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Authors: Flora Davis

Tags: #Ensayo, Psicología, Referencia

La comunicación no verbal (27 page)

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En términos de la teoría del psicoanálisis sin embargo, "esfuerzo-forma" está menos relacionado con el trabajo de Freud que con el de Wilhelm Reich y más recientemente el de Alexander Lowen, pues estos dos investigadores han reconocido que los problemas psicológicos suelen reflejarse a menudo en las características físicas. Reich, refiriéndose a expresiones faciales, áreas de tensión del cuerpo y patrones de intranquilidad, vio en todas ellas una manera de reflejar emociones, formando parte de la "armadura del carácter"; la tensión constante en el cuello puede provenir del miedo a ser atacado por la espalda; la tensión en la boca, la garganta y el cuello podrá derivar de una negativa a llorar; una pelvis sostenida en forma rígida puede haber comenzado en un deseo de refrenar sensaciones sexuales. Reich primero y Lowen después, concentraron su interés en diferentes áreas de tensión del cuerpo y las formas de tratarlas, así como los problemas psicológicos que las acompañan. A pesar de que el sistema "esfuerzo-forma" no hace inferencias psicológicas de lo que analiza, describe en cambio el movimiento y la rigidez.

El sistema "esfuerzo-forma" está siendo reconocido por los especialistas en cinesis, con quienes Martha Davis ha realizado trabajos, comparando métodos e interpretaciones. Debido a que el centro focal de cada disciplina es tan distinto —uno acerca del fluir del movimiento individual y el otro sobre el vocabulario no-verbal— ha resultado un contraste muy interesante. Cuando la señorita Davis y un especialista en cinesis observan una película al mismo tiempo, ella verá las cosas de manera más constante; registra un estilo, una manera recurrente de actuar y reaccionar, mientras que el otro observará la repetición de gestos que sirven como señales de interacción.

En una ocasión, la señorita Davis se reunió con Albert Scheflen y otros especialistas, para observar una película sobre una sesión de terapia familiar. En varias oportunidades, Scheflen señaló actitudes de galanteo —las palmas hacia afuera —por parte de una de las mujeres de la película. Pero para la señorita Davis no había nada seductor en los movimientos de la misma, se la veía tensa, constreñida, casi torturada. El terapeuta que había sido filmado con la familia estaba allí por casualidad y confirmó que la mujer más bien parecía tensa que seductora. Resultaba claro que de la misma manera que un hombre puede modificar el significado de las palabras "te quiero", por él tono de voz en que la modula, en la mujer de la película el impacto de la conducta de galanteo aparente estaba modificado por la manera en que lo hacía.

Le pregunté a la señorita Davis si creía que es posible fingir la cualidad de movimientos; Warren Lamb, por ejemplo, ha notado que un movimiento parece forzado y poco espontáneo si sólo es gesticulatorio y no postural. Cuando una persona que habla en público mueve sus manos de manera cuidadosa y convencional, mediante gestos ensayados de antemano, parece poco natural y probablemente no despertará interés. Por lo tanto, yo me había preguntado si habría una manera de aprender a controlar la cualidad de movimientos. Pero aparentemente, es tan complejo, que la señorita Davis considera que sería muy difícil orquestar una falsa imagen.

"Sería como el problema del ciempiés —dijo— si en alguna oportunidad empezara a pensar cuál pata debe mover primero, terminaría totalmente paralizado."

C
apítulo
- XIX

El orden público

Cuando un hombre camina por las calles de una ciudad a la luz del día, presume que nadie lo atacará o le impedirá el paso. Durante una conversación normal, no pensará tampoco que su interlocutor lo insultará, lo engañará, intentará tratarlo de manera autoritaria o simplemente le hará una escena. A través de la conducta no-verbal, los individuos advierten, unos a otros, que pueden confiarse mutuamente de la misma manera que entre los monos y otros primates, un animal le da a entender a otro que no tiene malas intenciones. No obstante siempre está presente la posibilidad de una amenaza, puesto que dependemos en gran parte del comportamiento correcto de los demás. Leyendo a Erving Goffman se llega a comprender cuan vulnerable es el ser humano.

Goffman, profesor de sociología en la Universidad de Pensilvania constituye con frecuencia el punto de partida de la investigación acerca de la comunicación. En cierta forma él nos proporciona el marco y otros completan el patrón de comportamiento. Aunque Goffman es un agudo observador de los pequeños detalles, va más allá y se ocupa de las acciones conscientes o inconscientes sobre las que todos nosotros basamos nuestro diario vivir.

Goffman no posee un laboratorio. Lo reemplaza por un sistema de fichas. Cuando escribe, reúne datos que ha leído, partes de novelas, recortes de diarios, párrafos de libros sobre etiqueta y los conocimientos que adquirió durante el año que pasó estudiando la estructura social de una institución mental. A todo esto agrega sus propias observaciones sistemáticas realizadas en distintas situaciones sociales, desde cocktails hasta reuniones públicas. Los resultados de sus observaciones están resumidos en sus libros sobre "interacción cara a cara", redactados en prosa clara y concisa.

