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Authors: Flora Davis

Tags: #Ensayo, Psicología, Referencia

La comunicación no verbal (8 page)

BOOK: La comunicación no verbal
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Este ingenioso experimento fue ideado por Paul Ekman, joven, dinámico, muy conocido, y probablemente el más importante en el campo de la comunicación no-verbal. Su centro de investigaciones está ubicado en el Instituto Langley Porter de San Francisco, en una antigua casona de ladrillos, de altos cielos rasos, de revestimientos de roble y de largas escaleras de madera. La atmósfera es confortable; hay aproximadamente veinte investigadores en mangas de camisa; el equipo que utilizan es formidable. Otros científicos se refieren casi con veneración a la computadora, combinada con video tape que posee Ekman. Fue diseñada por él mismo y sus colaboradores que sólo tienen que hacerle una consulta —solicitar por ejemplo todo material archivado acerca de gestos de la mano hacia la boca— y en cuestión de segundos éstos aparecen en la pantalla de televisión. Se puede pasar las imágenes más lentamente o detenerlas a voluntad, para estudiarlas en detalle.

El interés de Ekman por la comunicación se remonta a 1953, cuando empezó a buscar una forma de evaluar lo que sucede durante una sesión de terapia de grupo. Se convenció de que lo que se dice durante ella no proporciona ninguna respuesta real, así que comenzó a investigar el comportamiento no-verbal. Desde hace siete años, Wallace Friesen ha estado colaborando con él en todos sus proyectos. A pesar de que han analizado juntos todos los movimientos corporales, se han concentrado especialmente en el rostro.

El propósito que lo llevó a este experimento filmado fue tratar de aprender algo acerca del engaño. Cuando una persona miente, ¿cuáles son en su expresión los detalles mínimos que la delatan? La estudiante de enfermería fue filmada mientras hablaba sobre la película. Había hecho dos sesiones previas en el laboratorio, durante las que le habían mostrado películas bastante inocuas y hasta alegres y se le dijo que las describiera tal como las veía. De esta manera, podrían comparar los movimientos de su cuerpo en ambas sesiones; en la que dijo la verdad y en la que se le pidió lo contrario, para ver si de alguna manera demostraba que estaba mintiendo.

Todas las personas seleccionadas por Ekman para este experimento eran estudiantes de enfermería porque, según él dice "no es la clase de espectáculo que me gusta mostrar a cualquier persona, excepto a alguien que debe acostumbrarse a este tipo de cosas". La mayoría de las futuras enfermeras mentían apasionadamente porque intentaban no reaccionar visiblemente ante la mutilación física. Los resultados, sin embargo, demostraron que podían catalogarse en tres categorías: algunas eran extremadamente hábiles para fingir. Al principio, el cuidadoso análisis de su comportamiento no dio ninguna clave que indicara que estaban mintiendo. Otras, aparentemente iversalitaMaces de mentir, claudicaban rápidamente durante la sesión y decían la verdad. Otras, en cambio, mentían pero no del todo bien. Una pista fueron los gestos. Realizaron menos de los que habitualmente acompañan una conversación: marcar el compás, dibujando figuras en el aire, señalar, dar ideas de dirección o tamaño. En cambio, la mayoría de los movimientos que hicieron tendían a ser nerviosos o sobresaltados: se pasaban la lengua por los labios, se frotaban los ojos, se rascaban, etcétera.

Un análisis preliminar de las expresiones de las chicas sugirió que las claves se hallaban al comenzar, al terminar y durante la sesión. En otras palabras, la mayoría de las personas sabe fingir una expresión alegre, triste o enojada, pero lo que no sabe es cómo hacerla surgir súbitamente, cuánto tiempo mantenerla, o en qué instante hacerla desaparecer. Lo que los novelistas llaman una "sonrisa estereotipada" es un excelente ejemplo de esto.

El hombre es capaz de controlar su rostro y utilizarlo para transmitir mensajes. Deja trasuntar su carácter puesto que las expresiones habituales suelen dejar huellas. El rostro como transmisor de emociones ha interesado a los psicólogos. Con el correr de los años, su interés se ha volcado fundamentalmente en dos aspectos: ¿Trasmite el rostro emociones? Y si es así, ¿el género humano envía y comprende universalmente este tipo de mensajes? En su reciente libro, Emotion in the Human Face, Paul Ekman examina los experimentos realizados sobre el rostro en los últimos cincuenta años, y concluye que, reanalizados y tomados en conjunto, prueban que las expresiones faciales son un índice confiable de ciertas emociones básicas. Para el lego, esto puede parecer como trabajar sobre lo obvio; pero para Ekman es un punto de comprobación muy importante, puesto que gran parte de su trabajo actual está basado en la creencia de que existe una especie de vocabulario facial.

