La cruzada de las máquinas (56 page)

Read La cruzada de las máquinas Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
11.01Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Hasta ahora, a Omnius, Caladan no le ha parecido un objetivo lo bastante importante como para someterlo, pero aun así, ocasionalmente sufrimos ataques de cimek y robots.

—La política y la estrategia son interesantes —dijo Vor—, pero para mí hay otras cosas importantes. Siento una necesidad muy fuerte justo aquí. —Apretó el puño contra el plexo solar y luego miró a su alrededor—. ¿No sería maravilloso tener una casa aquí, en la zona de acantilados que mira hacia el pueblo?

Leronica se rió.

—Ya conozco a vuestros nobles de la Liga, Virk. Y en Caladan nos arreglamos muy bien sin ellos, gracias.

—¿Aunque tú fueras mi señora, Leronica? ¿Aunque yo fuera un barón, o un conde o un duque?

—¿Tú, un soldado raso, un duque? —Lo miró con expresión juguetona—. Déjate de tonterías.

Caminaron por el sendero, cogidos de la mano, entre tupidos arbustos salpicados de flores blancas con forma de estrella. Con los meses, habían acabado por convertirse en amantes y, más que eso, en amigos. A ojos de Vor, la belleza y la sensatez de Leronica le daban un especial atractivo, algo que no había sentido desde su absorbente amor por Serena Butler. Los flirteos con otras mujeres de lejanos puertos espaciales le habían atraído durante algunos años, pero cuantas más horas pasaba con Leronica, más le fascinaban las cosas que aquella mujer sabia —que no intelectual— y de rostro juvenil podía enseñarle.

Finalmente, cuando el puesto de observación estuvo terminado y se verificó que las naves que había en el sistema planetario de Caladan recibían los mensajes sin problemas, Vor supo que había llegado el momento de llevarse a su equipo y prepararse para su nueva misión. El habría preferido quedarse en aquel mundo acuoso y pacífico, como un soldado de a pie, pero su deber era volver a ponerse al frente de su flota. Una parte de él deseaba quedarse, escapar de los horrores de la Yihad. Pero sabía que si trataba de fingir lo que no era acabaría por sentirse culpable. Y Vor Atreides no era de los que podían vivir una mentira. Ya había tenido bastante de eso en su vida.

Después de pasar tantos meses en aquel lugar, se sentía inquieto, y si lamentaba su inminente marcha era únicamente por aquella notable mujer. Leronica Tergiet era una mujer sencilla, sin ínfulas, y a Vor su afecto sincero le resultaba refrescante, un afecto sin exigencias ni pretensiones.

Mi querida y dulce Leronica.

Contrariamente a lo que le decía su instinto, el último día que pasaron juntos, Vor decidió revelarle su verdadera identidad. Después de hacer el amor con ella durante aquella larga noche, Vor sintió que también él tenía que dar algo a cambio, corresponder de una forma a la sinceridad que ella le había mostrado desde el principio.

—Leronica, no soy un simple soldado raso en el ejército de la Yihad, y no me llamo Virk. Soy… el primero Vorian Atreides de la Yihad Santa. —La miró esperando ver un destello de reconocimiento en sus ojos, pero solo vio curiosidad y confusión— . Yo fui quien rescató a Serena Butler de la Tierra —siguió diciendo— y les llevó a ella y a Iblis Ginjo de vuelta a Salusa Secundus. Ese fue el comienzo de la Yihad. —No dijo esto para impresionarla, porque se había ganado al menos una parte del corazón de Leronica; lo dijo porque quería que supiera las cosas buenas y las malas— . ¿Conoces la historia?

