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Authors: José Saramago

Tags: #Ciencia Ficción

La caverna (30 page)

BOOK: La caverna
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La expedición auricular de Cipriano Algor no obtuvo resultado alguno, después, durante el almuerzo, por una especie de acuerdo tácito, ninguno de los tres osó tocar el delicado asunto de las excavaciones y de lo que allí habría sido encontrado. Suegro y yerno salieron al mismo tiempo, Marcial para retomar su trabajo de escucha y espionaje, tan infructífero, probablemente, como había sido, para uno y otro, el de la mañana, y Cipriano Algor para preguntar, por primera vez, cómo se llegaba al departamento de compras desde el interior del Centro. Constató que su distintivo de residente, también con retrato e impresión digital, le proporcionaba ciertas facilidades de circulación, cuando el guarda a quien hizo la pregunta le indicó el camino como si se tratara de la cosa más natural del mundo, Vaya por este pasillo, siempre recto, al llegar al final sólo tendrá que seguir las indicaciones, no tiene pérdida, dijo. Estaba en el piso bajo, en algún lugar del recorrido tendría que descender al nivel del subterráneo donde, en tiempos más felices, juicio que seguramente el subjefe simpático no compartiría, se presentaba para descargar sus platos y sus tazas. Una flecha y una escalera mecánica le dijeron por dónde ir. Estoy bajando, pensó. Estoy bajando, estoy bajando, repetía, y luego, Qué estupidez, es evidente que estoy bajando, para eso sirven las escaleras cuando no sirven para subir, en una escalera, aquellos que no bajan, suben, y aquellos que no suben, bajan. Parecía haber alcanzado una conclusión incontestable, de esas para las que no existe ninguna posibilidad de respuesta lógica, pero de súbito, con el fulgor y la instantaneidad del relámpago, otro pensamiento le cruzó la cabeza, Descender, descender hasta allí. Sí, descender hasta allí. La decisión que Cipriano Algor acaba de tomar es que esta noche intentará bajar hasta donde Marcial está haciendo su guardia, entre las dos de la madrugada y las seis de la mañana, no lo olvidemos. El sentido común y la prudencia, que en estas situaciones siempre tienen una palabra que decir, ya le están preguntando cómo imagina que va a llegar, sin conocer los caminos, a un lugar tan recóndito, y él respondió que las combinaciones y composiciones de las casualidades, siendo efectivamente muchísimas, no son infinitas, y que más vale que nos arriesguemos a subir a la higuera para intentar alcanzar el higo que tumbarnos bajo su sombra y esperar a que nos caiga en la boca. El Cipriano Algor que se presentó en la caja del departamento de compras después de haberse perdido dos veces, pese a las ayudas de las flechas y de los letreros, no era aquel que nos habíamos acostumbrado a conocer. Si las manos le temblaron tanto no se debía a la excitación mezquina de estar cobrando por su trabajo un dinero con el que no contaba, sino porque las órdenes y las orientaciones del cerebro, ocupado ahora en asuntos de más trascendente importancia, llegaban inconexas, confusas, contradictorias a las respectivas terminales. Cuando regresó al área comercial del Centro parecía un poco más tranquilo, la agitación le había pasado al lado de dentro. Dispensado de preocuparse con las manos, el cerebro maquinaba sucesivamente astucias, mañas, ardides, estratagemas, tramas, sutilezas, llegaba hasta el punto de admitir la posibilidad de recurrir a la telequinesia para, en un santiamén, transportar del trigésimo cuarto piso a la misteriosa excavación este cuerpo impaciente que tanto le cuesta gobernar.

