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Authors: Flora Davis

Tags: #Ensayo, Psicología, Referencia

La comunicación no verbal (13 page)

BOOK: La comunicación no verbal
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El lenguaje y los gestos de los norteamericanos incluyen la duda, la posibilidad de no ser comprendidos cuando una relación se profundiza, la posibilidad de construir un código que sirve para comunicarse en lo básico, la necesidad de sondear a la otra persona, para encontrar alguna forma delicada, sobreentendida, imperfecta, de comunicación inmediata.

De la misma manera que cada cultura posee su propio estilo de movimientos característicos, también tiene su repertorio de emblemas. Un "emblema" es un movimiento corporal que posee un significado preconcebido, como el gesto de "hacer dedo" en la ruta o el gesto de cortar la garganta.

Paul Ekman, en un trabajo paralelo a su investigación sobre la expresión facial, ha efectuado otra investigación sobre emblemas que resultan universales a toda la humanidad. Después de trabajar en Japón, en Argentina y en la tribu Fore de Nueva Guinea, ha encontrado hasta ahora entre diez y veinte emblemas que posiblemente son universales. Es decir, que en estas tres culturas totalmente divergentes el mismo movimiento corporal implica igual mensaje. Puede no ser cierto que todas las sociedades tengan estos emblemas, pero Ekman considera que si una cultura posee algunos emblemas para ciertas palabras o frases, serán sin duda los que él extrajo de sus investigaciones.

Un claro ejemplo es el del sueño, que se indica inclinando la cabeza y apoyando la mejilla sobre una mano. Otro es el emblema de estar satisfecho, que se representa poniendo una mano sobre el estómago, palmeándolo suavemente o masajeándolo. Ekman piensa que estos gestos son universales debido a lo limitado de la anatomía humana. Cuando la musculatura permite realizar una acción en más de una forma, existen diferencias culturales en los emblemas. Por ejemplo, a pesar de que el emblema de comer siempre involucra el movimiento de llevarse la mano a la boca, en Japón, una mano sostiene un tazón imaginario a la altura del mentón, mientras que la otra lleva una imaginaria comida a la boca; en Nueva Guinea, en cambio, donde la gente come sentada en el suelo, la mano se estira a lo largo del brazo, levanta un bocadillo imaginario y lo lleva a la boca. En la Argentina, el emblema del suicidio consiste en llevarse la mano en forma de pistola a la sien; en Japón, es la pantomima de abrirse el vientre mediante el hara-kiri.

Algunas veces las diferentes culturas emplean los mismos emblemas, pero con un significado totalmente diferente. Sacar la lengua es considerado una señal de mala educación, entre nuestros niños, pero en el sur de China moderna, una rápida exhibición de la lengua significa turbación; en el Tibet, representa una señal de educada cortesía, y los habitantes de las islas Marquesas sacan la lengua para negar.

Resulta obvio que una persona que visita un país extranjero puede encontrarse ante un problema embarazoso si emplea un emblema que no corresponde a la cultura local. Por ejemplo un norteamericano que estaba dictando conferencias en Colombia, les hablaba a sus alumnos acerca de niños de edad pre-escolar; cuando estiró el brazo con la palma de la mano hacia abajo para indicar la altura de esos niños, toda la clase comenzó a reír. Parece ser que en Colombia este gesto se emplea para señalar el tamaño de los animales pero nunca el del ser humano. Incidentes de este tipo indujeron a dos jóvenes becados de la Universidad de Colombia, a escribir lo que probablemente es el primer manual para interpretar emblemas. A pesar de que algunos profesores de idiomas han señalado que la gente no espera que los extranjeros hagan gestos perfectos, aun cuando sean fluidamente bilingües, parece lógico que los estudiantes traten de aprender aunque sea someramente la parte de la cinesis de una lengua, al mismo tiempo que aprenden su vocabulario. Es probable que en el futuro se encare así la enseñanza de los idiomas.

La gesticulación ha sido estudiada desde un punto de vista totalmente distinto por los especialistas en cinesis, que ven en ella un elemento perfectamente delineado dentro de la corriente regular y hasta repetitiva de los movimientos corporales.

Adam Kendon realizó un análisis detallado de las gesticulaciones de un hombre, que fue filmado mientras hablaba a un grupo informal, de aproximadamente once personas. Con la ayuda de un lingüista, Kendon dividió la conferencia no en unidades gramaticales sino en sectores fonéticos, basados en los ritmos y los patrones de entonación del discurso en sí. Descubrió que esta conferencia de dos minutos podía ser analizada en tres "párrafos", que contenían entre ellos once "subpárrafos", los que a su vez estaban formadas por dieciocho locuciones (cada una representaba grosso modo una oración). Éstas a su vez, podían subdividirse en cuarenta y ocho frases.

