Read La comunidad del anillo Online

Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (62 page)

BOOK: La comunidad del anillo
12.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Huid, insensatos! —gritó, y desapareció.

 

El fuego se extinguió y volvió la oscuridad. La Compañía estaba como clavada al suelo, mirando el pozo, horrorizada. En el momento en que Aragorn y Boromir regresaban de prisa, el resto del puente crujió y cayó. Aragorn llamó a todos con un grito.

—¡Venid! ¡Yo os guiaré ahora! Tenemos que obedecer la última orden de Gandalf. ¡Seguidme!

Subieron atropellándose por las grandes escaleras que estaban más allá de la puerta. Aragorn delante, Boromir detrás. Arriba había un pasadizo ancho y habitado de ecos. Corrieron por allí. Frodo oyó que Sam lloraba junto a él y en seguida descubrió que él también lloraba y corría.
Bum, bum, bum
, resonaban detrás los redobles, ahora lúgubres y lentos.

Siguieron corriendo. La luz crecía delante; grandes aberturas traspasaban el techo. Corrieron más rápido. Llegaron a una sala con ventanas altas que miraban al este y donde entraba directamente la luz del día. Cruzaron la sala, pasando por unas puertas grandes y rotas y de pronto se abrieron ante ellos las Grandes Puertas, un arco de luz resplandeciente.

Había una guardia de orcos que acechaba en la sombra detrás de los montantes a un lado y a otro, pero las puertas mismas estaban rotas y caídas en el suelo. Aragorn abatió al capitán que le cerraba el paso y el resto huyó aterrorizado. La Compañía pasó de largo, sin prestarles atención. Ya fuera de las puertas bajaron corriendo los amplios y gastados escalones, el umbral de Moria.

Así, al fin y contra toda esperanza, estuvieron otra vez bajo el cielo y sintieron el viento en las caras.

No se detuvieron hasta encontrarse fuera del alcance de las flechas que venían de los muros. El Valle del Arroyo Sombrío se extendía alrededor. La sombra de las Montañas Nubladas caía en el valle, pero hacia el este había una luz dorada sobre la tierra. No había pasado una hora desde el mediodía. El sol brillaba; la luz era alta y blanca.

Miraron atrás. Las puertas oscuras bostezaban a la sombra de la montaña. Los lentos redobles subterráneos resonaban lejanos y débiles.
Bum.
Un tenue humo negro salía arrastrándose. No se veía nada más; el valle estaba vacío. Bum. La pena los dominó a todos al fin y lloraron: algunos de pie y en silencio, otros caídos en tierra.
Bum
,
bum.
El redoble se apagó.

6

Lothlórien

—Ay, temo que no podamos demorarnos aquí —dijo Aragorn. Miró hacia las montarías y alzó la espada—. ¡Adiós, Gandalf! —gritó—. ¿No te dije
si cruzas las puertas de Moria, ten cuidado?
Ay, cómo no me equivoqué. ¿Qué esperanzas nos quedan sin ti?

Se volvió hacia la Compañía.

—Dejemos de lado la esperanza —dijo—. Al menos quizá seamos vengados. Apretemos las mandíbulas y dejemos de llorar. ¡Vamos! Tenemos por delante un largo camino y muchas cosas todavía pendientes.

Se incorporaron y miraron alrededor. Hacia el norte el valle corría por una garganta oscura entre dos grandes brazos de las montañas y en la cima brillaban tres picos blancos: Celebdil, Fanuidhol, Caradhras: las Montañas de Moria. De lo alto de la garganta venía un torrente, como un encaje blanco sobre una larga escalera de pequeños saltos y una niebla de espuma colgaba en el aire a los pies de las montañas.

—Allá está la Escalera del Arroyo Sombrío —dijo Aragorn apuntando a las cascadas—. Tendríamos que haber venido por ese camino profundo que corre junto al torrente, si la fortuna nos hubiese sido más propicia.

—O Caradhras menos cruel —dijo Gimli—. ¡Helo ahí, sonriendo al sol!

Amenazó con el puño al más distante de los picos nevados y dio media vuelta.

Al este el brazo adelantado de las montarías terminaba bruscamente y más allá podían verse unas tierras lejanas, vastas e imprecisas. Hacia el sur las Montañas Nubladas se perdían de vista a la distancia. A menos de una milla y un poco por debajo de ellos, pues estaban aún a regular altura al costado oeste del valle, había una laguna. Era larga y ovalada, como una punta de lanza clavada profundamente en la garganta del norte; pero el extremo sur se extendía más allá de las sombras bajo el cielo soleado. Sin embargo, las aguas eran oscuras: un azul profundo como el cielo claro de la noche visto desde un cuarto donde arde una lámpara. La superficie estaba tranquila, sin una arruga. Todo alrededor una hierba suave descendía por las laderas hasta la orilla lisa y uniforme.

—El Lago Espejo, ¡el profundo Kheled-zâram! —dijo Gimli—. Recuerdo que él dijo: "¡Ojalá tengáis la alegría de verlo! ¡Pero no podremos demorarnos allí!" Mucho tendré que viajar antes de sentir alguna alegría. Soy yo quien ha de apresurarse y él quien ha de quedarse.