Aunque todavía tuviese ante él largas horas de espera, Cipriano Algor decidió volver a casa. Quiso darle a la hija el dinero recibido, pero ella dijo, Guárdelo para usted, no me hace falta, y después preguntó, Quiere un café, Pues sí, es una buena idea. El café fue hecho, servido en una taza, bebido, todo indica que por ahora no habrá más palabras entre ellos, parece, como Cipriano Algor ha pensado algunas veces, aunque de estos sus pensamientos no hayamos dejado registro en el momento justo, que la casa, ésta donde ahora viven, tiene el don maligno de hacer callar a las personas. Sin embargo, al cerebro de Cipriano Algor, que ya tuvo que dejar a un lado, por falta de adiestramiento suficiente, el recurso de la telequinesia, le es indispensable una cierta y determinada información sin la cual su plan para la incursión nocturna se irá, pura y simplemente, agua abajo. Por eso lanza la pregunta, mientras, como si estuviese distraído, mueve con la cuchara el resto del café que quedó en el fondo de la taza, Sabes a qué profundidad se encuentra la excavación, Por qué quiere saberlo, Simple curiosidad, nada más, Marcial no ha hablado de eso. Cipriano Algor disimuló lo mejor que pudo la contrariedad y dijo que iba a dormir una siesta. Pasó la tarde toda en su habitación, y sólo salió cuando la hija lo llamó para cenar, ya Marcial estaba sentado a la mesa. Hasta el final de la cena, tal como sucedió en el almuerzo, no se habló de la excavación, fue sólo cuando Marta sugirió al marido, Deberías dormir hasta la hora de bajar, vas a pasar la noche en claro, y él respondió, Es demasiado temprano, no tengo sueño, cuando Cipriano Algor, aprovechando la inesperada relajación, repitió su pregunta, A qué profundidad está esa excavación, Por qué quiere saberlo, Para tener una idea, por mera curiosidad. Marcial dudó antes de responder, pero le pareció que la información no debería formar parte del grupo de las estrictamente confidenciales, El acceso es por el piso cero-cinco, dijo por fin, Pensé que las excavadoras estaban trabajando mucho más profundo, En todo caso son quince o veinte metros bajo tierra, dijo Marcial, Tienes razón, es una buena profundidad. No se volvió a hablar del asunto. Marcial no dio la impresión de quedarse contrariado por la breve conversación, al contrario, se diría que hasta algo le alivió el haber podido, sin entrar en materias peligrosas y reservadas, hablar un poco de una cuestión que lo viene preocupando como fácilmente se nota. Marcial no es más medroso que el común de las personas, pero no le agrada nada la perspectiva de pasar cuatro horas metido en un agujero, en absoluto silencio, sabiendo lo que tiene detrás. No hemos sido entrenados para una situación de éstas, le dijo uno de sus colegas, ojalá los especialistas de quienes habló el comandante se presenten rápidamente para que seamos retirados de este servicio, Tuviste miedo, preguntó Marcial, Miedo, lo que se llama miedo, tal vez no, pero te aviso que vas a sentir, en cada momento, como si alguien detrás de ti fuera a ponerte una mano en el hombro, No sería lo peor que podría suceder, Depende de la mano, si quieres que te hable con toda franqueza, son cuatro horas luchando contra un deseo loco de huir, de escapar, de desaparecer de allí, Hombre prevenido vale por dos, así ya sé lo que me espera, No lo sabes, sólo lo imaginas, y mal, corrigió el colega. Ahora es la una y media de la madrugada, Marcial está despidiéndose de Marta con un beso, ella le pide, No te entretengas cuando acabes el turno, Vendré corriendo, mañana te lo cuento todo, lo prometo. Marta lo acompañó a la puerta, se besaron una vez más, después volvió adentro, ordenó primero algunas cosas, y luego se acostó. No tenía sueño. Se decía a sí misma que no había motivo de preocupación, que ya otros guardas estuvieron de centinelas y no aconteció nada, cuántas veces sucede que se arman por un quítame allá esas pajas misterios terribles, como si fuesen auténticas serpientes de siete cabezas, y cuando se miran de cerca no son más que humo, viento, ilusión, voluntad de creer en lo increíble. Los minutos pasaban, el sueño andaba lejos, Marta se acababa de decir a sí misma que haría mejor encendiendo la luz y poniéndose a leer un libro, cuando le pareció oír que se abría la puerta del dormitorio del padre. Como él no tenía hábito de levantarse durante la noche, aguzó el oído, probablemente iría al cuarto