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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

La cicatriz (51 page)

BOOK: La cicatriz
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La posibilidad de que la carta
(con el sello de la ciudad, con la autoridad de su procurador)
valga la recompensa.

Firman en pie aquel acuerdo secreto. Tanner lacra la carta larga con el sello. Introduce el collar de Silas Fennec
(¿Y quién es?, vuelve a surgir la pregunta)
en la caja y la cubre con las dos cartas plegadas. Cierra la tapa y a continuación vierte más lacre sobre la cerradura. Aprieta el sello de su antigua ciudad contra él mientras se seca y cuando lo aparta esta mirando un lustroso bajorrelieve con el sello heráldico de Nueva Crobuzón en miniatura.

Guarda la caja dentro de la bolsa de cuero y Sengka la coge y la guarda en su cofre.

Se miran un momento.

—No me extenderé sobre lo que le espera si me traiciona —dice Sengka. Es una amenaza absurda: los dos saben que nunca volverán a verse.

Tanner ladea la cabeza.

—Mi capitán —dice con lentitud—. Ella no puede enterarse —le duele decirlo y debe recordarse con fervor el contenido de la carta, las razones para aquel secreto. Mantiene la mirada fija en la del capitán, no revela nada de cuanto hay en su interior. El capitán no lo atormenta con sonrisas o guiños de complicidad, se limita a asentir.

—¿Está seguro? —dice Sengka.

Tanner Sack asiente. Se encuentra en cubierta, a proa, mirando a su alrededor con aspecto nervioso, temiendo la aparición del ruido de las alas. El capitán está completamente fascinado por la negativa de Tanner a aceptar comida, vino o dinero. La misteriosa misión de aquel hombre lo intriga.

—Gracias, capitán —dice Tanner y le estrecha la mano desnuda de espinas.

El capitán Sengka se inclina hacia delante para observar cómo salta Tanner por la borda. Esboza una media sonrisa, siente una intensa calidez hacia el valiente y pequeño humano que lo ha visitado. Se queda algún tiempo en la cubierta, contemplando las ondas que Tanner ha dejado tras de sí. Y cuando las olas se las han tragado, levanta la mirada hacia la oscuridad, sin sentir la menor preocupación por el ruido de las hembras anophelii, que no harán más que dar vueltas a su alrededor, olisqueando con ansiedad, sin encontrar sangre.

Piensa en lo que va a decirle a los oficiales, las nuevas órdenes que les dará por la mañana, cuando los armadanos se hayan ido. Se pregunta cómo van a reaccionar. Estarán horrorizados. Intrigados.

Tanner Sack está nadando despacio hacia la hendidura de los acantilados. Piensa en la terrible escalada que lo espera y practica en su mente el movimiento de saltar desde la roca por si aparecen las mujeres mosquito.

No está contento. No sirve de nada pensar que era necesario.

De repente desearía que el mar hiciera lo que los poetas y pintores prometen, limpiarlo todo para que uno pueda volver a empezar. El agua lo atraviesa como si estuviera vacío y cierra los ojos mientras se mueve e imagina que lo está limpiando por dentro.

El puño de Tanner se cierra con fuerza alrededor del feo sello de la ciudad. Ojalá las olas pudiesen llevarse el recuerdo, pero se aferra a él tanto como sus entrañas.

Se detiene de repente en mitad del mar, quince metros bajo la superficie y flota como un condenado en las negras aguas.
Éste es mi hogar
, se dice, pero eso no lo consuela. Siente una cólera en su interior, una cólera que controla, que es tanto tristeza como cólera, y también soledad. Piensa en Shekel y en Angevine (como ha hecho docenas de veces).

Extiende los brazos deliberadamente y abre la mano y el pesado anillo de Nueva Crobuzón se hunde inmediatamente.

Es tal la oscuridad que la palidez de su tez es más recuerdo que visión. Sólo puede imaginarse al anillo cayendo de su mano. Sumergiéndose. Hundiéndose durante mucho tiempo. Yendo a posarse al fin sobre una protuberancia de roca o algún resto de motor perdido. Enhebrándose acaso por azar en una hebra de alga, un dedo de coral… un maridaje inconsciente, contingente.

Y luego, luego. Arrastrado hasta las profundidades por el incesante movimiento de las aguas. No tragado como a él le gustaría imaginárselo, no perdido para siempre. Reconstituido. Hasta que un día, años o siglos más tarde, vuelva a emerger a la superficie, arrastrado por algún trastorno submarino. Disminuido acaso por las implacables corrientes. E incluso si la acción de la sal y el agua ha sido absoluta, si el anillo ha sido disuelto, sus átomos se alzarán hacia la luz y se fundirán con Playa Maquinaria.

El mar no olvida nada, no perdona nada, digan lo que digan
, piensa Tanner.

Debería seguir nadando y pronto lo hará, regresará y trepará y volverá a entrar empapado en la aldea mosquito, se arrastrará
(sacudiendo los tentáculos como si fueran matamoscas)
hasta la puerta y Bellis lo dejará pasar
(sabe que lo estará esperando)
y el trabajo estará hecho y la ciudad
(la antigua ciudad, su primera ciudad)
, quizá, estará a salvo. Pero ahora mismo no puede moverse.

