La tercera película que me mostró Condón era un ejemplo de sincronía perfecta. Un hombre y una mujer, el empleador y la aspirante a un puesto, sentados frente a frente en una secuencia que a velocidad normal mostraba una abundante variación de posiciones. Al principio el hombre cruzaba y descruzaba las piernas y la mujer estaba inquieta en su asiento. Pero al volver a pasar la película cuadro por cuadro, se notó claramente la sincronía. En un mismo cuadro, ambos se inclinaban hacia adelante, se interrumpían exactamente en el mismo momento, levantaban la cabeza y luego se echaban hacia atrás en los asientos, volviendo a quedar inmóviles nuevamente. Se parecía mucho a la danza del galanteo de algunas aves. Según una de las analogías favoritas de Condón era como una exhibición de marionetas suspendidas en el aire por el mismo juego de hilos. Condón me explicó que este tipo de sincronía amplificada se produce a menudo entre macho y hembra. Durante el galanteo entre el hombre y la mujer es una de las numerosas maneras de manifestar mutuo agrado sin emitir palabra alguna.
Los hombres y las mujeres poseen distintos estilos de sincronía, añade Condón. En los encuentros entre hombre-hombre que ha estudiado hasta ahora, el rebote y el ritmo son completamente diferentes de los que se observan entre hombres y mujeres. Los movimientos son más moderados entre hombres, y éstos suelen emplear las manos con mayor frecuencia; la proporción del cuerpo que está involucrada en el movimiento no es tanta y el ritmo no se entrelaza tan estrechamente.
"Parecería ser que la vida humana está profundamente integrada al movimiento rítmico compartido que la circunda", ha escrito Condón. El bebé dentro del vientre de la madre se mueve mediante los movimientos de ésta. Después del nacimiento, el movimiento compartido y el ritmo continúan...
La cinesis ha demostrado a Condón que los bebés también poseen una sincronía propia. A pesar de que sus movimientos parecen casuales y entrecortados, todas las partes de su cuerpo responden a un mismo compás. A los tres meses y medio y posiblemente antes, el bebé se mueve al ritmo de las palabras de su madre.
"En realidad, entre la madre y el hijo existe una sincronía amplificada —dice Condón—, intrincada, relajada y extensa. Se encierran durante largos períodos de tiempo en una participación de movimientos. Las películas de las chimpancés que cuidan a sus crías nos blindan el mismo efecto."
En el próximo grupo de películas que me mostró Condón, había ejemplos de la clase de patología que bloquea la sincronía interaccional. La primera de ellas, mostraba a una preciosa niñita de tres años, de hermosos ojos enormes y de cabello largo y oscuro. La trajeron al laboratorio WPIC porque se sospechaba que podía ser sorda, a pesar de que las pruebas de rutina no habían demostrado nada en concreto. Condón pensaba que las películas indicarían si la niña oía en forma normal, ya que se movería al ritmo del lenguaje de las personas que la rodeaban. Sin embargo la película señaló, por el contrario, que no se movía en absoluto al compás de la voz humana, sino que reaccionaba con extrema sensibilidad ante los sonidos inanimados. Su madre desparramó un collar de cuentas sobre la mesa, de manera que cayó en secciones, haciendo un ruido semejante a un suave tamborileo; los hombros y la cabeza de la niñita respondieron rítmicamente al compás de las cuentas. Una pediatra tamborileó con los dedos sobre la mesa y la niña se movió de acuerdo a ese ritmo. Los niños normales no reaccionan de esta manera ante el sonido. Condón ha probado esto mediante ruidos intensos, golpeando varios libros fuertemente, y sin embargo ellos no se adaptan al ritmo.
Más tarde la niña del filme fue declarada autista. "Pobrecita —dijo Condón—, era como si su mundo estuviera compuesto de sonidos, y ella reaccionaba ante ellos de la misma manera que la gente normal reacciona ante el lenguaje hablado."
En la película siguiente, una mujer que tenía un vestido escotado estaba sentada junto a un hombre en un sofá, mientras que en primer plano un niño jugaba en el suelo. La mujer se quejaba porque el niño siempre había constituido un problema por la forma de alimentarse. Por el tono de su voz, que por momentos adquiría un nivel agudo e irritante al referirse a su hijo y por un gesto especial que ejecutaba como "apuñalando" con un dedo, expresaba su rechazo hacia el niño. A medida que ella hablaba, el niño movía el cuerpo al ritmo exacto de las palabras maternas, y luego desapareció de la escena para regresar después de unos segundos, trayendo un pequeño almohadón que ofreció a su madre, lo que parecía ser un gesto de ruego o de pacificación. Sin embargo la mujer tomó el almohadón y puso un rostro duro, severo y frío, que recordé por mucho tiempo.
