La conquista del reino de Maya por el último conquistador español Pío Cid (27 page)

BOOK: La conquista del reino de Maya por el último conquistador español Pío Cid
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No obstante estos disculpables abusos, el alcohol producía resultados benéficos, pues los mayas, para poder embriagarse por la noche, trabajaban con gran celo durante el día; salvo algunos, bastantes, que, a causa de su pereza congénita e invencible, obtenían por el robo lo que no eran capaces de ganar honradamente. En los primeros tiempos el pago del alcohol se efectuaba por medio de panochas de maíz, a razón de una por cada
mcumo
o pequeña vasija de barro, en la que entraba una media panilla de líquido, mezcla de alcohol puro y agua clara. Más adelante, y al mismo tiempo que se introducía en Maya el uso importantísimo de las tapaderas, hasta entonces absolutamente desconocidas, se estableció la equivalencia de varios productos para atajar el encarecimiento del maíz; y, por último, lancé a la circulación chapitas de hierro taladradas, complemento de los rujus y último grado de la evolución de la moneda, y causa originaria de un cambio trascendental en las túnicas. Me refiero a la apertura de los bolsillos laterales, que no sólo sirvieron para guardar la moneda, sino también, por una serie de gradaciones psico-fisiológicas, para albergar las manos de los mayas, y mediante la influencia refleja de la nueva y pacífica colocación de tan importantes aparatos gesticulatorios, para dulcificar el temperamento de mis gobernados y para dar a su apostura un aire más humano, más bello y más reflexivo.

Mediante los rujus se había creado plásticamente la confianza pública, y con ayuda de la excitación alcohólica surgió sin esfuerzo, y sin necesidad de acudir a Rubango, la moneda vulgar, y como consecuencia la moneda falsa, fabricada por cuenta y riesgo de los uamyeras. La moneda menuda tuvo gran influencia en la marcha económica del país, porque, no siendo ya necesario poseer productos de reserva para asegurar la vida, el trabajo se apartaba de la agricultura y buscaba en la industria y el comercio el modo de ganar más rápidamente las monedas o mcumos, llamados así porque desde el principio se los relacionó con las medidas de alcohol cuyo valor representaban. Nacieron de tan sencillo hecho los primeros asomos embrionarios de la fecunda ley de división del trabajo; y una vez que hubo hombres dedicados a una especialidad, se hizo necesaria la aparición de los comerciantes con tienda abierta, y con ellos otra ley no inferior a la precedente, la de la oferta y la demanda: las dos ruedas indispensables para que marche el carro del progreso.

Como el alcohol era el artículo más solicitado, los primeros establecimientos que abrieron sus puertas fueron los cafés y las tabernas, que no se diferenciaban, como en Europa, por la mayor o menor riqueza del decorado, o por la categoría social de los concurrentes, sino porque los cafés eran los primitivos establecimientos abiertos de orden y cuenta del rey, y dirigidos por funcionarios públicos del grupo de los mnanis, cuyo escalafón se triplicó con tan fausto motivo, mientras que las tabernas eran casas particulares, donde se vendía al menudeo el alcohol comprado al rey al por mayor y a más bajo precio. Para señalar estos establecimientos tabernarios se plantaba a la puerta un árbol frutal llamado
mpafuí
, que dio nombre a las tabernas en Maya.

Modificada de esta suerte la idea primera del monopolio, los mayas se acostumbraron a la de las casas de comercio, y no tardó en haber despachos de túnicas y sombreros, de cereales y legumbres, de carne, de pescado, de instrumentos de labranza y de transporte, y mil artículos nuevos que el buen ingenio de los mayas se apresuró a inventar, con arreglo a las ideas que yo les sugería, y que eran aceptadas con gusto porque facilitaban los cambios y porque venían a destruir las injusticias con que la Naturaleza les había repartido sus dones. Mientras las ciudades del bosque eran antes las más miserables, ahora prosperaban hasta sobrepujar en riqueza y cultura a las del llano, porque aplicadas al trabajo industrial, cuyos productos eran más estimados que los naturales, podían obtener éstos en abundancia y acumular el sobrante; también los pescadores ribereños del Myera y los cazadores del Unzu obtenían grandes ventajas del activo transporte de mercancías, del aumento de consumo de pescado seco y de la preparación de carnes y pieles. Las ciudades agrícolas comenzaban a perder su preponderancia, y sus habitantes, habituados a la vida fácil, con menos estímulos para aceptar desde un principio las nuevas industrias, se convertían en tributarios de las ciudades que antes les habían estado sometidas. Sólo Maya se salvó de este menoscabo por haberse iniciado en ella las reformas y poseer el monopolio del alcohol y por su privilegiada representación política; pero bien pronto hubo ciudades más ricas que ella, como Bangola, Mpizi, Calu y Muvu, merced al desarrollo de sus industrias metalúrgicas, a la perfección de sus tejidos o a sus adelantos en la construcción naval.

