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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (88 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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—Entonces, si es el método más rápido y seguro, ¿por qué no se puede beneficiar mi empresa? —Venport cruzó los brazos sobre el pecho.

Pero Serena ya había oído suficiente.

—Estamos perdiendo el tiempo. Que se quede con sus patentes y su monopolio, pero cuando la Yihad termine.

—¿Y cómo puedo estar seguro de que la guerra terminará?

—Tendrá que correr ese riesgo.

Por la expresión de Serena, Venport supo que no cedería ni un centímetro más.

—Hecho, pero los derechos pasarán a mis herederos si muero antes de que termine la Yihad.

Serena asintió.

—Iblis, encargaos de que se redacten los documentos.

Al final, el astuto Aurelius Venport también negoció el derecho a transportar al menos una parte de sus mercancías en algunas misiones militares. Aunque él no había iniciado las conversaciones, ni era responsable de la crisis comercial que las hizo necesarias, cuando terminaron, empezó a sospechar que aquello podía convertirle en un hombre muy muy rico.

Le dieron el premio inesperadamente.

En el interior del edificio del Parlamento colgaban estandartes, y se permitió que ciudadanos de a pie presenciaran la ceremonia desde el fondo de la sala. Miles de personas se congregaron en la plaza conmemorativa y siguieron el acontecimiento en unas pantallas tan altas como edificios.

Zufa Cenva estaba sentada junto a Venport en la primera fila de asientos, y los de detrás se extendían hacia arriba como ondas de agua en un estanque. Su pelo claro y sus facciones hacían que pareciera la encarnación de la electricidad estática, y su poderosa presencia demostraba que era la suprema hechicera de Rossak.

Zufa le miró, haciendo que sintiera vértigo bajo el escrutinio de aquellos ojos claros.

—Ahora eres un gran héroe, Aurelius. Tu nombre está en boca de todos los yihadíes que luchan por la libertad. Pasarás a la historia.

Mirando al estrado, a los dignatarios ataviados con sus imponentes ropas, Venport dijo:

—Nunca me ha preocupado mucho la historia, Zufa, pero me complace la forma en que esto cambiará el día a día en mi vida. —Se puso bien el cuello arrugado y su traje excesivamente formal—. Tú y Norma teníais razón. He sido obtuso y egoísta. Dedicar nuestros recursos a aplicaciones militares y no comerciales será un revés, pero con el tiempo hará de VenKee Enterprises una empresa mucho más fuerte.

Ella asintió.

—El patriotismo siempre tiene un precio, Aurelius. Ahora empiezas a entenderlo.

—Sí. —De hecho, al principio había pensado que aquella medalla no era más que un premio de consolación, una baratija para que se sintiera mejor tras sus sacrificios. No se había dado cuenta de que haría que su posición mejorara a ojos de la gente. En el futuro, muy pocos elegirían a la competencia de VenKee Enterprises.

Así que, de pronto, estaba impaciente por volver a los astilleros y empezar a arreglarlo todo para adaptarse a la nueva situación: hacer una valoración de materiales y productos, y decidir lo antes posible cuáles se transportarían en las naves dedicadas a misiones militares. Sus productos viajarían en función del espacio disponible. Yorek Thurr, moviendo los hilos desde la Yipol, ya lo había arreglado todo para que Aurelius y Zufa volvieran a Kolhar en un pequeño yate espacial. Partirían inmediatamente después de la ceremonia.

Venport permaneció rígidamente sentado durante las presentaciones. En aquellos momentos, Iblis Ginjo pronunciaba unas palabras con su impresionante voz; luego habló Serena Butler, con su eterna túnica blanca con adornos rojos, deslumbrante. Parte de sus cabellos estaban blancos, como si le hubieran echado cenizas encima, y en su rostro se reflejaba el peso de la edad y las tragedias. Pero cuando pidió a Venport que subiera al estrado, junto con el famoso y joven cirujano de campaña Rajid Suk, su voz era fuerte.

Entre ensordecedores aplausos, Venport caminó hacia el podio.

Sorprendentemente, Zufa Cenva parecía orgullosa de él. Ojalá Norma hubiera estado allí también. Por una vez en su vida, Norma merecía los elogios y el reconocimiento de los demás, tanto si los quería como si no.

Las luces lo emocionaron e hicieron que se le nublara la vista; se sentía como si aquella marea de aplausos lo fuera a arrastrar. Venport pestañeó, trató de recuperar el equilibrio. Evitó mirar al mar de rostros que rodeaban la plataforma central y se colocó junto al doctor Suk.

—Cada uno de vosotros va a recibir la medalla más importante que la Yihad puede otorgar —dijo Serena—. La Cruz de Manion lleva ese nombre por mi hijo, el primer mártir de nuestra guerra santa contra las máquinas pensantes. Muy pocos son los que la consiguen.

