La cruzada de las máquinas (57 page)

Read La cruzada de las máquinas Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
10.57Mb size Format: txt, pdf, ePub

Norma nunca había odiado a aquel hombre, siempre había pensado que tenían intereses comunes. No podía creer lo que estaba viendo: el savant rebuscaba entre su trabajo con la misma delicadeza que una máquina recogía basura.

Mientras los aprendices de Holtzman registraban sus laboratorios y se llevaban importantes documentos, los dragones se los llevaron a ella y a Keedair a Starda City, donde permanecieron retenidos por separado. El lugar que les asignaron era cómodo —al menos no eran celdas—, pero Norma se sentía como un animal enjaulado.

A Norma no se le permitía hablar con su socio tlulaxa, pero sí enviar mensajes al exterior del planeta: no podían viajar con la suficiente rapidez para cambiar nada. Incluso en el mejor de los casos, pasarían meses antes de que las lentas naves regresaran con alguna respuesta.

Aun así, durante tres días, Norma estuvo escribiendo mensajes desesperados en los que suplicaba la ayuda de Aurelius Venport; los enviaba en cada nave que partía. No tenía ni idea de qué naves se encontrarían antes con el poderoso mercader, pero necesitaba su ayuda desesperadamente. Lo necesitaba allí con ella.

Se sentía muy sola.

Los esclavos le llevaron buena comida, pero no tenía hambre. Nada podía aplacar la rabia que sentía contra Tio Holtzman, que había sido su amigo y mentor. Jamás la habían tratado de una forma tan injusta, ni siquiera su madre. Después de todo lo que había hecho para mejorar su posición y su reputación y él se lo agradecía de aquella forma. La había utilizado, se había aprovechado de su genio creador.

Y lo peor de todo, dudaba que aquel hombre fuera capaz de reproducir su trabajo. Todo se echaría a perder. ¡No podía dejar que el proyecto para plegar el espacio se perdiera en el olvido!

Mientras esperaba que una nave la llevara exiliada hasta Rossak, Norma tuvo tiempo de pensar en muchas cosas que jamás se había planteado. Hasta entonces, siempre había estado totalmente absorbida por su trabajo, y prácticamente no se había preocupado por nada más. Ojalá no hubiera sido tan ingenua…

Todo el respeto que creía haberse ganado después de décadas de entrega y dedicación se había apagado como un ascua bajo el talón de una bota. Lord Bludd y todo Poritrin —incluso la mayor parte de la Liga— creían que Holtzman era el responsable de los descubrimientos de Norma, y que ella no era más que una
insignificante ayudante de laboratorio
. Gracias a su reputación, Holtzman tenía el apoyo incondicional de lord Bludd. Norma nunca había tenido tiempo para la política ni para granjearse el favor de nadie.

Y ahora estaba atrapada en un mundo que no entendía.

Le preocupaba mucho el disgusto que se iba a llevar Aurelius cuando se enterara, el dinero que le iba a costar todo aquello. Le había fallado.

Después de confiscar todos los documentos técnicos del laboratorio y llevárselos a su propiedad en lo alto de los acantilados, el savant Holtzman permitió generosamente que Norma volviera a recoger sus cosas.

—Un último gesto de cortesía —le dijo el científico de barba canosa con un suspiro cuando bajaban de la plataforma flotante y entraban en el hangar—. Pero solo podrás coger lo que puedas llevar encima.

Norma extendió sus pequeños brazos.

—¿Solo lo que pueda llevar? Entiendo.

Para ser una mujer tan menuda, que no era fuerte físicamente y tampoco era atractiva, Norma Cenva tenía una larga lista de logros. Si bien no podía hacer nada ante la orden de dejar Poritrin, sí podía utilizar su superioridad intelectual para darle a Holtzman una pequeña sorpresa como regalo de despedida por todo lo que había hecho por ella. Y por todo lo que le había hecho.

—No te quejes —le dijo Holtzman—. No tengo por qué permitirte esto.

Le habían prohibido llevarse ningún plano, cálculos o cuadernos electrónicos. Pero eso no la preocupaba, porque siempre había tenido una excelente memoria y podía conservar numerosos detalles en su cabeza.

En el hangar, el viejo carguero seguía en su plataforma: era demasiado grande para que unos cuantos dragones cargaran con él. Aquella estructura hueca estaba en silencio, sin el habitual bullicio que la rodeaba. Las cuadrillas de esclavos habían sido enviadas a sus barracones hasta nueva orden; muchos ya habían sido reasignados a otras cuadrillas, pero un centenar seguía todavía allí para ayudar a desmantelarlo todo. Su equipo había huido. Y había herramientas, instrumentos de diagnóstico y material de construcción tirados por todas partes.

Sus salas de cálculo estaban patas arriba. Cada armario y cada cajón había sido abierto y registrado. El mobiliario estaba volcado.

El hollín señalaba los lugares de la pared de roca que los dragones habían quemado buscando compartimientos y pasadizos secretos. Norma se quedó mirando todo aquello con una profunda sensación de pérdida, vacío y desazón.

