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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (38 page)

BOOK: La Casa Corrino
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Delfines de Buzzell nadaban en una enorme pecera. Gracias a sus cerebros de tamaño mayor de lo normal, eran lo bastante inteligentes para realizar sencillas tareas submarinas. Los delfines se deslizaban como cuchillos de un azul plateado; Uno regresó para mirar a través del cristal, como si reconociera a una persona importante.

Mientras paseaba entre los animales, Anirul experimentó un raro momento de paz interior. El caos no la asediaba en el silencio del zoo imperial. Solo oía sus pensamientos íntimos. Anirul exhaló un largo suspiro, y después respiró hondo, como para absorber la deliciosa soledad.

Sabía que su cordura no sobreviviría a la creciente tormenta interior que la afligía. Como madre Kwisatz y esposa del emperador, tenía tareas vitales. Necesitaba concentrarse. Sobre todo, debía cuidar de Jessica y de su bebé nonato.

¿Ha provocado Jessica esta agitación? ¿Saben algo las voces que yo no sepa? ¿Qué deparará el futuro?

Al contrario que la mayoría de las hermanas, Anirul tenía acceso a todas sus memorias. Sin embargo, después de la muerte de su buena amiga Lobia, había profundizado en exceso, había ido demasiado lejos en busca de la anciana Decidora de Verdad dentro de su cabeza. Al hacerlo, había desencadenado una avalancha de vidas.

En el silencio del zoo, Anirul pensó de nuevo en Lobia, quien le había dado tantos consejos en vida. Anirul deseaba oír la voz de la anciana por encima de las demás, una voz portadora de razón. Gritó a su vieja amiga, pero Lobia no emergió.

De repente, al oír la llamada, las voces fantasmales la asaltaron de nuevo, con tal simultaneidad que despertaron ecos en el aire que la rodeaba. El tumulto de los recuerdos, de las vidas y pensamientos, de opiniones y discusiones, se intensificó. Diversas voces gritaron su nombre.

Suplicó que callaran…

Los delfines de Buzzell se revolvieron en su acuario, golpearon sus hocicos en forma de botella contra el grueso cristal de plaz. Los tigres de Laza emitieron un coro de rugidos. El oso dientes de sable rugió y se precipitó sobre su compañero del recinto, y una feroz lucha de dientes y garras se entabló. Aves cautivas empezaron a chillar. Otros animales lanzaron aullidos de pánico.

Anirul cayó de rodillas, sin dejar de gritar a las voces interiores. Los guardias y criadas corrieron en su ayuda. La habían estado observando desde una distancia prudencial, desobedeciendo su petición de privacidad.

Pero cuando intentaron ponerla en pie, la esposa del emperador sufrió espasmos y agitó los brazos. Uno de sus anillos golpeó la cara de la doncella rubia, y le hizo un corte en la mejilla. Anirul tenía los ojos desorbitados, como los de un animal salvaje.

—Al emperador no le va a gustar esto —dijo uno de los guardias, pero Anirul ya no oía nada.

55

Los diplomáticos son elegidos por su capacidad para mentir.

Dicho Bene Gesserit

En la zona diplomática de Kaitain, Piter de Vries estaba ante su escritorio escribiendo una nota.

Goteaba sangre del techo, que formaba un espeso charco en el suelo, pero el mentat no prestaba atención. La cadencia regular de gotas sonaba como un reloj. Lavaría la mancha más tarde.

Desde que había entregado el mensaje en el que informaba de la reserva de especia ilegal de Richese, De Vries había permanecido en la corte imperial, ideando complejos planes para fortalecer la posición de la Casa Harkonnen. Ya había oído rumores sobre el propósito de Shaddam de castigar a Richese. La idea de una venganza apropiada deleitaba a De Vries.

También albergaba la intención de recoger toda la información posible, para luego transmitirla al barón en pequeñas dosis. De esta manera, demostraría su valía y continuaría con vida.

Mientras espiaba en la corte, había llegado a sus oídos un chisme importante que el barón agradecería, mucho más importante que los movimientos políticos y militares contra la Casa Richese. Por primera vez, Piter de Vries había visto a Jessica al fondo de una sala abarrotada, una mujer encantadora embarazada de seis meses de otro heredero Atreides. Eso ofrecía muchas posibilidades…

«Mi querido barón —escribió, utilizando un código cifrado Harkonnen—, he descubierto que la concubina de vuestro enemigo Leto Atreides reside actualmente en el palacio imperial. Está bajo la protección de la esposa del emperador, en teoría como dama de compañía, aunque desconozco el motivo. Da la impresión de que no se dedica a nada. Tal vez porque esta puta y Anirul son brujas Bene Gesserit».

«Me gustaría proponeros un plan que podría tener muchas repercusiones: orgullo y satisfacción para la Casa Harkonnen, dolor y desdicha para la Casa Atreides. ¿Qué más podríamos desear?».

