Read La Cosecha del Centauro Online
Authors: Eduardo Gallego y Guillem Sánchez
Empecemos por la parte más sencilla. Para mí, la mecánica de escribir es exactamente la misma. La mayoría de mis libros empiezan con unas introspecciones de personajes y escenas, por ejemplo, un hombre cansado de viajar y desalentado que se acerca al castillo en el que vivió de joven, u otro hombre al que le abaten con un fusil de aguja en una pista de aterrizaje espacial y muere lejos de su hogar bajo la mirada de su joven compañero que había puesto en él sus esperanzas. O el hombre que sufre alucinaciones perdido en una enorme catacumba tecnológica y es rescatado por una de sus alucinaciones. Cada una de estas visiones trae consigo un mundo implícito, en ocasiones un mundo que ya ha sido desarrollado anteriormente, pero en otros casos un mundo nuevo que está por desarrollar. El personaje también puede ser antiguo y familiar o nuevo y lleno de posibilidades que esperan materializarse, pues los personajes se crean a través de sus acciones (y lo mismo sucede con las personas si lo pensamos bien).
En ese momento empiezo a tomar notas, que utilizo como ayuda mnemotécnica. Tomo notas sobre los personajes, el contexto, el entorno, las propuestas de acciones y las escenas futuras que puedo o no desarrollar. Llega un momento en que esas notas alcanzan una masa crítica y veo dónde debe empezar el libro. Entonces escribo la escena o las escenas iniciales y cuando las tengo escritas, me siento y vuelvo a replantearlo todo porque normalmente al plasmarlo en el papel hay cosas que cambian, surgen ideas nuevas o me doy cuenta de que algunos de los elementos no encajan en la historia y deben desecharse. La parte más complicada de escribir una novela es la tensión de
recordarlo
todo, mirar hacia atrás. El acto de escribir me permite liberar la introspección en la página, en la que finalmente queda atrapada. Esto deja espacio en mi cabeza para ensamblar la siguiente visión concatenada. Todo este proceso es muy visceral, puramente emocional.
Recojo detalles del entorno a medida que transcurre la historia, es decir, la propia historia crea su mundo. Este sistema se conoce como creación de mundos
just-in-time.
Significa que mi historia y su entorno siempre encajan a la perfección, pero hace que mis universos sean bastante difíciles de compartir. No tengo una gran «biblia del universo» o un conjunto de notas formales para mis mundos de ficción. Sólo tengo lo que he plasmado en la página más lo que todavía queda en mi cabeza.
En realidad, cambio el mundo cada vez que cambio de personaje narrativo, algo que puede suceder en cada escena en una novela con múltiples puntos de vista, pues cada personaje es el centro de su propio universo, que se expande a su alrededor en todas las direcciones hasta donde su vista alcanza. Para crear un personaje nuevo, debo entrar en su cuerpo, en su mente y en sus recuerdos, cambiar de piel, ver el mundo a través de él e intentar seguir el movimiento de sus ojos. Sólo cuando he desarrollado el mundo a su alrededor sé qué es lo siguiente que dirá y hará ese personaje.
Sigo este ciclo de creación y redacción alternativamente, según mi estado de ánimo, tantas veces como sea necesario hasta llegar al final de la novela.
El proceso de escritura es el mismo independientemente de si el contexto está basado en la tecnología, algún tipo de extensión futura de nuestro mundo y, por lo tanto, desprovisto de elementos sobrenaturales de cualquier tipo, o si el contexto incluye la magia y trata de una Tierra alternativa, como en
el El anillo del espíritu
, o una subcreación totalmente separada, como Chalion o el mundo de
El vínculo del cuchillo
.
Como escritora, no veo nada raro en pasar de un género a otro. En la década de los sesenta, cuando empecé a interesarme por la ciencia ficción y la fantasía, estos dos géneros estaban juntos en la misma estantería tanto en bibliotecas como en librerías, igual que ahora, y muchos de mis escritores favoritos dominaban ambos géneros. Poul Anderson, L. Sprague de Camp, Roger Zelazny, Robert Heinlein, más tarde C. J. Cherryh e incluso C. S. Lewis, a su manera, aceptaron toda la gama de posibilidades. Últimamente se espera de los escritores que se especialicen más en uno o en otro género y son empujados por las fuerzas del mercado hacia una senda creativa cada vez más estrecha.
No obstante, muchos
lectores
procesan los géneros de fantasía y ciencia ficción de formas muy diferentes y en este punto es donde la respuesta, o mejor la explicación, se vuelve endiabladamente difícil.
Algunas personas creen que los dos géneros deberían ser cosas totalmente separadas y separables, una teoría intelectualmente pura que me temo que se desmonta muy rápidamente ante la evidencia. Estas personas sólo llamarían ciencia ficción a las obras más cristalinas de la llamada ciencia ficción bard: una extrapolación rigurosa que no infringe ninguna ley física conocida (aunque, según mi experiencia, los mismos críticos no suelen ser tan drásticos con las biociencias). Todo el resto lo engloban bajo la etiqueta de fantasía. A mí no me importa siempre y cuando tras redefinir gran parte del género luego no se quejen de que su número de lectores es demasiado bajo. «Cuando escoges una acción, escoges las consecuencias de esa acción», tal como dice mi personaje Cordelia en algún lugar.
