La colonia perdida (15 page)

Read La colonia perdida Online

Authors: John Scalzi

BOOK: La colonia perdida
13.91Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Zorra —dijo Kranjic, cubriendo subconscientemente su pin—. Estás despedida.

—Qué gracioso —dijo Beata, apretando el paño húmedo contra sus ojos—. Estamos a mil años luz de ninguna parte, no tenemos ninguna posibilidad de regresar a Umbría, te pasas días recitando notas a tus calzoncillos para un libro que nunca escribirás, y estoy despedida. Espabila, Jann.

Kranjic se puso en pie para hacer una salida dramática.

—Jann —dije, y extendí la mano. Jann se arrancó el pin y me lo puso en la palma.

—¿Quiere mis calzoncillos ahora?

—Quédese los calzoncillos —dije—. Deme sólo la grabadora.

—Dentro de unos años, la gente querrá conocer la historia de esta colonia —dijo Kranjic, mientras forcejeaba con sus calzoncillos sin quitarse los pantalones—. Van a querer conocer la historia, y cuando vayan a buscarla, no encontrarán nada. Y no van a encontrar nada porque sus líderes se pasan el tiempo censurando al único miembro de la prensa que hay en toda esta colonia.

—Beata es miembro de la prensa —dije.

—No es más que una
cámara —
dijo Kranjic, entregando la grabadora—. No es lo mismo.

—No le estoy censurando —dije—. Pero no puedo permitir que ponga en peligro a la colonia. Voy a llevarme esta grabadora y le pediré a Jerry Bennett que le imprima una transcripción de las notas, en letra muy pequeñita, porque no quiero desperdiciar papel. Así que tendrá usted esas notas. Y si ve a Savitri puede decirle que le he pedido que le dé una de sus libretas.
Una,
Jann. Necesita el resto para nuestro trabajo. Si después necesita más, veremos qué dicen los menonitas al respecto.

—Quiere que escriba mis notas —dijo Kranjic—. A mano.

—A Samuel Pepys le funcionó.

—Está suponiendo que Jann sabe escribir —murmuró Beata desde su jergón.

—Zorra —dijo Kranjic, y salió de la tienda.

—Es un matrimonio tempestuoso —dijo Beata, lacónicamente.

—Eso parece. ¿Quiere el divorcio?

—Depende —dijo Beata, alzando de nuevo el paño húmedo—. ¿Cree que a su ayudante le interesaría una cita?

—En todo el tiempo que hace que la conozco no la he visto salir con nadie —dije.

—Así que eso es un «no» —dijo Beata.

—Es un «que me zurzan si lo sé».

—Hmmmm —dijo Beata, dejando caer de nuevo el paño—. Tentador. Pero seguiré casada por el momento. Irrita a Jann. Después de toda la irritación que me ha causado durante años, es agradable devolverle el favor.

—Matrimonio tempestuoso —dije yo.

—Eso parece —dijo Beata.

* * *

—Debemos negarnos —me dijo Hickory. Dickory, él y yo estábamos en la caja negra. Supuse que cuando dijera a los dos obin que tenían que entregar sus implantes de conciencia inalámbricos, debería permitirles que estuvieran conscientes para oírlo.

—Nunca habéis rehusado una orden mía antes —dije.

—Ninguna de sus órdenes ha violado nunca nuestro tratado —dijo Hickory—. Nuestro tratado con la Unión Colonial nos permite a los dos estar con Zoë. También nos permite grabar esas experiencias y compartirlas con los otros obin. Ordenarnos entregar nuestras conciencias interfiere con eso. Viola nuestro tratado.

—Podríais decidir entregar vuestros implantes —dije—. Eso resolvería el problema.

—No querríamos hacer eso —dijo Hickory—. Sería abdicar de nuestra responsabilidad para con los otros obin.

—Podría decirle a Zoë que os dijera que las entreguéis. No creo que fuerais capaces de ignorar su orden.

Hickory y Dickory se acercaron entre sí inclinándose un momento, luego se separaron.

—Eso sería inquietante —dijo Hickory. Pensé que era la primera vez que oía esa palabra con tanta gravedad apocalíptica.