de baño, sin embargo, los pasos, poco a poco, comenzaron a sonar cautelosos pero perceptibles, en la pequeña sala de la entrada. Quizá vaya a la cocina a beber agua, pensó. El ruido inconfundible de una cerradura hizo que se levantara rápidamente. Se puso la bata a toda prisa y salió. El padre tenía la mano en el tirador de la puerta. Adonde va a estas horas, preguntó Marta, Por ahí, dijo Cipriano Algor, Tiene derecho a ir a donde quiera, es mayor y está vacunado, pero no puede irse sin decir ni una palabra, como si no hubiese nadie más en casa, No me hagas perder tiempo, Por qué, tiene miedo de llegar después de las seis, preguntó Marta, Si ya sabes adonde quiero ir, no necesitas más explicaciones, Al menos piense que le puede crear problemas a su yerno, Como tú misma has dicho, soy mayor y estoy vacunado, Marcial no puede ser responsabilizado por mis actos, Quizá sus patrones sean de otra opinión, Nadie me verá, y en caso de que aparezca alguien echándome atrás, le digo que padezco sonambulismo, Sus gracias están fuera de lugar en este momento, Entonces hablaré en serio, Espero que sea así, Está pasando algo ahí abajo que necesito saber, Haya lo que haya no podrá permanecer en secreto toda la vida, Marcial me ha dicho que nos lo contaría todo cuando volviera del turno, Muy bien, pero a mí una descripción no me basta, quiero ver con mis propios ojos, Siendo así, vaya, vaya, y no me atormente más, dijo Marta, ya llorando. El padre se aproximó a ella, le pasó un brazo por los hombros, la abrazó, Por favor, no llores, dijo, lo malo de todo esto, sabes, es que ya no somos los mismos desde que nos mudamos aquí. Le dio un beso, después salió cerrando la puerta con cuidado. Marta fue a buscar una manta y un libro, se sentó en uno de los sillones de la sala, se cubrió las rodillas. No sabía cuánto tiempo iba a durar la espera.

El plan de Cipriano Algor no podía ser más simple. Se trataba de bajar en un montacargas hasta el piso cero-cinco y a partir de ahí entregarse a la suerte y a la casualidad. Con muchas menos armas se han ganado batallas, pensó. Y con muchas más se han perdido, añadió por escrúpulo de imparcialidad. Había observado que los montacargas, probablemente por el hecho de que se destinaban casi exclusivamente para el transporte de materiales, no estaban provistos de cámara de vídeo, por lo menos que se vieran, y si alguna hubiese, de ésas minúsculas y camufladas, lo más seguro sería que la atención de los vigilantes de la central se encontrara fijada en los accesos exteriores y en los pisos comerciales y de atracciones. De estar equivocado no tardaría en saberlo. En primer lugar, suponiendo que los pisos de viviendas sobre el nivel del suelo formaran un bloque con los diez pisos subterráneos, le convenía usar el montacargas más cercano a la fachada interior para no tener que perder tiempo buscando un camino entre los mil contenedores de todo tipo y tamaño que imaginaba guardados en los sótanos, en particular en el tal piso cero-cinco que le interesaba. No se quedó demasiado sorprendido cuando se encontró con un espacio amplio, abierto, despejado de mercancías, que obviamente se destinaba a facilitar el acceso al lugar de la excavación. Un paño de pared maestra, entre dos pilares, había sido demolido, por allí se entraba. Cipriano Algor miró el reloj, eran las dos y cuarenta y cinco minutos, pese a ser reducida, la iluminación permanente del piso subterráneo no dejaba distinguir si alguna luz en el interior de la excavación amortiguaba la negritud de la bocacha que lo iba a engullir. Debería haber traído una linterna, pensó. Entonces recordó que un día había leído que la mejor manera de acceder a un lugar a oscuras, si se quiere ver inmediatamente lo de dentro, es cerrar los ojos antes de entrar y abrirlos después. Sí, pensó, es eso lo que tengo que hacer, cierro los ojos y me caigo por ahí abajo, hasta el centro de la tierra. No se cayó. Casi a ras de suelo, a su izquierda, había una luminosidad tenue que no tardó en concretarse, pasos andados, en una hilera de bombillas dispuestas a todo lo largo. Iluminaban una rampa de tierra que formaba al fondo un rellano desde donde nacía otro declive. Tan espeso, tan denso era el silencio que Cipriano Algor podía oír el batir de su propio corazón. Vamos allá, pensó, Marcial se va a llevar el mayor susto de su vida. Comenzó a bajar la rampa, llegó al rellano, bajó la rampa siguiente, un