El próximo filme presentaba a una mujer, madre de mellizas, una de las cuales era esquizofrénica. En los treinta minutos que duró la película, la madre y la hija normal se movieron al mismo ritmo, y compartieron posiciones el noventa y cinco por ciento del tiempo; incluso se acomodaron la ropa en un mismo cuadro de la película. La hija esquizofrénica rara vez coincidía con su madre o con su hermana. Más aun, cada vez que trataba de adoptar una postura coincidente con la madre, ésta inmediatamente cambiaba y adoptaba otra, como si de esta manera mantuviera cierta distancia entre ambas. Siempre que la madre se refería a la hija esquizofrénica, gesticulaba hacia ella manteniendo las palmas de las manos hacia abajo, como si golpeara, en un movimiento que indicaba claramente: "aléjate". Algunas veces, la niña reaccionaba volviendo enérgicamente la cabeza hacia un lado y excluyéndose más que antes de la conversación.
"Éstos son mensajes mayores —me dijo Condón sobriamente—. Cuando usted ha visto suficientes películas de este tipo, comienza a aceptarlas como parte de la realidad."
Me previno, sin embargo, que no existe una simple relación causa-efecto en estos procesos. La reacción de la madre no produjo la esquizofrenia de la hija. De hecho, la niña enferma puede haberse comunicado mal desde un principio. Pero Condón tenía otra película de un par de mellizos de ocho años, uno normal y otro no, que mostraba el mismo esquema de exclusión rítmica y corporal. También ha coleccionado varias películas de madres de mellizos normales, en las que la madre se comporta en forma equilibrada frente a ambos. Puede ser, entonces, que la sincronía interaccional no sólo sea una forma de demostrar armonía sino una manera de incluir o excluir a otros.
En otra película sobre un adolescente perturbado y sus padres, la madre y el hijo mostraban claramente por su comportamiento que estaban aliados en contra del padre. De hecho, en un momento dado, el muchacho comenzó a discutir con el padre, y la madre reforzó esta actitud adoptando la misma postura de su hijo y moviéndose en estrecha sincronía con él. En otro momento, el padre y la madre concordaron maravillosamente, y de inmediato, el muchacho enojado dijo a la madre: "Bueno, antes me hiciste cerrar la boca, así que ahora puedes hacer que la abra nuevamente", lo que nos proporciona, dice Condón, una verificación más amplia de que existe en este caso tanto una inclusión como una exclusión.
Condón especula en base al hecho de que adaptarse al ritmo de otra persona puede tener a grosso modo el mismo efecto que compartir una postura, ya que promueve un sentido de intimidad y de armonía. La gente es muy sensible ante la forma en que se mueve otra persona. Edward Hall posee una colección de fotografías tomadas en una galería de arte en las que las personas, sin darse cuenta, adoptan las posturas de las esculturas expuestas.
Las personas poseen esta sensibilidad especial y ni siguiera lo saben —sugiere el doctor Condón—. Puede haber, por lo que conozco, varios cientos de niveles diferentes para expresar intimidad o alejamiento en una relación —posturas, sincronía, contacto visual y otros—. La vida puede tornarse cada vez más fascinante a medida que uno estudia esto; puede llegar a ser extremadamente agradable. Pienso que a medida que la gente conozca estas sutilezas, accederá a matices de placer, de relación compartida que todavía no conocemos, ya que nuestra sensibilidad se verá acrecentada.
La más notable de todas las películas que me mostró Condón fue la última. En ella aparecían dos sujetos conectados a un EEG (electroencefalógrafo), de tal manera que se podía registrar sus ondas cerebrales a medida que hablaban. Una cámara enfocaba el encuentro a nivel humano, y la otra las agujas del EEG, mientras dibujaban los temblorosos trazos en el papel cuadriculado que corría bajo ellas. Resultaron dos películas distintas. Sobre la pantalla que reflejaba los trazos del EEG, se veían los rasgos alineados de doce indicadores: los seis de la derecha correspondían al hombre y los seis de la izquierda a la mujer. Se asemejaban bastante a la estela que dejan dos esquiadores acuáticos no muy hábiles, que esquían al compás de una música que no se oye. Todos no se movían a derecha o a izquierda en el mismo instante, pero en general, lo hacían en forma bastante sincronizada; también aumentaban o disminuían la velocidad en forma pareja. De una manera casi mágica, era como si los indicadores hablaran entre sí.
Esto me recordó una aseveración que hizo Paul Byers, medio en broma: la sincronía interaccional o los ritmos compartidos podrían brindar una explicación de la comunicación existente entre el hombre y las plantas. Ese extraño fenómeno, en base al cual ciertas personas al concentrar su cuidado en alguna planta —tal vez amándola— logran hacerla crecer mucho mejor que a una planta tipo, que es observada en un laboratorio a la que se trata en forma similar, recibe la misma proporción de agua, e igual cantidad de sol, etc. Byers dice: "¿Qué somos nosotros, después de todo —nuestras acciones, nuestras percepciones— sino nervios que efectúan descargas eléctricas, ritmos?" Sugiere asimismo que, cuando los jóvenes hablan de "estar en onda", o "estar fuera de onda", están reconociendo inconscientemente este fenómeno.
