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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (87 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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—Parece que somos bendecidos una y otra vez. Por lo visto tú también piensas crear tu propia leyenda.

95

Hemos esperado suficiente. Ha llegado la hora.

P
ENSADOR
V
IDAD
,
Pensamientos desde
la objetividad del aislamiento

Erasmo nunca se había considerado un líder político, a pesar de sus estudios sobre la diplomacia y la interacción social en los humanos, y de la gran cantidad de capacidades teóricas que tenía. Su habilidad para manejarse por las aguas de la política le había permitido establecerse como robot independiente y convencer a Omnius para que le dejara seguir con sus experimentos con humanos.

Sin embargo, los pensadores de la Torre de Marfil no eran exactamente humanos.

Una tarde recibió a una extraña delegación del planetoide helado de Hessra, unos cuantos subordinados que no dejaban de pestañear por el resplandor cobrizo del sol gigante de Corrin. Llegaron con aquellos antiguos cerebros —filósofos como él mismo— en contenedores de conservación.

El robot independiente los recibió en la opulenta sala de visitas de su villa, sorprendido y complacido, porque no solía tener invitados. Dados los numerosos ataques del ejército de la Yihad, Omnius había sugerido que la reunión se hiciera allí y no en la ciudadela central, por si los pensadores trataban de introducir alguna arma insidiosa.

Vestido con ropas nuevas y elegantes, su joven pupilo observaba como un perfecto ayudante. En una de las paredes, un ojo espía de Omnius escuchaba la reunión emitiendo un suave resplandor, pero la supermente no parecía saber muy bien qué hacer con aquellos inesperados visitantes. Tres temibles robots vigilaban en el recibidor.

Una procesión de monjes ataviados con túnicas amarillas entró. Los primeros seis llevaban los cilindros translúcidos y ornamentados como si fueran reliquias sagradas. Los subordinados no parecían entender el peligro que suponía presentarse voluntariamente en un Planeta Sincronizado.

—Los pensadores de la Torre de Marfil desean consultar a Omnius una importante cuestión —dijo el monje principal sujetando el pesado contenedor del primer pensador—. Soy Keats, subordinado de Vidad.

El cerebro sin cuerpo flotaba en su electrolíquido azulado, como si sus pensamientos lo mantuvieran telepáticamente en equilibrio. A Erasmo le recordó a los cimek rebeldes y a las mentes antiguas y maquinadoras de los titanes. La revuelta absurda e inesperada de Agamenón había alterado mucho a Omnius, aunque en realidad no fue ninguna sorpresa. Después de todo, los titanes eran cerebros humanos con defectos humanos, y tan poco de fiar como ellos.

Erasmo extendió sus brazos de metal líquido en un gesto de bienvenida; las mangas de su túnica carmesí y dorada se le replegaron.

—Soy el enlace designado por la supermente. Estamos muy interesados en escuchar vuestra propuesta.

Vidad habló por medio de un simulador, como los de los cimek.

—Después de largas meditaciones, debemos hacer una propuesta en relación con este largo conflicto entre humanos y máquinas. Como pensadores, ofrecemos una perspectiva equilibrada y una propuesta para solucionar el conflicto. Podemos actuar como intermediarios.

Erasmo formó una sonrisa.

—Habéis asumido una labor difícil.

Los ojos espía flotaban cerca del techo, grabándolo todo. Gilbertus también observaba, detrás de Erasmo. La pantalla de Omnius que había en la pared brillaba como si estuviera viva. La supermente habló, con una voz tan fuerte que resonó.

—Este conflicto es costoso e ineficaz. Terminar con él tendría muchas ventajas, pero los humanos son demasiado irracionales.

El subordinado Keats hizo una leve reverencia.

—Con la debida humildad, el pensador Vidad cree que puede conseguir una resolución satisfactoria. Somos una delegación neutral. Creemos que puede haber posibilidades para una negociación.

—¿Y venís sin anunciaros, sin un cuerpo de seguridad? —preguntó Erasmo.

—¿De qué nos serviría traer un cuerpo de seguridad al planeta más poderoso de la red de Omnius? —preguntó Vidad retóricamente.

Keats miró a su alrededor y sus ojos se encontraron con los de Gilbertus Albans, que no manifestaba ninguna emoción. El subordinado parecía incómodo.

Recordando sus deberes de anfitrión, de acuerdo con los antiguos registros que había asimilado, Erasmo pidió que trajeran un refrigerio. Cuando vio que los subordinados miraban con expresión hambrienta pero recelosa los zumos frescos y las frutas exóticas, Gilbertus se sentó y probó cada uno de ellos para demostrar que no estaban envenenados.

Erasmo caminó entre los contenedores cerebrales, que los humanos dejaron sobre unas sólidas mesas en la sala.