 

La Compañía descendió ahora por el camino que nacía en las puertas. Era abrupto y quebrado y se convertía casi en seguida en un sendero y corría serpenteando entre los brezos y retamas que crecían en las grietas de las piedras. Pero todavía podía verse que en otro tiempo un camino pavimentado y sinuoso había subido desde las tierras bajas del Reino de los Enanos. En algunos sitios había construcciones de piedra arruinadas junto al camino y montículos verdes coronados por esbeltos abedules, o abetos que suspiraban en el viento. Una curva que iba hacia el este los llevó al prado de la laguna y allí, no lejos del camino, se alzaba una columna de ápice quebrado.

—¡La Piedra de Durin! —exclamó Gimli—. ¡No puedo seguir sin apartarme un momento a mirar la maravilla del valle!

—¡Apresúrate entonces! —dijo Aragorn, volviendo la cabeza hacia las puertas—. El sol se pone temprano. Quizá los orcos no salgan antes del crepúsculo, pero para ese entonces tendríamos que estar muy lejos. No hay luna casi y la noche será oscura.

—¡Ven conmigo, Frodo! —llamó el enano, saltando fuera del camino—. No te dejaré ir sin que veas el Kheled-zâram.

Bajó corriendo la ancha ladera verde. Frodo lo siguió lentamente, atraído por las tranquilas aguas azules, a pesar de la pena y el cansancio. Sam se apresuró y lo alcanzó.

Gimli se detuvo junto a la columna y alzó los ojos. La piedra estaba agrietada y carcomida por el tiempo y había unas runas escritas a un lado, tan borrosas que no se podían leer.

—Este pilar señala el sitio donde Durin miró por primera vez en el Lago Espejo —dijo el enano—. Miremos nosotros, antes de irnos.

Se inclinaron sobre el agua oscura. Al principio no pudieron ver nada. Luego lentamente distinguieron las formas de las montañas de alrededor reflejadas en un profundo azul y los picos eran como penachos de fuego blanco sobre ellas; más allá había un espacio de cielo. Allí como joyas en el fondo del lago brillaban unas estrellas titilantes, aunque la luz del sol estuviera muy alta. De ellos mismos, inclinados, no veían ninguna sombra.

—¡Oh bello y maravilloso Kheled-zâram! —dijo Gimli—. Aquí descansa la corona de Durin, hasta que despierte. ¡Adiós!

Saludó con una reverencia, dio media vuelta y subió de prisa por la pendiente verde hasta el camino.

—¿Qué viste? —le preguntó Pippin a Sam, pero Sam estaba demasiado perdido en sus propios pensamientos y no contestó.

 

El camino corría ahora hacia el sur y descendía rápidamente, alejándose de los brazos del valle. Un poco por debajo del lago tropezaron con un manantial profundo, claro como el cristal; el agua fresca caía sobre un reborde y descendía centelleando y gorgoteando por un canal abrupto abierto en la piedra.

—Este es el manantial donde nace el Cauce de Plata —dijo Gimli—. ¡No bebáis! Es frío como el hielo.

—Pronto se transforma en un río rápido y se alimenta de muchas otras corrientes montañosas —dijo Aragorn—. Nuestro camino lo bordea durante muchas millas. Pues os llevaré por el camino que Gandalf eligió y mi primer deseo es llegar a los bosques donde el Cauce de Plata desemboca en el Río Grande y más allá.

Miraron adonde señalaba Aragorn y vieron ante ellos que la corriente descendía saltando por el valle y luego corría hacia las tierras más bajas perdiéndose en una niebla de oro.

—¡Allí están los bosques de Lothlórien! —dijo Legolas—. La más hermosa de las moradas de mi pueblo. No hay árboles como ésos. Pues en el otoño las hojas no caen, aunque amarillean. Sólo cuando llega la primavera y aparecen los nuevos brotes, caen las hojas, y para ese entonces las ramas ya están cargadas de flores amarillas; y el suelo del bosque es dorado y el techo es dorado y los pilares del bosque son de plata, pues la corteza de los árboles es lisa y gris. ¡Cómo se me alegraría el corazón si me encontrara bajo las enramadas de ese bosque y fuera primavera!

—A mí también se me alegraría el corazón, aunque fuera invierno —dijo Aragorn—. Pero el bosque está a muchas millas. ¡De prisa!

 

Durante un tiempo, Frodo y Sam consiguieron seguir a los otros de cerca, pero Aragorn los llevaba a paso vivo y al cabo de un rato se arrastraban muy atrás. No habían probado bocado desde la mañana temprano. A Sam la herida le quemaba como un fuego y sentía que se le iba la cabeza. A pesar del sol brillante el viento le parecía helado luego de la tibia oscuridad de Moria. Se estremeció. Frodo descubría que cada nuevo paso era más doloroso que el anterior y jadeó sin aliento.