Kendon realizó a continuación un sorprendente descubrimiento. Cada nivel de un discurso está acompañado por una norma contrastante de movimiento corporal, de tal manera que cuando el orador pasa de una frase a la siguiente o de una oración a otra también varía de un tipo de movimiento corporal a otro. Durante el primero de los tres párrafos, por ejemplo, el hombre gesticulaba únicamente con su brazo derecho; durante el segundo, con el izquierdo, y durante el tercero, con ambos. Dentro de los subpárrafos podía emplear amplios movimientos de adentro hacia afuera con todo el brazo durante la primera oración, gestos con la muñeca sola y los dedos durante el segundo, y luego podría flexionar el brazo hasta el codo durante el tercero. Lo mismo ocurría a nivel de las frases.

Kendon me explicó que el hombre de la película estaba representando mediante su gesticulación la estructura gramatical de lo que decía. Además, asociaba en forma regular algunos movimientos con frases o ideas particulares. En un momento dado, expresó: "Los británicos son conscientes de sí mismos", mientras mantenía sus manos en el regazo, los dedos entrecruzados, enfrentando las palmas y los pulgares hacia arriba. En el siguiente párrafo, volvió a citar la misma idea pero expresándola de manera diferente; sin embargo, la acompañó con la misma posición de las manos.

Todo esto concuerda de manera bastante clara con los descubrimientos de la cinesis acerca de la postura, en el sentido de que ante cada encuentro el hombre acomoda su cuerpo mediante una serie de posiciones diferentes. Adoptará una postura especial para hablar y otra para escuchar, y algunas veces hará diferencias entre las posturas para hablar. Se presentará en una forma al interrogar; en otra al dar órdenes; en otra para dar explicaciones, y así sucesivamente. Mediante el microanálisis se ha llegado a la conclusión de que los movimientos corporales de un hombre cambian de dirección, cuando coinciden con los ritmos del lenguaje, de tal manera que aun a nivel silábico, el cuerpo danzará al ritmo de las palabras.

Un problema que interesa actualmente a Kendon es el contexto en el que la gente gesticula o deja de hacerlo. Notó que el hombre de la película estaba diciendo su pequeño discurso que probablemente tenía bien pensado de antemano, y lo pronunció sin dificultades. Como sabía aproximadamente lo que diría a continuación, el hombre condicionaba sus gestos, aun cuando no lo hacía conscientemente, con la fluidez de sus palabras.

También se realizan gesticulaciones durante discursos que no denotan tanta seguridad. Kendon observó que cuando una persona se interrumpe en medio de una frase mientras busca la próxima palabra, trata de representarla mediante el movimiento de sus manos. Una mujer que decía que "había traído rodando una mesa con una ah... eh... torta encima", había realizado en el aire con un dedo un movimiento circular y horizontal con la forma de una torta, mientras dudaba y decía "ah... eh...". Kendon sugirió que algunas veces, la gente suele hacer gestos que indican lo que está por decir. Y agregó:

También es cierto que si usted le pide a alguien que repita algo que no entendió claramente, aun cuando anteriormente no haya gesticulado, seguramente lo hará al repetir la explicación. Los gestos aparecen cuando una persona tiene más dificultad para expresar lo que quiere decir, o cuando le cuesta más trabajo hacerse comprender por su interlocutor. Cuanto más necesita despertar sus sentidos, mayor intensidad da a la expresión corporal, de tal manera que cada vez gesticula con mayor amplitud.

Esta explicación está refrendada en un experimento realizado por el psicólogo Howard Rosenfeld. Descubrió que las personas a las que se les indica que traten de parecer agradables ante terceros, gesticulan más y también sonríen más que las que reciben la consigna de no mostrarse demasiado amistosas.

Cuando una persona gesticula, se da cuenta sólo periféricamente de que lo hace. Es más consciente del movimiento de las manos de la otra persona, pero en general, se fija más en el rostro que en ellas.

Sin embargo, las manos están maravillosamente articuladas. Se pueden lograr setecientas mil posiciones diferentes, usando combinaciones de movimientos del brazo, de la muñeca y de los dedos. El profesor Edward A. Adams, de la Universidad del Estado de Pensilvania ha notado que: "Los movimientos de las manos también son económicos, rápidos de emplear y pueden ejecutarse con mayor velocidad que el lenguaje hablado." A través de la historia ha habido lenguajes por señales que realmente reemplazaron a las palabras. Efectivamente, algunos científicos sugieren que el primitivo lenguaje del hombre era por señas. Aseguran también que el hombre aprende el lenguaje de los gestos con toda facilidad. Los niños sordomudos inventan rápidamente su propio sistema de comunicación si no se les enseña uno preestablecido.

Sin embargo, en nuestros días hablamos con nuestra lengua más que con nuestras manos, obviamente es la mejor manera de hacerlo. La voz humana es capaz de lograr muchos matices ricos y sutiles y la persona que habla gesticulando con las manos, necesariamente dejará de hacerlo si necesita emplearlas en otros menesteres. Aun así, la gesticulación transmite muchas cosas. Sirve de clave a la tensión de un individuo; puede ayudar a precisar su origen étnico, y representa una manera directa de expresión de la personalidad.