»El doctor Rajid Suk —dijo volviéndose hacia el primer homenajeado— es nuestro mejor cirujano de campaña. Ha renunciado a ejercer como médico privado, ha acompañado en repetidas ocasiones a nuestra flota a lejanas zonas de guerra y ha dedicado su tiempo a nuestra misión sagrada y a ayudar a salvar a incontables yihadíes. —Suk permanecía con los hombros cuadrados, sacando pecho. Serena le hizo entrega de la medalla entre los vítores del público—. A continuación voy a presentaros al más sorprendente empresario, un hombre que ha combatido en la guerra del comercio interestelar y ha creado una red de suministro y reparto que abarca sistemas estelares. El directeur Aurelius Venport acaba de ceder su flota entera al ejército de la Yihad. Creo que por fin podremos aplastar a Omnius para siempre. —Tuvo mucho cuidado de no mencionar ningún detalle concreto de la tecnología para plegar el espacio; la Yipol había demostrado una y otra vez que podía haber espías de Omnius por todas partes.

La audiencia lo vitoreó, enfervorecida, aceptando las palabras de Serena sin dudar. Sin embargo, Venport dudaba que pudieran lograr tal victoria militar a corto plazo, ni siquiera poniendo todo el esfuerzo en los astilleros e invirtiendo grandes cantidades de dinero. Sencillamente, las naves con motores Holtzman eran demasiado nuevas y no se habían probado lo suficiente.

Aun así, Venport hizo una reverencia formal cuando la sacerdotisa le pasó la medalla por el cuello.

Entonces Serena se apartó a un lado y señaló con la mano a los dos hombres, ante la multitud.

—¡Los nuevos héroes de nuestra Yihad! Gracias a ellos estamos dando grandes pasos hacia la victoria.

El mercader levantó la cabeza, sorprendido al notar que las lágrimas le escocían en los ojos. Su corazón parecía querer salírsele del pecho. Mientras los representantes de la gran sala se ponían en pie, aplaudiendo y lanzando vítores, estrechó la mano de Serena y del doctor Suk.

Después, los homenajeados dijeron unas palabras a la concurrencia. Cuando le llegó el turno, Venport dijo:

—Aunque he pasado casi toda mi vida como empresario y hombre de negocios, estoy aprendiendo que hay cosas mucho más importantes que la riqueza. Muchas gracias a todos; este es el momento más feliz de mi vida.

Extrañamente, aunque jamás habría pensado que se sentiría de aquella forma, lo decía de verdad.

97

En otro tiempo pensaba que debíamos terminar esta Yihad al precio que fuera… pero hay precios que son demasiado elevados.

S
ERENA
B
UTLER
,borrador de
un discurso no pronunciado

Poco después de que Venport y Zufa partieran en su largo viaje de vuelta a los astilleros de Kolhar, los pensadores fueron en procesión a Salusa Secundus con gran ceremonia. Vidad, asistido por los subordinados, incluido un extasiado y satisfecho Keats, solicitó una reunión urgente con el Parlamento de la Liga.

Los delegados planetarios dejaron apresuradamente sus residencias, sus compromisos y eventos sociales para ir a reunirse en el salón de asambleas. Tenían curiosidad, aunque estaban algo molestos por haber sido convocados de forma tan precipitada e inesperada. En la sala enseguida se llamó al orden, y Keats colocó el antiguo cerebro de Vidad sobre un pedestal en el centro del estrado; los otros cinco pensadores descansaban sobre pedestales más bajos alrededor de su portavoz.

El Gran Patriarca Ginjo entró a toda prisa en la sala, colocándose bien la túnica. No había tenido tiempo de ponerse en contacto con Serena, que se había encerrado en la Ciudad de la Introspección para preparar sus planes secretos para las naves que plegaban el espacio y que estarían listas en un año.

En realidad, Iblis prefería ocuparse personalmente de los asuntos relacionados con los pensadores. Después de todo, Keats era uno de los hombres que él había escogido.

Así pues, entró en la sala abarrotada y ruidosa en el momento en que el antiguo filósofo empezaba a hablar por su simulador de voz. Iblis estaba encantado de que hubieran vuelto.

—Como pensadores, nosotros decidimos retirarnos a un lugar donde pudiéramos meditar sobre las grandes cuestiones todo el tiempo que necesitáramos. La sacerdotisa de vuestra Yihad vino a Hessra hace dos años estándar y nos hizo comprender el precio tan alto que han pagado los humanos por siglos de dominación de las máquinas y por el derramamiento de sangre.

»Normalmente no somos partidarios de actuar de forma rápida e impetuosa, pero la sacerdotisa es una mujer persuasiva. Ella nos ayudó a ver cuál era nuestro deber, no solo para con los humanos, sino para con la eficaz red de Omnius. Después de considerar el asunto cuidadosamente, ahora os ofrecemos una solución, una forma de lograr la paz inmediata entre los dos bandos.

La audiencia murmuraba, impaciente por saber qué iba a proponer Vidad. Con los años, conforme el número de muertos y de colonias que caían iba en aumento y los recursos de la Liga se agotaban, la gente había empezado a anhelar una salida a aquella interminable guerra. Ya habían pasado tres docenas de años desde que se inició la guerra santa contra las máquinas, y la humanidad libre no parecía estar más cerca de la victoria.

