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Authors: Flora Davis

Tags: #Ensayo, Psicología, Referencia

La comunicación no verbal (16 page)

BOOK: La comunicación no verbal
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Frecuentemente, en grupos de tres o más personas, la gente dividirá la orientación de sus cuerpos. Será posible observar que cada persona habrá colocado la parte superior de su cuerpo frente a uno de sus compañeros y la parte inferior frente a otro. Si esto no ocurriera así, si dos personas se colocaran enteramente una frente a la otra, la tercera se sentiría inexplicablemente excluida, sin importar el cuidado que se tome por incluirla en la conversación.

Los experimentos de la orientación han sugerido que tanto los hombres como las mujeres se enfrentan más directamente a hombres de mayor status y menos directamente a mujeres de status más bajo. Nuevamente parece importante la amenaza potencial: el patrón ante la empleada de limpieza.

Existen aproximadamente mil posturas estáticas que son anatómicamente posibles y relativamente cómodas; de ellas, cada cultura selecciona su propio repertorio limitado. Así lo afirma Cordón Hewes que ha estudiado las posturas en forma global. Nosotros, en Occidente, tendemos a olvidar que existen otras maneras de sentarse y de ponerse de pie que las que estamos acostumbrados a emplear. Resulta sorprendente comprobar que "por lo menos la cuarta parte de la humanidad tiene el hábito de ponerse en cuclillas para descansar o para trabajar". La mayoría de los niños adoptan esta posición fácil y cómoda durante mucho tiempo, pero en nuestra sociedad se considera que esta posición es incómoda, signo de mala educación y molesta y los adultos han perdido la habilidad de usarla. El repertorio de posturas de una cultura da forma a los complementos de ésta y éstos a su vez requieren ciertas posturas. Cuando un estilo de vida está en formación puede ocurrir que posturas y complementos se desencuentren entre sí. En el Japón, donde las personas están acostumbradas a sentarse en el piso de las casas, frecuentemente se las puede ver en cuclillas sobre la butaca de un teatro o en el asiento del tren.

Si ponerse en cuclillas puede parecemos incómodo, la posición de las cigüeñas que adoptan ciertos habitantes del África nos parecerá imposible. Los hombres se paran durante largo rato sobre una pierna, y doblan la otra por debajo de la rodilla, enlazando el pie de la pierna libre a la otra espinilla.

A través de todas las culturas que ha estudiado, Hewes descubrió que es raro que las mujeres se sienten o se pongan de pie con las piernas separadas, una postura que es común en los hombres. Cada cultura posee posturas que considera correctas y otras que juzga incorrectas, de manera que lo que en una sociedad es signo de buena educación puede resultar escandaloso en otra.

La postura es, como ya lo hemos dicho, el elemento más fácil de observar y de interpretar. En cierto modo, es bastante molesto saber que algunos movimientos corporales que efectuamos bastante seguido son tan circunscriptos y predecibles que revelan nuestra personalidad; pero por otra parte, es muy agradable saber que todo nuestro cuerpo responde en forma continua ante el desarrollo de un encuentro con otro ser humano.

A medida que un individuo toma conciencia de su propia postura, puede descubrir que durante una velada estuvo compartiendo posturas corporales con un amigo y que el compañerismo siguió el curso del cambio de éstas. En otra circunstancia, puede darse cuenta de que está sentado formando una barrera con sus brazos y con sus piernas. Esta toma de conciencia del propio yo puede ser un primer paso tentativo hacia un mejor conocimiento de sí mismo.

C
apítulo
- XII

Ritmos corporales

Del mismo modo que otros especialistas en cinesis, el profesor William Condón ha investigado en base a películas estudiando, analizando y buscando patrones. De sus estudios surgió un fenómeno sorprendente y fascinante: en formas mínimas, el cuerpo del hombre baila continuamente al compás de su propio lenguaje. Cada vez que una persona habla, los movimientos de sus manos y dedos, los cabeceos, los parpadeos, todos los movimientos del cuerpo coinciden con este compás. Resulta interesante saber que este ritmo suele alterarse cuándo se trata de casos patológicos o de daños cerebrales. Los esquizofrénicos, los niños autísticos, las personas afectadas por el mal de Parkinson, epilepsia leve o afasias, y los tartamudos, están fuera de sincronía consigo mismos. La mano izquierda puede seguir el ritmo del lenguaje mientras que la derecha está completamente desfasada. El resultado, tanto en la vida real como en las películas, es una rara impresión de torpeza, un sentimiento de que algo no está completamente bien en la forma en que se mueve el individuo.

"Después de haber pasado miles de horas mirando películas -narra Condón— comencé a encontrar la clave en forma de visión periférica. El que escucha también se mueve al mismo tiempo que el relato del que habla. Entonces empecé a examinar este hecho sistemáticamente, y éste fue el comienzo del estudio de la sincronía interaccional."

