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Authors: John Scalzi

La colonia perdida (12 page)

BOOK: La colonia perdida
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Una oleada de calor y polvo se extendió desde los restos calcinados de la colonia. Los rayos volvieron a apagarse. El espectáculo de luces en el cielo desapareció, dejando tras de sí humo y llamas. En la periferia de la destrucción, se veía una puntual erupción de llamas solitarias.

—¿Qué era eso? —preguntó Yoder.

—Creemos que algunos de los colonos estaban fuera la colonia cuando fue destruida —dije—. Así que los barrieron.

—Cristo —dijo Gutiérrez—. Con la colonia destruida, esa gente probablemente habría muerto de todas formas.

—Están dejando clara su opinión —dijo Jane.

Desconecté el vídeo. La sala quedó en completo silencio.

Trujillo señaló a mi PDA.

—¿Cómo conseguimos eso? —preguntó.

—¿El vídeo? —inquirí. Él asintió—. Al parecer, fue entregado en mano al Departamento de Estado de la UC y a todos los gobiernos no afiliados al Cónclave, por mensajeros del Cónclave mismo.

—¿Por qué hicieron eso? —dijo Trujillo—. ¿Por qué mostrarse cometiendo una…
atrocidad
como ésta?

—Para que no quede duda de que hablan en serio —contesté—. Esto me dice que no importa lo que pensemos de la Unión Colonial en este momento, no podemos permitirnos trabajar sobre la suposición de que el Cónclave actuará de manera razonable con nosotros. La UC les ha dado un pellizco en la nariz a esa gente, y no van a poder ignorarlo. Vendrán a buscarnos. No queremos darles la oportunidad de encontrarnos.

Mis palabras fueron recibidas con más silencio.

—¿Y ahora qué? —preguntó Marta Piro.

—Creo que tienen que votar —dije yo.

Trujillo alzó la cabeza, con una leve expresión de incredulidad en el rostro.

—Perdone —dijo—. Me ha parecido oírle decir que tendríamos que votar.

—El plan sobre la mesa ahora mismo es que el acabamos de mostrarles —dije yo—. El que nos han dado a Jane y a mí. A la luz de los hechos, creo que es el mejor plan que tenemos ahora mismo. Pero no va a funcionar si todos ustedes no están de acuerdo. Van a tener que volver con sus colonos y explicárselo. Van a tener que vendérselo. Si queremos que la colonia funcione, todo el mundo tiene que estar a una con esto. Empezando por ustedes.

Me levanté. Jane me siguió.

—Es algo que deben discutir en privado —dije—. Les esperaremos fuera.

Salimos.

—¿Algo va mal? —le pregunté a Jane mientras nos marchábamos.

—¿Me lo preguntas en serio? —replicó ella—. Estamos atrapados fuera del espacio conocido esperando a que el Cónclave nos encuentre y nos arrase, y me preguntas si algo va mal.

—Te estoy preguntando si algo va mal
contigo —
dije—. Le has saltado al cuello a todo el mundo ahí dentro. Estamos en una mala situación, pero tú y yo tenemos que permanecer concentrados. Y ser diplomáticos, si es posible.

—El diplomático eres tú.

—Bien. Pero no me estás ayudando.

Jane pareció contar hasta diez mentalmente. Y luego otra vez.

—Lo siento —dijo—. Tienes razón. Lo siento.

—Dime qué es lo que pasa.

—Ahora no. Más tarde. Cuando estemos solos.

—Estamos solos.

—Date la vuelta —dijo Jane. Lo hice. Savitri estaba allí. Me volví hacia Jane, pero ella se había apartado un momento.

—¿Todo bien? —preguntó Savitri, viendo cómo Jane se marchaba.

—Si lo supiera, te lo diría —respondí. Esperé una respuesta cortante por parte de Savitri. No se produjo, lo que en realidad decía aún más sobre cómo se sentía—. ¿Ha descubierto alguien ya nuestro problema con el planeta?