—Creía que los pensadores de la Torre de Marfil se habían aislado de las distracciones de la civilización y la sociedad… incluidos sus conflictos —dijo—. ¿Por qué habéis aceptado esta noble causa precisamente ahora? ¿Por qué no décadas o incluso siglos antes?

—Vidad cree que la paz podría estar cerca —dijo Keats, cogiendo un segundo vaso de zumo azul zafiro.

—Serena Butler declaró una guerra santa contra las máquinas hace treinta y seis años estándar —dijo Erasmo, y su rostro formó una leve sonrisa al pensar en aquella fascinante mujer—. Los humanos no quieren resolver el conflicto… quieren nuestra aniquilación. En antiguas bases de datos leí la parábola de un hombre que quiso hacer el bien poniendo fin a una disputa entre vecinos y al final lo mataron. Esto podría ser peligroso para vosotros.

—Todo es peligroso, pero los nobles pensadores renunciaron a la carga del miedo hace mucho tiempo, cuando renunciaron a sus cuerpos.

Omnius habló con voz atronadora.

—Vuestra respuesta es insuficiente. Después de todo este tiempo ¿por qué acudís a mí ahora?

Los subordinados de túnicas amarillas se miraron entre ellos, pero esperaron a que el pensador Vidad hablara a través de su simulador de voz.

—En uno de los frentes, los titanes tienen un ejército de neocimek, y ya han destruido muchas de tus naves de actualización. En el otro lado están los humanos libres, que siguen lanzando poderosos ataques contra ti. Ya has perdido varios Planetas Sincronizados. Lógicamente, lo que te interesa es llegar a un acuerdo con los humanos para poder concentrarte en la amenaza de los cimek. La marea se está volviendo en tu contra.

—La victoria última está asegurada. Solo es cuestión de tiempo y esfuerzo.

—Por cuestión de eficacia, ¿no es aconsejable que minimices el gasto en tiempo, esfuerzo y recursos? Como pensadores, nosotros podemos actuar como mediadores imparciales para conseguir una resolución racional y equitativa a este conflicto. Creemos que podemos conseguir un acuerdo satisfactorio.

—¿Satisfactorio para quién? —preguntó Erasmo.

—Para los Planetas Sincronizados y los mundos de la Liga de Nobles.

—No podréis convencer a los humanos para que se alíen con nosotros en contra de los cimek. Agamenón quiere conquistarnos a los dos.

—No es nuestro propósito negociar la guerra, sino la paz.

—Conozco muy bien a Serena Butler —dijo Erasmo—. Está ridículamente preocupada por nuestros esclavos humanos, aunque los mundos de la Liga también los tienen. ¡Qué hipocresía!

Los subordinados se miraron entre ellos y asintieron.

—Muchos esclavos están cayendo víctimas de la violencia en ambos bandos —dijo Vidad—. No tenemos cifras concretas del número de muertos en Ix, Anbus IV y Bela Tegeuse, pero suponemos que es alto.

—En un Planeta Sincronizado ordenado, donde la sociedad no es torpe e ineficaz, hay muy pocas bajas entre los esclavos —señaló Omnius—. Puedo demostrarlo con exhaustivas estadísticas.

—De este modo —terció Erasmo—, podría decirse que se salvarían más vidas humanas si acordamos un alto el fuego. Tenemos que demostrar a los humanos que el coste de la Yihad es demasiado alto para ellos. Serena Butler lo entenderá.

—La solución más sencilla es el cese inmediato de las hostilidades entre vosotros y la Liga de Nobles —dijo Vidad—. Vosotros conserváis los Planetas Sincronizados y los humanos libres conservan los suyos. Y a cambio se acaban los conflictos. No habrá más muertes, ni más violencia entre el hombre y la máquina.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta siempre.

—Acepto la oferta —dijo Omnius desde la pantalla de la pared—. Pero debéis enviar a un representante de la Liga para aceptar formalmente los términos. No volváis si la Liga se niega.

96

El valor se define por los actos de valentía, independientemente de los motivos que la persona tenga en su corazón.

T
ITÁN
J
ERJES
,
Un milenio de satisfacciones

Sentado bajo la cúpula de la cámara del Consejo de la Yihad, Aurelius Venport tomaba a sorbitos una bebida helada, tratando de manifestar una seguridad que no sentía en ausencia de Zufa. Frente a él estaban el Gran Patriarca Iblis Ginjo y el comandante de la Yipol, Yorek Thurr, además de Serena Butler, cuya dedicación era inflexible. El traje de sastre de Venport era lo bastante fresco para evitar que el sudor de los nervios se notara.

Venport tenía que realizar la negociación más importante de su carrera.

—Me complace que podamos sentarnos y discutir nuestras mutuas necesidades como adultos —empezó a decir después de dar otro sorbo. Tenía que afrontar la pérdida de su veloz flota de naves mercantes como un hombre de negocios. La situación había cambiado, y tenía que conseguir una compensación aceptable. No podría conservar los beneficios y el poder que esperaba, así que debía convertir lo que quedaba en algo distinto. Puede que incluso mejor.