Algo inquieto, Iblis miró a los cerebros en sus cilindros translúcidos. Tal como se les había ordenado, Keats y los otros subordinados habían abierto la mente de aquellos filósofos solitarios. Pero ya no estaba tan seguro de querer oír sus sugerencias.

—Hemos adoptado el papel de mediadores entre la Liga y los Planetas Sincronizados. Los años de derramamiento de sangre y conflicto han llegado a su fin. —Vidad hizo una pausa, como si quisiera aumentar el dramatismo del momento—. Hemos negociado con éxito una paz con las máquinas pensantes. Omnius ha aceptado el cese definitivo de las hostilidades. Las máquinas no volverán a amenazar a los mundos de la Liga de Nobles y los humanos no amenazarán a los Planetas Sincronizados. Una Pax Galáctica sencilla. Ninguno de los dos bandos tiene motivos para continuar con las hostilidades. —Guardó silencio, dando tiempo a que la audiencia diera un profundo suspiro colectivo.

Keats miró a Iblis y anunció con orgullo:

—¡Lo hemos logrado! ¡La Yihad ha terminado!

Las serafinas de túnicas blancas corrieron a interrumpir las meditaciones de Serena Butler. Bajo su capucha de malla dorada, la expresión de Niriem parecía angustiada; era la primera vez que Serena veía aquella expresión asustada en su rostro.

—Algo terrible ha pasado —dijo la serafina, entregándole una grabación—. El mensajero me ha dicho que Iblis Ginjo solicita vuestra presencia inmediatamente en el edificio del Parlamento.

—¿Inmediatamente?

—Se trata de una crisis relacionada con los pensadores. Tenéis que escuchar la grabación.

—¿Qué ha hecho el Gran Patriarca? —Serena respiró hondo, con exasperación—. Escucharemos esto por el camino.

Aunque Iblis, Serena y los otros líderes de la Liga de Nobles tenían acceso a los sistemas militares de comunicaciones, basados en el uso de señales codificadas de retroalimentación, recientemente muchos mensajes habían sido interceptados por los agentes de Omnius. El asunto era tan preocupante que en aquellos momentos solo la flota utilizaba los sistemas de comunicación en el espacio, pero nunca en la superficie de los planetas. Y eso significaba que necesitaban un mayor número de correos.

Niriem la apremió y subieron a un vehículo terrestre que se desplazó velozmente por las amplias carreteras en dirección a Zimia. En el compartimiento para pasajeros, Serena escuchó perpleja y desolada la grabación con el anuncio sorpresa de Vidad.

—¡Esto no es lo que queremos en absoluto!

—Sacerdotisa, me temo que están tan desesperados por conseguir la paz que aceptarían cualquier cosa.

Sí, Niriem tenía razón. Así que Serena escuchó tres veces más el breve anuncio del pensador, como si con la repetición las implicaciones de sus palabras pudieran cambiar; sentía que el horror y la incredulidad burbujeaban en la boca de su estómago como un líquido hirviendo.

—Esto es imposible. ¡No ganamos nada con ese acuerdo!

Esperaba que llegaran antes de que se corriera la voz. Una noticia así no podía ocultarse, y la gente reaccionaría de forma exagerada. Los opositores, que no dejaban de aumentar, saldrían a las calles a provocar disturbios. Incluso los representantes de la Liga se obcecarían por la euforia de forma totalmente irracional. Tenían que llegar allí enseguida.

Al llegar a Zimia, un pelotón de guardias femeninas la escoltó por los escalones de piedra veteada del imponente edificio gubernamental. Niriem iba despejando el camino, como un ariete, sin miedo a demostrar su fuerza. Y aunque la sacerdotisa Serena ya era mayor, seguía teniendo una fiera exuberancia.

En el centro de la sala, los subordinados permanecían en pie junto a los pedestales donde estaban colocados los pensadores de la Torre de Marfil. La atmósfera era ruidosa y festiva. Iblis Ginjo estaba a un lado del estrado, tratando de restablecer el orden. No parecía que tuviera mucho éxito.

Con la cabeza muy alta, Serena fue hasta el centro del estrado. Se oía un gran vocerío entre los representantes, y algún que otro grito en contra del nuevo plan de paz de los pensadores, pero la mayor parte de los presentes lanzaba vítores y aplaudía.

—¡No nos precipitemos! —dijo Serena sin que hiciera falta que la presentaran—. Las peores consecuencias a veces vienen disfrazadas de buenas noticias.

En la sala el griterío se había convertido en murmullo. Iblis parecía feliz y aliviado al ver que Serena había llegado por fin.

—Serena Butler —dijo Vidad a través de su simulador de voz—, nosotros explicaremos los detalles de nuestras delicadas negociaciones con Omnius. Hemos garantizado la seguridad para el representante de la Liga que viaje a Corrin para aceptar formalmente los términos de esta paz.

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