—Creo que no —dijo Savitri—. La mayoría de la gente es como tú… lo siento, y no saben qué aspecto tiene el planeta. Eso sí, tu ausencia se ha notado. La tuya y la de los representantes de las colonias. Pero nadie parece pensar que haya nada siniestro. Después de todo, tenéis que reuniros y hablar de la colonia. Sé que Kranjic te está buscando, pero creo que quiere unas declaraciones tuyas acerca de la celebración y el salto.

—Muy bien —dije.

—Cuando quieras decirme qué está pasando, puedes hacerlo —dijo Savitri. Empecé a replicarle, me mordí la lengua y me detuve cuando vi la expresión en sus ojos.

—Pronto, Savitri —dije—. Lo prometo. Tenemos que resolver un par de cosas.

—Muy bien, jefe —respondió Savitri. Se relajó un poquito.

—Hazme un favor. Localízame a Hickory y Dickory. Tengo que hablar de algo con ellos.

—¿Crees que saben algo de esto?

—Sé que saben algo de esto —dije—. Necesito averiguar cuánto saben. Diles que se reúnan conmigo en mi camarote más tarde.

—Muy bien —dijo Savitri—. Buscaré a Zoë. Siempre están a un radio de treinta metros de ella. Creo que están empezando a molestarla también a ella. Parece que ponen nervioso a su nuevo novio.

—¿El tal Enzo? —dije yo.

—Ése es. Buen chico.

—Cuando aterricemos, creo que les pediré a Hickory y Dickory que se lo lleven a dar un largo paseo.

—Creo que es interesante que en medio de una crisis todavía puedas pensar en formas de impedir que un chico se acerque a tu hija —dijo Savitri—. De un modo retorcido, es casi admirable.

Sonreí; Savitri me devolvió la sonrisa, como yo esperaba y pretendía.

—Hay que establecer prioridades —dije. Savitri puso los ojos en blanco y se marchó.

Unos cuantos minutos más tarde Jane regresó con dos tazas. Me tendió una.

—Té —dijo—. Una ofrenda de paz.

—Gracias —respondí, aceptándolo.

Jane señaló la puerta donde estaban los representantes de las colonias.

—¿Alguna noticia?

—Nada. Ni siquiera he estado escuchando.

—¿Tienes alguna idea de lo que vas a hacer si deciden que nuestro plan es una mierda?

—Me alegra que lo preguntes. Porque en ese caso no tendré ni la menor idea de qué hacer.

—Pensando con antelación, ya veo —dijo ella, y sorbió su té.

—No me metas bulla —dije—. Eso es cosa de Savitri.

—Mira. Ahí viene Kranjic —dijo Jane, señalando pasillo abajo, donde había aparecido el periodista, con Beata detrás como siempre—. Si quieres, puedo cargármelo por ti.

—Pero eso dejaría a Beata viuda.

—No creo que le importe.

—Lo dejaremos vivir por ahora —dije.

—Perry, Sagan —dijo Kranjic—, miren, sé que no soy su persona favorita, ¿pero creen que podrían hacer un par de declaraciones sobre el salto para mí? Haré que queden bien.

La puerta de la sala de conferencias se abrió y Trujillo se asomó a ella.

—Espere, Jann —le dije a Kranjic—. Tendré algo para usted dentro de un minuto.

Jane y yo regresamos a la sala de conferencias; oí a Kranjic suspirar con fuerza antes de que cerráramos la puerta.

Me volví hacia los representantes de las colonias.

—¿Y bien? —pregunté.

—No hubo mucho que discutir —dijo Trujillo—. Hemos decidido que por ahora, al menos, deberíamos hacer lo que sugirió la Unión Colonial.

—Vale, bien —dije—. Gracias.

—Lo que queremos saber es qué deberíamos decirle a nuestra gente —dijo Trujillo.

