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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (83 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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—Llevamos décadas enzarzados en esta guerra abierta contra Omnius, directeur, y mucha de nuestra gente ha perdido el impulso. El año pasado viajé al hogar aislado de los pensadores de la Torre de Marfil con la esperanza de que nos ayudaran en nuestros esfuerzos contra las maquinas, pero hasta el momento no hemos tenido respuesta. Temo que me van a fallar. —Se volvió a mirarlo, con ojos como rayos—. Espero que no hará usted lo mismo, directeur Venport.

Venport sabía que no podría convencerla.

—Quizá podríamos negociar un acuerdo de confidencialidad que permitiría el acceso militar al nuevo diseño de nuestros motores Holtzman, siempre y cuando no caiga en manos de otros mercaderes o…

—Por supuesto, a nuestros ingenieros les gustaría estudiar esos diseños, pero nuestro ejército tardaría demasiado en construir una flota entera. —Le sonrió con calma—. ¿Cuántas naves tiene en estos momentos y cuándo puede empezar a adaptarlas para su uso como naves de guerra?

Venport respiraba hondo, preguntándose si su imperio comercial estaría a punto de venirse abajo.

—Sacerdotisa Butler, nuestras naves no son más que cargueros, no son naves de combate.

Ella agitó una mano como si nada y siguió sonriendo. Hacía tanto tiempo que la Yihad era su vida que no se le pasaba por la imaginación que pudiera haber nada más importante, ni para ella ni para nadie.

—Estoy segura de que nuestros ingenieros sabrán hacer las modificaciones necesarias. Vuestras instalaciones y astilleros están en Kolhar, lejos de las principales rutas espaciales, en un lugar seguro. Estratégicamente es una buena elección.

Venport trató de controlar la sensación de impotencia.

—Sacerdotisa, por favor, tiene que comprenderlo, para financiar los astilleros y toda la empresa tuve que hipotecar prácticamente todos los activos de VenKee. Es el negocio más costoso de la historia de mi empresa. A duras penas podemos pagar a los acreedores. Su propuesta nos arruinaría por completo.

Serena estaba visiblemente decepcionada por su incapacidad de ver una imagen de conjunto.

—Aurelius Venport, todos hemos hecho grandes sacrificios por la Yihad, algunos más que otros. Todos los humanos estaremos arruinados si perdemos esta guerra. —Suspiró—. Si tiene alguna propuesta para que podamos empezar a utilizar su flota de forma inmediata, quizá encontraremos la forma de compensarle y reducir el impacto de su deuda, aunque eso es lo de menos en estos momentos, ¿no cree?

Para él no era lo de menos, pero la sacerdotisa seguía con sus planes. Venport no sabía cómo detenerla educadamente. Si lo decidía, Serena tenía poder para hacer que sus soldados se hicieran con los astilleros. O, si los rumores eran ciertos, podía dejar que los agentes de la Yipol se ocuparan de él con discreción.

En el pasado, siempre que se había encontrado acorralado en alguna negociación, había descubierto que lo mejor era hablar con tono razonable pero no comprometerse a nada concreto y dejar que el problema se enfriara un poco.

—Necesito tiempo para discutir esto con mis socios y formular una propuesta. Hay muchas consideraciones. Tengo numerosos inversores y responsabilidades financieras para…

La mirada de Serena era glacial. El vehículo se detuvo y la puerta se abrió al aire caliente y húmedo.

—Directeur Venport, tenemos la capacidad de cambiar las leyes si hace falta para darle plenos poderes y dejar que tome la decisión adecuada.

—Aun así… por favor, permítame que vuelva a Kolhar y busque una solución que satisfaga a todas las partes implicadas.

—Pues hágalo, directeur. Pero no tendré paciencia para ninguna negociación cuyo único objetivo sea proteger sus márgenes de beneficios. No me haga esperar.

—Entiendo. Le aseguro que será mi máxima prioridad.

—Entonces informaré al Consejo de la Yihad de que pronto tendremos una nueva tecnología a nuestra disposición.

La serafina que conducía el vehículo con expresión hierática miraba al frente, como si fuera de piedra. La sacerdotisa de la Yihad le indicó que diera la vuelta al vehículo y volvieran al puerto espacial de Zimia. Venport no había pasado ni una hora en Salusa Secundus.

—Entretanto —dijo Serena—, mandaré una delegación de oficiales y asesores militares para que echen un vistazo a los astilleros.

91

Las sociedades humanas prosperan con la guerra. Si eliminamos este elemento, las civilizaciones se estancan.

E
RASMO
,
Diálogos de Erasmo

Mojado por un aguacero estival, Vorian Atreides avanzó por el pasillo central de la sala del Parlamento y vio que Xavier ya estaba junto a Serena Butler, cerca del foso del estrado, hablando con ella. Aparte de ellos tres, la inmensa sala estaba vacía. Vor se acercó sonriendo. Xavier y Serena eran sus mejores amigos y tenían más o menos su misma edad. Aunque él parecía mucho más joven.

¿De verdad tenemos casi sesenta años?