—Ya tengo suficientes problemas con mi padre, con la pesca y con la taberna —repuso ella, y Vor se dio cuenta de que las principales preocupaciones de la gente de aquel lugar eran los movimientos de los bancos de peces y de las mareas de algas, por no hablar de los monstruosos alacranes eléctricos que acechaban más allá del horizonte a los desprevenidos barcos de pesca—. ¿Por qué tendrían que interesarme noticias antiguas y batallas lejanas? Oh, algunos de nuestros jóvenes se han convertido en yihadíes, y sospecho que tu equipo se marchará con otro puñado de reclutas que no tardarán en arrepentirse de haber dejado nuestra pesca y a nuestras mujeres. —Lo miró en la oscuridad, apoyando la cabeza en la mano, que desapareció entre sus rizos castaños y espesos—. Bueno, entonces ¿dices que tú eres la causa de todo esto?

—Sí, fui educado entre las máquinas pensantes. Fui un humano de confianza en la Tierra. Mi padre era… el cimek Agamenón. —Hizo una pausa, pero no vio ninguna señal de desagrado en su rostro—. El general titán Agamenón. —Nada. No parece que se enteraran de gran cosa en aquel planeta remoto.

Como si estuviera llenando de agua un recipiente vacío, Vor fue contándole cosas. Le habló de su infancia, de los viajes en el
Viajero Onírico
a los Planetas Sincronizados y de su participación en la Yihad y en todas las batallas en las que se había enfrentado a las máquinas pensantes por la Galaxia.

Ella lo miraba, tendida en la cama junto a él, con el brillo de la llama de una vela parpadeando en sus ojos.

—Vorian, o eres un hombre con una gran experiencia y muchos recuerdos… o eres un gran mentiroso.

Él le sonrió y se inclinó para besarla.

—Podría discutirte eso, porque lo uno no excluye lo otro, pero te aseguro que te estoy diciendo la verdad.

—No me sorprende. Sabía que había en ti algo grande, aunque pensaba que saldría más adelante. —Hizo una pausa—. Pero no empieces a hacer promesas o acabarás detestando el tiempo que hemos pasado juntos, y yo no quiero eso.

—Te lo aseguro, no existe ni la más remota posibilidad de que eso ocurra —le prometió—. Pero ahora que conoces mi identidad, Leronica, es mejor que la mantengas en secreto.

Ella arqueó las cejas, como si se hubiera ofendido.

—Vaya, así que el gran primero se avergüenza de haber tomado como mujer a la hija del pescadero del pueblo.

Él pestañeó a la luz de la vela, porque comprendió la impresión que debían de haber causado sus palabras, y entonces rió.

—No… al contrario, lo hago por tu seguridad. Soy un hombre importante, con enemigos peligrosos. Si se enteraran les faltaría tiempo para venir a Caladan y tratar de hacerme daño a través de ti. Mi propio padre haría cualquier cosa por perjudicarme, y estoy seguro de que muchos de los humanos que sirven a Omnius darían lo que fuera por saber que Vorian Atreides se ha enamorado.

Ella se sonrojó y Vor le acarició el brazo.

—Nuestro amor es demasiado maravilloso. No puedo permitir que lo utilicen como un arma en nuestra contra.

Leronica suspiró y se acurrucó contra él.

—Eres un hombre complicado, Virk… Vorian. Tendré que acostumbrarme al nombre. No entiendo nada de política y de todas esas venganzas de vuestra guerra santa, pero haré lo que me pides… con una condición.

—¿Cuál?

—Háblame de los lugares que has visto, de todos esos mundos exóticos que yo nunca visitaré. Llévame a ellos en mi imaginación. Háblame de los planetas de Omnius, de las brillantes ciudades de las máquinas, de Salusa Secundus y su bella capital, Zimia. De los cañones de Anbus IV y los dóciles ríos de Poritrin.

Vor la abrazó y pasó horas hablándole de las maravillas que había visto, haciendo que sus ojos se abrieran desmesuradamente con las imágenes que iba pintando en su mente. Durante todo el tiempo, en su corazón Vor no dejaba de asombrarse ante aquella mujer modesta y ante la fuerza de sus sentimientos por ella.