Más de mil expresiones faciales diferentes son anatómicamente posibles. Los músculos de la cara son extremadamente sensibles y en teoría una persona podría demostrar todas las expresiones en sólo dos horas. Sólo unas pocas, sin embargo, poseen un sentido real e inequívoco y Ekman considera que esas pocas se ven en toda su intensidad en la cocina, en el dormitorio o en el baño, puesto que la etiqueta exige que sean controladas en casi todas las circunstancias. (Deténgase a buscar la diferencia entre un verdadero rugido de furia, una exagerada expresión que muestra todos los dientes y que se ve sólo en momentos de emoción extrema, y el controlado gruñido y la boca tensa que son más comunes.)

El problema de Ekman consistió en encontrar un método eficiente de codificar las expresiones. Eventualmente, mientras trabajaba con Wallace Friesen y el psicólogo Silvan Tomkins, encontró una solución ingeniosa. Una especie de atlas del rostro llamado FAST (Facial Affect Scoring Technique). FAST cataloga las expresiones faciales usando fotografías en vez de descripciones verbales, dividiendo el rostro en tres áreas: la frente y las cejas; los ojos; y el resto de la cara: nariz, mejilla, boca y mentón. Para la emoción de "la sorpresa", FAST ofrece fotografías de frentes fruncidas por encima de las cejas arqueadas; de ojos muy abiertos, y de bocas abiertas en distintos grados en el "oh" de la sorpresa. El que quiera catalogar una expresión facial, podrá comparar el rostro que le interese, área por área, con las fotografías de FAST. No son necesarias las explicaciones escritas.

Ekman está empleando ahora el FAST en una especie de entrenamiento de sensibilidad visual. El objetivo es enseñar a diferentes personas —vendedores, abogados o cualquiera que tenga interés— para que logren reconocer las expresiones faciales en la conversación cotidiana. Ekman comienza enseñando las expresiones básicas; luego las mezcla de manera que mientras un área del rostro denota una emoción, las otras presentan emociones distintas. (Por ejemplo, unos ojos y cejas enojados sobre una boca sonriente.) El mismo efecto se produce cuando las diferentes expresiones se suceden rápidamente. Se producen las mezclas cuando ambas emociones son simultáneas o cuando la costumbre las liga entre sí. Para un hombre, la ira puede estar íntimamente ligada al temor si su propia ira lo asusta; para otro, el temor puede estar ligado a la vergüenza.

Ekman entrena a sus alumnos para que identifiquen las diferentes expresiones, que son fáciles de confundir, como ser la ira o el disgusto, el dolor y la sorpresa, y reconocer las emociones que se han tratado de disimular. La piéce de résistance, sin embargo, es la que enseña a distinguir una expresión honesta de otra que no lo es. Para el entrenamiento se emplean muchas imágenes, tanto en video tape como en fotografías. Luego se les toma una prueba en video tape del experimento del engaño a los que se entrenaron. Al mostrarles las fotografías donde aparecen exclusivamente las cabezas de las enfermeras, por lo general pueden distinguir por su expresión facial cuándo las chicas mienten o cuándo dicen la verdad. Las personas no entrenadas, por lo general, no notan ninguna diferencia.

Es probable que el FAST resulte un instrumento de inmenso valor para los psicólogos que estudian las emociones. Es difícil estar seguro de lo que siente otro ser humano en un momento dado. Se le puede preguntar, pero puede negarse a contestar; puede mentir o tal vez ni siquiera saber qué es lo que siente. En el laboratorio un investigador puede medir el ritmo cardíaco o respiratorio de una persona mediante el sistema GSR (Galvanic Skin Response), pero si bien estos datos indican la presencia de emociones, no logran diferenciar unas de otras. Algunas veces el investigador puede considerar la situación en que se encuentra el paciente, y tratar de adivinar cuál es su verdadera emoción, pero los abismos son obvios.

Antes de que los científicos puedan considerar al FAST como un método seguro, deberá comprobarse que es realmente confiable. Una de las preguntas que podríamos formular es si todas las personas entrenadas en su utilización extraen las mismas conclusiones sobre lo que ven. Los experimentos de Ekman han demostrado que es así. La próxima pregunta es más difícil de contestar. ¿Puede el FAST realmente medir la intensidad del sentimiento de una persona? La dificultad reside, como ya lo hemos mencionado anteriormente, en la imposibilidad de saber con certeza cuáles son los sentimientos de un individuo, puesto que no podemos basarnos exclusivamente en lo que nos dice.

El interrogante sobre las expresiones universales ha preocupado a los investigadores de las expresiones faciales; y durante años, ha habido una polémica entre Paul Ekman y Ray Birdwhistell. Ekman considera que ha probado a través de estudios comparativos entre diferentes culturas, que efectivamente existen gestos universales: los hombres de todo el mundo se ríen cuando están alegres o quieren parecerlo, y fruncen el ceño cuando están enojados o pretenden estarlo. Como ya he dicho, Birdwhistell sostiene que algunas expresiones anatómicas son similares en todos los hombres, pero el significado que se les da difiere según las culturas. Sin embargo, ésta es una opinión minoritaria. (La mayoría de los científicos considera que por lo menos algunas expresiones son universales.)