La única ciudad agrícola que, aparte de Maya, salió gananciosa con estos cambios, fue Boro, la ciudad de la montaña, y no por haber seguido las nuevas corrientes, sino por la industria del que allí desempeñaba el cargo de auxiliar del Igana Iguru. Sabido es que Boro disfruta en Maya de ciertos privilegios religiosos no establecidos por la ley, pero sí apoyados en la costumbre de los fieles de ir en peregrinación a la montaña donde fue construido el gran enju, y donde tuvo lugar la elevación del Igana Nionyi o hipopótamo alado; y creo haber dicho que Monyo, el reyezuelo de nariz larga y afilada como un cuchillo, había provocado graves disensiones por exigir a los peregrinos ciertos derechos de peaje. Para arreglar estos incidentes aproveché la primera combinación de cargos que se me presentó (pues solía haberlas con frecuencia),y trasladé con ascenso a Monyo a la ciudad fluvial de Unya, cuyo reyezuelo, el viejo Inchumo, flaco como una lanza, acababa de morir; al glotón Viaculia, reyezuelo de Viyata, a Boro; a Edjudju, corpulento como un elefante, desde Tondo a Viyata; a Cané, el cuarto hijo del listísimo Sungo, desde Viloqué a Tondo, cerca de sus otros tres hermanos, que seguían gobernando las ciudades uamyeras de Bacuru, Matusi y Muvu; siendo nombrado para el arrinconado gobierno de Viloqué un hermano de la gorda y malograda Mcazi, hijo mayor del honrado Mcomu, reyezuelo de Ruzozi, que había quedado en Viloqué de jefe del yaurí local, y que a su industria de triturador de trigo, o molinero, debía su nombre de Nsano. Con igual propósito trasladé a mi auxiliar en Boro a Upala, vacante por ascenso a uaganga del valiente flechero y forzudo atleta Angüé, y nombré para Boro a un quinto hijo del listísimo Sungo, el joven Tsetsé, el moscón, llamado así porque de niño era muy aficionado a matar moscas y otros insectos que, desgraciadamente, abundan en el país. Mi objeto al enviarle allí era suprimir el impuesto establecido por el impopular y narilargo Monyo, sustituyéndolo por una contribución voluntaria: la venta de amuletos o fetiches. Y fue tal la habilidad del astuto Tsetsé, que en breve plazo creó la industria más floreciente del país y convirtió un cargo de tercer orden en la prebenda más ansiada de todo el reino, más aún que el gobierno de Bangola. Todos los progresos industriales eran aceptados sin pérdida de tiempo por mi agente, que, mediante la sencilla y nada costosa imposición de manos, transformaba toda clase de objetos en sagradas reliquias, y obtenía mayores ganancias que los artífices profanos. Mis demás auxiliares no se descuidaron en imitar tan notables procedimientos, con resultados variables y sin llegar nunca todas las ciudades reunidas a obtener tan pingües beneficios como la hierática Boro.

CAPÍTULO XIX

Florecimiento de las bellas artes y de las ciencias.—Exaltación de los sentimientos patrióticos.—Guerra con el Ancori.—Muerte repentina de Mujanda e interesante sacrificio humano en la gruta de Bau-Mau.

Con ser tan considerable el progreso material de los mayas, no admitía comparación con el espiritual. Entregado el país, con su rey a la cabeza, a la alcoholización gradual y sistemática, sobrevino una especie de recalentamiento de aquellas vigorosas naturalezas; y, según mis previsiones, comenzó a echar chispas y a lanzar vivos destellos el espíritu nacional, hasta entonces esclavizado bajo el rudo imperio de las funciones animales; y como la vida social nocturna en cafés y tabernas facilitaba el cruce de las ideas, el despertar de las pasiones, el desgaste de los brutales sentimientos primitivos y el afinamiento de la palabra y de la gesticulación, las artes no tardaron en adquirir gran vuelo. De mí partían siempre las iniciativas, pero los mayas se apresuraban a recibirlas y a hacerlas fructificar.

En el orden de evolución de las artes, correspondió la prioridad a la escultura, no sé si porque el hombre primitivo encuentra más facilidad para cultivar este arte, en el que la cantidad de materia empleada es mayor, o si a consecuencia de una feliz invención mía encaminada a despertar en los mayas el deseo de amar y glorificar a sus héroes, cual fue la erección, frente al antiguo palacio de los uagangas, convertido después en lavadero nacional, de una estatua del gran rey Usana. Para construirla coloqué sobre cuatro columnas de hierro una montera muy sólida, cubierta de pizarra a fin de que la lluvia no destruyese mi obra, que tenía que ser de barro, porque, dada mi insuficiencia, yo no podía trabajar en otras materias menos dóciles. Después cubrí por los cuatro costados aquel cobertizo, para que los mayas no viesen el monumento hasta que estuviese acabado, y la impresión fuese más profunda.

