La colonia perdida (14 page)

Read La colonia perdida Online

Authors: John Scalzi

BOOK: La colonia perdida
2.07Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sean lo que sean, evitan ser vistos por los centinelas nocturnos. Pero los centinelas tampoco usan binoculares con visión nocturna.

—Sean lo que sean, crees que son peligrosos.

Jane asintió.

—No pienso que a los herbívoros les interese mucho entrar. Lo que hay ahí fuera nos ve y nos huele y quiere entrar para ver cómo somos. Tenemos que averiguar qué son y cuántos hay.

—Si son depredadores, su número será limitado —dije—. Demasiados depredadores acabarían con el stock de presas.

—Sí —contestó Jane—. Pero eso sigue sin decirnos cuántos hay o qué tipo de amenaza son. Todo lo que sabemos es que están ahí de noche y que son tan grandes que casi pueden saltar los contenedores, y tan listos que intentan abrirse paso por debajo. No podemos dejar que la gente empiece a establecerse hasta que sepamos qué tipo de amenaza representan.

—Nuestra gente está armada —dije. Entre el cargamento había un alijo de rifles antiguos y sencillos, y munición no nanobótica.

—Nuestra gente tiene armas de fuego —respondió Jane—. Pero la mayoría no tiene ni la menor idea de cómo usarlas. Acabarán disparándose ellos mismos antes de que le den a otra cosa. Y no son sólo los humanos los que corren peligro. Me preocupa más nuestro ganado. No podemos permitirnos perder muchas cabezas. No tan pronto.

Miré hacia los matorrales; entre la línea de árboles y yo, uno de los menonitas instruía a un grupo de otros colonos sobre cómo conducir un anticuado tractor. Más allá, un grupo de colonos tomaba muestras del suelo para que pudiéramos comprobar su compatibilidad con nuestras cosechas.

—No va a ser una postura muy popular —le dije a Jane—. La gente ya se queja de estar encerrada en el pueblo.

—No tardarán mucho en encontrarlos —dijo Jane—. Hickory, Dickory y yo haremos guardia esta noche, encima de uno de los contenedores. Su visión alcanza la gama infrarroja, así que podrían verlos venir.

—¿Y tú? —pregunté. Jane se encogió de hombros. Después de su revelación a bordo de la
Magallanes
sobre su puesta al día, se había mantenido callada respecto a la gama completa de sus habilidades. Pero no era aventurado suponer que su alcance visual habría aumentado igual que el resto—. ¿Qué vas a hacer cuando los localicéis?

—Esta noche, nada. Quiero hacerme una idea de lo que son y de cuántos son. Luego podremos decidir qué queremos hacer con ellos. Pero hasta entonces deberíamos asegurarnos de que todo el mundo esté dentro del perímetro una hora antes de la puesta de sol y que todos los que salgan durante el día tengan una guardia armada —señaló a sus acompañantes humanos—. Estos dos saben usar las armas, y hay varios otros en la tripulación de la
Magallanes
que también saben. Es un principio.

—Y nada de granjas hasta que podamos controlar estas cosas —dije yo.

—Así es.

—Será una reunión del Consejo muy divertida.

—Yo se lo comunicaré —dijo Jane.

—No. Debería hacerlo yo. Tú ya tienes reputación de ser la que da miedo. No quiero que seas siempre la que da las malas noticias.

—A mí no me importa.

—Lo sé —dije—. Pero eso no significa que debas hacerlo tú siempre.

—Bien. Puedes decirles que espero saber muy pronto si estos bichos suponen una amenaza. Eso debería ayudar.

—Esperemos.

* * *

—¿No tenemos ninguna información sobre esas criaturas? —preguntó Manfred Trujillo. El capitán Zane y él me acompañaban mientras nos encaminábamos al centro de información de la aldea.

—No —respondí—. Ni siquiera sabemos todavía qué aspecto tienen. Jane va a averiguarlo esta noche. Hasta ahora, las únicas criaturas de las que sabemos algo son esa especie de ratas que hay alrededor del comedor.