Había participado en negociaciones similares con lord Bludd sobre los derechos de comercialización de los globos de luz y le había ido bien. Ahora se enfrentaba a algo mucho más significativo, con importantes repercusiones.

—Han propuesto ustedes que mis mercantes que pliegan el espacio se conviertan en naves de guerra para el ejército de la Yihad y que los nuevos motores se adapten para su uso en jabalinas de tamaño mediano. Vuestros entusiastas aunque ingenuos oficiales opinan que debo liquidar alegremente mis activos, ceder la tecnología, olvidar una década de trabajo e investigación continuado, y limitarme a entregarles todas las naves de mi costosa flota sin ningún tipo de compensación. Por lo visto, mi recompensa será… ¿el orgullo?

Serena frunció el ceño, unió las yemas de sus dedos.

—Incluso si no se le diera nada a cambio, algunos hemos dado mucho más por la causa.

—Nadie pretende minimizar vuestros sacrificios, Serena —dijo Ginjo—. Pero quizá no hace falta que arruinemos a este hombre para conseguir lo que necesitamos.

Sin inmutarse, Serena preguntó:

—¿Pretende aprovecharse de la guerra, directeur Venport?

—¡Desde luego que no!

Thurr frunció el ceño, atusándose un lado de su bigote mientras comentaba con voz tranquila:

—Por otro lado, tampoco debemos ser tan crédulos para pensar que al directeur Venport nunca se le pasaron por la imaginación las aplicaciones militares que podrían tener estas naves que pliegan el espacio. Y sin embargo no se molestó en informar al Consejo de la Yihad de sus actividades en Kolhar.

Venport miró a aquel hombre oscuro con irritación.

—Las naves que pliegan el espacio aún son nuevas y peligrosas, señor. Perdemos un porcentaje preocupante de vuelos. Los frecuentes desastres me obligan a aplicar sustanciosos recargos a los precios del cargamento, para poder construir nuevas naves y compensar a las familias de los pilotos mercenarios que aceptan el riesgo.

Thurr cruzó las manos.

—Los rebeldes cimek, y el mismo Omnius, estarían encantados de tomar las instalaciones y robar la tecnología.

—Durante años he utilizado los beneficios de buena parte de los negocios de VenKee para financiar este programa; necesito sacar algún provecho de esa tecnología. Jamás habría pagado las investigaciones y el desarrollo de no haber pensado que tendría una compensación. Incluso si en los próximos años todo fuera como la seda, tardaría décadas en pagar la deuda que he acumulado para construir los astilleros. ¿Creen ustedes que en la Liga algún hombre de negocios invertiría todos sus activos para desarrollar una importante tecnología si supiera que el gobierno se lo iba a quitar todo y dejarlo en la bancarrota?

Serena hizo un gesto de impaciencia con el índice.

—Yo puedo hacer desaparecer esa deuda. Entera.

Venport se la quedó mirando, sin acabar de creer sus palabras. Nunca se le habría ocurrido una solución tan drástica.

—¿Usted… usted puede hacer eso?

Iblis Ginjo se puso derecho en la silla y sacó pecho como un ave que practica para exhibirse en época de apareamiento.

—Es la sacerdotisa de la Yihad, directeur. Solo tiene que poner una firma.

Aprovechando la situación, Venport empezó a recitar los puntos que había ido pensando durante el viaje a Salusa.

—Mi esposa Norma Cenva ha dedicado más de treinta años al desarrollo de la tecnología para plegar el espacio. Ha tenido que afrontar numerosas penalidades, incluidas terribles torturas a manos de los cimek, pero su visión del futuro de la humanidad jamás ha vacilado. Incluso mató al titán Jerjes. Y durante todo ese tiempo yo he sido el único que la ha apoyado, el único que ha creído en ella. Hasta el savant Holtzman la echó de su lado.

Al mirar alrededor en la mesa, se dio cuenta de que varios miembros del Consejo parecían impacientes por que fuera al grano. Venport se inclinó hacia delante.

—Por tanto, solicito que VenKee Enterprises y sus sucesores tengan la patente irrevocable de la tecnología para plegar el espacio.

—El monopolio de los viajes espaciales —dijo Thurr con un gruñido.

—Estoy pidiendo la propiedad de mi sistema para viajar por el espacio, utilizando mis motores y mis naves. Durante miles de años, el humano ha recorrido enormes distancias con las naves tradicionales. Si lo desean pueden seguir utilizando las antiguas, pero quiero una consideración especial para las mías, que han sido creadas por mi esposa con el patrocinio de mi empresa. Me parece una petición razonable.

Ginjo tamborileó con los dedos sobre la mesa.

—No nos confundamos. Si algún día consiguen solucionar el problema de la seguridad, sus naves serán las preferidas para los viajes interestelares y las otras tecnologías quedarán obsoletas.

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