La prueba más citada por aquellos que creen en las expresiones universales es el estudio realizado en niños ciegos de nacimiento. Se ha observado que todos los bebés realizan una especie de sonrisa a partir de las cinco semanas, aun los ciegos, que de ninguna manera pueden imitar a las personas que los rodean. Los niños ciegos de nacimiento también ríen, lloran, fruncen el ceño y adoptan expresiones típicas de ira, temor o tristeza.

La evidencia de Ekman, por el contrario, se basa en un estudio comparativo entre diferentes culturas que realizó con Friesen. Utilizando fotografías de rostros cuidadosamente seleccionados que muestran claramente las expresiones básicas —alegría, sorpresa, furia, tristeza, desprecio, disgusto o contento—, pidió a personas oriundas de Norteamérica, Brasil, Japón, Nueva Guinea y Borneo que identificaran las distintas expresiones, y la mayoría de ellas lo logró sin diferencias apreciables. Incluso tuvo éxito con la tribu neolítica Fore de Nueva Guinea, que ha estado aislada del resto del mundo hasta hace tan sólo doce años. Mientras Ekman realizaba sus estudios en las selvas del Pacífico Sur y en universidades norteamericanas, otro psicólogo, Carrol Izard, investigaba entre diez culturas alfabetizadas logrando el mismo resultado positivo.

Ekman, sin embargo, no pretende que la sonrisa de un Fore es un gesto invariable de placer. (En todas las culturas existen lo que él denomina "reglas demostrativas", que definen cuáles son las expresiones apropiadas a cada situación. Estas reglas pueden exigir que una expresión sea disimulada, exagerada, ocultada o tal vez suprimida por completo. Y cada cultura cuenta además, no solamente con sus propias reglas, sino con sus propios estilos faciales, Los italianos, cuyo comportamiento facial es extremadamente volátil y expresivo, suelen encontrar difícil de sondear el rostro parco de los ingleses.)

Las reglas demostrativas fueron comprobadas con claridad en un experimento realizado recientemente por Ekman en Norteamérica y en el Japón, donde la etiqueta exige una sonrisa en casi todas las situaciones. El entorno elegido por Ekman era idéntico en ambos lados del Pacífico. Los individuos seleccionados estaban sentados a solas en una habitación para observar una película del tipo de la que se les mostró a las aspirantes a enfermeras, sólo que algo menos impresionante. Mientras la observaban, fueron filmados y grabados sin tener idea de que esto estuviera sucediendo. Luego penetró en la habitación un hombre para entrevistarlos, japonés en el caso del Japón y norteamericano en el otro. Se solicitó a cada una de las personas que describiera lo que había visto. Mientras observaban la película, japoneses y norteamericanos habían mostrado las mismas reacciones faciales, moviendo los mismos músculos faciales en iguales situaciones. Durante la entrevista los norteamericanos continuaron reaccionando visiblemente, recorriendo toda la gama de expresiones de sorpresa y de desagrado; en cambio los japoneses describieron lo que habían visto con una amable sonrisa en el rostro. De tanto en tanto, cuando miraban hacia otro lado tratando de organizar sus ideas, se notaba un relampagueo fugaz de emoción, de desagrado o de enojo, que solamente podía captarse al pasar la película en cámara lenta.

El concepto de Ekman acerca de las reglas demostrativas y la admisión por parte de Birdwhistell de que desde el punto de vista anatómico existen realmente expresiones universales, parecen aproximar ambos polos de esta polémica, a pesar de que los puntos de vista y los métodos de investigación empleados son muy diferentes. Lo que para Birdwshistell es una evidencia, para Ekman es meramente anecdótico. Por su parte, Birdwhistell considera que los experimentos realizados en laboratorios son a menudo artificiales, planeados y no guardan relación con la vida real.

La pregunta lógica que surge es: ¿si verdaderamente hay expresiones faciales universales para el género humano, cómo se desarrollaron?

Charles Darwin comenzó la investigación en 1872 con su libro The Expresión of the Emotions in Man and Animáis. Comparó las expresiones faciales de un determinado número de mamíferos, incluido el hombre, y sugirió que todas las expresiones humanas primarias podían remontarse hasta algún acto funcional primitivo. El gruñido de furia, por ejemplo, puede provenir del acto de enseñar los dientes antes de morder.

La evolución de la sonrisa es más difícil de explicar y se ha aventurado una serie de teorías diferentes. Richard Andrew, por ejemplo, parte del hecho de que algunos primates, al verse amenazados, emiten un agudo grito de protesta, ruido característico producido con los labios estirados hacia atrás, en lo que parece una sonrisa. Los monos Rhesus hacen también esto y algunas veces emplean esa mueca defensiva-amenazante pero sin molestarse siquiera en emitir sonido alguno. El hombre suele emplear una sonrisa defensiva como gesto de pacificación. Pensemos en el invitado que sonríe avergonzado cuando llega tarde a una cena. Por más débil que parezca su sonrisa es un importante paragolpes que amortigua la agresión, ya que la sonrisa constituye un medio de comunicación sutil, pero vital entre los seres humanos. Existen diferentes historias de guerra que narran cómo un soldado preparado para el combate, al sorprender al enemigo, fue literalmente desarmado por éste con una sonrisa o el ofrecimiento de algo para comer.

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