—Díganles la verdad —dijo Jane—. Toda.

—Se estaban quejando ustedes de cómo nos ha engañado la Unión Colonial —le dije a Trujillo—. No sigamos por el mismo camino.

—Quieren que se lo digamos todo.

—Todo —dije yo—. Espere.

Abrí la puerta y llamé a Kranjic. Beata y él entraron en la sala.

—Empiecen con él —dije, señalando a Kranjic.

Todos lo miraron.

—Bueno —dijo Kranjic—. ¿Qué pasa?

* * *

—La tripulación de la
Magallanes
serán los últimos en bajar —le dije a Jane. Yo acababa de volver de una reunión de logística con Zane y Stross; Jane y Savitri habían estado ocupadas reevaluando las prioridades del equipo de la colonia de acuerdo con nuestra nueva situación. Pero por el momento, estábamos sólo yo, Jane y
Babar,
quien como perro se mostraba felizmente resistente al estrés que le rodeaba—. Después de que bajen, Stross programará la
Magallanes
para que se lance contra el sol. No quedará ni rastro de nosotros.

—¿Qué le pasará a Stross? —dijo Jane. No me miraba: estaba sentada ante la mesa del camarote, escribiendo.

—Dijo que iba a «dar una vuelta por ahí» —contesté. Jane alzó la cabeza, intrigada. Me encogí de hombros—. Está adaptado a la vida en el espacio. Es lo que ha estado haciendo. Dijo que su investigación para el doctorado le mantendría ocupado hasta que alguien viniera a recogerlo.

—Piensa que alguien va a venir por él. Eso sí que es optimismo.

—Está bien que alguien sea optimista —dije yo—. Aunque desde luego Stross no me parece que dé el tipo como pesimista.

—Sí —dijo ella. Su escritura cambió de ritmo—. ¿Qué hay de los obin?

—Oh, bueno —dije, recordando mi anterior conversación con Hickory y Dickory—.
Eso.
Parece que los dos lo saben todo sobre el Cónclave, pero tenían prohibido compartir la información porque nosotros no sabíamos nada. Básicamente, como cierta esposa mía que podría nombrar.

—No voy a pedir disculpas por eso —dijo Jane—. Era parte del trato que hice para estar contigo y con Zoë. En su momento, me pareció justo.

—No te estoy pidiendo que te disculpes —dije, lo más amablemente que pude—. Es que me siento frustrado. Por lo que he leído en los archivos que nos dio Stross, este Cónclave tiene centenares de razas. Que yo sepa, es la organización más grande en la historia del universo. Existe desde hace décadas, desde que yo estaba en la Tierra. Y resulta que es ahora cuando me entero de su existencia. No sé cómo es posible.

—No tenías por qué saberlo.

—Es algo que abarca todo nuestro espacio conocido. No puedes ocultar una cosa así.

—Claro que puedes —dijo Jane, y dejó de teclear de repente—. La Unión Colonial lo hace constantemente. Piensa en cómo se comunican las colonias. No pueden hablar unas con otras directamente: hay demasiado espacio entre ellas. Tienen que compilar su información y enviarla en naves espaciales de una colonia a otra. La Unión Colonial controla todo el viaje estelar de la raza humana. Toda la información se atasca en la Unión Colonial. Cuando controlas la comunicación, puedes ocultar todo lo que quieras.

—No creo que eso sea realmente cierto —dije—. Tarde o temprano, todo se filtra. Allá en la Tierra…

Jane bufó.

—¿Qué? —pregunté.

—Tú —dijo—. «Allá en la Tierra.» Si algún lugar del espacio humano puede ser descrito como profundamente ignorante, es la Tierra —hizo un gesto con la mano, abarcando la habitación—. ¿De cuántas de estas cosas tenías noticia, allá en la Tierra? Ni siquiera sabías cómo iban a hacer posible que combatieras. La Unión Colonial mantiene a la Tierra
aislada,
John. Ninguna comunicación con el resto de los mundos humanos. Ninguna información en ningún sentido. La Unión Colonial no sólo oculta el resto del universo a la Tierra. Oculta la Tierra al resto del universo.