—Comprended que no tengo ningún deseo de hacer esto —les dije—. Pero nuestras órdenes de la Unión Colonial son claras. No podemos permitir nada que proporcione una evidencia fácil de que estamos en este mundo. El Cónclave nos exterminaría. A todos nosotros, incluyéndoos a vosotros dos y a Zoë.

—Hemos considerado esa posibilidad —dijo Hickory—. Creemos que el riesgo es insignificante.

—Recordadme que os muestre un vídeo que tengo.

—Lo hemos visto —dijo Hickory—. Se le proporcionó a nuestro gobierno igual que al suyo.

—¿Cómo podéis ver eso y no aceptar que el Cónclave representa una amenaza para todos nosotros? —pregunté.

—Vimos el vídeo con atención. Creemos que el riesgo es insignificante.

—La decisión no es vuestra —dije.

—Lo es —dijo Hickory—. Según nuestro tratado.

—Yo soy la autoridad legal de este planeta.

—Lo es. Pero no puede derogar un tratado por conveniencia.

—Intentar que no aniquilen a una colonia entera no es ninguna
conveniencia.

—Retirar todos los aparatos inalámbricos para evitar ser detectados lo es —dijo Hickory.

—¿Y tú por qué no hablas nunca? —le pregunté a Dickory.

—Nunca estoy en desacuerdo con Hickory.

Me mordí la lengua.

—Tenemos un problema —dije—. No puedo obligaros a entregar vuestros implantes, pero tampoco puedo dejar que vayáis por ahí con ellos. Respondedme a una cosa: ¿sería una violación a vuestro tratado por mi parte si os pidiera que os quedarais
aquí,
en esta habitación, y que Zoë y yo os visitáramos regularmente?

Hickory se lo pensó.

—No —dijo—. No es lo que preferimos.

—Tampoco es lo que yo prefiero. Pero creo que no tengo elección.

Hickory y Dickory debatieron de nuevo durante unos minutos.

—Esta habitación está recubierta con un material que enmascara las ondas —dijo—. Denos un poco. Podremos usarlo para cubrir nuestros aparatos y a nosotros mismos.

—No tenemos más ahora mismo —contesté—. Tenemos que fabricarlo. Podría tardar algún tiempo.

—Mientras esté de acuerdo con esta solución, nos acomodaremos al tiempo de producción —dijo Hickory—. Durante ese tiempo no usaremos nuestros implantes fuera de esta habitación, pero usted le pedirá a Zoë que nos visite aquí.

—Bien —dije—. Gracias.

—No hay de qué. Tal vez esto sea lo mejor. Desde que estamos aquí, hemos advertido que ella no tiene mucho tiempo para nosotros.

—Adolescentes —dije—. Nuevos amigos. Nuevo planeta. Nuevo novio.

—Sí, Enzo —dijo Hickory—. Nos sentimos profundamente ambivalentes hacia él.

—Bienvenidos al club.

—Podemos eliminarlo —dijo Hickory.

—Mejor que no.

—Tal vez más tarde.

—En vez de eliminar a los pretendientes potenciales de Zoë, preferiría que los dos os concentrarais en ayudar a Jane a encontrar lo que hay fuera de nuestro perímetro —dije—. Probablemente será menos satisfactorio desde un punto de vista emocional, pero tal y como están globalmente las cosas, va a resultar más útil.

* * *

Jane dejó caer al bicho en el suelo de la sala de reuniones del Consejo. Recordaba vagamente a un coyote grande, si los coyotes tuvieran cuatro ojos y garras con pulgares oponibles.

—Dickory lo encontró dentro de una de las excavaciones. Había otros dos pero salieron huyendo. Dickory mató a éste cuando intentaba escapar.

—¿Le disparó? —preguntó Piro.

—Lo mató con un cuchillo —respondió Jane. Eso causó algunos murmullos incómodos; la mayoría de los colonos y los miembros del Consejo se sentían aún profundamente incómodos con los obin.

—¿Cree que es uno de los depredadores que le preocupaban? —preguntó Manfred Trujillo.

—Podría ser —dijo Jane.

—Podría ser —dijo Trujillo.