—Los puñefeotes —dijo Zane.

—¿Los qué?

—Los puñefeotes —dijo Zane—. Es como los llaman los chavales. Porque son puñeteramente feotes.

—Bonito nombre —dije—. El tema es que no creo que podamos decir que comprendemos por completo nuestra biosfera sólo con los puñefeotes.

—Sé que valora usted la cautela —dijo Trujillo—. Pero la gente se inquieta. Los hemos traído a un sitio del que no sabemos nada, les hemos dicho que no pueden volver a hablar jamás con sus familias y amigos, y luego no les hemos dado nada que hacer durante dos semanas enteras. Estamos en el limbo. Tenemos que lograr que la gente pase a la siguiente fase o van a empezar a darse cuenta de que les han robado sus vidas tal como las conocían.

—Lo sé —dije—. Pero usted sabe tan bien como yo que no conocemos nada sobre este mundo. Los dos han visto los mismos archivos que yo. Quien hizo esa supuesta exploración de este planea al parecer no se molestó en pasar aquí ni diez minutos. Tenemos la bioquímica básica del planeta y poco más. Casi no disponemos de ninguna información sobre la flora y la fauna, ni siquiera sabemos si podemos catalogarla como flora y fauna. No sabemos si podremos cultivar nuestras cosechas en este suelo. No sabemos qué formas de vida nativa podemos usar o comer. Toda la información que el Departamento de Colonización normalmente proporciona a las nuevas colonias… no tenemos nada. Debemos descubrir todas esas cosas por nuestra cuenta
antes
de empezar, y por desgracia eso constituye un inconveniente bastante grande.

Llegamos al centro de información, que era un nombre grandilocuente para el contenedor de carga que habíamos modificado para ese propósito.

—Ustedes primero —dije, abriendo el primer conjunto de puertas para Trujillo y Zane. Cuando estuvimos todos dentro, las sellé detrás de mí, permitiendo que la malla nanobótica envolviera por completo la puerta exterior, convirtiéndola en una masa negra sin rasgos, antes de abrir la puerta interna. La malla nanobótica había sido programada para absorber y cubrir las ondas electromagnéticas de todo tipo. Cubría las paredes, el suelo y el techo del contenedor. Era inquietante si lo pensabas: era como estar en el centro exacto de nada.

El hombre que había diseñado la malla esperaba tras de la puerta interna del centro.

—Administrador Perry —dijo Jerry Bennett—. Capitán Zane. Señor Trujillo. Me alegro de verlos de vuelta en mi pequeña caja negra.

—¿Cómo está aguantando la malla? —pregunté.

—Bien —respondió Bennett, y señaló el techo—. Ninguna onda entra, ninguna onda sale. Schroedinger se pondría celoso. Pero necesito más células. No se imaginan la cantidad de energía que absorve la malla. Por no mencionar el resto de este equipo.

Bennett indicó el resto de la tecnología del centro. A causa de la malla, era el único lugar en Roanoke donde había tecnología de la que podía encontrarse después de mediados del siglo XX en la Tierra, quitando la tecnología energética que no se basaba en los combustibles fósiles.

—Veré qué puedo hacer —dije—. Logra usted milagros, Bennett.

—No —dijo él—. Sólo soy un tipo raro normal y corriente. Tengo esos informes del suelo que quería —se inclinó sobre una PDA, y la manipuló un momento antes de mirar la pantalla—. La buena noticia es que las muestras de suelo que he visto hasta ahora parecen buenas para nuestras cosechas en sentido general. No hay nada en el suelo que las mate o lastre su crecimiento, al menos químicamente. Cada una de las muestra rebosaba de bichitos, además.

—¿Eso es una mala noticia? —preguntó Trujillo.

