Read La Cosecha del Centauro Online
Authors: Eduardo Gallego y Guillem Sánchez
De todos modos, para la teología de Chalion imaginé ese flujo de propiedades emergentes en un nivel superior y presenté a mis dioses como una propiedad emergente de todas las mentes de su mundo, pasadas y presentes. Como tal, se han desarrollado a partir de su mundo y siguen creciendo y cambiando con él. Los cinco dioses son también la única opción de vida después de la muerte, pues deben recordarte a la perfección después de que tu cuerpo deje de trabajar para que tú continúes. De este modo, la teología de Chalion contiene una vida después de la muerte que no está dividida en cielo e infierno sino en una continuación distinta de la existencia como parte de la mente de la divinidad o bien el olvido y el desvanecimiento en la nada.
La mayoría de esta cosmología se presenta entre líneas, por lo tanto no estoy segura de qué parte de ella llega realmente a los lectores. La explicación más explícita la encontramos en el sermón del personaje dy Cabon del capítulo 3 de
Paladín de almas
. Una lectura poco atenta que se limite a etiquetar el texto de fantasía genérica probablemente pierda las pistas diseminadas. Pero como mínimo un lector atento fue tan amable de bautizarlo como «teología especulativa», lo cual me complació y me divirtió mucho, y al mismo tiempo me proporciona la esperanza de saber que parte de lo que intentaba transmitir llega realmente al lector.
Con el tiempo he visto que la serie de Chalion debería estar formada por cinco libros, un volumen para cada uno de los cinco dioses y sus asuntos. Si alguna vez tengo la oportunidad de escribir los últimos dos libros de la serie, me gustaría explorar las consecuencias lógicas de esta cosmología como mínimo un poco más. Podrían ser dos libros «elásticos», tal como bautizó un escritor amigo mío a los proyectos que asustan a sus creadores por la posibilidad de un fracaso público verdaderamente bochornoso. Ya veremos.
En la fantasía y la ciencia ficción existen dos términos que conviven paralelamente para describir la reacción del lector ante su forma más conmovedora: «percepción de lo numinoso» y «sentido de la maravilla». En el ámbito de la fantasía, pueden definirse grosso modo como el abrumador temor reverencial que se siente en presencia de lo divino o del reino espiritual y, en el ámbito de la ciencia ficción, como el abrumador temor reverencial que se siente ante la complejidad o magnificencia del universo físico. Creo que son dos caras de una misma moneda. En el climax de
La maldición de Chalion
, mi protagonista Cazaril pasa por una experiencia directa e intensa de manifestación de la mente de su diosa. Su respuesta ante este evento numinoso incluye un asombro tal ante el universo material que incluso la contemplación de una simple piedrecita es más de lo que su mente puede aguantar hasta que se calma un poco. Su acrecentada sapiencia espiritual no lo impulsa a rechazar el mundo material, al contrario, le anima a apreciar su belleza y valía. Se trata de la excitación del científico ubicada en el corazón de una historia fantástica.
Uno de los hilos principales del tapiz de la ciencia ficción es, y siempre ha sido, la crítica política contemporánea disfrazada con los atavíos de la ciencia ficción. Esto incluye utopías, distopías, y la especulación sobre el futuro próximo, incluyendo todas las historias tipo «si esto sigue así...» o historias admonitorias. Esto sucede también en el ámbito de la fantasía, pero aquí me atendré exclusivamente a la ciencia ficción. Tan sólo diré que una niña de once años amante de los caballos no debería bajo ningún concepto
leer Rebelión en la granja
de George Orwell pensando que se trata de una historia de animales que saben hablar. Os aseguro que el trauma me duró muchos años. De todos modos, esta ciencia ficción política es muy apreciada por los lectores a los que les entusiasman los argumentos políticos de actualidad y muy aclamada por los críticos con un modo de pensar similar. En el mejor de los casos aborda temas que, tras su publicación, seguirán siendo de interés durante décadas. En el peor de los casos, tiene una fecha de caducidad más corta que la de un yogur y se arriesga a convertirse en una propaganda de golpes sordos e inexorables que yo describo como «la escuela de ingeniería social que dice que los golpes seguirán hasta que la moral mejore».
Todo esto está muy bien en su lugar, pero aniquila y es el opuesto exacto de todo «sentido de la maravilla».
No creo que sea una coincidencia que la dominación del mercado de la ciencia ficción por parte de historias políticas descoloridas que suelen presentar la ciencia y la tecnología como el problema y no como la solución, vaya de la mano con la pérdida de historias positivas sobre la ciencia y la tecnología, y por supuesto con la pérdida de historias que representen la ciencia o la ingeniería real o a científicos o ingenieros como los protagonistas.