Al verle, Serena le indicó que se acercara. Era agradable poder verla sola, y no rodeada —asfixiada— por aquellas pesadas guardianas que siempre la acompañaban.

Vor respiró hondo, pensando aún en la lluvia fresca y cálida. La inmensa sala resonaba, y sus zapatos mojados crujían sobre el suelo. Parecía un lugar extraño para que se reunieran.

Como siempre, Xavier parecía preocupado, aunque la disciplina militar que había aprendido durante décadas de servicio le ayudaba a controlar sus emociones. Era un hombre tan y tan serio… Cuando Vor le estrechó la mano y le dio unas palmaditas en la espalda, Xavier lanzó una mirada inquieta a la mujer más famosa del universo conocido.

Ella subió a la cámara geodésica de discursos y activó el aparato. A los pocos momentos, su imagen se proyectó en las paredes del recinto; ahí estaba la imagen de la amada sacerdotisa, mirándolos con gesto beatífico, como una diosa.

Xavier tomó asiento en la primera fila, y Vor se sentó a su lado tras echar su capa mojada sobre otro de los asientos.

—¿Qué pasa? ¿Qué está haciendo?

Xavier meneó la cabeza, dando un suspiro.

—Otra de sus ideas. —Y miró la imagen de Serena, sentado muy tieso. Vor frunció los labios, asintiendo con gesto apreciativo, pensando en todo lo que Serena había conseguido. Se comportaba como una reina, una mujer elegante con ese toque de altivez propio de las nobles. Su imagen parecía mirarles directamente, como si fuera una versión más grande de Serena, viva.

—Bienvenidos, caballeros —dijo Serena a través del sistema de megafonía. Sus palabras resonaron en la sala—. Me siento como si volviera a tener diecinueve años y me estuviera dirigiendo al Parlamento. Resulta difícil creer que ha pasado tanto tiempo, que han pasado tantas cosas.

—Sigues siendo hermosa —dijo Vor levantando la voz para que el comentario llegara hasta ella.

Xavier, a pesar de su inexplicable gesto de desaprobación, parecía estar pensando lo mismo, aunque no era hombre que hiciera ese tipo de comentarios. Hacía mucho tiempo, Serena rechazó el afecto de ambos y cada uno siguió por diferentes caminos. La Yihad se había interpuesto entre ellos. Vor frunció el ceño con expresión soñadora, pensando en Leronica Tergiet. Tenía que mandarle otra carta, aunque a aquellas alturas seguramente ya se habría olvidado de él. Quizá si le enviaba algún paquete extravagante la próxima vez… estaba seguro de que podría haber tenido una buena vida a su lado, pero la había perdido por la misma razón: la Yihad.

Y ahora los tres volvían a estar juntos, muy distintos a como eran antes, aunque en el fondo seguían siendo los mismos. Cuando miraba a Serena, Vor seguía viendo a la misma persona que conoció en la villa de Erasmo. Ella se había mostrado irrespetuosa y desafiante con él, a pesar de su posición de humano de confianza. Pensar en aquello le hizo reír entre dientes, ¡una simple esclava doméstica hablándole de aquella forma! Incluso en aquella época la fuerza de Serena le había dejado admirado… y esa fuerza le hizo mucha falta para superar todo lo que le pasó luego en aquel lugar.

—Os he convocado aquí para discutir un asunto muy importante —dijo, pero mientras los miraba por encima del pulpito, Vor notó cierta dureza en ella, una rigidez implacable en su mentón.

—Allá vamos —le dijo en un susurro a Xavier.

De pronto, Serena apagó el aparato y bajó un tramo de escalones para acercarse a los primeros.

—Han instalado un nuevo sistema de megafonía. Quería probarlo antes de la sesión de mañana. Iblis me ha estado ayudando a controlar la voz para causar mayor efecto en el público. ¿Cómo ha sido mi entonación?

Vor le dedicó un aplauso de broma, pero con el rabillo del ojo vio que su amigo seguía preocupado.

—Bien para lo que quieres anunciar —dijo Xavier.

—En realidad tengo algo muy importante que pediros a los dos —dijo Serena—. VenKee Enterprises ha desarrollado una flota de naves que pueden atravesar el espacio en un instante. —Chasqueó los dedos—. ¡Imaginaos! Una nave está en Salusa Secundus y un momento después está lanzando un ataque contra Corrin. Podemos golpear con fuerza a Omnius, reorganizarnos y volver a golpearle enseguida en otro sistema estelar. Pensadlo bien: ¡La Yihad podría acabarse en cuestión de semanas!

Vor aspiró maravillado al comprender la importancia de aquello. Dio un silbido.

—¿Por qué nadie nos había dicho nada?

—Aurelius Venport ha mantenido el descubrimiento en secreto. Dice que es porque aún están ajustando los sistemas de navegación. Pero los registros indican que ha estado utilizando estas nuevas naves para misiones comerciales desde hace más de un año. —Serena se sentó en un escalón delante de los dos hombres—. Tenemos que encontrar la forma de poner estas naves al servicio de la Yihad.