En los últimos años el profesor Goffman ha volcado su atención hacia el orden público, campo de estudio de innegable importancia en una era en que es alterado con tanta frecuencia. Anteriormente, los estudiosos de la sociología lo consideraban desde una perspectiva totalmente distinta y haciendo hiversalitaMié en la alteración del mismo. Existe gran cantidad de literatura sobre revueltas y otras formas de alteración colectiva del orden. El enfoque de Goffman consiste en observar el comportamiento normal, para luego analizar las reglas a aplicar.

Goffman señala que las reglas que rigen la conducta de los hombres entre sí, parecen desarrollar universalmente sus propias normas. Existen normas para comportarse en una calle muy concurrida; sobre dónde ubicarse en un ascensor a medio llenar; acerca del momento apropiado para dirigirse a un desconocido. Por lo general, no es mucho lo que puede ganarse burlando las reglas preestablecidas y por lo tanto la gente confía hasta tal punto en los demás, que dichas reglas pasan a convertirse en presunciones semiconscientes. Resultará más fácil comprender por qué mucha gente se siente muy molesta si se trasgreden ciertas normas públicas de conducta, si primero observamos de cuáles se trata.

Si tomamos, por ejemplo, la forma de vestirse, veremos que es un asunto de elección personal. Vestirnos como se supone que debemos hacerlo, es una manera de expresar nuestro respeto por una situación social existente y las personas que la integran. La manera de vestir puede alienar o persuadir. En la costa oeste de los Estados Unidos, media docena de estudiantes de psicología fueron a cometer pequeños robos en las tiendas para hacer un estudio sobre la importancia de la indumentaria. Mientras estaban correctamente vestidos —con traje, camisa y corbata— los otros parroquianos no se fijaban en ellos o trataban de mirar hacia otro lado. Por el contrario, cuando iban vestidos como hippies, los miraban en forma sospechosa en todas partes.

Los hombres siempre han aprovechado su vestimenta y apariencia para expresar el significado de su situación personal. En el siglo pasado, la vestimenta de un hombre revelaba su status, su ubicación en la jerarquía social, mientras que para la mujer, servía a un doble propósito, como procedimiento de seducción. Los hippies han empleado el mismo método para significar su rechazo a participar en el juego del status. Su manera de vestir reflejaba al mismo tiempo lo que eran y lo que no eran; servía simultáneamente como medio de reconocimiento y como desprecio disimulado a la sociedad que rechazaban. Tomando la forma de vestir que es uno de los medios disponibles de demostrar respeto, lo emplearon para expresar su desafío al mismo. Los que Goffman llama los "revolucionarios del decoro" emplean el mismo idioma básico que los más respetuosos miembros del conjunto de trepadores de la pirámide social, pero lo emplean de modo inverso, al estilo de Alicia en el País de las Maravillas.

De la misma manera que los hippies invierten algunas reglas del orden, los extremistas subvierten otras.

"Lo que sucede en la confrontación política —escribe Goffman— es que una persona, en presencia de otra, se niega intencionalmente a mantener una o más de las reglas fundamentales del orden. Los enfermos mentales, emplean la misma estrategia por razones diferentes."

Goffman utiliza con frecuencia sus conocimientos sobre enfermos mentales a manera de espejo para reflejar el mundo normal. En las trasgresiones que efectúan los enfermos mentales, podemos ver lo que normalmente esperamos unos de otros. Los síntomas mentales nos indican con frecuencia que una persona no está preparada para guardar su posición. Goffman lo explica así:

En un hospital, los pacientes al conversar efectuarán preguntas mucho más cándidas, delicadas y personales que el resto de la gente, salvo un analista. Con frecuencia, no contestarán cuando se les formula una pregunta. Aparecerán exquisitamente desaliñados en su arreglo personal o parcos en su manera de actuar o interrumpirán una conversación. Todas éstas son estratagemas destinadas a romper las reglas del orden.

Los grupos extremistas, ya sean negros, estudiantes o feministas, atacan de manera similar las reglas del orden establecido y demuestran su rechazo a reconocer su "ubicación", al ocupar un edificio público, empuñar un micrófono durante un acto popular, dirigirse a un decano o un político, llamándolo por su nombre de pila o empleando muchas otras técnicas más mundanas e ingeniosas.