Años atrás se había sentido totalmente consumido por su amor hacia Serena Butler. Pero Vor acabó por darse cuenta de que no era más que un ideal, una imagen irreal de la perfección que se había formado en su mente porque Serena era diferente de las otras esclavas. Ahora el amor de Serena era la guerra, la Guerra Santa. Jamás volvería a entregar su corazón a ningún hombre.

La devoción que había visto en Octa por Xavier le había hecho desear aquello para sí mismo, pero nunca había dado los pasos necesarios. Leronica Tergiet era distinta de sus otros amores. No le juzgaba, y sus problemas se limitaban a cosas cotidianas: llevar la taberna, el mantenimiento de los barcos de pesca, la pesca. No entendía de conflictos interestelares.

—Algún día te enseñaré todos esos lugares —le prometió—, y quizá vuelva y me instale aquí. Me gustaría tener una vida sencilla como la vuestra.

Leronica le dedicó una mirada escéptica.

—Vamos, Vorian Atreides. Tú no serías feliz en Caladan. Yo no te pido más de lo que puedas ofrecerme. Por favor, haz lo mismo conmigo.

—De acuerdo. —Vorian mantuvo la expresión alegre, pero se sintió alicaído—. De todos modos, si te pido que te cases conmigo, seguro que me dices que son tonterías, ¿verdad? Sé que pronto tendré que marcharme, pero te prometo que pensaré mucho en ti. De verdad, espero poder volver a Caladan y pasar más tiempo contigo. Mucho más tiempo. Eres terriblemente importante para mí.

La besó, y ella lo miró con sus oscuros ojos de color pacana, frunciendo el ceño con expresión traviesa.

—Bonitas palabras, Vorian, pero no me creo ni por un momento que no se las hayas dicho a cientos de mujeres en cientos de planetas.

Vor le rodeó la cintura, la atrajo hacia él y, con toda la sinceridad de su corazón, le dijo:

—Cierto… solo que esta vez es verdad.

57

El dolor es siempre más intenso que el placer… y más memorable.

Dicho de la Vieja Tierra

Antes de que la luz de la mañana atravesara las sombras del cañón, una avalancha de dragones llegó y rodeó el complejo de laboratorios donde Norma trabajaba. Lanchas de asalto a propulsión subieron ruidosamente por el río y penetraron en el cañón cada vez más estrecho. Vehículos aéreos armados descendieron desde las alturas. Tropas con armaduras doradas avanzaron con material pesado y traspasaron fácilmente las barreras que se habían levantado para ahuyentar a los curiosos.

Los treinta mercenarios contratados por VenKee vieron que les superaban en número y armamento en una proporción de diez a uno. Tuk Keedair estaba en el interior del complejo, en el extremo del enorme hangar, y apremió a su pequeña fuerza de seguridad para que expulsara a los intrusos. Pero los guardas decidieron que el tlulaxa no les pagaba lo suficiente y no querían morir por alguien como él. Tras unos momentos de vacilación y tensión, los guardas arrojaron sus armas y abrieron la entrada principal.

Keedair, en un gesto de desesperación, cayó de rodillas en el patio de grava. Conocía el valor del trabajo de Norma, y sabía que solo faltaban unos días para que probara el prototipo de la nave que plegaba el espacio. Y ahora lo iban a perder todo.

Los esclavos budislámicos de Norma dejaron lo que estaban haciendo para mirar a los dragones. Muchos sentían un velado resentimiento contra la guardia oficial de Poritrin: aún se acordaban de cuando aquella tropa represora con sus armaduras doradas aplastó la rebelión de Bel Moulay hacía casi veintisiete años.

Norma salió de sus salas de cálculo y observó el revoltijo inesperado de vehículos militares, vehículos aéreos y soldados. Luego una plataforma flotante pasó por encima de las vallas que los dragones habían echado abajo, con un satisfecho Tio Holtzman al timón.

Cuando el savant desembarcó ante la entrada del almacén, se enfrentó a Norma.

