Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Antes de que el naib Dhartha tuviera tiempo de decir nada, Venport habló:
—Antes que nada, naib, no quiero escuchar ninguna de sus excusas trilladas. —Y señaló con el gesto los libros de contabilidad, sabiendo perfectamente que Dhartha no podía entenderlos—. Tanta lentitud y tantos retrasos son inexcusables. Hay que hacer algo.
El Viejo Hombre del Desierto le sorprendió.
—Estoy de acuerdo. He venido a pedirle ayuda.
Venport disimuló la sorpresa y se inclinó hacia delante en la mesa.
—Le escucho.
—La causa de todos sus problemas es un hombre llamado Selim. Él es el jefe de la banda de agitadores, de astutos zorros del desierto. Atacan sin previo aviso, y luego huyen a ocultarse. Pero sin Selim los saboteadores se desvanecerían como el humo. Esos necios lo ven como un héroe. Se hace llamar
Montagusanos
.
—¿Y por qué es tan difícil deshacerse de él?
El naib se movió algo nervioso.
—Selim es muy escurridizo. Hace un año sedujo a mi joven e inocente nieto y lo llevó a la muerte, y he jurado que me vengaré. Hemos enviado muchas partidas en su busca, pero él siempre las esquiva. Sin embargo, nuestros exploradores por fin han logrado descubrir su escondite, en unas cuevas muy alejadas del resto de asentamientos humanos.
—Entonces vaya y captúrelo —exigió Venport—. ¿O es que también voy a tener que ofrecerle una recompensa para que lo haga?
Dhartha alzó el mentón.
—No necesito ningún incentivo económico para matar a Selim Montagusanos. Lo que sí necesito son sus mercenarios y sus armas extraplanetarias. Los forajidos lucharán, y quiero asegurarme de poder vencerles.
Venport sabía que era una petición razonable y una inversión justificada. Aquellos condenados forajidos habían destruido muchos cargamentos de especia. Cualquier gasto que VenKee Enterprises hiciera para que el negocio volviera a la normalidad quedaría compensado mil veces.
—Me sorprende que su orgullo zensuní le permita solicitar mi ayuda.
Los profundos ojos azules de Dhartha destellaron.
—Esto no es una cuestión de orgullo, Aurelius Venport. Se trata de eliminar una plaga del desierto.
Venport se puso en pie.
—Entonces le daré lo que me pide.
A lo largo de su vida, el naib Dhartha había vivido muchas penurias y sufrimiento. Años atrás, su mujer y una caravana entera de especia se perdieron durante una tormenta de arena; luego su hijo Mahmad murió a causa de una virulenta enfermedad extraplanetaria. El naib ya estaba acostumbrado a sufrir. Pero la muerte de su amado nieto Aziz, que siempre hizo lo imposible por complacerle, casi le hizo caer en la desesperación. Y en este caso, el naib sabía muy bien a quién echarle la culpa.
La obsesión por vengarse llevaba un año corroyéndolo. Y ahora, por fin, estaba listo para pasar a la acción.
El naib estaba sentado en la cueva donde se celebraban las reuniones, y miraba furioso a los ancianos de la tribu. Aquello no era una sesión del consejo, ni un debate. El naib iba a hacer una declaración, y todos los presentes sabían que no debían discutirla. Los ojos azul especia del naib tenían los bordes enrojecidos, como hoyos marcados en su rostro con un cuchillo embotado.
—Selim era un huérfano, un joven desagradecido y, lo peor de todo, un ladrón de agua. Cuando no era más que un crío, nuestra tribu lo expulsó, pensando que se convertiría en comida para los demonios del desierto. Pero desde que se fue ha sido como arena en una herida en carne viva. Selim reúne criminales para atacar nuestras aldeas y saquear nuestras caravanas.
—Hemos tratado de negociar con él. Mi nieto le entregó un mensaje pidiéndole que se reincorporara a nuestra sociedad, pero ese hijo pródigo ha hecho un pacto con Satán. Se rió de mi oferta y mandó a mi nieto de vuelta con las manos vacías.
Los ancianos miraban a Dhartha con expectación. Daban sorbitos a sus pequeñas tazas de café con una pizca de especia. El naib se dio cuenta de que la mayoría llevaban ropas extraplanetarias.
—No contento con despreciar mi invitación, Selim Montagusanos tuvo la osadía de llenar la cabeza del chico con ideas descabelladas. Su plan era empujar a Aziz a ese absurdo intento, sabiendo perfectamente que Shaitán le devoraría. Ha sido su forma de vengarse de mí. —Miró a los hombres de nuevo, sintiendo que su cuerpo se sacudía—. ¿Hay alguien aquí que me lo discuta?
Los hombres guardaron silencio, hasta que finalmente uno de los ancianos dijo:
—Pero ¿qué podemos hacer, naib Dhartha?
