cuerpo, le alzaron en el aire, y le masajearon por todas partes. En Arrakis, esos lujos eran impensables, incluso para el ministro imperial de la Especia. Cerró los ojos. Tan relajante…

De pronto, tomó conciencia de la importancia de ciertos detalles. La noche antes había dejado el equipaje ingrávido en el suelo, con la intención de deshacer las maletas por la mañana. Ahora, las bolsas estaban abiertas sobre un tocador.

Había ocultado una muestra de amal en una maleta.

Corrió al dormitorio, todavía desnudo y mojado, y vio que la mujer fremen estaba sacando ropa y objetos de aseo de las bolsas.

—Déjalo para más tarde. Ummm. Te llamaré cuando te necesite.

—Como gustéis.

La mujer tenía una voz ronca, como si granos de arena impulsados por una tormenta hubieran desgarrado sus cuerdas vocales.

Miró con desaprobación el agua que caía en el suelo, disgustada por el desperdicio más que por la suciedad.

Pero el compartimiento secreto estaba vacío. Fenring, alarmado, la llamó.

—¿Dónde está la bolsa que guardaba aquí?

—No he visto ninguna bolsa, señor.

Rebuscó frenéticamente en el resto del equipaje, diseminó objetos por el suelo. Y empezó a sudar.

En aquel momento, Margot entró, cargada con la bandeja del desayuno. Examinó su forma desnuda con las cejas enarcadas y una sonrisa de aprobación.

—Buenos días, querido. ¿O debería decir buenas tardes? —Echó un vistazo al cronómetro de pared—. No, todavía falta un minuto.

Llevaba un vestido de paraseda con rosas immian amarillas bordadas, diminutas flores que permanecían vivas en la tela y despedían un delicado perfume.

—¿Has sacado la bolsa verde de mi equipaje?

Margot, una Bene Gesserit muy competente, habría localizado con facilidad el compartimiento secreto.

—Supuse que lo habías traído para mí, querido.

Sonrió y depositó la bandeja sobre una mesa auxiliar.

—Bien, ummm, ha sido un viaje difícil y…

Fingió hacer un puchero. Margot había observado un diminuto símbolo en un pliegue de la bolsa, un carácter que había identificado como la letra «A» del alfabeto tleilaxu.

—¿Dónde la has puesto, ummm?

Pese a las explicaciones de Ajidica, Fenring no estaba convencido de que la melange sintética tleilaxu fuera inofensiva o venenosa. Prefería utilizar a otros como conejillos de Indias, pero no a su esposa o a él mismo.

—No te preocupes por eso ahora, querido. —Los ojos verde-grisáceos de Margot bailaron de una forma seductora. Empezó a servir el café—. ¿Quieres desayunar antes o después de reanudar lo que interrumpimos anoche?

Fenring fingió despreocupación, aunque Margot tomaba nota de cada movimiento inquieto de su cuerpo; cogió un traje negro informal del vestidor.

—Dime dónde has puesto la bolsa, iré a buscarla.

Salió del vestidor y vio que Margot se llevaba una taza a los labios.

Café especiado… La bolsa oculta… ¡El amal!

—¡Para!

Corrió hacia ella y tiró la taza al suelo. El líquido cayó sobre la alfombra tejida a mano, y manchó el vestido amarillo de Margot. Las rosas se encogieron.

—Qué desperdicio de especia, querido —dijo la mujer, sobresaltada, pero intentó recobrar la compostura.

—No la habrás tirado toda en el café, ¿ummm? ¿Dónde está el resto de la especia que encontraste?

Se tranquilizó, pero sabía que ya había hablado demasiado.

—Está en nuestra cocina. —Margot le escudriñó al estilo Bene Gesserit—. ¿Por qué te comportas así, cariño?

Sin más explicaciones, Fenring devolvió el café de la otra taza a la cafetera y salió corriendo de la habitación con ella.

Shaddam se hallaba ante la entrada de los aposentos de Anirul, ceñudo, con los brazos cruzados sobre el pecho. Un médico Suk con cola de caballo estaba a su lado. La Decidora de Verdad Mohiam se negaba a dejarles entrar en el dormitorio.

—Solo las practicantes de la medicina Bene Gesserit pueden ocuparse de ciertas enfermedades, señor.

El médico de espaldas encorvadas escupió sus palabras a Mohiam.

—No deis por sentado que la Hermandad sabe más que un graduado del círculo interno Suk.

Tenía facciones rubicundas y nariz chata. Shaddam frunció el ceño.

—Esto es absurdo. Después del extravagante comportamiento de mi esposa en el zoo, necesita atenciones especiales.

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