En parte la pérdida puede ser debida a que la nueva ciencia resulta difícil de entender para el escritor veterano. Todos los meses leo la
revista Scientific America
n, una publicación con noticias y artículos de divulgación científica, y nunca tengo la sensación de ponerme al día, sino que siento que me estoy quedando atrás. Cada vez que giro la página se abren ante mí extensos campos que desconozco totalmente. El hecho de girar la página en lugar de pulsar el ratón ya muestra que estoy anticuada. La abundancia de conocimientos nuevos y accesibles es impresionante y al mismo tiempo un poco apabullante. Cuando me enfrento a esta vastedad de información me siento como una persona a la que han dejado en medio de un gigantesco supermercado moderno con la orden de comerse todos los alimentos que encuentre en las estanterías.
Hace poco, en una convención, la editora estadounidense de ciencia ficción Shawna McCarthy hizo unos comentarios interesantes sobre la creciente popularidad de la fantasía por encima de la ciencia ficción. Dijo más o menos que hace unos quince o veinte años, los editores de ciencia ficción de Nueva York empezaron a adquirir de forma prácticamente exclusiva el tipo de ciencia ficción política, fría y sombría que tanto ensalzaban algunos críticos. En ese momento parecía ser la reacción correcta ante el estado del género y del mundo. El problema es que la siguiente generación de escritores, que crecieron leyendo estas selecciones, sólo saben escribir ciencia ficción fría y sombría. Ahora que los editores buscan historias más positivas, aunque sólo sea para variar un poco, no les llega ni una.
Paralelamente, a lo largo del mismo período de tiempo, las ventas de ciencia ficción han bajado y bajado, superadas con creces por las ventas de fantasía, menos sujetas a esta tendencia distópica. No parecía que la editora creyera que esto fuera una coincidencia.
Aunque las películas de ciencia ficción que presentan una visión más optimista del futuro también han tenido éxito, debemos puntualizar que la ciencia ficción mediática normalmente va con un retraso de unos veinte años con respecto a la novela de ciencia ficción.
En la ciencia actual hay mucho «sentido de la maravilla». El día que escribí este discurso, me conecté al sitio web de la NASA para ver las últimas fotos deslumbrantes de Enceladus, una luna de Saturno. No sé cuántos de vosotros conocéis el sitio web
xkcd
, que se define como «un webcómic sobre romance, sarcasmo, mates y lenguaje», pero en esta web fue donde encontré la canción
Boom-de-ah-dah
que se inspiró en el anuncio comercial del Discovery Channel, una apología del «sentido de la maravilla» (
véase http://xkcd.com/442/
). Más personas tienen mayor acceso a más conocimiento que nunca antes en la historia; los problemas mundiales son muchos, pero también son muchos los recursos intelectuales con los que hacerles frente. No veo ningún motivo por el que el género que
inventó
el «sentido de la maravilla» se quede atrapado en la melancolía y oscuridad que hace veinte años que han caducado.
Algunos editores recuerdan el «sentido de la maravilla» que les provocaban las antiguas buenas novelas de este género y han hecho un verdadero esfuerzo por recuperar clásicos de la ciencia ficción que se escribieron hace treinta, cuarenta e incluso cincuenta años con la esperanza de que presten el mismo servicio a una generación nueva. Las intenciones son buenas, pero creo que es una iniciativa equivocada. Lo que realmente se necesita son historias nuevas y estimulantes con la voz de esta generación y que hablen de la ciencia de esta generación; historias que nos hagan abrir los ojos y la boca con asombro mientras decimos
¡Vaya! ¡Esto es fantástico!
; historias que hablen de un futuro fascinante y no de un futuro terrorífico. La pregunta de diagnóstico es la siguiente: ¿una historia destruye la alegría del mundo o la crea? Espero que como mínimo algún joven escritor experto en cuestiones científicas asuma el reto de este tipo de creación tan placentera.
Gracias.
El cristalino de la cámara adoptó la posición de reposo y se tornó transparente una vez que el biólogo desactivó los filtros y puso el aparato en modo de espera. En el semblante del joven se dibujaba una sonrisa de pura alegría, como un niño con un juguete largamente deseado. Alzó la vista.
—La toma ha salido perfecta esta vez, Wanda.
—Aleluya. A la octava va la vencida —respondió la aludida, tratando de que la ironía disimulara el hastío.
—El depredador es precioso. —El biólogo, entusiasmado, no se había percatado del tono de voz—. ¡Menudo bicho! Me recuerda a un cruce entre escorpión y mangosta.
—Si tú lo dices... —La mujer se encogió de hombros; además, tampoco tenía pajolera idea de qué era una mangosta—. En cuanto te has tropezado con varios cientos, pierden su encanto; sobre todo, cuando amenazan con saltarte a los tobillos y colarse por la pernera del pantalón. Nosotros los llamamos
despanzurradores.
Los hay a patadas. Al menos, sirven para controlar las poblaciones de hadas cuando éstas amenazan con convertirse en plaga.