—Hemos tolerado este tormento durante años. El objetivo de Selim es entorpecer toda actividad relacionada con la especia y destruir el comercio con los mercaderes extraplanetarios… el comercio que ha traído la prosperidad a nuestra aldea. Yo digo que, por mil razones, debemos destruir a Selim y sus seguidores. Debemos aplastar a esos bandidos mientras nuestros hombres aún recuerden los duros caminos del desierto. Debemos reunir a nuestros guerreros y atacar el escondite del Montagusanos.
Cerró un puño con fuerza y se puso en pie.
—Yo digo que formemos un partida kanla de venganza, que nuestros mejores luchadores vayan a destruir a Selim de una vez por todas.
Todos los ancianos se levantaron con él; algunos un poco reacios, otros alzando también sus puños en el aire. Como el naib esperaba, ni una sola voz se alzó en su contra.
Las visiones que le enviaba Shai-Hulud nunca habían sido tan claras. Selim se incorporó en su jergón en la oscuridad. Unos globos de luz que habían robado de las caravanas de especia colgaban en el corredor de la cueva, iluminado débilmente su entorno, pero sabía que fuera aún estaba oscuro, que faltaba mucho para el amanecer. Pestañeó varías veces, tratando de pasar de su visión profética a su entorno físico.
Ahora lo veo tan claro…
A su lado, Marha dormía plácidamente. Era una presencia cálida, suave, familiar. Ya llevaban un año casados, y ella estaba embarazada de su primer hijo. Pero Selim se sentía como si siempre hubiera formado parte de su vida y su leyenda. La miró, y ella se movió, aunque Selim no había hecho nada que pudiera perturbarla. Marha estaba tan en sintonía con él que incluso podía intuir cuándo sus pensamientos cambiaban.
Como dormitorio, Selim había elegido una de las cámaras interiores con las paredes cubiertas de runas muadru, aquellos símbolos indescifrables grabados allí por unos desconocidos viajeros místicos. Aquellos antiguos escritos hacían que Selim se sintiera en conexión con el alma de Arrakis. Le ayudaban a tener un pensamiento claro, y la melange que consumía por la noche le daba decisión, lucidez y sueños. A veces sus visiones eran imprecisas y difíciles de comprender; en cambio, en otras ocasiones, Selim sabía exactamente qué tenía que hacer.
Su mujer lo miró con expresión expectante, con los ojos brillando en las sombras de la cueva. Tratando de controlar el temblor de su voz, Selim dijo:
—Un ejército se aproxima, Marha. El naib Dhartha ha reunido un ejército extraplanetario para que haga el trabajo por él. Ha dejado a un lado sus creencias zensuníes y su honor. Es un hombre consumido por el odio, y para él eso significa más que ninguna otra cosa.
Marha se puso en pie.
—Reuniré a todos tus seguidores, Selim. Reuniremos armas y nos prepararemos para defendernos.
—No —dijo él, poniendo una mano sobre su hombro con suavidad—. Saben dónde encontrarnos, y caerán sobre nosotros con una fuerza abrumadora. Por mucha entrega y fiereza que pongan nuestros guerreros, no podemos ganar.
—¡Entonces debemos huir! El desierto es muy grande. No nos resultará difícil encontrar otro escondite lejos de aquí.
—Sí. —Selim le acarició la mejilla, luego se inclinó para besarla—. Os iréis todos muy lejos y estableceréis otra base para seguir con nuestra causa— pero yo debo quedarme y hacerle frente. Solo.
Marha jadeó.
—No, cariño mío, ven con nosotros. Te matarán.
Selim clavó la mirada en las sombras, como si estuviera mirando una realidad mucho más honda que la que veían los demás.
—Hace mucho tiempo, Budalá me bendijo encomendándome una misión sagrada. Durante toda mi vida he seguido sus designios, y ahora estamos ante un momento decisivo. El destino de Shai-Hulud depende de mis acciones y del futuro que ayude a crear.
—No puedes ayudar a crear ningún futuro si estás muerto.
Él le sonrió débilmente.
—El futuro no es tan sencillo, Marha. Debo establecer un camino que dure milenios.
—Me quedaré y lucharé junto a ti. Soy tan capaz como cualquiera de tus guerreros. Sabes que he demostrado ser…
Selim apoyó las manos en los hombros de Marha.
—Marha, tú tienes una responsabilidad mucho mayor. Debes asegurarte de que nadie olvide. Solo así lograremos una victoria auténtica y duradera.
Selim aspiró con fuerza, y el aroma dulce y denso de la melange se pegó a su garganta. En lo más hondo de su alma se sentía conectado a Shai-Hulud.
—Quiero enfrentarme a mi enemigo solo en la arena. —Se volvió hacia Marha, que lo miraba con los ojos muy abiertos, y le dedicó una sonrisa débil pero segura. En su voz no había vacilación—. Una leyenda como yo no puede hacer menos.
Dado que no ha habido ninguna descarga que nos uniera a mí y a la supermente desde hace décadas, Omnius no conoce mis pensamientos, que podrían considerarse desleales. Pero yo no los veo de ese modo. Simplemente, soy curioso por naturaleza.