Condón es muy cauteloso acerca de las películas filmadas en base al sistema EEG. Todo lo que se puede decir, me previno, es que resulta sugestivo y que es un fenómeno que merece estudiarse. Sin embargo, existen problemas al trabajar basándose en este tipo de películas. Nadie puede decir en forma precisa qué es lo que miden, excepto que reflejan la actividad eléctrica del cerebro, complicada por la contracción del músculo del ojo que parpadea. Un científico ha expresado que tratar de explorar el cerebro mediante el EEG, es como tratar de descifrar el funcionamiento de un motor aplicando un estetoscopio al capó del automóvil. No obstante, los registros de EEG realizados por Condón muestran complejas configuraciones de cambio que se relacionan al fluir de las palabras, y Condón está empeñado en realizar nuevos estudios con el objeto de identificar estas relaciones existentes.
Condón está convencido de que lo bioeléctrico —el sistema nervioso del cuerpo que funciona mediante descargas eléctricas de los nervios— capta la sincronía interaccional y está profundamente involucrado en él. Piensa que el sistema nervioso vibra rítmicamente en respuesta al lenguaje, y compara todo este mecanismo a dos motores eléctricos, conectados en forma sincronizada, de tal manera que si se produce una alteración en la oscilación de uno de ellos, el otro la producirá también. De igual manera que los motores se conectan mediante cables, los seres humanos están conectados entre sí por el sonido.
"Los seres humanos son increíblemente sensibles al lenguaje y a los sonidos —explica Condón—. Éste es el proceso más evolucionado. Considero que lo que se produce por debajo de ese nivel se cierra automáticamente de tal manera que todo el organismo está engranado y no existe una separación real entre el lenguaje y la cinesis."
Aparentemente las personas que sincronizan mutuamente, no lo hacen porque anticipan el tipo de conversación, sino porque emiten una reacción repentina semejante a un reflejo. En películas proyectadas a una velocidad de veinticuatro a cuarenta y ocho cuadros por segundo, la sincronización parece ser instantánea. Los movimientos combinados comienzan en el mismo cuadro de la película; pero cuando se emplea una cámara de alta velocidad, a noventa y seis imágenes por segundo, se comienza a notar un retraso entre el lenguaje y el gesto. Es como si el sonido llegara al oyente y fuera procesado en un instante, en un nivel neurológico inferior, donde produce el impacto en su ritmo. Tal vez sea esta la explicación de porqué el ritmo compartido nunca llega a un nivel consciente.
Guando interactúan dos personas que no hablan un mismo idioma, no existe sincronización; solamente se nota una manera entrecortada y apagada. No sólo el patrón hablado de uno es extraño al del otro, sino qué posiblemente en un nivel biológico más básico, los ritmos resultan algo incompatibles, ya que el lenguaje, los movimientos del cuerpo y el EEG parecen estar conectados tan maravillosamente; otros ritmos fisiológicos, como el latido del corazón, pueden estar también afectados. Existe cierta evidencia que brinda apoyo a esta teoría. Diversos ritmos fisiológicos, en el hombre y en los animales, pueden ponerse en fase mediante un metrónomo. Los estudios realizados sobre seres humanos que escuchan canciones de cuna —ya sea en alemán, chino, inglés o cualquier otro idioma (aparentemente una canción de cuna no es más que eso en cualquier idioma) —, indican que a medida que la gente las oye, su respiración se hace cada vez más liviana y regular, como durante el sueño, y se acompasa al ritmo de la letra de la canción; al mismo tiempo, el ritmo del corazón disminuye y el GSR (Galvanic Skin Response) se mantiene inalterable. Cuando en idénticas condiciones, se expone a la gente al sonido de la música de jazz, su respiración y el GSR se tornan irregulares. Tal vez los ritmos fisiológicos básicos del hombre siguen el ritmo de su lenguaje, de tal manera que su cadencia, así sea francesa o norteamericana, existe no solamente en el lenguaje sino en todo su sistema.
Según dice Condón, sus experimentos han sido "muy micros" durante años; sin embargo en la actualidad se están volviendo "macros". A medida que trabaja en lapsos más prolongados, ha descubierto que ciertos intervalos rítmicos ocurren con tanta frecuencia que uno siente la tentación de pensar que forman parte del organismo en sí. En consecuencia, una vez por segundo se produce, un gran compás que tiene aproximadamente el ritmo del latido del corazón humano. Este efecto no es tan regular como para que uno pueda hablar simplemente de sincronía interaccional como de vibración por segundo —la exactitud del ritmo del movimiento corporal es demasiado precisa para esto— pero con frecuencia el ritmo del latido del corazón siempre está presente.