El biólogo se desentendió de ella y procedió a manipular uno de sus extraños aparatos. Wanda lo estudió de soslayo, tratando de no parecer descarada. Costaba acostumbrarse a su presencia. Se notaba a la legua que aquel extranjero venía de muy lejos. La gente normal no exhibía ese tono cobrizo de piel ni un porte tan desgarbado. Los huesos de brazos y piernas eran demasiado largos. Por no mencionar los ojos negros y el peinado que llevaba: parecía talmente un felpudo de los que ponían en los días de lluvia para limpiarse las suelas. «Míralo... Con esa complexión delicada y las manos tan suaves, seguro que no está acostumbrado al trabajo rudo. Si te abandonara con lo puesto en medio del bosque, no durabas ni un día, chaval.»
Wanda Hull era una colonizadora de pura cepa, orgullosa heredera de incontables generaciones de navegantes, y el polo opuesto a los científicos que se hospedaban en la casa comunal. Bastaba con echarle un vistazo para comprender que estaba adaptada a las penalidades y era ducha en el arte de sobrevivir con pocos medios. No pasaba de metro sesenta, su espalda era ancha y después de quince partos no cabía esperar que mantuviera cintura de avispa. Tenía callos en las manos y arrugas en torno a los ojos, fruto de décadas de bregar a la intemperie. Llevaba corta su melena rubia, ya que los colonos anteponían la comodidad a la coquetería. Las prendas que vestía también eran ante todo prácticas: botas flexibles, pantalones holgados, camisa blanca y un chaleco lleno de bolsillos. A diferencia del biólogo, se movía en silencio.
Wanda contempló distraídamente el banquete que se estaba dando el despanzurrados Odiaba permanecer allí tocándose las narices, con la falta que hacía en casa. Estaba a punto de convertirse en abuela, se requerían brazos fuertes para la cosecha, las obras en la destilería avanzaban más lentas de lo previsto... Pero el Senado la había designado para ejercer de niñera con aquellos extranjeros, cuyo único aliciente parecía ser fisgonear por doquier y pasárselo bien, sin preocupaciones. Aquello pondría de mal humor a cualquiera con sangre en las venas.
El despanzurrador ya terminaba su ágape. De la presa sólo quedaba la cabeza y unas tiras de pellejo descarnado. Para complacer al biólogo, Wanda había perdido la mañana cazando hadas. Era fácil; aquellas criaturas de alas de libélula y cabeza gorda eran lentas de reflejos. Luego les arrancaba las alas de cuajo y las golpeaba contra un tronco para que se atontaran y quedasen quietas cuando las depositaba junto a la madriguera de uno de esos monstruitos. Y todo para que aquel tipo filmara el ataque y tomara fotos. Por si faltaba algo, le había tocado en suerte un científico patoso. De los mismos nervios, había echado a perder las primeras tomas. Tuvo que acechar, pillar y mutilar a ocho hadas hasta que el jovenzuelo se dio por satisfecho. Menos mal que las hadas abundaban y no eran muy espabiladas. Por otro lado, no se sentía culpable. Ya se sabía que esos bichos, debido a su rudimentario sistema nervioso, eran incapaces de sentir dolor.
Wanda consultó su reloj. Al biólogo se le iba el santo al cielo. Enfrascado en sus fotos y muestreos, no caía en la cuenta de que el resto de los mortales tenía cosas que hacer.
—Ya va siendo hora de comer —dijo, con la esperanza de que captara la indirecta, pero ni por ésas.
—¿Podríamos acercarnos a las colonias de insectoides de las que me hablaste ayer? Si eres tan amable, claro —añadió, tras una pausa.
Wanda suspiró. Entonces se le ocurrió una maldad deliciosa, y la llevó a la práctica. Se las ingenió para que el biólogo tropezara sin darse cuenta con un singular arbusto que los colonos denominaban
pringoso hediondo.
Los resultados fueron previsibles. No tuvieron más remedio que regresar a toda prisa para que el pobre desgraciado se diera una buena ducha. Por supuesto, la mujer se mostró muy compungida por aquel incidente imprevisto.
—¿Te has fijado cuántos crios? Se reproducen como conejos...
—No seas maleducado con nuestros anfitriones, Eiji, que te van a oír.
—Tranquila, Marga. No entienden palabra del interlingua. Disculpa si no paro de refunfuñar. Ya se me pasará el mal humor, pero cada vez que me acuerdo de aquella planta se me revuelven las tripas. Vomité hasta la última papilla delante de Wanda; qué vergüenza... Apostaría a que no existe nada que despida un pestazo tan desagradable en toda la galaxia.
Marga Bassat le dio a su compañero unas palmaditas afectuosas en el hombro y luego volvió a mirar a la vocinglera chiquillería. Le fascinaban aquel mundo y sus gentes. Sobre todo, se había enamorado de la casa comunal. Era la mayor estructura construida con madera que jamás hubiera visto. Troncos rectos como los mástiles de un gran velero formaban las paredes, pero quedaban empequeñecidos al compararlos con las columnas que sostenían el entramado de vigas del techo. Y todo estaba vivo. Los colonos habían elevado la Ingeniería Genética a la categoría de Arte. Sus moradas no eran construidas, sino que crecían y maduraban.