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Authors: Flora Davis

Tags: #Ensayo, Psicología, Referencia

La comunicación no verbal (11 page)

BOOK: La comunicación no verbal
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El tiempo que una persona gasta en mirar a otra tiende a igualarse en ambos estudiantes de cada pareja observada. Pero a su vez un estudiante que formaba pareja primero con una persona y luego con otra, mostraba marcadas diferencias en el comportamiento visual en ambos experimentos. Esto sugiere que se logra un entendimiento muy sensible, y totalmente no verbal cuando las dos personas conversan y qué miradas se mantienen a un determinado nivel.

También parece ser cierto que durante una conversación social entre dos individuos que no se conocen, por lo general se trata de reducir mutuamente el intercambio visual, probablemente porque un exceso de éste alteraría el foco de atención del tema de la conversación hacia una relación más personal. Un par de estudiantes, hombre y mujer, parecían atraídos mutuamente. El análisis demostró que cuanto más se sonreían uno a otro, menos se miraban. La chica comenzó a evitar el contacto visual y tendía a mirar hacia otro lado en los momentos en que se elevaba el nivel emocional. Esta pauta de comportamiento visual, por lo tanto, no guardaba ninguna relación con la función de la "señal de tráfico" visual, sino que formaba parte de su vocabulario expresivo; era una manera de decir "me siento turbada".

Las señales visuales cambian de significado de acuerdo al contexto. Existe una gran diferencia entre recibir una prolongada mirada cuando uno está hablando —en este caso puede ser halagador— o percibir la misma mirada en alguien que nos habla. Para el que escucha, recibir una mirada fija y prolongada resulta inesperado e incómodo. Más aun, durante un silencio amistoso la mirada fija puede ser directamente perturbadora. Un individuo puede expresar muchas cosas mediante su comportamiento visual, tan solo exagerando levemente los patrones habituales. Si mira hacia otro lado mientras escucha al otro, le indica que no coincide con lo que el otro le dice. Si mientras habla vuelve los ojos hacia otro lado más tiempo del habitual, denota que no está seguro de lo que dice o que desea modificarlo. Si mira o la otra persona mientras la escucha, le indica que está de acuerdo con ella, o simplemente que le presta atención. Si mientras habla mira fijamente a la otra persona, demuestra que le interesa saber cómo reacciona su interlocutor ante sus afirmaciones, y que además está muy seguro de lo que dice.

Mientras una persona habla, puede en realidad tratar de controlar el comportamiento del que escucha mediante movimientos oculares. Puede impedir una interrupción evitando mirar a la otra persona, o puede animarla a responder mirándola con frecuencia.

He mencionado anteriormente que la suma de miradas entre las personas varía enormemente. Parece ser que el comportamiento visual no es simplemente compartir y usar un mismo código. Los movimientos oculares de un mismo individuo están influenciados por su personalidad, por la situación en que se encuentra, por las actitudes que toma hacia las personas que lo acompañan y por la importancia que tiene dentro del grupo que conversa. También es cierto que los hombres y mujeres emplean sus miradas de manera totalmente diferente. La mayoría de estos descubrimientos puede atribuirse a la investigación del psicólogo Ralph Exline, quien durante varios años ha efectuado docenas de experimentos en este campo, y la manera en que juegan las diferentes variantes. Los individuos elegidos, por lo general estudiantes, eran introducidos en una habitación especial y se les encomendaba alguna tarea que los mantuviera distraídos, mientras se registraba su comportamiento visual o se filmaba a través de un espejo visor especial.

Uno de los descubrimientos más llamativos de Exline es que el mirar está directamente relacionado con la sensación de agrado que se siente por otra persona. Cuando a una persona le agrada otra, es probable que la mire más frecuentemente que lo habitual y que sus miradas sean también más prolongadas. La otra persona interpretará esto como un signo de cortesía de que su amigo no está simplemente absorto en el tema de la conversación, sino que también se siente interesado por ella como persona. Por supuesto que el comportamiento visual no es la única clave de atracción. También cuentan las expresiones faciales, la proximidad, el contacto físico si existe y lo que se dicen entre sí. Pero a la mayoría de nosotros, sin embargo, nos resulta más fácil decir "me gustas" con el cuerpo y especialmente con una mirada, que con palabras. El comportamiento visual puede ser crucial en las etapas iniciales de una relación, porque se realiza sin esfuerzo. En una habitación llena de gente, aun antes de intercambiar una sola palabra, dos personas podrán iniciar una compleja relación preliminar, exclusivamente mediante los ojos: iniciar un contacto, retirarse tímidamente, interrogar, hacer tentativas, elegir o rechazar. Una vez iniciada la conversación, ésta continuará, acompañada de sutiles comunicaciones no-verbales, en las que el comportamiento visual juega un papel preponderante.

