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Authors: Flora Davis

Tags: #Ensayo, Psicología, Referencia

La comunicación no verbal (22 page)

BOOK: La comunicación no verbal
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Pareciera ser que los jóvenes norteamericanos, a no ser que se entreguen regularmente a prácticas amorosas, pueden no conocer la experiencia de sentir su cuerpo cuando lo toca otra persona, lo abraza, lo empuja o lo masajea. Hasta los peluqueros, hoy en día, tienen tendencia a emplear masajeadores eléctricos para despersonalizar el contacto de la mano sobre el cuero cabelludo. Jourard cree que todo esto tiende a confirmar el diagnóstico de R. D. Laing de que el hombre moderno está "despersonalizado" —nuestros cuerpos tienen una tendencia a desaparecer del campo de nuestra experiencia.

Jourard considera que tanto en la terapia de grupo, como en el uso de drogas, aparece el intento de volver a estar en contacto con el cuerpo. En la terapia de grupo, los participantes son estimulados a tocarse entre sí; se les enseña a estar más atentos a la existencia de sus propios cuerpos y a los de los demás. Las drogas psicodélicas despiertan en el individuo una serie de sensaciones y experiencias distintas en la percepción.

Los investigadores del comportamiento algunas veces se refieren a un fenómeno que denominan "hambre de piel". Realmente la juventud en sus grandes reuniones rituales, como la de Woodstock, parecen necesitar y sentirse reconfortados, con lo que ha sido descripto como "el calor producido por la reunión de cuerpos animales". El antropólogo Paul Byers especula señalando que son las personas de edad las que padecen en mayor grado esa "hambre de piel" en nuestra sociedad. Son tocados quizá menos que nadie; más aun, a veces pareciera que la gente temiera que la vejez fuera contagiosa. Esta pérdida de contacto debe contribuir gran- demente a la sensación de aislamiento que sienten los ancianos.

La nuestra no es la única cultura en la que el contacto físico es relativamente tabú. Los británicos y canadienses del mismo origen practican esta costumbre en forma más severa y los alemanes más aun. Por otra parte, los españoles, italianos, franceses, judíos, rusos, franco-canadienses y sudamericanos son gente altamente táctiles. Dentro de los Estados Unidos los ciudadanos de origen anglo-sajón son los que resultan más reacios al contacto. Los italianos de segunda generación, en cambio, mantienen los patrones de contacto corporal de sus padres y abuelos.

El tacto, el gusto y el olfato son sentidos de corta distancia. El oído y la vista, en cambio, pueden brindar experiencia a la distancia. Tal vez por esa razón, se considera que los placeres vinculados a éstos son más cerebrales y dignos de admiración. Los norteamericanos que tienen tendencia a plantear las cosas en términos dicotómicos —blanco y negro, bueno o malo, verbal o no-verbal— en general insisten en plantear una distinción artificial entre la mente y el cuerpo. Inevitablemente consideran que todo lo que proviene de la mente es bueno, digno de fe y limpio, mientras que lo que proviene del cuerpo se hace sospechoso y susceptible de desprecio. Los malos olores, malos sabores o algo que provoque una sensación rara o viscosa, recibirán el más abierto desprecio; a su vez, los buenos olores, los gustos agradables y buenos sentimientos suelen ser objeto de desconfianza. Generalizando, lo que parece subyacer detrás de este tabú es la vieja conexión existente entre los sentidos de proximidad y el sexo, que es, en suma, la experiencia más cercana de todas.

Los hedonistas que existen entre nosotros llegarán seguramente a la conclusión de que los placeres corporales entre los norteamericanos están en franco renacimiento, gracias a la revolución sexual. Sin embargo, yo dudo que ésta reimplante automáticamente los hábitos táctiles de la cultura. Desde cierto punto de vista, tocarse es más importante que hacer el amor —evidentemente existen más oportunidades para lo primero—. Mientras que las prácticas en la crianza de los niños norteamericanos lleven involucradas una proporción limitada de contacto entre madre e hijo, parece poco probable que el comportamiento táctil de los adultos varíe de manera significativa. La nuestra es, por lo tanto, una cultura sexual pero no realmente una cultura sensual.

C
apítulo
- XVI

Las lecciones intrauterinas

El hombre no nace hablando. Sus primeras experiencias con el mundo que lo rodea y sus primeras comunicaciones con él son necesariamente no-verbales. Aprende a mirar y a tocar por la manera en que lo sostienen, esto constituye sus primeras y más importantes lecciones de la vida. Estas lecciones comienzan aun antes de nacer, mientras el bebé todavía habita el útero materno.

En el momento de nacer, ya ha experimentado la diferencia entre la luz y la oscuridad, puesto que dentro del útero no hay mucha luz pero no es totalmente oscuro. Ha aprendido a absorber líquidos —al ingerir líquido amniótico que algunas veces hasta le llega a producir hipo— y tal vez también a chuparse el pulgar. Habrá adquirido la habilidad de adaptarse a los movimientos maternos y también podrá rascarse y revolverse o estirarse al sentirse sacudido o empujado.