—Ni idea —contestó Bennett—. Lo que sé sobre tratamiento de terrenos lo voy aprendiendo según proceso estas muestras. Mi esposa practicó un poco de jardinería allá en Fénix y parecía ser de la opinión que tener un puñado de bichos era bueno porque aireaban la tierra. Quién sabe, tal vez tenga razón.

—Tiene razón —dije yo—. Tener una cantidad sana de biomasa suele ser bueno.

Trujillo me miró con escepticismo.

—Eh, me dediqué a la agricultura —dije—. Pero tampoco sabemos cómo reaccionarán esas criaturas a nuestras plantas. Estamos introduciendo una nueva especie en una biosfera.

—Estáis oficialmente más allá de todo lo que sé sobre el tema, así que continuaré —dijo Bennett—. Me preguntaron si podría adaptar la tecnología que tenemos para desconectar los componentes inalámbricos. ¿Quiere la respuesta corta o la larga?

—Empecemos por la corta.

—En realidad, no —dijo Bennett.

—Muy bien —dije—. Ahora la larga.

Bennett cogió la PDA que antes había dejado a un lado, le quitó la tapa y me la entregó.

—Esta PDA es un ejemplo típico de la tecnología de la Unión Colonial. Aquí se pueden ver todos los componentes: el procesador, el monitor, el almacén de datos, el transmisor inalámbrico que le permite hablar con otros ordenadores y PDA. Ninguno de ellos está conectado físicamente con ninguna de las otras partes. Cada parte de esta PDA conecta sin cables con todas las demás.

—¿Por qué lo hacen así? —pregunté, tomando la PDA en mis manos.

—Porque es barato —respondió Bennett—. Se pueden hacer diminutos transmisores de datos prácticamente por nada. Cuesta menos que usar materiales físicos. Esos tampoco cuestan mucho, pero en conjunto hay una auténtica diferencia de coste. Así que casi todos los fabricantes trabajan así. Diseño contable. Las únicas conexiones físicas de la PDA son las de la célula de energía con los componentes individuales, y es así porque resulta igualmente más barato.

—¿Puede usar estas conexiones para enviar datos? —preguntó Zane.

—No veo cómo —dijo Bennett—. Quiero decir, enviar datos por una conexión física no es ningún problema. Pero meterse en cada uno de esos componentes y contactar con su núcleo de mando para que lo hagan así está por encima de mis habilidades. Además de las habilidades como programador, está el hecho de que cada fabricante cierra el acceso al núcleo de mando. Son datos privados. Y aunque pudiera hacerlo, no hay ninguna garantía de que funcionara. Entre otras cosas, se desviaría todo a través de la célula de energía. No estoy seguro de cómo conseguir que eso funcione.

—Así que aunque desconectemos todos los transmisores inalámbricos, cada una de estas PDA sigue filtrando señales inalámbricas —dije yo.

—Sí —replicó Bennett—. A distancias muy cortas… no más de unos pocos centímetros. Pero sí. Si alguien busca este tipo de cosas, podría detectarlo.

—Hasta cierto punto, todo esto es inútil —dijo Trujillo—. Si alguien está buscando señales de radio tan débiles, existen buenas probabilidades de que estén escrutando también ópticamente el planeta. Van a
vernos.

—Ocultarnos a la vista es difícil —le dije a Trujillo—. Esto es fácil. Trabajemos primero en lo fácil —me volví hacia Bennett, y le devolví su PDA—. Permítame preguntarle otra cosa: ¿podría fabricar PDA alámbricas? ¿Que no tengan partes inalámbricas ni transmisores?

—Estoy seguro de que podría encontrar un diseño para una —dijo Bennett—. Los planos son de dominio público. Pero no estoy
precisamente
dotado para la fabricación. Podría repasar todo lo que tenemos y ensamblar algo. Los componentes inalámbricos son la norma, pero hay algunas cosas que siguen siendo soldadas. Sin embargo nunca vamos a conseguir llegar a un sitio donde todo el mundo camine con un ordenador encima, mucho menos a sustituir los ordenadores insertados en la mayor parte del equipo que tenemos. Sinceramente, fuera de esta caja negra, no vamos a salir pronto de principios del siglo XX.