La sincronía de interacción resulta difícil de creer hasta que no se la ve en películas, puesto que en la vida real generalmente se produce en forma veloz y es demasiado sutil para ser captada. Sin embargo, en todos los filmes analizados por Condón (cerca de un centenar), siempre se encontró presente la sincronía interaccional ya se tratara de norteamericanos de clase media, de esquimales, o de bosquimanos del África. Se produce continuamente cuando la gente está conversando. Aunque puede parecer que el que escucha está sentado perfectamente quieto, el microanálisis revela que el parpadeo de los ojos o las aspiraciones del humo de la pipa, están sincronizados con las palabras del que habla. Cuando dos personas conversan, están unidas no sólo por las palabras que se intercambian mutuamente sino por ese ritmo compartido. Es como si fueran llevados por una misma corriente. Algunas veces aun durante intervalos de silencio, la gente se mueve simultáneamente, porque en apariencia reacciona ante claves visuales en ausencia de otras verbales. Es posible realizar un pequeño experimento para comprobar la sincronía interaccional, mediante una técnica muy simple: pídale a un amigo que marque un ritmo con los dedos y luego comience a hablarle. Los repiquetees de él coincidirán inmediatamente con los acentos o las divisiones silábicas de las palabras de usted. Los ritmos del lenguaje humano, aparentemente, pueden ser tan irresistibles como los de un violento rock.

La sincronía interaccional es algo sutil, no es simplemente una imitación de los gestos —a pesar de que esto sucede también algunas veces— sino que se trata de un ritmo compartido. La cabeza del que habla se mueve hacia la derecha y exactamente en ese momento el oyente levanta una mano. En el mismo instante en que se invierte el movimiento de la cabeza, la mano cambia de dirección. Si la cabeza se apresura, también lo hace la mano y quizás el pie o la otra mano se adaptan al ritmo.

Naturalmente uno se pregunta qué propósito puede tener la sincronía interaccional puesto que la gente casi nunca está enterada de que ella existe. Condón considera que es el basamento sobre el que está edificada la comunicación humana y que sin ella la comunicación sería completamente imposible. Sirve para indicar a la persona que habla que el oyente lo está escuchando realmente. Si el oyente se distrae, la sincronía fallará o desaparecerá por completo. Condón posee una película de dos psiquiatras conversando y moviéndose al mismo ritmo. Luego de un tiempo, aparecen en escena otras dos personas; los psiquiatras interrumpen su diálogo para conversar con los recién llegados. En el instante en que comienzan a prestar atención a nuevas conversaciones, se quiebra la sincronía mutua. Unos minutos después, cuando los psiquiatras retoman la conversación original, entre ellos vuelve a aparecer el ritmo primitivo.

La sincronía interaccional es variable. Algunas veces está presente sólo de manera muy leve y otras se nota en forma más acentuada. Dos personas que están sentadas pueden mover solamente sus cabezas al compás; luego pueden agregar movimientos de pies o de manos, hasta que finalmente parecen acompañarse con todo el cuerpo. La experiencia interna en un momento así es un sentimiento de gran armonía, de que realmente uno llega a comunicarse con la otra persona —a pesar de que la conversación puede parecer enteramente trivial—. Por lo tanto en un nivel subliminal, la sincronía interaccional expresa variaciones sutiles aunque muy importantes en una relación.

Condón trabajó ocho largos y penosos años para aprender todo lo que sabe sobre esta sincronía. Durante todo este tiempo, su laboratorio ha estado en el Instituto Psiquiátrico y Clínico del Oeste en Pittsburgh (Western Psychiatric Institute and Clinic, WPIC), donde es profesor e investigador asociado de comunicación humana.

Me previno, cuando lo entrevisté, de que sus estudios todavía deben ser considerados "tentativos". Poseen la misma validez que las observaciones que Konrad Lorenz realizara sobre animales salvajes. Condón ha corroborado sus descubrimientos en más de cien películas, y otras personas que las han visto también han descubierto la existencia de la sincronía. Pero las pruebas todavía no están reflejadas en términos experimentales o en estadísticas.

Condón me mostró una serie de estas películas en una habitación algo más grande que un placard. La primera era sobre una conversación filmada entre un hombre blanco y un negro, que no se conocían entre sí; habían sido llevados al laboratorio WPIC y se les pidió que se sentaran y conversaran para obtener datos acerca de la comunicación humana. Ambos hombres, bien vestidos, se sentaron uno frente a otro. El negro era joven: un estudiante. El blanco era algo mayor. Echándose hacia atrás en el asiento comenzaron a discutir amablemente acerca de los posibles beneficios de una educación universitaria. El estudiante estaba a favor de ella, en contraposición con el blanco que defendía la tesis de la especialización laboral.