Reflexionó de nuevo, mientras miraba la sangre que caía del techo. Un cilindro de mensajes estaba abierto sobre el escritorio. Escribió de nuevo.

«He logrado mantenerme escondido de ella. Esta Jessica me intriga».

Recordó con una sonrisa que Kailea, la concubina de Leto, y su hijo Victor habían muerto el año anterior. Los Harkonnen habían confiado en que esa doble tragedia enloquecería al duque y destruiría la firmeza moral de la Casa Atreides para siempre. Por desgracia, contra toda lógica, daba la impresión de que Leto se había recuperado. Su reciente ataque contra Beakkal indicaba que estaba más agresivo y decidido que nunca.

Pero ¿cuánto más podía aguantar aquel hombre amargado y herido?

«Jessica tiene la intención de quedarse aquí y dar a luz en el palacio. Aunque las demás brujas la vigilan sin cesar, creo que encontraremos la oportunidad de matar al recién nacido, y si vos lo deseáis, a su madre también. ¡Pensad en el daño que infligiríais a vuestro mortal enemigo, mi barón! Pero debo proceder con suma cautela».

Terminó de escribir con letra menuda, para que todo el mensaje cupiera en una sola hoja de papel
instroy
. «He inventado un motivo creíble para quedarme en Kaitain, y así continuar vigilando a esta mujer misteriosa. Os enviaré informes regularmente».

Firmó la nota con rúbrica y la introdujo en el cilindro, para que fuera enviada por mediación del siguiente crucero a Giedi Prime.

Contempló con indiferencia el techo, donde había ocultado un cadáver detrás de los paneles. El inepto embajador Harkonnen, Kalo Whylls, había ofrecido más resistencia de la esperada, de manera que De Vries le había apuñalado más veces de las necesarias, hasta terminar con su vida.

De Vries bajó la vista y examinó un documento obtenido del ministerio imperial de Formularios, un simple trámite para la burocracia de Kaitain. Nadie lo pondría en duda. El mentat sonrió con sus labios manchados de safo y terminó de escribir un decreto imperial, el cual entregaría al chambelán del emperador, informándole de que el anterior embajador Harkonnen había sido llamado «de manera permanente» a Giedi Prime. Piter de Vries escribió su nombre en el lugar destinado al hombre que ocuparía temporalmente su cargo.

Cuando todo estuvo acabado, estampó en el documento el sello oficial del barón. Después, se dispuso a dar el siguiente paso…

56

En el fondo, todos somos viajeros…, o fugitivos.

Conde D
OMINIC
V
ERNIUS

En el interior del tanque situado en el último nivel del enorme crucero de Clase Dominic, el piloto D’murr nadaba en gas de especia anaranjado.

Muy preocupado, y a la espera de que la tripulación de la Cofradía terminara de cargar y descargar, notó que el tiempo fluía de una manera diferente para él. Su crucero había estado en órbita estacionaria sobre Caladan más tiempo del acostumbrado, debido a un artículo que exigía ser manipulado con gran secreto.

Un módulo de combate. Interesante.

Por lo general, D’murr solo se preocupaba de conducir la enorme nave de un sistema a otro. Hacía caso omiso de detalles triviales, o aspiraciones humanas, puesto que todo el universo estaba a su alcance.

Se permitió un momento de curiosidad, conectó el sistema de comunicaciones, examinó grabaciones y transmisiones, y escuchó la conversación de dos auditores de vuelo que viajaban en una cubierta inferior. El duque Leto Atreides había pagado una tarifa exorbitante por esta carga, que debía ser entregada en secreto en Ix.

La ruta de D’murr a través del espacio plegado le conducía de planeta en planeta, a lo largo y ancho del Imperio. En este viaje, una de sus escalas era Ix, en otros tiempos una parada rutinaria para los viajeros de Caladan que visitaban a sus aliados del planeta industrial. Ahora, sin embargo, muchas cosas habían cambiado.

¿Por qué van los Atreides a Ix? ¿Y por qué ahora?

Escuchó las conversaciones susurradas en los niveles restringidos de la Cofradía, y obtuvo información adicional que los supervisores de ruta jamás revelarían a los forasteros, debido a los estrictos acuerdos de neutralidad. Para la Cofradía Espacial, era una cuestión de negocios, como de costumbre. Dos hombres Atreides, que viajaban con documentación falsa, acompañarían a la pequeña nave a Ix. Uno era el príncipe Rhombur Vernius, disfrazado.

D’murr asimiló la nueva información y descubrió que sus reacciones eran extrañas y radicales, incluso desequilibradas. ¿Júbilo? ¿Miedo?
Rhombur.
Inquieto, consumió más melange, pero en lugar de la habitual sensación de serenidad, experimentó la sensación de que el universo era un espeso bosque de árboles oscuros y caminos indistintos.

Desde que se había convertido en Navegante, D’murr nunca había reaccionado de esta manera a los recuerdos, los detritos de su pasado humano. El gas de especia provocó que su cabeza zumbara y su cerebro chisporroteara. Se sentía desorientado. Intuyó que fuerzas opuestas se enfrentaban en un conflicto a gran escala, las cuales amenazaban con desgarrar el tejido del espacio. Desesperado, consumió más melange.