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Mensajes a la distancia y en el lugar

El sentido del yo del individuo está limitado por su piel; se desplaza dentro de una especie de burbuja invisible, que representa la cantidad de espacio aéreo que siente que debe haber entre él y los otros. Esto es algo que cualquiera puede demostrar fácilmente acercándose en forma gradual a otra persona. En algún momento, ésta comenzará, irritada o sin darse cuenta, a retroceder. Las cámaras han registrado los temblores y los mínimos movimientos oculares que dejan al descubierto el momento en que se irrumpe en la burbuja ajena. Edward Hall, profesor de antropología de la Northwestern Universtity, observó por primera vez, y comentó este fuerte sentido del espacio personal; y de su trabajo surgió un nuevo campo de investigación denominado proxémico (proxemics, en inglés), que él ha definido como "el estudio de cómo, el hombre estructura inconscientemente el microespacio".

La preocupación principal de Hall consiste en los malentendidos que pueden surgir del hecho de que las personas de diferentes culturas disponen de sus microespacios en formas distintas. Para dos norteamericanos adultos, la distancia cómoda para conversar es de aproximadamente setenta centímetros. A los sudamericanos les gusta colocarse mucho más cerca, lo que crea un problema cuando un norteamericano y un sudamericano se encuentran frente a frente.

El sudamericano que se desplaza en lo que él considera la distancia apropiada para el diálogo, puede ser considerado "agresivo" por el norteamericano. A su vez, éste parecerá engreído para el otro al tratar de mantener la distancia que para él es adecuada. Hall observó una vez una conversación entre un latino y un norteamericano que comenzó en la esquina de un corredor de diez metros y finalmente terminó en la otra; el desplazamiento se produjo por "una serie continuada de pasos hacia atrás del norteamericano e igual ritmo de pasos hacia adelante de su interlocutor".

Si existe una incomprensión entre los americanos del norte y los del sur con respecto a la distancia adecuada para mantener una conversación social, los norteamericanos y los árabes son mucho menos compatibles en sus hábitos en cuanto al espacio. A éstos les encanta la proximidad. Hall explica que los mediterráneos pertenecen a una cultura de contacto y en su conversación literalmente rodean a la otra persona. Le toman la mano, la miran a los ojos y la envuelven en su aliento. Una vez le pregunté a un árabe cómo se daba cuenta cuando le "llegaba" a otra persona...; me miró como si estuviera loca y me dijo: "Si no llego a él, es porque está muerto".

El interés del doctor Hall por el uso que hace el hombre del microespacio despertó a comienzos del año 1950 cuando era director del programa de instrucción Punto Cuatro en el Instituto Nacional del Servicio Exterior. Al conversar con norteamericanos que habían vivido en el extranjero, descubrió que muchos de ellos se habían sentido sumamente afectados por diferencias culturales de una naturaleza tan sutil como para que sus efectos se percibieran casi exclusivamente en un nivel preconsciente. A este fenómeno se lo denomina generalmente "shock cultural".

El problema es que relativamente hablando, los norteamericanos viven una cultura de "no contacto". En parte es el resultado de su herencia puritana. El doctor Hall señala que pasamos años enseñando a nuestros hijos a no aproximarse demasiado, a no recostarse sobre nosotros. Equiparamos el contacto físico con el sexo de tal manera que al ver a dos personas muy cerca la una de la otra, presumimos que están cortejándose o conspirando. En situaciones en que nos vemos forzados a estar demasiado cerca de otras personas, como en el subterráneo, tratamos cuidadosamente de compensar ese desequilibrio. Miramos hacia otro lado, nos damos vuelta y si se realiza un contacto físico real, los músculos del lado en que éste se produce se pondrán automáticamente tensos. La mayoría de nosotros consideramos que ésta es la única manera correcta de proceder.

"No puedo soportar a este tipo", dijo un corredor de bolsa refiriéndose a un colega. "Algunas veces debo viajar con él en el subterráneo y prácticamente se deja caer sobre mí; siento entonces, como si una montaña de gelatina caliente avanzara hacia mí."

Los animales también reaccionan frente al problema del espacio y en forma que es predecible para cada especie. Muchos poseen una distancia de fuga y una distancia crítica. Si cualquier ser viviente suficientemente amenazador aparece dentro de la distancia de fuga del animal, éste huirá. Pero si el animal se ve acorralado, y la amenaza entra en el ámbito de la distancia crítica, entonces atacará. Los domadores aparentemente manejan a los leones porque conocen milímetro por milímetro la distancia crítica del animal. El domador atraviesa este límite de sensibilidad y el león salta y cae —no casualmente por cierto— sobre la banqueta que los separa. Instantáneamente, el hombre retrocede hasta estar nuevamente fuera de la distancia crítica. El animal queda en el lugar pues desde allí no siente necesidad de atacar.

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