Estos enfrentamientos han comenzado a ser muy comunes en los últimos años, aun dentro de los casi sacrosantos recintos de la Corte de Justicia. Dwight Macdonald en su introducción a The Tales of Hoffman —transcripción editada del juicio de los siete de Chicago— señaló que cuando los Wobblies fueron sometidos a juicio en el año 1918, aceptaron las reglas imperantes en el Juzgado como si fueran parte de los valores y el estilo de vida imperante en él, a pesar de que eran todos anarquistas "tan hábiles e ingeniosos en cuanto a todo lo que atenta contra las reglas de la convivencia pacífica fuera del Juzgado, como sus descendientes lineales directos los SDS de Tom Hayden y los Yippies de Abbie Hoffman". Los Wobblies no tenían mayores ilusiones cívicas, pero como la mayoría de los extremistas, hasta los grupos más recientes separaban claramente su forma de comportamiento en público, de su conducta personal. En contraste, los defensores en el Juicio de Chicago, constantemente y de manera imprevista, desafiaban a la Corte. Contestaban de mala manera; sus abogados hacían hiversalitaMié sobre el momento en que podían o debían ir al baño; pidieron permiso para ofrecer una torta de cumpleaños a Bobby Seale durante el juicio en la corte misma y Abbie Hoffman y Jerry Rubín llegaron al colmo de presentarse un día vestidos con togas judiciales. En general, se negaban a comportarse correctamente como correspondía a la situación.

La mayor parte de los acusados, no obstante, se comportaban por lo general con paciencia y sobriedad, cooperando de buen grado con el sistema que se proponía castigarlos. La estructura de poder casi siempre se yergue sobre una especie de pacto; los subordinados aceptan ciertas limitaciones, algunas reglas que en realidad ellos mismos tendrían capacidad de alterar. Lo que parece haber sucedido en nuestros días, es que los grupos extremistas se han dado cuenta hasta qué punto ellos mismos son el sostén de la estructura de poder. Sin embargo, Goffman nos advierte que:

"No nos estamos refiriendo a la alteración del orden público; estamos hablando de un método estratégico y en algunos niveles sería más explicable surgiendo de un análisis de la vida de Emily Post, que de la de Lenin o Marx. Durante la depresión, se notaron marcadas señales de rebelión contra las instituciones, especialmente reacciones alienantes y a mi entender, en algunos aspectos, mucho más profundas que las reacciones de nuestros días; pero por lo que yo sé, nunca tomó las formas del presente. Usted podría disparar un tiro contra alguien durante una huelga y aun así hacerlo sin quebrar ciertas normas básicas, por ejemplo, la que se refieren a la indumentaria o las relaciones con el sexo.

"Puede ser que la sociedad no haya experimentado un cambio profundo. Puede ser que sólo sea superficial. Pero lo que sí hemos aprendido, es que lo que antes se consideraba esencial para el orden, en realidad no lo es. La gente sobrevive igual."

Uno de los problemas más obvios de la ruptura del orden es la territorialidad. Goffman ha explorado recientemente los "territorios del yo", que incluyen más que lo que Edward Hall consideraba la "burbuja personal". Los territorios que interesan especialmente a Goffman son los egocéntricos: a cualquier parte donde vaya una persona, los llevará con él. Incluyen ciertos derechos que cree poseer, como el derecho a no ser tocado o incluido en la conversación de un desconocido y el derecho a la información privada, que en parte se refiere a preguntas que supone que no le harán. El norteamericano medio, por ejemplo, consideraría insultante que un recién llegado le preguntara cuánto gana, a pesar de que en otras culturas se la considera una pregunta perfectamente aceptable. Tampoco aceptaría preguntas relacionadas con su vida sexual. Se enojaría si alguien trata de leer su correspondencia, revisar su billetera o hurgar en su vida privada. La necesidad de intimidad en lo informativo se extiende a su aspecto y ciertos detalles de su comportamiento, puesto que también considera tener derecho a que no se le mire fijamente.

Como siempre, cuando existen reglas de algún orden, también existen maneras de romperlas, de entrometerse; por invasión física del espacio de la otra persona, tocando lo que uno "no tiene derecho a tocar", mirando fijamente, haciendo más ruido de lo que se considera oportuno en determinado momento, efectuando acotaciones al margen —por ejemplo observaciones de un subordinado cuando su superior no se las ha pedido o un desconocido que se inmiscuye en una conversación.

Entre la clase media norteamericana hay muchas cosas que se consideran potencialmente ofensivas, como los olores corporales y el calor producido por el cuerpo. Los norteamericanos odian sentarse en una silla precalentada por alguna otra persona o ponerse un saco prestado y encontrar que el forro mantiene algo del calor de quien lo tuvo puesto antes. Cualquier secreción producida por otra persona es considerada ofensiva, ya sea la saliva, la transpiración o la orina. Se dice, por supuesto, que estas secreciones contienen gérmenes; no obstante, esto puede ser el intento de dar una explicación lógica a una preocupación que no lo es, como puede ser la de incorporar al propio organismo sustancias ajenas a él. Por supuesto, nuestros sentimientos acerca de las propias secreciones tienen muy poco de lógicos. Como señalara una vez Cordón Allport, sentimos que es muy diferente que una persona trague directamente su propia saliva, que si primero la pone en un vaso y luego bebe de él. Imaginemos asimismo la diferencia entre chuparnos un dedo cuando nos producimos una pequeña herida o chupar la sangre del vendaje que cubre luego la misma herida. Las secreciones corporales, una vez que se producen, se transforman en algo extraño que causa contaminación, aun para la misma persona que las produjo.

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