—No nos hemos llevado tus objetos personales —se apresuró a decir Holtzman, como si tuviera conciencia, y la guió hasta una caja metálica (inquietantemente pequeña) que contenía algunos de sus recuerdos—. La piedra de soo es valiosa, pero dije a los guardias que la dejaran.

Norma lo miró con incredulidad: por lo visto el hombre esperaba que valorara aquel gesto. En vez de eso, Norma revolvió el contenido de la caja y sacó la exótica piedra de soo, tan suave, junto con una de las rosas de Bludd secas que había prensado entre dos finas láminas de plaz transparente.

Según la leyenda, la piedra de soo tenía la capacidad de centrar la mente y potenciar los poderes telepáticos, aunque para Norma siempre había sido solo una bonita gema. A diferencia de su madre, Norma no tenía poderes mentales. Haría falta mucho más que una simple baratija, por muy cara que fuera, para hacerlos aflorar.

A pesar de eso, aquella piedra era muy valiosa para ella porque Aurelius se la había regalado. ¿Por qué no habría aceptado casarse con él aquella noche? Si hubiera aceptado, tal vez se habría quedado allí con ella… y entonces nada de aquello habría pasado. Dejó escapar un suspiro.

—Eso es todo —dijo Holtzman, que empezaba a impacientarse—. Hemos registrado tu oficina meticulosamente.

—Sí… ya me he dado cuenta. —Cogió la caja con sus recuerdos y la puso sobre la mesa de trabajo. Parecía tan ligera, tan poca cosa—. ¿Me está permitido quedarme con parte del material? VenKee lo ha pagado.

—Bien, bien. Pero date prisa. Tu nave sale esta tarde, y no tengo intención de hacer esperar al capitán. —Señaló con un gesto todo aquel desorden—. Solo lo que puedas coger. Lamento decir que lord Bludd nos ha dado instrucciones para que no te ayudemos en ningún sentido.

Tratando de arreglarse con tanto peso, Norma cogió un proyector holográfico y la caja con los accesorios. Siguió recogiendo objetos, incluido un panel de cálculo y dos cajas selladas de cartón con cuadernos electrónicos sin usar. El montón iba creciendo, y Holtzman y los dragones se miraban con expresión divertida.

A continuación Norma retiró varios módulos de un montón de piezas sueltas que había en una esquina. Se arrodilló en el suelo y empezó a ensamblarlos. Contaba con la ignorancia de Holtzman, y el hombre no la defraudó. Una plataforma plana y amplia cobró forma ante ella, mientras los hombres permanecían a un lado y observaban.

Norma instaló un panel rojo de activación y lo encendió. Con un zumbido, aquel artilugio se elevó del suelo con suavidad. Norma se volvió hacia el savant con una sonrisa de satisfacción.

—Uno de los nuevos modelos comerciales de plataformas suspensoras que VenKee Enterprises saca al mercado el mes que viene —dijo, y, al ver la cara de sorpresa y de irritación de Holtzman, añadió—: Lo he inventado yo.

Norma guió la plataforma hasta el alto y pesado montón de posesiones, objetos sin valor en su mayoría, salvo la piedra de soo y la rosa… pero eso no tenía importancia. Rápidamente lo cargó todo en la paleta suspensora.

—Ya estoy lista —anunció por fin. La paleta suspensora flotaba con sus cosas detrás de ella, siguiéndola como una mascota obediente.

Uno de los dragones se rió a costa de Holtzman, y el hombre espetó:

—Dejemos que se salga con este pequeño truco. Será el último.

Pronto la escoltarían hasta el puerto espacial de Starda y se la llevarían de Poritrin. Aunque había pasado allí casi toda su vida y durante años lo había dado todo en su trabajo para Holtzman, no esperaba volver.

Cuando ya se iba con la abarrotada plataforma suspensora, Norma volvió la vista al prototipo gigante de nave que había modificado y supo que seguramente no volvería a verla. El trabajo ya estaba terminado y, tras un mes de pruebas, habría podido hacer una demostración triunfal ante Aurelius. Le había faltado tan poco para demostrar que no se equivocaba al creer en ella…

58

Ni la violencia ni la sumisión nos ayudarán en esta situación. Hemos de buscar una alternativa mejor.

N
AIB
I
SHMAEL
,
Nuevas interpretaciones
de los sutras coránicos

Todo perdido.

Tuk Keedair miraba lo que quedaba del inmenso proyecto y trató de hacerse una idea del dinero —y los posibles beneficios— que él y Venport acababan de perder. Aquel malnacido de Holtzman se había llevado todas las notas y los planos, y sin Norma Cenva el proyecto no existía.

Dos años de esfuerzos reducidos a nada.

Por primera vez en muchas décadas, por cuestión de honor Keedair debía cortarse su preciada trenza. Según la tradición de su pueblo, el mercader solo podía dejarla crecer mientras obtuviera beneficios, y ciertamente su trenza se había hecho muy larga. Ahora, gracias a los manejos políticos y a la avaricia de Holtzman casi debería afeitarse la cabeza.