—Es el hogar de la humanidad —dije—. Es normal que la UC prefiera que no llame la atención.

—Venga ya, joder —dijo Jane, verdaderamente irritada—. No puedes ser tan estúpido como para creer eso. La UC no oculta la Tierra porque tenga ningún
valor sentimental.
Lo hace porque es un
recurso.
Es la fábrica que escupe un interminable suministro de colonos y soldados, ninguno de los cuales tiene la menor idea de lo que pasa
aquí.
Porque a la Unión Colonial no le interesa que lo sepan. Por eso no saben nada.

no lo sabías. Eras tan ignorante como el resto. Así que no me digas que no se pueden ocultar cosas. Lo sorprendente no es que la Unión Colonial os ocultara lo del Cónclave. Lo sorprendente es que os esté hablando del tema.

Jane volvió a teclear durante un momento y luego dio un fuerte manotazo contra la mesa.

—¡Mierda! —dijo. Se llevó las manos a la cabeza y se quedó allí sentada, claramente furiosa.

—Quiero saber qué es lo que te pasa.

—No eres tú —dijo—. No estoy furiosa contigo.

—Me alegro de oírlo. Aunque desde que me has llamado ignorante y estúpido, es comprensible que tenga dudas.

Jane extendió una mano hacia mí.

—Ven aquí —dijo.

Me acerqué a la mesa. Ella puso mi mano sobre la superficie.

—Quiero que hagas algo por mí. Quiero que golpees la mesa tan fuerte como puedas.

—¿Por qué? —dije.

—Por favor. Hazlo.

La mesa era de fibra de carbono estándar con el barniz de la madera prensada: barata, duradera y difícilmente rompible. Cerré el puño y golpeé con fuerza. Sonó apagado, y el antebrazo me dolió un poco por el impacto. La mesa se sacudió un poco, pero nada más. Desde la cama,
Babar
miró para ver qué idiotez estaba haciendo.

—Ay —dije.

—Es tan fuerte como tú —dijo Jane, sin ninguna inflexión en la voz.

—Supongo —respondí. Me aparté de la mesa, frotándome el brazo—. Tú estás en mejor forma que yo. Puede que seas un poco más fuerte.

—Sí —dijo Jane, y todavía sentada golpeó la mesa con la mano. La mesa se rompió con un crujido como un disparo de rifle. Media superficie se desprendió y salió girando, haciendo una muesca en la puerta.
Babar
gimió y retrocedió en la cama.

Miré boquiabierto a mi esposa, quien contemplaba impasible lo que quedaba de la mesa.

—Ese hijo de puta de Szilard —dijo, invocando el nombre del jefe de las Fuerzas Especiales—. Sabía lo que habían planeado para nosotros. Stross es uno de los suyos. Así que tenía que saberlo. Sabía contra qué nos enfrentaríamos. Y decidió darme un cuerpo de las Fuerzas Especiales, lo quisiera yo o no.

—¿Cómo? —pregunté.

—Almorzamos —dijo Jane—. Debió de ponerlo en mi comida.

Los cuerpos de las Fuerzas de Defensa Colonial eran actualizables, hasta cierto punto, y las actualizaciones solían ir acompañadas de inyecciones o infusiones de nanobots que podían reparar y mejorar los tejidos. Las FDC no usaban nanobots para
reparar
cuerpos humanos normales, pero no había ninguna prohibición técnica para hacerlo, ni para usar los nanobots para hacer cambios corporales.

—Tuvo que ser una cantidad minúscula. Lo suficiente para meterlos en mí, donde pudieran crecer más.

Se me encendió una bombillita en la cabeza.

—Tuviste fiebre.

Jane asintió, todavía sin mirarme.

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