—Las garras tienen el tamaño adecuado para las marcas que hemos visto. Pero me parece pequeño.

—Pequeño o no, algo como esto pudo haber hecho las marcas —dijo Trujillo.

—Es posible.

—¿Ha visto a alguno más grande? —preguntó Lee Chen.

—No —dijo Jane, y me miró—. He estado haciendo guardia las tres últimas noches y anoche fue la primera vez que vi algo acercarse a la barrera.

—Hiram, tú sales de la barrera casi todos los días —dijo Trujillo—. ¿Has visto algo así?

—He visto a algunos animales —contestó Hiram—. Pero por lo que pude ver eran herbívoros. No he visto nada que se parezca a esto. Pero tampoco he estado más allá de la barrera de noche, y la administradora Sagan piensa que son activos durante la noche.

—Pero no ha visto más —dijo Marie Black—. Nos estamos conteniendo por culpa de unos fantasmas.

—Los arañazos y agujeros eran bastante reales —dije yo.

—No lo discuto —respondió Black—. Pero tal vez fueran incidentes aislados. Tal vez una manada de esos animales pasó hace varios días y sintió curiosidad por la barrera. Como no la pudieron franquear, pasaron de largo.

—Es posible —dijo Jane de nuevo. Por su tono de voz, noté que no creía mucho en la teoría de Black.

—¿Cuánto tiempo más vamos a posponer la colonización por esto? —preguntó Paulo Gutiérrez—. Tengo gente que se está volviendo loca esperando a que dejemos de rascarnos las pelotas. En los últimos días la gente ha empezado a pelearse por tonterías. Y es una lucha contra el tiempo, ¿no? Aquí es primavera ahora, y tenemos que empezar a plantar las cosechas y a preparar los pastos para el ganado. Ya nos hemos comido dos semanas de alimentos. Si no empezamos a colonizar, vamos a vernos con la mierda hasta el cuello.

—No nos hemos estado rascando las pelotas —dije yo—. Nos han dejado en un planeta del que no sabemos nada. Necesitábamos tiempo para asegurarnos de que no iba a matarnos en el acto.

—Todavía no estamos muertos —intervino Trujillo—. Así que eso es buena señal. Paolo, aguarda un momento. Perry tiene toda la razón. No podíamos echar a andar por el planeta y empezar a fundar granjas. Pero Paolo también tiene razón, Perry. Estamos en un punto en que no podemos seguir atrapados detrás de una barricada. Sagan ha tenido tres días para encontrar más indicios sobre esas criaturas, y hemos matado a una de ellas. Necesitamos ser cautelosos, sí. Y necesitamos seguir estudiando Roanoke. Pero también necesitamos empezar a colonizar.

Todo el Consejo me estaba mirando, esperando oír mis palabras. Miré a Jane, que me ofreció uno de sus imperceptibles encogimientos de hombros. No estaba convencida del todo de que no hubiera una amenaza real ahí fuera. Pero aparte de una criatura muerta, no tenía nada definitivo. Y Trujillo tenía razón: era hora de empezar a colonizar.

—De acuerdo —dije.

* * *

—Dejaste que Trujillo te arrebatara el control de la reunión —dijo Jane, cuando nos preparábamos para acostarnos.

Hablaba en voz baja: Zoë ya estaba dormida. Hickory y Dickory permanecían de pie, impasibles, al otro lado de nuestra pantalla en la tienda administrativa. Llevaban trajes de una pieza hechos con el primer rollo de la recién producida malla nanobótica. Los trajes contenían las señales inalámbricas; también convertían a los obin en sombras ambulantes. Tal vez también estuvieran dormidos: era difícil decirlo.

—Supongo que sí —dije—. Trujillo es un político profesional. A veces ocurrirá. Sobre todo cuando tenga razón. Tenemos que seguir adelante y sacar a la gente de esta aldea.

—Quiero asegurarme de que cada oleada de granjeros tenga algún entrenamiento con las armas.

—Me parece buena idea —dije—. Pero no es probable que puedas convencer a los menonitas.

—Lo sé, y me preocupa.

—Entonces tendrás que hacer algo con esa preocupación.