Así como los movimientos oculares pueden transmitir actitudes y sentimientos, también expresan la personalidad. Algunas personas miran más que otras. Aquellos que por naturaleza son más afectuosos, suelen mirar mucho, como los individuos que, según los psicólogos, tienen más necesidad de afecto. Denominada también "motivo de amor", la necesidad de afecto es el deseo de formar una relación cálida, afectiva e íntima con otras personas, necesidad que todos sentimos en mayor o menor grado.

Realmente no constituye una sorpresa saber que las personas que buscan afecto y las que se gustan mutuamente están inclinadas a mirarse directamente al rostro y a los ojos. En realidad hay mucho de sabiduría popular relacionada con el movimiento de los ojos, y luego de investigar, algunas creencias resultan ciertas. Por ejemplo la persona que se encuentra turbada o a disgusto, y que trata de evitar la mirada de las otras. Asimismo, la persona que mira menos cuando hace una pregunta personal, que cuando formula otra más general. Más aun, algunos individuos suelen desviar la mirada notoriamente cuando están faltando a la verdad.

Este último hecho fue hábilmente demostrado en uno de los experimentos más ingeniosos de Exline. Como siempre, los individuos elegidos eran estudiantes. Se los analizó en parejas, y se les dijo que el propósito del experimento era estudiar la realización de decisiones en grupo. A cada pareja se le mostró una serie de naipes y se le pidió que adivinara el número de puntos que contenía cada uno. Debían discutir juntos la probable cantidad y ponerse de acuerdo para dar una sola respuesta. Pero un estudiante de cada pareja estaba compinchado con el investigador.

Después de haber mostrado media docena de tarjetas, se simulaba llamar al investigador por teléfono, de modo que debía ausentarse del salón. Mientras él no estaba, el estudiante compinchado inducía a su compañero a falsear la prueba, leyendo la respuesta en la hoja del investigador. Algunos de los alumnos lo hacían activamente; otros se resistían pero permitían al otro que lo hiciera, convirtiéndose en cómplices pasivos.

Al retornar el investigador al salón, demostraba un creciente escepticismo acerca de las respuestas de la pareja, hasta que finalmente, la acusaba abiertamente de haber hecho trampa. Durante la tensa entrevista que seguía, se controlaba el comportamiento ocular del desventurado estudiante, se lo registraba y se lo comparaba con otro similar, tomado con anterioridad al experimento.

Exline no trataba de comprobar solamente la teoría de las miradas evasivas. Deseaba probar cómo se relacionaba dicha mirada con cada variante particular de la personalidad, y el grado en que cada individuo se consideraba capaz de dominar a los otros. Todos los estudiantes habían realizado un test con lápiz y papel antes de ir al laboratorio para efectuar esta prueba. Según este test, fueron clasificados en diversos grados de "maquiavelismo", o por la tendencia de dominar a los demás. Resultó que los que realmente tenían esta tendencia y mientras negaban haber consultado las respuestas, miraban al investigador con mayor firmeza que los que no habían consultado las respuestas. Más aun, después de la acusación, en realidad aumentaron la duración de su mirada a pesar de que en la entrevista anterior todos lo habían hecho en forma similar. De tal modo, el contacto visual de cada sujeto se veía afectado no sólo por la necesidad que tenía de ocultar información, sino por la clase de persona que era.

Otra influencia importante sobre el comportamiento visual está determinada por el sexo. Parece ser que las mujeres, por lo menos en el laboratorio, miran más que los hombres. Y una vez que realizan el contacto visual, lo mantienen por más tiempo. También existen otras diferencias más sutiles. Tanto los hombres como las mujeres miran más cuando alguien les resulta agradable, pero los hombres intensifican el tiempo de la mirada cuando escuchan el final de una conversación, mientras que las mujeres lo hacen cuando son ellas las que hablan. Una explicación plausible de estas diferencias reside en el hecho de que les enseñamos a las niñas y a los varones a demostrar sus emociones de manera diferente. Las mujeres, por lo general, se sienten menos inhibidas para demostrar lo que sienten y más receptivas a las respuestas emocionales de terceros. Aparentemente las mujeres no sólo dan mayor importancia a la información que pueden recibir a través de la mirada —información con respecto a las emociones— sino que tienen una necesidad mayor de saber, especialmente cuando están con alguien que les resulta agradable, y cómo reacciona él o ella ante lo que están diciendo. En realidad, si se le pide a una mujer que converse con alguien a quien no puede ver, hablará menos de lo habitual. Un hombre, en cambio, al conversar con alguien a quien no puede ver, habla mucho más.