Protegido dentro de su mundo acuoso, el feto siente el calor del líquido amniótico contra la piel de su cuerpecito y escucha los movimientos internos del cuerpo de su madre. El doctor Joost Meerloo ha descripto al útero como un "mundo de sonidos rítmicos", puesto que desde el primer vestigio de vida, el feto vive al compás del corazón de su madre, en síncopa con el suyo propio, que late a un ritmo de casi el doble de velocidad. El bebé mismo, se mueve rítmicamente dentro del útero; flota, se hamaca, y algunas veces hasta casi podría decirse que baila en los primeros meses, cuando todavía tiene suficiente espacio como para hacerlo libremente.

En épocas más avanzadas de la vida, cuando las personas reaccionan en éxtasis al ritmo del rock o del jazz, puede ser porque se sienten retrotraídos, aunque sea brevemente, al paraíso perdido del útero materno. El descubrimiento de William Condón de que la gente se mueve constantemente al ritmo de los demás —los bebés suelen hacerlo en sincronía con su madre— sugiere que esta experiencia prenatal con los ritmos humanos pueda influenciarnos profundamente durante el resto de la vida. "El bebé nonato tiene capacidad para aprender a un ritmo muy veloz" —ha escrito el fetólogo H. M. I. Liley— y llega a aseverar que el feto oye una gran variedad de sonidos:

Hemos descubierto que el útero es un lugar muy ruidoso. El feto está expuesto a una variedad de sonidos que incluyen el latido del corazón de la madre, su voz y hasta los ruidos externos de la calle. Si su madre no ha engordado demasiado, el bebe llega a percibir una gran variedad de sonidos del exterior: choques de automóviles, sonidos ultrasónicos, música, etc. El ruido sordo que producen los movimientos intestinales de su madre, están constantemente presentes. Cuando ella toma un vaso de champán o de cerveza, para el feto será como el sonido de fuegos artificiales que estallan a su alrededor.

Debido a que el líquido amniótico es mejor conductor del sonido que el aire, las conversaciones de la madre serán perfectamente audibles para el hijo. El doctor Henry Truby, profesor de Pediatría, Lingüística y Antropología de la Universidad de Miami ha sugerido que el aprendizaje del lenguaje podría comenzar dentro del útero materno. Extensas investigaciones efectuadas en Estocolmo por el doctor Truby y otros colegas han demostrado no solamente que el bebé es capaz de oír dentro del vientre materno, por lo menos durante la última parte del embarazo, sino que un feto nacido al quinto mes de gestación será capaz de llorar. Si se inyecta una burbuja de aire en el útero de una mujer embarazada, ésta se ubica, aparentemente, sobre la boca del niño que se la traga, pues se percibe claramente un vagido proveniente del seno materno. Puesto que oír y llorar son los precursores del lenguaje, el doctor Truby considera que no sería aventurado afirmar que el ambiente lingüístico que rodea al feto en los últimos tres o cuatro meses de embarazo, posea influencia en el desarrollo del lenguaje y la capacidad de conversación del niño. Específicamente, especula con el hecho de que si, justo antes del nacimiento o inmediatamente después, el niño es transportado a otro ambiente lingüístico totalmente distinto al propio -por ejemplo de un lugar donde se hable exclusivamente chino a otro donde sólo se hable inglés- al comenzar a hablar existirían sutiles diferencias que podrían detectarse, si no por el oído común, mediante instrumentos que realizaran un análisis del sonido, y esto ocurriría aun cuando desde su nacimiento no hubiera vuelto a oír una sola palabra de su "lengua materna". El doctor Truby ha pasado catorce años estudiando e investigando el llanto de los recién nacidos. En la actualidad está en condiciones de predecir, mediante análisis efectuados en el momento del nacimiento, posibles lesiones cerebrales y otros defectos en el futuro desarrollo del niño y aun acerca de su futura personalidad y comportamiento. En entrevistas realizadas a niños cuyo llanto había registrado diez años antes, en el momento de su nacimiento, por lo que resultaba de hecho la primera entrevista, logró afirmar una cantidad de datos acertados. Tan sólo a través del informe que poseía del momento del nacimiento, podía predecir si el niño sería abúlico o hiperactivo. En uno de los casos y basándose solamente en el llanto, descubrió que el niño tenía una fisura palatina y sería algo retardado mentalmente.