Construí una plataforma de dos varas de altura, y sobre ella monté una armazón de madera, que representaba como el esqueleto de un hombre montado sobre el esqueleto de un asno (pues caballos no se crían en el país, y no había medio de que la estatua fuera completamente ecuestre), y por último, retapé, rellené y redondeé, como mejor pude, la armazón con blanda arcilla, hasta sacar, después de muchos tanteos, un conjunto suficientemente claro y expresivo. Para animar la composición, y para desvanecer las dudas que pudieran quedar acerca de quién fuese aquel personaje, coloqué entre las patas del asno la figura de un perrillo ratonero, pues, según las tradiciones populares, Usana iba siempre acompañado de un can, que los vates caseros celebran aún bajo el nombre de
chigú
, «el piojo», probablemente porque estaría plagado el pobre animal de estos parásitos cosmopolitas.

El día del descubrimiento de la estatua, que fue un segundo ucuezi, quedará inscripto entre los más famosos de los anales mayas, y sirvió de punto de partida a una revolución en el decorado de las habitaciones, y más tarde en la construcción de los edificios, por el deseo de sustituir los objetos simplemente útiles por otros que fueran a la vez útiles y figurativos. Yo he visto, y nunca lo olvidaré, ese estremecimiento de la naturaleza humana, esa invasión de la ardiente fe en un pueblo primitivo, que comienza a ver plásticamente reproducidas, por obra de la mano del hombre, las obras de la Creación. Primer «eureka» mezclado de alegría y de estupor; primer enlace espiritual del hombre con el mundo, para elevarse desde la ciega reproducción sexual a la creación libre de toda especie de seres, en la matriz infinita de la materia.

Después de la escultura y la arquitectura, florecieron la música y el canto. Conatos hubo antes de reproducciones pictóricas; pero yo logré ahogarlos prontamente, por temor a que sobreviniera la falsificación de los preciosos rujus, instrumento principal de mi gobierno. La música apareció por primera vez en los acompañamientos funerales de los héroes que morían en el circo. Con el tiempo hubo banda y orfeón nacionales, instituidos por mí, que amenizaban las fiestas de los días muntus juntamente con los mimos, danzas y juegos acuáticos. La mayor parte de los instrumentos musicales empleados eran, por su fácil construcción, tambores, zambombas, platillos de hierro y triángulos; pero no faltaban tampoco flautas y otros instrumentos de viento de difícil clasificación, así como de cuerda de forma rudimentaria, como el laúd y la chicharra. Con tan heterogéneos sonidos el conjunto era angustiosamente inarmónico; mas a ratos producía la impresión de profunda, pesada y monótona melancolía, de que están impregnados todos los aires populares mayas. Como entre éstos no había ninguno que pudiera servir para la marcha triunfal, indispensable después de las victorias de los gladiadores, hice que la banda y el orfeón aprendiesen el himno de Riego, que, una vez pegado bien al oído, se convirtió en himno nacional, cuya letra, naturalmente, no era la del himno español, sino una apología de las reformas de Usana, entre las que yo hábilmente enumeraba las mías para darles el indispensable sello tradicional. Las estrofas eran seis, y todas terminaban por un estribillo consagrado a dar gracias a Rubango por la felicidad que produce la embriaguez alcohólica.

En las danzas y mimos mi intervención no fue tan necesaria, porque ya existían y se iban desarrollando espontáneamente, conforme los hábitos de sociedad se afinaban. Sin embargo, yo fui el iniciador de los bailes combinados con los mimos, de donde salió el arte teatral, cuya forma primera fue el episodio, coreado por el público. En realidad, las artes aparecieron allí como han debido aparecer en todos los pueblos, como expansiones del espíritu público, que ansía desahogarse de las penalidades de la vida individual por medio de la algazara y del escándalo; y si alguna particularidad merece registrarse en la evolución de las artes mayas, es sólo la rapidez con que se realizó, por tener dos grandes fuerzas auxiliares: mi iniciativa y el alcohol. Las primeras tragedias fueron, más que otra cosa, motines populares, como aquel en que la tejedora Rubuca dio muerte al usurpador Viaco. No faltaba en ellas más que el público pasivo, que fue formándose poco a poco con los incapacitados y los inhábiles. De las masas informes, desenfrenadas, se destacaron por selección natural los especialistas de cada grupo de juegos artísticos, que venían a constituir ya verdaderos cuadros de ejecutantes, cuyo mérito forzaba a los demás a abstenerse con cierta inquieta resignación; entre el deseo de figurar y el de recrearse en el espectáculo, que le subyuga por su perfección, el hombre concluye siempre por dominar los arranques de su egoísmo. Sólo existe un arte, el de la danza, en el que a hombres y a animales es dificilísimo contener las violentas sacudidas de los más importantes aparatos nerviosos; y así, cuando después de las ceremonias del ucuezi y de la representación de alguna farsa y ejecución de alguna pieza de música, llegaba la hora de bailar, los frescos prados del Myera, que hasta entonces habían ofrecido el golpe de vista de un teatro al aire libre, se transformaban en confuso salón de baile, donde no sólo las personas, sino también los animales que solían acompañarlas, como los asnos, que servían de porteadores, los perros guardianes, las cabras y vacas de leche, ejecutaban tan complicados e incongruentes valses y galops, que jamás los concebiría el más robusto genio coreográfico.

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