rellano más, ahí paró. Ante él, dos focos colocados a un extremo y a otro, de manera que la luz no diera de lleno en el interior, mostraban la forma oblonga de la entrada de una gruta. En un terraplén a la derecha había dos pequeñas excavadoras. Marcial estaba sentado en un escabel, a su lado una mesa y sobre ella una linterna. Todavía no había visto al suegro. Cipriano Algor salió de la media penumbra del último rellano y dijo en voz alta, No te asustes, soy yo. Marcial se levantó precipitadamente, quiso hablar pero la garganta no dio paso a las palabras, no era para menos, que tire la primera piedra quien crea que diría con toda la calma del mundo, Hola, usted por aquí. Sólo cuando el suegro se encontraba ante él, Marcial, aunque costándole, consiguió articular, Qué hace aquí, cómo se le ha ocurrido la estúpida idea de venir, sin embargo, al contrario de lo que mandaría la lógica, no había enfado en la voz, lo que se notaba, aparte del alivio natural de quien finalmente no está siendo amenazado por una aparición nefasta, era una especie de satisfacción vergonzosa, algo así como un emocionado sentimiento de gratitud que tal vez algún día acabe confesándose. Qué hace aquí, repitió, Vine a ver, dijo Cipriano Algor, Y no se le ha ocurrido pensar en los problemas que me caerán encima si se llega a saber, no piensa que esto puede costarme el empleo, Dirás que tu suegro es un redomado idiota, un irresponsable que debería estar internado en un manicomio, enfundado en una camisa de fuerza, Ganaría mucho con esas explicaciones, no hay duda. Cipriano Algor volvió los ojos hacia la cavidad y preguntó, Viste lo que hay ahí dentro, Lo he visto, respondió Marcial, Qué es, Compruébelo usted mismo, aquí tiene una linterna, si quiere, Vienes conmigo, No, yo también he ido solo, Hay algún camino trazado, algún paso, No, tiene que ir siempre por la izquierda y no perder el contacto con la pared, al fondo encontrará lo que busca. Cipriano Algor encendió la linterna y entró. Me olvidé de cerrar los ojos, pensó. La luz indirecta de los focos todavía permitía ver unos tres o cuatro metros de suelo, el resto era negro como el interior de un cuerpo. Había un declive no muy pronunciado, pero irregular. Cautelosamente, rozando la pared con la mano izquierda, Cipriano Algor comenzó a bajar. A cierta altura le pareció que a su derecha había algo que podría ser una plataforma y un muro. Se dijo a sí mismo que cuando volviera averiguaría de qué se trataba, Probablemente es una obra para retener las tierras, y siguió bajando. Tenía la impresión de que había andado mucho, tal vez unos treinta o cuarenta metros. Miró atrás, hacia la boca de la gruta. Recortada contra la luz de los focos, parecía realmente distante, No anduve tanto, pensó, lo que pasa es que estoy desorientándome. Percibía que el pánico comenzaba, insidiosamente, a rasparle los nervios, tan valiente que se imaginara, tan superior a Marcial, y ahora estaba casi a punto de volverse de espaldas y correr a trompicones pendiente arriba. Se apoyó en la roca, respiró hondo, Aunque tenga que morir aquí, dijo, y recomenzó a andar. De repente, como si hubiese girado sobre sí misma en ángulo recto, la pared se presentó ante él. Había alcanzado el final de la gruta. Bajó el foco de la linterna para cerciorarse de la firmeza del suelo, dio dos pasos e iba a la mitad del tercero cuando la rodilla derecha chocó con algo duro que le hizo soltar un gemido. Con el choque la luz osciló, ante sus ojos surgió, durante un instante, lo que parecía un banco de piedra, y luego, en el instante siguiente, alineados, unos bultos mal definidos aparecieron y desaparecieron. Un violento temblor sacudió los miembros de Cipriano Algor, su coraje flaqueó como una cuerda a la que se le estuvieran rompiendo los últimos hilos, pero en su interior oyó un grito que lo obligaba, Recuerda, aunque tengas que morir. La luz trémula de la linterna barrió despacio la piedra blanca, tocó levemente unos paños oscuros, subió, y era un cuerpo humano sentado lo que allí estaba. A su lado, cubiertos con los mismos paños oscuros, otros cinco cuerpos igualmente sentados, erectos todos como si un espigón de hierro les hubiese entrado por el cráneo y los mantuviese atornillados a la piedra. La pared lisa del fondo de la gruta estaba a diez palmos de las órbitas hundidas, donde los globos oculares habrían sido reducidos a un grano de polvo. Qué