Está pensando en todas las cosas que todavía le quedan por hacer. Todas las demás cosas que, según le han contado, están ahí, en el agua. Los barcos fantasma, los barcos fundidos, las islas de basalto. Las llanuras con los esqueletos de ballena, donde el agua es gris y sólida y donde el mar ha muerto. Lugares donde el mar hierve. El país de los gessin. Las tormentas de vapor. La Cicatriz. Está pensando en el anillo, debajo de él, oculto entre las algas.

Está todo allí
, piensa.

No hay redención en el mar.

Sexto interludio
En otro lugar

Las ballenas han muerto. Sin aquellas vastas y estúpidas guías resulta más difícil seguir adelante.

Hermanos, ¿hemos perdido el rastro? Hay muchas posibilidades
.

Una vez más no son sino un aquelarre de cuerpos oscuros sobre el lecho del mar Se deslizan por aguas tan calientes como la sangre.

A su alrededor, las salinas están ansiosas. A kilómetros de distancia, miles de metros bajo las olas, algo está agitando la corteza del mundo.

¿Lo sentís?

Entre los millones de partículas minerales que arrastran las aguas hay algunas de inusual fuerza: pedernal astillado (fragmentos y polvo), pequeñas gotas de petróleo y el intenso y sobrenatural residuo de la leche de roca.

¿Qué están haciendo?

¿Qué están haciendo?

El sabor del mar en aquel lugar no les es desconocido. Los cazadores conocen ese limo, es la saliva del mundo. Rezuma
(lo recuerdan)
por las bocas desgarradas abiertas por las plataformas que absorben lo que encuentran, donde los hombres visten ineficaces pieles de cuero y cristal junto a plintos de metal y miran a su alrededor y no es difícil secuestrarlos e interrogarlos y matarlos.

La ciudad flotante está perforando
.

Las corrientes son un laberinto, un pantano de flujos en pugna que disipan las impurezas formando enrevesadas cadenas, rastros de aromas sin sentido, pequeñas bolsas de polvos diferentes.

Resultan difíciles de seguir.

Las ballenas han muerto.

¿Y qué hay de otros? Los delfines
(testarudos)
o los manatíes
(lentos y demasiado estúpidos)
o…

No hay nadie. Estamos solos
.

Hay otros, por supuesto, a quienes podrían convocar desde las profundidades, pero no son rastreadores. Su trabajo es muy diferente.

Están solos, pero siguen pudiendo cazar. Con una paciencia implacable (que no casa bien con aquel lugar caluroso y apresurado) continúan buscando, internándose entre la maraña de sabor, polución y rumor, encontrando un camino y siguiéndolo.

Están mucho más cerca de su presa de lo que estaban antes.

Pero a pesar de ello, aquellas aguas cálidas son difíciles, pegajosas y molestas y los desorientan. Los cazadores avanzan en círculos, en pos de rastros fantasmales, mentiras e ilusiones. No terminan, no terminan de encontrar el rastro.

Quinta Parte
Tormentas
27

Muelles 9 de Solero de 1780/ Dimarkin 9 del Cuarto de Halconeras 6/ 317.

Vuelve a hablar conmigo.

Uther Doul ha decidido que vamos a ser… ¿el qué? ¿Amigos? ¿Compañeros? ¿Compañeros de tertulia?

Desde que nos marchamos de la isla, ha reinado un gran bullicio entre la tripulación, mientras que el resto de nosotros ha estado sentado y ha observado y esperado. Estoy como entumecida. Desde que Tanner Sack regresó anoche —mojado y manchado de sal y aterrado por los pocos momentos que tuvo que pasar a cielo abierto— he sido incapaz de calmarme. Me siento en mi silla y pienso en la preciosa carta, el tosco y feo collar de latón —una prueba de un valor incalculable— y el largo viaje que los espera. Tanner Sack me ha dicho que Sengka ha accedido a llevarlo. Es una travesía ardua y larga. Confío en que no cambie de idea. Espero que la recompensa ofrecida por Silas sea suficiente.

Tanner Sack y yo nos evitamos. Pasamos el uno al lado del otro mientras caminamos por la lujosa góndola del
Tridente
y estamos tensos de culpa. No lo conozco y él no me conoce a mí: es lo que hemos acordado.

Paso las horas observando a Krüach Aum.

Resulta asombroso verlo. Es conmovedor.

Está temblando de fascinación y excitación. Tiene los ojos muy abiertos y su arrugada boca-esfínter se dilata y se contrae con su respiración. Se mueve —no es que corra pero si esa es su forma de caminar, resulta bastante poco digna y un poco frenética— de ventana a ventana, observa los motores de la nave, se pasea por la cabina de control del piloto, a proa, por los baños, los camastros y sube hasta la gran catedral de los globos.