Condón me mostró la película mediante un proyector manual, pasando una vez tras otra los mismos cuadros. En cámara lenta, el sonido era semejante al del Pato Donald; otras veces se parecía al silbar del viento o al grito de las focas. Pero la cadencia era siempre clara, aunque las palabras no lo fueran. En forma gradual comencé a notar que cada uno de los hombres tenía su propio ritmo de moverse al hablar; luego, repentinamente y por el rabillo del ojo, capté que realmente lo hacían al mismo compás. El hombre blanco hablaba, y a pesar de que el negro permanecía aparentemente inmóvil, cada vez que se movía lo hacía coincidiendo con alguna acentuación en las palabras de la frase que estaba pronunciando su interlocutor.

Condón me explicó que, como en esta primera parte del filme ambos personajes estaban intercambiando ideas, no había mucha sincronía. Divorciados de las palabras, los gestos parecían algo agresivos al señalar, enfatizar y cortar el aire. El blanco se contradijo: "Yo quiero... yo no quiero..." y pude notar que su cabeza se movía hacia atrás, mientras enseñaba los dientes y levantaba las cejas; luego en un gesto enfático, parecido a una bofetada, golpeó el aire.

Inmediatamente el hombre negro se enderezó en su asiento. A partir de ese momento, el tono del encuentro fue totalmente diferente. Donde antes había una sincronía esporádica, ahora ambos hombres se movían juntos al ritmo de sus frases, de sus palabras y hasta de las sílabas, en una danza creciente e intrincada. Se notaba un complejo juego de manos. Luego de una pausa, uno de los dos comenzó a hablar, y el otro mediante un movimiento de su cuerpo retomó la conversación al compás en el momento preciso. El estudiante buscó la pipa en su bolsillo y el ritmo del gesto fue tan claro como "da-da-da-dum", y reflejó de manera igualmente clara las palabras del otro.

La primera parte de la película, según Condón, refleja una lucha de dominio-sumisión. Es difícil precisar qué fue lo que pasó exactamente en el momento de la bofetada pero, indudablemente, algo cambió. Tal vez este solo y enérgico gesto dirimió la cuestión del dominio.

Luego Condón pasó otro grupo de películas cortas, esta vez mostrando a la etóloga Jane Goodall acompañada por un par de chimpancés salvajes. En cuclillas, Jane trata de arrebatar un cacho de bananas a uno de los monos. Éste echa hacia atrás la cabeza, mostrando los dientes y procura darle una bofetada de manera muy semejante a la escena filmada entre los dos hombres.

Volviendo a la película anterior, Condón me señaló algunas sutiles diferencias culturales en la manera en que emplean el cuerpo los blancos y los negros. Cada vez que un blanco movía simultáneamente la cabeza y las manos, estos se sacudían al mismo compás. En el negro, algunas veces se notaban síncopas: las manos se movían algo más rápido pero no obstante guardaban relación con el movimiento de la cabeza. En un momento dado; una de las manos del estudiante se movía casi al doble de velocidad que la otra. Esto resulta prácticamente imposible para los blancos, me explicó Condón, aun cuando se empeñen en hacerlo. Cuando blancos y negros se reúnen, tienen menos inconvenientes si cada uno trata de acomodarse a las sutiles diferencias de los movimientos corporales del otro.

Los investigadores están comenzando a probar que los negros norteamericanos y los blancos se mueven realmente en forma diferente. Los negros, en general, son más rápidos, más sutiles y más sensibles a matices no-verbales. Parece ser que muchas veces transmiten numerosos mensajes mediante movimientos mínimos de los hombros, de las manos o de los dedos. Varios investigadores han señalado que también pueden existir importantes diferencias en el comportamiento visual. Entre las familias de origen pobre, la gente se mira menos directamente a los ojos que entre las familias blancas de clase media. Esto explicaría el hecho de que al encontrarse los negros con los blancos, los primeros se sienten observados en forma impertinente, mientras que los segundos notan que los negros tratan de evitar sus miradas. Las diferencias en los movimientos corporales, por cierto, no causan prejuicios; sin embargo, no contribuyen a una mejor comprensión interracial.

Paul Byers, antropólogo de la Universidad de Columbia, me había mostrado antes una película filmada en un jardín de infantes. En ella, durante una secuencia de diez minutos, una niñita negra había tratado de captar la mirada de la maestra blanca, unas treinta y cinco veces, contadas una por una, y sólo lo consiguió cuatro veces. En el mismo lapso, una criatura blanca logró hacerlo ocho veces en sólo catorce intentos, pese a que no se trataba de un caso de favoritismo. El análisis demostró que la oportunidad de la niña blanca era simplemente más adecuada; la niñita negra, continuaba mirando fijamente a su maestra, aun cuando ésta estuviera ocupada ayudando a otro niño, mientras que la blanca esperaba la oportunidad más favorable para hacerlo. Una y otra vez, en este filme, la maestra trataba de acercarse a la niña negra, pero cada intento se transformaba en una especie de fracaso, ya sea porque la maestra dudaba a último momento, como si no estuviera segura de que su contacto sería bien recibido, o porque la criatura mediante un gracioso y casi invisible gesto de hombros, trataba de escabullírsele de la mano. Byers considera que el filme demuestra no un prejuicio, sino problemas en la interpretación de los movimientos corporales.

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