También hay lectores exclusivamente de novelas fantásticas, una posición que parece estar basada parcialmente en las preferencias por determinados estilos, tonos emotivos o escenarios anteriores a la modernidad, en ocasiones buscando lo «numinoso» y en otros casos curiosamente como expresión de un rechazo de las visiones inexorablemente distópicas que ofrecen algunas novelas de ciencia ficción, un problema al que volveré más tarde.
Un tercer grupo, al cual pertenezco, cree que la fantasía y la ciencia ficción son un continuo de posibilidades de historias, cuyos extremos quizá pueden distinguirse fácilmente entre sí, pero cuya parte central no está tan clara y nos gusta que sea así.
A los inflexibles puristas de la ciencia ficción les gustaría proscribir la física contrafáctica, englobando a todo el resto bajo la etiqueta «fantasía científica». Hasta donde sabemos, viajar a una velocidad superior a la de la luz, la antigravedad y los poderes parapsicológicos son imposibles y seguirán siendo imposibles. Sin embargo, muchos de estos elementos están mas o menos estandarizados y aceptados en el género de la ciencia ficción. Prácticamente todo lo que apareció en la revista Analog del editor John W. Campbell Jr. ha sido aceptado, lo que incluye, afortunadamente, los dragones voladores telepáticos de Anne McCaffrey. Leí la primera historia de los dragones de Peni en Analog cuando era una niña, junto con otras historias que aún van más allá en la difusa frontera.
Todos estos elementos son físicamente imposibles, pero no sobrenaturales. Viajar más rápido que la velocidad de la luz es un tipo diferente de ficción que la de los fantasmas, los vampiros, los magos o los dioses. Me parece un poco confuso utilizar la misma palabra, fantasía, para ambos. La regla general que aplico, como lectora y como escritora, es que la presencia de cualquier cosa sobrenatural desplaza una historia directamente a la categoría de fantástica, independientemente de si la historia contiene naves espaciales que viajan por el espacio a cualquier velocidad.
Pero como siempre, algunas de las narraciones más interesantes, como también alguna de las disciplinas científicas más interesantes, exploran las fronteras. Constantemente se señala con el dedo a la ciencia ficción que salta hacia el campo de lo irreal (y contiene elementos como la velocidad superior a la de la luz o los poderes parapsicológicos), pero también hay novelas fantásticas fascinantes que entran sutilmente en el territorio de la ciencia ficción.
Unas de las primeras narraciones que encontré de este tipo hace mucho tiempo en las páginas de la revista Analog de la década de los sesenta, cómo no, fueron las historias de Lord Darcy escritas por Randall Garrett. Se trata de una serie de novelas e historias de misterio ambientadas en una década de los sesenta diferente con un pasado diferente basado en que, en la Edad Media, Ricardo Corazón de León no había sido asesinado en Francia, sino que logró recuperarse de sus heridas y fundó la dinastía Plantagenet que llegó hasta el siglo XX. En el mundo de Lord Darcy, la magia se considera y estudia como una ciencia, reemplazando o por lo menos compitiendo con las ciencias que hoy en día conocemos. Los principales personajes eran un detective tipo Sherlock Holmes y su ayudante, una especie de brujo forense. Estas historias desarrollaron muchos elementos que más tarde han sido copiados por muchos escritores, incluyendo la historia alternativa y el uso de la magia como una tecnología. Pero, en mi opinión, el elemento más encantador a medida que se desarrollan las historias es su reflexión extensa de la historia de la ciencia y del método científico, de un modo invertido, como reflejada en un espejo. Invita al lector a recapacitar sobre este aspecto de nuestro mundo y a dar menos cosas por sentado. No es posible leer las historias de Lord Darcy sin plantearse de dónde procede realmente nuestro mundo tecnológico.
La trilogía de ciencia ficción de C. S. Lewis que empieza
con Lejos del planeta silencioso
se mueve por el mismo camino pero en sentido contrario. Esta serie tiene los ornamentos habituales de la ciencia ficción: un primer viaje a Marte y un encuentro con marcianos inteligentes, criaturas cuya existencia todavía podía defenderse como posible en 1938, cuando se publicó por primera vez esta novela. Sin embargo, Lewis utilizó la alegoría como vehículo para una amplia reflexión en su teología cristiana, pues sus marcianos eran una raza espiritualmente inocente. La historia también incluye una crítica ácida de un materialismo como el de H. G. Wells en un diálogo metaliterario.