Al fin Legolas volvió la cabeza y viendo que se habían quedado muy rezagados le habló a Aragorn. Los otros se detuvieron y Aragorn corrió de vuelta, llamando a Boromir.

—¡Lo lamento, Frodo! — exclamó, muy preocupado —. Tantas cosas ocurrieron hoy y hubo tanta prisa que olvidé que estabas herido; y Sam también. Tenías que haber hablado. No hicimos nada para aliviarte, como era nuestro deber, aunque todos los orcos de Moria vinieran detrás. ¡Vamos! Un poco más allá hay un sitio donde podríamos descansar un momento. Allí haré por ti lo que esté a mi alcance. ¡Ven, Boromir! Los llevaremos en brazos.

Poco después llegaron a otra corriente de agua que descendía del oeste y se unía burbujeando al tormentoso Cauce de Plata. Juntos saltaban por encima de unas piedras de color verde y caían espumosos en un barranco. Alrededor se elevaban unos abetos bajos y torcidos; las riberas eran escarpadas y cubiertas con helechos y matas de arándanos. En el extremo de la hondonada había un espacio abierto y llano que el río atravesaba murmurando sobre un lecho de piedras relucientes. Aquí descansaron. Eran casi las tres de la tarde y estaban aún a unas pocas millas de las puertas. El sol descendía ya hacia el oeste.

Mientras Gimli y los dos hobbits más jóvenes encendían un fuego con ramas y hojas de abeto y traían agua, Aragorn atendió a Sam y a Frodo. La herida de Sam no era profunda, pero tenía mal aspecto y Aragorn la examinó con aire grave. Al cabo de un rato alzó los ojos aliviado.

—¡Buena suerte, Sam! — dijo —. Muchos han recibido heridas peores como prenda por haber abatido al primer orco. La herida no está envenenada, como ocurre demasiado a menudo con las provocadas por estas armas. Cicatrizará bien, una vez que la hayamos atendido. Báñala, cuando Gimli haya calentado un poco de agua.

Abrió un saquito y sacó unas hojas marchitas.

—Están secas y han perdido algunas de sus virtudes —dijo —, pero aún tengo aquí algunas de las hojas de
athelas
que junté cerca de la Cima de los Vientos. Machaca una en agua y lávate la herida y luego te vendaré. ¡Ahora te toca a ti, Frodo!

—¡Yo estoy bien! —dijo Frodo, con pocas ganas de que le tocaran las ropas—. Todo lo que necesito es comida y descansar un rato.

—¡No! — dijo Aragorn —. Tenemos que mirar y ver qué te han hecho el martillo y el yunque. Todavía me maravilla que estés vivo.

Le quitó a Frodo lentamente la vieja chaqueta y la túnica gastada y ahogó un grito, sorprendido. En seguida se rió. El corselete de plata relumbraba ante él como la luz sobre un mar ondulado. La sacó con cuidado y la alzó, y las gemas de la malla refulgieron como estrellas y el tintineo de los anillos era como el golpeteo de una lluvia en un estanque.

—¡Mirad, amigos míos! —llamó—. ¡He aquí una hermosa piel de hobbit que serviría para envolver a un pequeño príncipe elfo! Si se supiera que los hobbits tienen cueros semejantes, todos los cazadores de la Tierra Media ya estarían cabalgando hacia la Comarca.

—Y todas las flechas de todos los cazadores del mundo serían inútiles —dijo Gimli, observando boquiabierto la malla—. Es una cota de
mithril
. ¡
Mithril
! Nunca vi ni oí hablar de una malla tan hermosa. ¿Es la misma de la que hablaba Gandalf? Entonces no la estimó en todo lo que vale. ¡Pero ha sido bien dada!

—Me pregunté a menudo qué hacías tú y Bilbo, tan juntos en ese cuartito —dijo Merry—. ¡Bendito sea el viejo hobbit! Lo quiero más que nunca. ¡Ojalá tengamos una oportunidad de contárselo!

En el costado derecho y en el pecho de Frodo había un moretón ennegrecido. Frodo había llevado bajo la malla una camisa de cuero blando, pero en un punto los anillos habían atravesado la camisa clavándose en la carne. El lado izquierdo de Frodo que había golpeado la pared estaba también lastimado y contuso. Mientras los otros preparaban la comida, Aragorn bañó las heridas con agua donde habían macerado unas hojas de
athelas.
Una fragancia penetrante flotó en la hondonada y todos los que se inclinaban sobre el agua humeante se sintieron refrescados y fortalecidos. Frodo notó pronto que se le iba el dolor y que respiraba con mayor facilidad; aunque se sintió anquilosado y dolorido durante muchos días. Aragorn le sujetó al costado unas blandas almohadillas de tela.

BOOK: La comunidad del anillo
12.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Maigret in Montmartre by Georges Simenon
Outcast by Gary D. Svee
The Last Kingdom by Bernard Cornwell
Lesbian Cowboys by Sacchi Green
The Last Enemy by Jim Eldridge
Mary Connealy by Lassoed in Texas Trilogy
White Mare's Daughter by Judith Tarr
Floods 5 by Colin Thompson