E
RASMO
,
Diálogos de Erasmo
En el planeta sincronizado de Corrin, los ojos espía estaban por todas partes, observándolo todo. Aunque en cierto modo aquella presencia resultaba tranquilizadora, a veces a Erasmo los pequeños espías electrónicos le parecían molestos y entrometidos. Sobre todo las unidades móviles, que eran como pequeños insectos. Erasmo se había acostumbrado a que la voz omnipresente apareciera en cualquier momento, salida de la nada.
La nave de actualización llegó inesperadamente a Corrin con la sorprendente noticia de que, tras décadas de retraso, Seurat entregaría una copia intacta del Omnius-Tierra. Erasmo recibió la noticia sin alegría, y esperó a que la supermente procesara la nueva información. En realidad nunca había sido su intención ocultar los detalles de sus explosivos experimentos en la Tierra, ni las consecuencias desastrosas e inesperadas que tuvieron. Al menos, no para siempre.
Erasmo fue al jardín ornamental de su villa privada; la intensa luz de la gigante estrella roja dañaba las flores más delicadas, y ayudaba a otras a florecer. Mientras él estaba allí, entretenido con una rara flor del ave del paraíso —una de las flores favoritas de Serena Butler—, Omnius procesaba la versión perdida con su eficiencia habitual, y la nave de actualización de Seurat despegaba de la zona de aterrizaje sin contratiempos.
Antes de que la nave tuviera tiempo de salir de la atmósfera del planeta, Erasmo fue convocado por la supermente. La autoritaria voz mecánica salió de un implante situado en un bonsái de su jardín.
—¿Sí, Omnius? ¿Habéis encontrado algo interesante en la versión de la Tierra? —Erasmo siguió con sus flores, como si no tuviera ninguna preocupación. Sin embargo, supuso que estaba a punto de recibir una buena reprimenda.
—Sé que tu
desafío
relacionado con ese salvaje que llamas Gilbertus Albans tiene un paralelo anterior. —Una de las hojas del diminuto árbol brilló reflejando un intenso color verde, seguramente porque ahí estaba oculto el ojo espía.
—Nunca había tratado de educar a un niño esclavo.
—Has demostrado ser un experto en la manipulación de la psique de los humanos. Según la versión Tierra, hiciste una interesante apuesta con mi homólogo terrestre para ver si lograbas que los humanos de confianza se volvieran contra nosotros.
—Pero lo hice con el apoyo y la comprensión del Omnius-Tierra —dijo Erasmo, como si eso fuera suficiente excusa.
—Estás tratando de engañarme con informaciones incompletas o filtradas. ¿Es una de las técnicas que has aprendido con tus cobayas humanos? Parece que estás tratando de aventajarme en nuestras competiciones. ¿Pretendes sustituirme?
—No soy más que un siervo de vuestros deseos, Omnius. —Por puro hábito, el rostro de metal líquido del robot formó una sonrisa, aunque aquella expresión poco significaba para la supermente—. Si alguna vez intento influir en vuestros análisis es solo para que tengáis una mejor comprensión de nuestro enemigo.
—Me ocultaste otra cosa. Algo mucho más importante. —La hoja verde y brillante vibró, como si estuviera furiosa—. Tú, Erasmo, fuiste la causa de la rebelión inicial de los humanos.
—Nada puede ocultarse a vuestro conocimiento, Omnius. Como mucho se puede producir algún retraso, que es lo que ha pasado aquí. Sí, yo arrojé a un insignificante bebé por un balcón y al parecer eso suscitó la revuelta general.
—Ese es un análisis incompleto, Erasmo. Iblis Ginjo, uno de los humanos de confianza a los que corrompiste personalmente, dirigió la insurrección más violenta en la Tierra, y ahora es un importante líder político de la Yihad. Además, Serena Butler, el símbolo de su fanática causa, fue una de tus esclavas. Por lo visto tus experimentos han tenido consecuencias catastróficas.
—Pero el propósito era comprender mejor a los humanos.
—¿Es posible que alguno de tus experimentos sea la causa de la oleada de fallos del sistema que se han producido recientemente en ocho Planetas Sincronizados?
—Desde luego que no, Omnius.
—Tu carácter independiente se está convirtiendo en un problema, Erasmo. Por tanto, para evitar nuevos desastres, tu mente será formateada de nuevo y se sincronizará con la mía. Como individuo quedarás anulado… anula… anu… a…
De pronto, la voz de Omnius, con aquel extraño tartamudeo, calló. La luz del ojo espía se apagó. La hoja se desprendió del bonsái y cayó al suelo.
Erasmo, perplejo y con la imperiosa necesidad de evaluar la amenaza contra su preciada individualidad, miró a algunos de los otros ojos espía que había en la villa. Todos permanecían inmóviles y callados, como si estuvieran desactivados. Uno de ellos cayó como una piedra del cielo y se rompió en pedazos en el suelo.
Un extraño silencio pareció extenderse por todo Corrin.
—¿Omnius? —Pero Erasmo no pudo encontrar a la supermente en ninguna de sus pantallas de observación ni puestos de interacción.