es esto, murmuró Cipriano Algor, qué pesadilla es ésta, quiénes eran estas personas. Se aproximó más, pasó lentamente el foco de la linterna sobre las cabezas oscuras y resecas, éste es hombre, ésta es mujer, otro hombre, otra mujer, y otro más, y otra mujer, tres hombres y tres mujeres, vio restos de ataduras que parecían haber servido para inmovilizarles los cuellos, después bajó el foco de la linterna, ataduras iguales les prendían las piernas. Entonces, despacio, muy despacio, como una luz que no tuviera prisa en aparecer, aunque llegaba para mostrar la verdad de las cosas hasta en sus más oscuros y recónditos escondrijos, Cipriano Algor se vio entrando otra vez en el horno de la alfarería, vio el banco de piedra que los albañiles dejaron abandonado y se sentó en él, y otra vez escuchó la voz de Marcial, ahora con palabras diferentes, llaman y vuelven a llamar, inquietas, desde lejos, Padre, me oye, respóndame, la voz retumba en el interior de la gruta, los ecos van de pared a pared, se multiplican, si Marcial no se calla un minuto no será posible que oigamos la voz de Cipriano Algor diciendo, distante, como si ella misma fuese también un eco, Estoy bien, no te preocupes, no tardo. El miedo había desaparecido. La luz de la linterna acarició una vez más los míseros rostros, las manos sólo piel y hueso cruzadas sobre las piernas, y, más aún, guió la propia mano de Cipriano Algor cuando tocó, con respeto que sería religioso si no fuese humano simplemente, la frente seca de la primera mujer. Ya nada le retenía allí, Cipriano Algor había comprendido. Como el camino circular de un calvario, que siempre encuentra un calvario delante, la subida fue lenta y dolorosa. Marcial bajó a su encuentro, alargó la mano para ayudarlo, al salir de la oscuridad hacia la luz venían abrazados y no sabían desde cuándo. Exhausto de fuerzas, Cipriano Algor se dejó caer en el escabel, inclinó la cabeza sobre la mesa y, sin ruido, apenas se notaba el estremecimiento de los hombros, comenzó a llorar. No se contenga, padre, yo también he llorado, dijo Marcial. Poco después, más o menos recompuesto de la emoción, Cipriano Algor miró al yerno en silenció, como si en aquel momento no tuviera una manera mejor de decirle que lo estimaba, después preguntó, Sabes qué es aquello, Sí, leí algo hace tiempo, respondió Marcial, Y también sabes que lo que está ahí, siendo lo que es, no tiene realidad, no puede ser real, Lo sé, Y con todo yo he tocado con esta mano la frente de una de esas mujeres, no ha sido una ilusión, no ha sido un sueño, si volviese ahora encontraría los mismos tres hombres y las mismas tres mujeres, las mismas cuerdas atándolos, el mismo banco de piedra, la misma pared ante ellos, Si no son los otros, puesto que no existieron, quiénes son éstos, preguntó Marcial, No sé, pero después de verlos pienso que tal vez lo que realmente no exista sea eso a lo que damos el nombre de no existencia. Cipriano Algor se levantó lentamente, las piernas todavía le temblaban, pero, en general, las fuerzas del cuerpo habían regresado. Dijo, Cuando bajaba tuve la sensación de ver algo que podría ser un muro y una plataforma, si pudieras mudar la orientación de uno de esos focos, no necesitó terminar la frase, Marcial ya estaba girando una rueda, accionando una manilla, y luego la luz se extendió suelo adentro hasta chocar con la base de un muro que atravesaba la gruta de lado a lado, pero sin llegar a las paredes. No había ninguna plataforma, sólo un paso a lo largo del muro. Falta una cosa, murmuró Cipriano Algor. Avanzó algunos pasos y de repente se detuvo, Aquí está, dijo. En el suelo se veía una gran mancha negra, la tierra estaba requemada en ese lugar, como si durante mucho tiempo allí hubiera ardido una hoguera. No merece la pena seguir preguntando si existieron o no, dijo Cipriano Algor, las pruebas están aquí, cada cual sacará las conclusiones que crea justas, yo ya tengo las mías. El foco volvió a su sitio, la oscuridad también, después Cipriano Algor preguntó, Quieres que me quede haciéndote compañía, No, gracias, dijo Marcial, vuelva a casa, Marta debe de estar angustiada, pensando lo peor, Entonces, hasta luego, Hasta luego, padre, hizo una pausa, y luego, con una sonrisa medio constreñida, como de un adolescente que se retrae en el mismo instante en que se entrega, añadió, Gracias por haber venido.

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