La posible importancia del aprendizaje prenatal del lenguaje se advierte en trabajos realizados en una clínica de París que desde hace por lo menos diez años trata niños mudos, criaturas de tres o cuatro años que jamás han producido un sonido inteligible. Cada niño es ubicado en una pequeña habitación silenciosa acompañado por un terapeuta y escucha la voz de su madre, grabada con anterioridad mediante un micrófono de contacto ubicado contra su abdomen, mientras ella habla normalmente y de manera audible. Esta imitación del lenguaje "filtrado" a través del útero suena confuso y extraño pero posee un efecto sorprendente sobre algunos de estos niños. Unos comenzaron a hablar de manera inteligible, o pudieron trazar garabatos o ambas cosas a la vez; nunca antes habían llegado a eso en sus cortas vidas. También se logró disminuir gran variedad de impedimentos para el aprendizaje. El doctor Truby, que visitó la clínica por primera vez en 1962, comparte la opinión de su director, el doctor Alfred Tomatis. Ambos concuerdan en que es como si los niños fueran llevados nuevamente a recorrer un camino que por algún motivo no habían recorrido antes. También se empleó este método de volver a "recorrer un camino" para tratar otros tipos de alteraciones en el desarrollo de los niños. Jóvenes esquizofrénicos, por ejemplo, han sido envueltos en pañales nuevamente, alimentados con biberón, mantenidos en brazos y mecidos como bebés, independientemente de la edad o el tamaño. El psicoanálisis en sí es una especie de "volver a recorrer" un camino ya recorrido.

Todo esto nos hace meditar acerca de la predicción del doctor Bentley Glass, anterior presidente de la Asociación Americana para el Progreso de las Ciencias, quien sugiere que para fines de este siglo se logrará la gestación de seres humanos en probetas en el laboratorio, en lugar del útero humano. Aun conviniendo en que los científicos lograran reproducir con total exactitud el ambiente químico del útero, no debería dejar de prestarse rigurosa atención al entorno sensorial. Si no se hiciera así o no pudieran lograrlo, ¿qué especie de criatura podrá surgir de un tubo de ensayo?

El hecho de nacer es un shock para el ser humano, probablemente el mayor que deba soportar durante su existencia. Si al hacerlo se encuentra en un ambiente similar en muchos aspectos al del útero del que acaba de ser expelido violentamente, parece obvio que el shock será menor. Sin embargo, en nuestra cultura se realizan pocos esfuerzos para tratar de ayudar al recién nacido en una etapa tan importante de la vida. En su fascinante libro Tawching, Ashley Montagu sostiene que éste puede ser un peligroso error.

Dentro del útero, el niño es sostenido y rodeado —en realidad siente presiones por todos lados— del calor del vientre materno. Lo que más se asemeja a esta experiencia en el mundo exterior es estar en brazos de su madre. No obstante, en la mayoría de las clínicas norteamericanas el niño es inmediatamente separado de su madre y ubicado sobre la superficie plana y desprotegida de una cunita, que no le proporciona apoyo alguno.

Cada vez que su madre se mueve, el bebé se hamaca suavemente dentro de su vientre y continuamente oye el rítmico latir de su corazón. Pero en el momento de nacer, repentinamente lo agreden una cantidad de sensaciones extrañas y a la vez abrumadoras y totalmente inesperadas. Han desaparecido para ellos ritmos fijos y adormecedores de su existencia prenatal. De manera experimental se les ha hecho escuchar a los recién nacidos grabaciones del ritmo cardíaco, y los que fueron expuestos a este tratamiento aumentaron de peso y lloraron menos que los otros. También presentaron menos problemas digestivos y respiratorios y su respiración era más profunda y regular.

La mayoría de las mujeres parecen comprender instintivamente la necesidad de una experiencia rítmica y automáticamente hamacan y palmean a sus hijitos. Más aun, cuando una madre mece a su hijo, tendrá una tendencia a hacerlo siguiendo el ritmo de su propia respiración o de la del niño; al palmearlo, este ritmo reproducirá también el ritmo cardíaco de la madre o del niño. La cuna mecedora, raramente empleada en nuestros días, solía brindar una sensación de seguridad basada en el ritmo. Hasta casi el final del siglo xix, era considerada indispensable. Sin embargo, a fines de 1890 los pedíatras comenzaron a objetar su empleo, acusándola de ser formadora de hábito y a condenar el mecer a los niños como una "práctica malsana". Eventualmente la confortable mecedora fue reemplazada por la rígida extensión desprotegida de una cuna. Montagu es un ardoroso defensor de la vuelta al uso de la mecedora.

Montagu también considera que los bebés norteamericanos no son tocados ni tenidos en brazos el tiempo suficiente. Para muchos mamíferos las primeras experiencias táctiles son literalmente una fuente de vida. El animal recién nacido es cuidadosamente lamido y aseado inmediatamente después de nacer y luego con frecuencia, esto no es tanto una medida sanitaria como un estímulo tangible necesario. La piel es masajeada y los impulsos sensoriales llegan al sistema nervioso central y despiertan los centros respiratorios y otras funciones. Este despertar constituye una necesidad del animal recién nacido. El que no reciba este tratamiento, es muy posible que muera. Montagu sostiene que en los seres humanos, las prolongadas contracciones del útero que constituyen el trabajo de parto, cumplen la misma función que la lamida después del nacimiento en los animales. Ambos ponen en funcionamiento los sistemas vitales del ser.

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