Todos necesitamos un rato para digerir eso.

—¿Podemos al menos ampliar esto? —preguntó Zane por fin, indicando a su alrededor.

—Creo que deberíamos —dijo Bennett—. Sobre todo creo que necesitamos construir una enfermería con caja negra, porque la doctora Tsao no para de distraerme cuando intento hacer mi trabajo.

—Está acaparando su equipo.

—No, es que es muy guapa —dijo Bennett—. Y eso va a traerme problemas con la parienta. Además, aquí sólo tengo un par de sus máquinas de diagnóstico, y si alguna vez tenemos un verdadero problema médico, vamos a querer tener más disponibles.

Asentí. Ya habíamos tenido un brazo roto, de un adolescente que se había subido a la barrera y luego había resbalado. Tuvo suerte de no romperse el cuello.

—¿Tenemos suficiente malla? —pregunté.

—Este es casi todo el material del que disponemos —dijo Bennett—. Pero puedo programarla para que se replique. Necesitaría más materia prima.

—Haré que Ferro se encargue de eso —dijo Zane, refiriéndose al jefe de carga—. Veremos qué tenemos en inventario.

—Cada vez que lo veo, parece realmente jodido —dijo Bennett.

—Tal vez sea porque se supone que debería estar en casa y no aquí —replicó Zane—. Tal vez no le gusta estar secuestrado por la Unión Colonial.

Dos semanas no habían servido para que el capitán perdonara la destrucción de su nave ni el abandono a su suerte de su tripulación.

—Lo siento —dijo Bennett.

—Estoy preparado para marcharme —dijo Zane.

—Dos cositas rápidas —me dijo Bennett—. Casi he terminado de imprimir la mayoría de los datos que le dieron cuando vinimos, así que podrá tener una copia en papel. No puedo imprimir los archivos de audio y vídeo, pero los pasaré por un procesador para proporcionarle transcripciones.

—Muy bien, vale —dije—. ¿Y la segunda cosa?

—Recorrí el campamento con un monitor como me pidió usted y busqué señales inalámbricas —dijo Bennett. Trujillo alzó una ceja—. El monitor es fiable. No envía, sólo recibe. Creo que deberían saber que hay tres aparatos inalámbricos ahí fuera. Y siguen transmitiendo.

* * *

—No tengo ni la menor idea de lo que está hablando —dijo Jann Kranjic.

No por primera vez, reprimí un impulso de darle una colleja.

—¿Tenemos que hacer esto por las malas, Jann? —dije—. Me gustaría pensar que no tenemos doce años y que no vamos a tener una conversación del tipo «y tú más».

—Entregué mi PDA como hizo todo el mundo —dijo Kranjic, y se volvió hacia Beata, que estaba tendida en su jergón, con un paño sobre los ojos. Al parecer, Beata sufría migrañas—. Y Beata entregó su PDA y su cámara. Les dimos todo lo que teníamos.

Miré a Beata.

—¿Bien, Beata?

Beata alzó un pico del paño y miró. Luego suspiró y volvió a colocárselo.

—Compruebe sus calzoncillos —dijo.

—¿Disculpe?

—Beata —dijo Kranjic.

—Sus calzoncillos —dijo Beata—. Al menos uno de ellos tiene una bolsita en el elástico que oculta una pequeña grabadora. Tiene un pin de la bandera de Umbría que es un emisor audio/vídeo. Probablemente lo lleva encima ahora mismo.

Other books

The Porridge Incident by Herschel Cozine
Bought for Revenge by Sarah Mallory
Who Is Frances Rain? by Margaret Buffie
Embedded by Dan Abnett
Shocking Pink by Erica Spindler
The 22 Letters by King, Clive; Kennedy, Richard;
Bound to Be a Bride by Megan Mulry
The Unknown Masterpiece by Honore de Balzac