—Por orden de lord Bludd, vengo a inspeccionar estas instalaciones. Tenemos razones para creer que estás llevando a cabo experimentos no autorizados basados en investigaciones realizadas bajo mis auspicios.

Norma lo miró pestañeando, sin entender de qué le hablaba.

—Siempre he trabajado en mis propios proyectos, savant. Nunca habíais mostrado interés por ellos.

—Quizá ahora tengo motivos para cambiar de opinión. Lord Bludd me ha ordenado que confisque todo lo que encuentre aquí y lo examine por si has violado las limitaciones contractuales de nuestro acuerdo.

—Pero no podéis hacer eso.

Levantando sus ojos de color avellana, Holtzman señaló la apabullante fuerza de dragones que había penetrado en el complejo y controlaba los edificios.

—Parece que sí puedo.

Así pues, entró detrás de ella en el hangar y se detuvo bruscamente. Miró con expresión incrédula aquella nave inmensa y ridículamente vieja rodeada de plataformas y trabajadores.

—¿Esto? ¿Este es tu gran proyecto?

El savant se acercó para mirar más de cerca y subió por una escalera metálica provisional colocada a un lado de la nave. Se detuvo ante una baranda muy alta, frente a la parte trasera de la nave, y miró al interior de uno de los dos compartimientos para los motores.

—Has robado mi trabajo seminal, Norma —dijo, y asomó la cabeza para fijarse bien en la parte mecánica—. Explícame cómo puede utilizar este aparato el efecto Holtzman para plegar el espacio.

Ella, intimidada y reacia, lo había seguido, mientras los dragones esperaban abajo.

—Eso… sería muy difícil, savant Holtzman, puesto que habéis admitido que ni siquiera entendéis vuestras propias ecuaciones de campo más básicas. ¿Cómo puede ser un delito que yo desarrolle algo que no entendéis?

—¡No tergiverses mis palabras! ¡Por supuesto que las entiendo!

Ella arqueó una ceja.

—¡Oh! Entonces sabréis explicarme aquí y ahora en qué consiste el efecto Holtzman.

El rostro de Holtzman se sonrojó.

—Los aspectos más profundos y complejos del concepto te sobrepasan incluso a ti, Norma.

Ella, haciendo acopio de valor, dijo:

—VenKee no aceptará esta intromisión. Esto es una clara violación de nuestro acuerdo y de las leyes de Poritrin. Tuk Keedair presentará una queja formal. Todo lo que estamos haciendo pertenece a su empresa.

Holtzman hizo un desagradable gesto de desdén.

—Ya lo veremos. El visado del tlulaxa ha sido revocado. Y, tú, Norma, ya no eres una invitada de Poritrin. Cuando termines de darme los detalles de todo esto, los dragones te escoltarán hasta Starda. Prepararemos una nave para que salgas inmediatamente del planeta. —Hizo una pausa y sonrió—. El precio del pasaje correrá a cuenta de VenKee Enterprises, por supuesto.

Bajo la mirada de sus dragones, Holtzman pasó media mañana examinando montones de planos y una librería llena de cuadernos electrónicos. De vez en cuando le hacía alguna pregunta a Norma, aunque la mayor parte de las veces ella se negaba a contestar. Finalmente, Holtzman anunció:

—Voy a confiscar estas notas para estudiarlas en profundidad. —Norma protestó, y Holtzman agitó un dedo ante su cara—. Tienes suerte de que no te meta en la cárcel en lugar de exiliarte de Poritrin. Siempre puedo hablar con lord Bludd.

Other books

A Word Child by Iris Murdoch
Blue Boy 1: Bullet by Garrett Leigh
Blind Fall by Christopher Rice
McNally's Puzzle by Lawrence Sanders
Arranged by the Stars by Kamy Chetty
Living In Perhaps by Julia Widdows
Chocolate Goodies by Jacquelin Thomas
Simply Irresistible by Jill Shalvis