D’murr decidió que el siguiente salto en el espacio plegado alisaría las arrugas inquietantes que le rodeaban. El viaje siempre le tranquilizaba, recuperaba su lugar en el cosmos. Inhaló más gas de especia, sintió que quemaba en su interior, con más intensidad de la acostumbrada.

Tras enviar una impaciente pregunta a la tripulación de la Cofradía, recibió por fin el aviso de que las operaciones de carga habían terminado.
Ya era hora.
Las puertas de la bodega y del muelle de carga se cerraron.

D’murr, angustiado, inició los preparativos y cálculos de alto nivel. Preparar una ruta segura solo le tomó unos segundos, y el salto Holtzmann tomaría menos que eso.

D’murr nunca dormía, pasaba casi todo el tiempo abismado en una profunda contemplación interior, flotando en su tanque. Pensando en su juventud, cuando era humano.

En teoría, los Navegantes no debían conservar dichos recuerdos.

El piloto Grodin, su superior en Empalme, decía que algunos candidatos tardaban más en despojarse de sus trabas atávicas. D’murr no quería que nada afectara a sus prestaciones. Ya había alcanzado el rango de piloto, y aguardaba con impaciencia cada nuevo viaje a través del espacio plegado. Y ahora, con cierta preocupación.

Le preocupaba que el continuo flujo de recuerdos y nostalgia le transformara en algo diferente, algo espantoso e inútil, algo primitivo y humano. Pero ya lo había superado. Todos los demás estados de existencia, incluido el humano, habían quedado muy atrás.

Pero ¿acaso estaba sufriendo una regresión? ¿Podía explicar eso las inquietantes sensaciones? Nunca se había sentido tan… extraño. El gas de especia que le rodeaba solo parecía potenciar sus dormidos recuerdos de Ix y el Gran Palacio, de sus padres, del examen de Navegante que había superado, y que su hermano gemelo había fallado.

Sonó un timbre en la cámara de navegación, y D’murr vio un anillo de luces azules encendidas. La señal de proceder.

Pero ahora ya no estoy preparado.

D’murr experimentó una oleada de energía interna, como si intentara levantarse con desesperación de un lecho de enfermo. Era una llamada lejana.

—C’tair —susurró.

C’tair Pilru, oculto bajo una escuela ixiana abandonada, contemplaba las piezas ennegrecidas de su máquina de transmisión rogo. Desde que se había averiado, hacía más de dos años, cuando había establecido el último contacto con su hermano, había encontrado algunas piezas de repuesto y reparado el aparato en lo posible. Pero las restantes varillas de cristal de silicato eran de calidad dudosa, arrebatadas de los vertederos tecnológicos.

En aquella última transmisión, C’tair había suplicado a su hermano que encontrara ayuda para Ix. Aquella débil esperanza se había disipado, hasta ahora. Rhombur debía estar en camino. El príncipe lo había prometido. La ayuda llegaría pronto.

Un pequeño lagarto correteó de un rincón oscuro a otro, y desapareció dentro de una pila de piezas descartadas. C’tair vio que el cuerpo verdegrisáceo del diminuto reptil desaparecía. Antes de la llegada de los tleilaxu, no había plagas (insectos, lagartos o ratas) en el Ix subterráneo.

Los tleilaxu trajeron a otras sabandijas con ellos.

C’tair localizó la varilla de un blanco lechoso que había apartado antes. La última. Le dio vueltas entre las manos, notó su tacto frío, y contempló la grieta del grosor de un cabello que recorría su costado. Algún día, si la Casa Vernius resucitaba y él todavía estaba vivo, C’tair tendría acceso a nuevos componentes, y reanudaría el contacto con su hermano. De niños, los gemelos habían estado muy unidos. Uno solía terminar las frases del otro.

Pero ahora estaban muy alejados, en el tiempo, en la distancia, en forma física. D’murr debía encontrarse a parsecs de distancia, surcando el espacio plegado. Aunque C’tair lograra reconstruir el transmisor poco ortodoxo, quizá no sería posible ponerse en contacto con él.

Aferró la varilla de cristal como si fuera un filamento de esperanza, y ante su sorpresa, empezó a brillar en sus manos con una cálida incandescencia. La grieta se iluminó y pareció apagarse por completo.

Una voz, muy parecida a la de D’murr, le envolvió. —C’tair…

Pero no era posible. Miró a su alrededor y no vio a nadie. Estaba solo en aquel escondite deprimente. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, pero el calor de la varilla de cristal aumentó. Y oyó más cosas.

—Estoy a punto de plegar el espacio, hermano mío. —Parecía que D’murr estuviera hablando dentro de un líquido espeso—. Ix está en mi ruta, y el príncipe Rhombur viaja a bordo. Va a reunirse contigo.

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