No puede comunicarse con nadie más que conmigo y yo esperaba que solicitase mis servicios. Pero no, no tengo nada que hacer. Le basta con mirar. No tengo más que sentarme y observarlo mientras pasa trotando a mi lado como un niño.

Ha pasado toda su vida en esa roca. Está extasiado con lo que está ocurriendo a su alrededor.

Doul se me acercó. Como antes (la primera vez) se sentó frente a mí, con los brazos cruzados y los ojos impasibles. Habló con su preciosa voz.

En esta ocasión me sentía paralizada por el terror —como si él pudiera ver lo que Tanner Sack y yo habíamos hecho— pero fui capaz de mirarlo con la calma que esperaría de mí.

Sigo convencida de que nos entendemos el uno al otro, Doul y yo. Esto es lo que se esconde bajo la conexión que siento y me he acostumbrado a esa idea. Él se da cuenta (estoy segura) de que tengo que esforzarme por controlar el miedo que me inspira y me respeta por no demostrar nerviosismo frente al legendario Uther Doul…

Por supuesto, lo que me pone nerviosa es la posibilidad de que descubra que soy una traidora. Pero eso no se le ocurre.

Observamos a Aum sin decir nada durante un buen rato. Finalmente, Doul terminó por hablar (nunca soy yo la que rompe el silencio).

—Ahora que lo tenemos —dijo— no se me ocurre nada que pudiera detener la invocación. Armada entrará muy pronto en una nueva era.

—¿Y qué hay de los paseos a los que no les gusta la idea? —dije.

—Desde luego, hay algunos que están preocupados —dijo—. Pero imagíneselo. En la actualidad la ciudad se arrastra. Con el avanc a nuestra disposición, si logramos enjaezar a una bestia como ésa, no hay nada que no pudiéramos hacer. Podríamos cruzar el mundo en una fracción del tiempo que nos lleva ahora —hizo una pausa y sus ojos se movieron un instante—. Podríamos ir a lugares que ahora mismo nos están vedados —dijo, en voz cada vez más baja.

Allí estaba de nuevo, una insinuación sobre algún motivo desconocido.

Silas y yo sólo hemos descubierto la mitad de la historia. El proyecto no termina con la invocación del avanc. Después de haber llegado a creer que había desvelado los secretos de Armada, no me gusta esta sensación de ignorancia. No me gusta nada.

—¿Las tierras de los muertos, por un casual? —dije lentamente—. ¿Querrían ir al mundo de las sombras y regresar?

Lo dije con tono frívolo, citando los rumores que corrían sobre él. Para obligarlo a corregirme. Quiero conocer la verdad sobre el proyecto y quiero conocer la verdad sobre él.

Doul me ha asombrado entonces. Había esperado alguna insinuación elíptica, alguna pista vaga sobre su origen. Me ha dado mucho más que eso.

Debe de ser parte de su propio proyecto. La creación de un lazo de alguna clase entre nosotros (todavía no sé de qué clase) pero, por alguna razón, me ha dado mucho más.

—Es una cadena de rumores —se inclinó hacia delante y habló en voz baja para asegurarse de que nuestra conversación era privada—. Cuando le dicen que provengo del mundo de los muertos, se encuentra usted al extremo de una cadena de rumores. Cada eslabón tiene una conexión imperfecta con los que lo rodean y hay fugas de significado entre ellos.

Si éstas no fueron sus palabras exactas, se parecen mucho. Él habla así, con monólogos que parecen preparados. Mi silencio no era afectado: era el de una audiencia.

—En mi extremo de la cadena se encuentra la verdad —continuó. De repente, y para mi asombro, me cogió la mano y colocó dos de mis dedos sobre el lento pulso de su muñeca—. Yo nací después que usted. Más de tres milenios después de la Contumancia. ¿Me cree? No se vuelve del mundo de los muertos. —
Tic tic tic
latía su pulso, lánguido como el de una criatura de sangre fría.

Sé que son cuentos para niños
, pensé.
Sé que no eres ningún espectro. Y tú sabes que lo sé. ¿Es que quieres que te toque?

—No del mundo de los muertos —continuó—. Pero es cierto que vengo de un lugar en el que los muertos caminan. Nací y me crié en el Cromlech Alto.

Estuve a punto de proferir un grito. En todo caso, estoy segura de que mis ojos debieron de abrirse con un espasmo.

Si me hubieran preguntado hace seis meses, ni siquiera hubiera estado segura de que el Alto Cromlech existiera. Sólo lo conocía como un lugar medio imaginado en el que había fábricas de zombis y gobernaba una casta de aristócratas muertos. Un lugar en el que los necrófagos están hambrientos.

Entonces Silas me cuenta que ha estado allí, que ha
vivido
allí… y yo lo creo. Pero, sin embargo, sus visiones son más oníricas que precisas. Las visiones más nebulosas y austeras que uno pueda imaginar.

¿Y ahora conozco a una segunda persona que está familiarizada con el lugar? ¿Y no es un viajero esta vez, sino un nativo?

Me di cuenta de que estaba apretando con fuerza la arteria de la mano de Doul. Con delicadeza me separó los dedos de la muñeca.

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