—Ellos son nuestra base de conocimiento —dijo Jane—. Son los que saben manejar todas las máquinas no automatizadas y hacer cosas pulsando botones. No quiero que los devoren.

—Si quieres vigilancia doble para los menonitas, no tengo ningún problema con eso —dije—. Pero si crees que eso va a hacer que dejen de ser lo que son, te espera una sorpresa. Es porque son lo que son que estamos en situación de poder salvar nuestro cuello colectivo.

—No entiendo de religión.

—Tiene más sentido desde dentro —dije yo—. De todas formas, no tienes que comprenderla. Sólo hay que respetarla.

—La respeto —dijo Jane—. También respeto el hecho de que este planeta sigue teniendo formas de matarnos que aún no hemos descubierto. Me pregunto si los demás respetan eso.

—Hay un modo de averiguarlo.

—Tú y yo no hemos hablado de si planeamos fundar una granja también —dijo Jane.

—Creo que no sería un uso inteligente de nuestro tiempo —contesté—. Ahora somos los administradores de la colonia, y no tenemos equipo automatizado que podamos emplear. Estaremos bastante ocupados. Después de que Croatoan se vacíe un poco, construiremos una casa bonita. Si quieres cultivar cosas, podemos tener un jardín. Deberíamos tener un jardín de todas formas, para cultivar nuestra propia fruta y verdura. Podemos poner a Zoë al cargo. Darle algo que hacer.

—También quiero cultivar flores —dijo Jane—. Rosas.

—¿De veras? Nunca te habían interesado antes las cosas bonitas.

—No es eso —respondió Jane—. Es que este planeta huele a sobaco.

7

Roanoke giraba en torno a su sol cada trescientos veintitrés de sus días. Decidimos dar al año de Roanoke once meses, siete con veintinueve días y cuatro con treinta. Pusimos a cada mes el nombre de cada uno de los mundos de donde procedían nuestros colonos, más uno por la
Magallanes.
Decidimos que el primer día del año sería el día en que llegamos a la órbita de Roanoke, y llamamos «magallanes» al primer mes. La tripulación de la
Magallanes
se sintió conmovida, pero para cuando le pusimos nombre a los meses, ya era veintinueve de magallanes. Su mes ya se había pasado. Y eso no acabó de gustarles.

Poco después de nuestra decisión de permitir que los colonos empezaran a fundar granjas, Hiram Yoder me solicitó una reunión en privado. Estaba claro, dijo, que la mayoría de los colonos no estaban cualificados para ser granjeros; todos habían sido entrenados con equipo moderno y tenían dificultades con el equipo operado manual y mecánicamente con el que los menonitas estaban familiarizados. Nuestros silos de semillas genéticamente modificadas para crecer rápido nos permitirían empezar a cosechar dentro de dos meses… pero sólo si sabíamos lo que estábamos haciendo. No lo sabíamos, y nos enfrentábamos a una hambruna potencial.

Yoder me sugirió que permitiéramos a los menonitas cultivar cosechas para toda la colonia, asegurando así que ésta no se convertiría en una escabechina caníbal dentro de tres meses; los menonitas tomarían como aprendices a los otros colonos para que ese trabajo les sirviera de entrenamiento. Accedí rápidamente: a la segunda semana de albión, los menonitas habían cogido nuestros estudios sobre el suelo y los habían usado para plantar campos de trigo, maíz y otras cosas, habían despertado a las abejas de su sueño para que empezaran a hacer su danza de la polinización, habían preparado los pastos para el ganado y le estaban enseñando a los colonos de otros nueve mundos (y una nave) las ventajas de los cultivos intensivos y en cooperación de la agricultura del carbono y la caloría, y la forma de maximizar el rendimiento del más mínimo espacio. Yo empecé a relajarme un poco; Savitri, que había empezado a hacer chistes sobre la carne humana, encontró algo nuevo de lo que burlarse.

Other books

Nada by Carmen Laforet
Nightingale by Fiona McIntosh
On This Foundation by Lynn Austin
The Boy Next Door by Meg Cabot
LEGEND OF THE MER by Swift, Sheri L.
Silence of the Wolf by Terry Spear