La primera vez que leí esta novela debía de tener unos catorce años de edad, una época en la que absorbía cualquier libro de este género indiscriminadamente, y encontré la historia muy confusa, pues por aquel entonces no sabía nada de teología. Procedente directamente de lecturas como
Rocket Ship Galileo
, asumí inmediatamente que los constructores de la nave espacial eran «los buenos», con lo que Ransom, un tipo raro que se unió al viaje, debía de ser una especie de saboteador o traidor. Este error de interpretación complicó mucho la trama para mi joven mente. Pensé que la causa de este error era que estaba escrito en inglés británico y no fue hasta que volví a leer
Lejos del planeta silencioso
diez o quince años más tarde, tras haber adquirido cierta formación religiosa, cuando me di cuenta de que había leído el libro
al revés
en cuanto a la lección moral que intentaba transmitir. Probablemente éste sea el ejemplo más claro que he experimentado sobre el modo en que la mentalidad del lector afecta a la lectura o las relecturas posteriores de un libro, y por ello considero que el
shock
fue muy positivo para mí. Creo que debería leer este libro de nuevo uno de estos días para ver qué más ha cambiado desde entonces.
Mi propia creación fantástica del mundo de Chalion, con sus cinco dioses, también está deformada por el pensamiento moderno, aunque con una doble intención. El panteón de Chalion consiste en la Madre del Verano, la diosa de las madres, de la maduración, de la medicina y de la fertilidad femenina; el Hijo del Otoño, el dios de los hombres jóvenes, la caza, la cosecha y la guerra; el Padre del Invierno, el dios de los padres, de la justicia, de la fertilidad masculina y de la muerte en la edad avanzada; la Hija de la Primavera, diosa de las mujeres jóvenes y de la educación, y el Bastardo, hijo de todas las cosas fuera de temporada, todos los remanentes que no encajan en el anterior esquema ordenado, incluyendo desastres, huérfanos, venganza, bastardos (por supuesto), las almas rechazadas por el resto de los dioses y el día 29 de febrero. Quería que la religión ficticia de esta fantasía de estilo medieval asumiera dos características de las religiones del mundo real: prestar un servicio genuino a las necesidades sociales humanas y tomarse en serio el misticismo. Este esquema procede en parte de mi reacción a las versiones hostiles, bobas o superficiales de la religión ficticia de la mala fantasía genérica, y en parte de mis propias lecturas históricas y religiosas.
Pero también quería diferenciarla de todas las religiones de nuestro mundo y especialmente quería que resistiera al dualismo, que considero que es un error filosófico que ha creado muchos problemas a lo largo de los siglos. Por eso creé cinco dioses, en cierta forma para repetir las estructuras del mundo real, como los cinco dedos de la mano o las cuatro estaciones y los remanentes, o los dos sexos y las tres fases de la vida, y también porque quería un número impar, que no pudiera dividirse equitativamente, porque en el mundo real, el bien y el mal nunca pueden dividirse claramente, siempre están mezclados, como el oxígeno y el nitrógeno en el aire. Estos dos elementos pueden separarse experimentalmente en formas puras, pero cuando volvemos al mundo real vuelven a mezclarse, aunque algunos lo olviden. La historia está repleta de errores cometidos por personas inteligentes que han intentado encajar una realidad confusa en una teoría demasiada ordenada. Y luego, cuando no ha funcionado, no han sabido ver que su teoría era incorrecta, sino que han decidido que era necesario moldear el mundo para que encajara en ella.
Sin embargo, la parte realmente diferente de la religión de Chalion está en sus bases metafísicas o cosmológicas. Los dioses de Chalion no son dioses creadores, no son dioses propuestos como principio. En este caso el principio es la propia materia, y toda la vida, incluyendo la de los dioses, procede de ella. Esto refleja una visión del mundo basada en la idea científica del siglo XX de las propiedades emergentes. En este panorama, la física surge como una propiedad emergente de la estructura fundamental del universo, la química surge de la física, la bioquímica de la química, las estructuras vivas de la bioquímica, el cerebro de estructuras menos complejas y el entendimiento de procesos electroquímicos del cerebro, en un flujo continuo y unificado. Así pues, no hay ninguna división entre cuerpo y mente o materia y espíritu, y pensar que sí la hay es un error o una ilusión.
No se trata de una idea nueva. En uno de los diálogos de Platón, que leí hace ya demasiado tiempo para recordar en detalle, aparece un hombre joven discutiendo con Sócrates sobre un modelo de la mente generado por el cuerpo, del mismo modo que la música proviene de una lira. Ésta era una buena metáfora de cómo funciona realmente el cerebro y la conciencia, excepto ahora que estamos creando una base de evidencia reproducible hasta el nivel molecular que explica exactamente cómo. Sin embargo, Platón estaba inmerso en el dualismo e hizo que Sócrates consiguiera que el joven abandonara su postura, que en realidad era correcta. En el debate filosófico resultante, tal como yo lo entiendo, el neoplatonismo venció durante algunos siglos sobre la visión alternativa, una especie de postura protocientífica avanzada por los aristotélicos. Esto me hace pensar que alguien debería escribir una novela con una historia alternativa tomando como punto de partida la victoria de los aristotélicos y analizando qué hubiera sucedido entonces (y no es que crea que el comportamiento de la humanidad hubiera sido mejor, ni tampoco peor).