Quizá valía la pena volver a su antiguo oficio de traficante de esclavos.

El comerciante tlulaxa meneó la cabeza mientras deambulaba por el interior espacioso de la nave de carga. ¡Habían estado tan cerca! Los innovadores motores de Norma ya estaban terminados e instalados, aunque no los habían probado. Keedair había presionado a Norma para que le diera los detalles, pero a ella le parecía un engorro y una pérdida de tiempo tener que andar dando explicaciones. Había adaptado sus nuevos sistemas a los mandos ya existentes de la nave; cualquier piloto podía dirigir aquel artefacto, como cuando no era más que un carguero. En teoría.

Ahora todo el proyecto no era más que eso… una teoría.

Dado que VenKee Enterprises tenía muchos negocios por toda la Liga de Nobles, Keedair echó mano de sus influencias y puso denuncias al savant Holtzman y a lord Bludd, amenazando con costosos juicios y un boicot de la Liga para el comercio interestelar. Bludd ni se inmutó, y se negó a devolver los archivos de Norma bajo el pretexto de que se trataba de
la seguridad de Poritrin
.

Aun así, Keedair repartió generosos sobornos y consiguió liberarse de su confinamiento lo suficiente para volver a toda prisa al complejo con una flota de camiones suspensores y un puñado de esclavos miserables. Ahora que los dragones parecían haber abandonado el lugar, el tlulaxa quería llevarse lo que pudiera.

Desde el desagradable ataque de Holtzman, Keedair no había tenido descanso; se pasó todo el tiempo tratando de hacer un inventario y de salvar lo que pudiera de aquella ambiciosa empresa, aunque solo fuera la chatarra. Su única opción era desmantelar y llevarse material, que luego vendería para recuperar una parte de aquella enorme inversión.

Aquel día, los carroñeros que Holtzman había enviado para saquearlo todo no estaban, porque se celebraba el aniversario de la ejecución del rebelde Bel Moulay. Por tanto, no se consideró necesario que hubiera dragones vigilando el lugar. Keedair quería aprovechar aquellas horas para coger lo que pudiera, antes de que lord Bludd descubriera qué estaba haciendo. Tenía un camión suspensor con él, y pensaba llenarlo.

Al igual que Norma, él también había enviado desesperados mensajes a Aurelius Venport, pero su socio estaba en la otra punta de la galaxia, en Arrakis, y tardaría meses en llegar hasta allí. Quizá lo que tenía que hacer era marcharse al mando del prototipo y dirigirse él mismo a aquel planeta desértico… desde luego, después de tantos viajes, conocía muy bien las coordenadas.

Pero no estaba tan loco.

A Ishmael el tiempo le pasaba muy despacio, porque sabía lo que iba a suceder durante la celebración. Estaba en una posición imposible, atrapado por sus responsabilidades encontradas.

Después de que Tio Holtzman mandara a su guardia con órdenes de lord Bludd, el negrero Keedair había disuelto la mayor parte de las cuadrillas de trabajadores y los había mandado río abajo, de vuelta a la ciudad del delta. Aliid y el puñado de seguidores que tenía fueron de los primeros en marcharse; Ishmael se quedó. En Starda, los saboteadores zenshiíes se las habían arreglado para que los asignaran a cuadrillas que trabajaban en los pomposos preparativos del festival.

Ahora solo Ishmael y un centenar de sus seguidores más fieles seguían en el remoto complejo de construcción de la nave, tratando de salvar lo que podían bajo la dirección del mercader de carne. Ishmael vio a su yerno Rafel manejando maquinaria pesada, dirigiendo palés móviles y pilotando lanzaderas de carga hasta los puntos de recogida en la meseta, por encima del río. Otros cargaban suministros y todo el material que podía venderse en la gran nave vacía.

Chamal, la hija de Ishmael, no se separaba de su padre mientras que su joven esposo demostraba su fuerza y apoyo. Todos miraban a Ishmael, esperando que los mantuviera unidos. Él era capaz de citar todos los sutras y les había inculcado el credo zensuní durante tanto tiempo que esperaban que Budalá dirigiría sus pasos.

Ishmael no sabía qué hacer, pero no podía admitir su impotencia ante todos aquellos esclavos que confiaban en él. Porque entonces les habría fallado a ellos, no solo a sí mismo.

Durante varios días el hombre había sentido un gran temor, hasta que finalmente llegó el día de la celebración. El día de la venganza a sangre y fuego de Aliid. Y él seguía sin saber qué hacer.

Dirigiéndose a unos pocos de los suyos que se estaban congregando a su alrededor, Ishmael dijo:

—Incluso a esta distancia de Starda, no podremos escapar de las consecuencias de lo que nuestros hermanos zenshiíes pretenden hacer. Aliid nos obliga a movernos. Pronto todo Poritrin será un caos, y nosotros tenemos que sobrevivir.

Other books

Love Letters by Geraldine Solon
Windmill Windup by Matt Christopher
The Gathering by Lily Graison
Mine to Keep by Cynthia Eden
House of Dark Delights by Louisa Burton