Otro experimento realizado por Exline arroja más luz sobre la relación existente entre el comportamiento visual y el emocional. Exline pidió a sus examinados que llenaran una ficha personal en la que se les preguntaba, entre otras cosas, cuánto afecto brindaban a los demás y cuánto pretendían recibir. Los hombres aparentemente demostraron que estaban dispuestos a dar y recibir menos que la mayoría de las mujeres. Sin embargo, se dieron casos de algunos hombres que parecían más afectivos que el resto y algunas mujeres menos que el porcentaje usual. Cuando Exline examinó la interacción visual de estos individuos, descubrió que los hombres afectivos intercambiaban mutuamente miradas con otros en la misma proporción que las mujeres, mientras que las menos afectivas presentaban una actitud semejante a la generalidad de los hombres.

Entre los hombres, como así también entre los animales, la manera de mirar frecuentemente refleja el status. En general el animal superior es más dominante en su mirada. Cuando un mono superior o líder capta la mirada de otro que considera inferior, éste entrecerrará los ojos o los desviará hacia otro lado. Algunos etólogos sostienen que la estructura dominante entre los primates se basa en la capacidad de sostener la mirada, más que en actos realmente agresivos. Cada vez que dos monos se encuentran, cruzan miradas y uno la desvía; ambos confirman el lugar que les corresponde en la jerarquía. Esto probablemente también sea cierto entre los hombres. El ejecutivo se considera con derecho de mirar desafiantemente a su secretaria; la secretaria lo hace con el cadete y los tres sentirían que algo no funciona bien si se alterara dicho esquema.

Hasta ahora nos hemos referido exclusivamente a los movimientos visuales, como si el ojo en sí fuera inexpresivo. Sin embargo, la gente responde también en un nivel subliminal a los cambios que se producen dentro del ojo; a variaciones en el tamaño de la pupila. Un psicólogo de Chicago, Eckhard Hess, está investigando un nuevo campo que él denomina la "pupilometría". En 1965 escribió en el "Scientific American": “Una noche, hace aproximadamente cinco años, estaba en la cama hojeando un libro que tenía hermosas fotografías de animales. Mi mujer me miró por casualidad y me dijo que había poca luz, porque mis pupilas parecían más grandes que lo normal. Me pareció que la luz que provenía de la lámpara de la mesa de noche era suficiente, pero ella insistió en que mis pupilas estaban dilatadas. Como psicólogo, interesado en la percepción visual, este pequeño fenómeno me llamó la atención. Más tarde, mientras trataba de conciliar el sueño, recordé que alguien se había referido a la correlación que existe entre el tamaño de la pupila de una persona y su respuesta emocional a ciertos aspectos del medio que la rodeaba. En este caso era difícil hallar un componente emocional. Me pareció que era el resultado de un interés intelectual, y hasta ahora nadie se había referido al aumento del tamaño de la pupila en ese aspecto.

A la mañana siguiente, me dirigí a mi laboratorio en la Universidad de Chicago. En cuanto llegué, seleccioné una cantidad de fotografías —todos paisajes, con excepción de una chica desnuda—. Cuando entró mi asistente, James M. Polt, lo sometí a un pequeño experimento. Mezclé las fotos y manteniéndolas sobre mi cabeza, donde yo no podía verlas, se las mostré una por una, observando sus ojos mientras las miraba. Cuando llegué a la séptima, hubo un notable aumento en el tamaño de sus pupilas; controlé la foto y por supuesto se trataba de la chica. Desde entonces, Polt y yo comenzamos una investigación acerca de la relación entre el tamaño de las pupilas y la actividad mental".

Hess parece haber encontrado un índice bastante seguro y graduable acerca de lo que piensa y siente la gente. En sus experimentos, pide a sus examinados que miren a través de un visor diseñado especialmente, mientras les muestra diapositivas. A medida que un individuo observa una cámara cinematográfica le filma los ojos que se reflejan mediante un espejo que hay en el interior del visor. Las diapositivas se exhiben a pares, tratando de neutralizar cuidadosamente el estímulo que produce una brillante u otra que no lo es tanto, de manera tal que el cambio del tamaño de la pupila no responde al cambio de intensidad de la luz. Hess ha encontrado una extensa gama de respuestas de la pupila: desde la dilatación extrema cuando la persona observa una diapositiva interesante o placentera, hasta la contracción extrema ante otra que resulta desagradable. Como era de suponer, las pupilas de los hombres se dilatan más que las de las mujeres ante la exhibición de una chica desnuda, y las de las mujeres lo hacen más a la vista de una madre con un niño o de un hombre desnudo. Los niños de todas las edades, desde los cinco a los dieciocho años, responden más ante fotos del sexo opuesto, a pesar de que este involuntario signo de preferencia no corresponde siempre a lo expresado verbalmente.

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