—Un carguero es muy distinto de una nave de guerra. Con las nuevas tecnologías es mejor no precipitarse hasta que no se han probado adecuadamente —dijo Xavier.

Vor se sentía optimista.

—Pues la probamos, amigo mío.

Serena asintió, con expresión sombría.

—El directeur Venport dice que hay un porcentaje elevado de accidentes, pero estoy segura de que podemos solucionarlo. La mayoría de viajes culmina con éxito. Si tenemos la fortaleza necesaria para aceptar las bajas, podríamos derrotar a las máquinas de una vez por todas. Nuestra victoria en Ix costó muchas vidas humanas, pero mirad cuánto nos hemos beneficiado de sus instalaciones industriales. Y con las naves nuevas el riesgo no será tan grande como en Ix.

Xavier pensó, rascándose la cabeza.

—Siempre perdemos parte de nuestras fuerzas. A la larga, la velocidad y la eficacia de estas naves podría reducir el número de bajas… si ayuda a poner fin a la guerra.

—A corto plazo, seguramente habrá más bajas, y eso hará que las familias de las víctimas cuestionen nuestra decisión —Vor se pasó los dedos por el pelo mojado—. Pero creo que tienes razón, Serena. Es una decisión difícil, pero parece lo más correcto.

Xavier habló con tono admonitorio.

—Las proyecciones y los cálculos no siempre reflejan la realidad de las situaciones de batalla.

—Nunca te habías preocupado tanto por los riesgos —señaló Vor.

—Hay riesgos y riesgos. Yo he tomado decisiones que han costado muchas vidas cuando me he visto entre la espada y la pared. Pero esto es diferente. —Dio un suspiro—. Quiero ver esas naves personalmente.

—¿Cuándo iremos a ver esas supernaves? —preguntó Vor poniéndose en pie.

Cruzando los brazos sobre el pecho, Serena dijo:

—Quiero que los dos partáis inmediatamente hacia Kolhar con un importante contingente de ingenieros. Bajo mis órdenes, tomaréis el control de los astilleros y empezaréis a trabajar para convertir esos aparatos en naves de guerra. Venport tiene más de cien. Llevaréis dos divisiones con vosotros, lo suficiente para poner en práctica y reforzar esta nueva prioridad y para proteger Kolhar de posibles ataques.

—¿Estás segura de que Venport colaborará? —Xavier parecía escéptico.

Serena parecía decidida.

—No tiene elección. Esto es por el bien de la Yihad. ¿O creéis que preferiría hacer negocios con Omnius?

—En tiempos de guerra no hay garantías —dijo Xavier—. Solo muerte y destrucción, y luego más muerte y destrucción.

Vor sabía que parecía un joven oficial y no un primero curtido en la batalla.

—Vamos, Xavier, no seas pesimista. Empiezas a hablar como un viejo gruñón.

—Exacto —dijo él con una sonrisa forzada.

Los dos hombres salieron juntos de la sala para iniciar los preparativos.

92

¿Qué hace de un hombre un gran héroe? La acción desinteresada, dirás. Sí, pero eso es solo uno de los aspectos, el que ven la mayoría y se menciona en las crónicas. Para que el héroe actúe, las circunstancias deben ser las adecuadas; debe ser arrastrado por una sucesión épica de acontecimientos que le permitan cabalgar en la cresta de una ola humana. El héroe, sobre todo el que sobrevive, es un oportunista. Cuando ve una necesidad, la satisface y obtiene por ello un sustancioso provecho. Incluso los héroes muertos se benefician de algún modo.

Z
UFA
C
ENVA
,
Recuerdos de la Yihad

En el interior de una torre de control del puerto espacial de los llanos de Kolhar, Aurelius Venport caminaba arriba y abajo, observando a los controladores, revisando personalmente las columnas de datos, buscando alguna señal de la nave que esperaban. Uno de sus veloces cargueros que plegaban el espacio tenía que llegar de un momento a otro. Cada vez que los pilotos mercenarios utilizaban aquellos motores Holtzman, las probabilidades de que la nave se perdiera eran altas.

Fuera, el cielo brillaba como una luz azul clara y translúcida, aunque en su mente se estaban formando grandes nubes de tormenta. Al volver de su viaje a Salusa Secundus, había considerado momentáneamente la posibilidad de recogerlo todo y trasladar el proyecto a algún planeta desconocido y deshabitado.

Pero en su interior una vocecita le advirtió que, de una forma u otra, Serena Butler acabaría saliéndose con la suya, que lo encontraría y le arruinaría si se oponía a ella. Su vida, su sustento, su éxito… todo aquello por lo que había luchado desaparecería si Serena requisaba las instalaciones. Además, seguramente tendría que enfrentarse a cargos por traición, a pesar de la explicación razonable que había dado cuando la sacerdotisa le preguntó por qué no había revelado la existencia de aquella importante tecnología. Venport suspiró. Sí, él aceptaba que había que contribuir al esfuerzo de la guerra, pero la sacerdotisa daba por sentado que todo el mundo debía sacrificarse por la causa. Tenía que llegar a un acuerdo con ella. Aquella sería la negociación más difícil de su vida.

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