La cruzada de las máquinas (94 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Desorientado aún por sus sentimientos, el mercader tenía la Cruz de Manion en la mano, un adorno llamativo pero impresionante, y que tantas cosas simbolizaba. Algo ebrio por los elogios y las recompensas que había recibido de manos de la sacerdotisa de la Yihad, y las concesiones que tan lucrativas iban a resultar a largo plazo, el hombre se había resignado a perder sus naves mercantes que plegaban el espacio. Por el momento.

Pero, a la larga, su nombre quedaría grabado en los anales de la historia como el de un gran benefactor de la Yihad, y eso era algo que no se podía pagar con dinero. Venport nunca se había considerado un patriota desinteresado, pero los elogios y la gratitud le producían una vertiginosa sensación de placer, tan intensa como si se hubiera tomado una fuerte dosis de melange.

Curioso.

Mientras Zufa pilotaba la nave, él pensó cómo habían cambiado su suerte y sus sentimientos. En un momento dado, ella le lanzó una mirada, y Venport trató de imaginar lo que aquella mujer estaría pensando. ¿Era posible que, para variar, se sintiera orgullosa de él?

Venport podía traducir aquella nueva respetabilidad en mayores beneficios para VenKee Enterprises, más negocios. Desde luego, aún conservaba sus cargueros tradicionales, que funcionaban sin problemas. Seguramente, antes de que cesaran las hostilidades habría reunido el capital necesario para iniciar la construcción de una flota mercante de naves que plegaran el espacio, utilizando las patentes y los diseños, que seguían en poder de la compañía. Sonrió para sus adentros.

En ese momento, los cimek atacaron desde el interior del campo de asteroides.

Beowulf, el mayor de los neocimek renegados, había estado esperando al acecho entre los residuos espaciales junto con otros diez fanáticos reclutados entre el populacho de Bela Tegeuse. Su fuente en la Liga les había dicho que sería una emboscada perfecta. Al saber que la gran hechicera y el poderoso mercader tenían que pasar por aquel cinturón de asteroides de camino a Kolhar, Beowulf decidió dar aquel importante golpe contra sus enemigos hrethgir, y sobre todo contra la hechicera de Rossak.

Ningún cimek podía olvidar el daño que aquellas brujas habían provocado entre sus filas. Gracias a las hechiceras entrenadas por Zufa Cenva, el mentor y amigo de Beowulf, Barbarroja, había sido aniquilado en Giedi Prime. Fue la primera víctima de sus insidiosas tormentas mentales. Y ahora él se sentía feliz por tener la ocasión de vengarse.

Con una intuición inusual, Zufa supo que estaban en peligro momentos antes de ver que las relucientes figuras plateadas aparecían como avispas entre las rocas flotantes. Tras gritar a Venport, inició una maniobra de evasión, haciendo girar la pequeña nave y cambiando de rumbo de forma tan brusca que los dos estuvieron a punto de salir disparados de sus asientos. Venport se agarró al panel de mandos para estabilizarse.

Sorprendidos por la velocidad de la reacción, los cimek abrieron fuego y lanzaron una andanada de proyectiles que se perdieron en el espacio abierto. Tres impactaron contra masas de roca, pulverizando el hielo y la piedra. Otros dos proyectiles colisionaron contra los escudos Holtzman cada vez más debilitados, que disiparon la energía cinética de los misiles.

Con expresión dura y mirada encendida, Zufa hizo girar la nave alrededor de un inmenso asteroide. Después de otros cuatro impactos directos, los escudos empezaron a vibrar a causa del sobrecalentamiento, y finalmente se apagaron. Zufa aumentó la velocidad, arriesgándose a colisionar, pero tenía que poner distancia entre ellos y sus atacantes.

—No tenemos muchas probabilidades de salir con vida de esto, Aurelius —dijo.

Él la miró y tragó con dificultad; estaba tan blanco como la tez lechosa de Zufa.

—De verdad, aprecio tu sinceridad, pero preferiría seguir teniendo un poco de esperanza.

—¿Alguna sugerencia?

Venport se hundió en su asiento.

—Nunca me habías pedido ayuda, Zufa.

Sin ningún plan concreto, Zufa disparó una andanada de artillería defensiva. Los proyectiles tocaron indirectamente una de las naves cimek y causaron los suficientes daños para que quedara fuera de control. El neocimek disparó sondas estabilizadoras para recuperar la orientación, pero antes de que tuviera tiempo de reponerse, colisionó contra un pedazo de roca y explotó.

Aún quedaban otros diez cimek.

Beowulf transmitió con una voz atronadora y artificialmente elevada.

—Preparaos para ser abordados, o seréis destruidos.

—Negociemos una tercera opción… en cuanto se me ocurra —respondió Venport.

—No hay otra opción —dijo Beowulf—. Tenemos intención de conseguir los detalles de la tecnología para plegar el espacio para el general Agamenón.

Venport miró a Zufa perplejo.

—¿Cómo es posible que lo sepan? ¿Cómo sabían que podrían interceptarnos aquí? —Y entonces emitió un bufido despectivo para ocultar su miedo—. Se equivocan si creen que alguno de los dos comprende realmente las ecuaciones de Norma, o que nos dejaremos atrapar con vida.

Sin hacerle caso, la hechicera respondió fríamente por el sistema de comunicación.

—Haréis mejor en destruirnos directamente. Perdéis el tiempo si pensáis que divulgaremos esa información.

—Estaremos encantados de arrancártela directamente de tus células cerebrales.

Justo lo que me temía
, pensó Venport. Haciendo un gran alarde de valor, sin saber si sería capaz de llevar aquello hasta el final, Venport empezó a introducir órdenes en el panel de control. Mientras Zufa pilotaba la nave como podía, él trató de concentrarse en preparar la secuencia de autodestrucción.

Las naves cimek evitaron los residuos del asteroide y siguieron disparando, tratando de alcanzar los motores. Zufa volaba acercándose peligrosamente a los obstáculos. Otros tres proyectiles enemigos les tocaron; dañaron los reactores y estabilizadores de navegación y dejaron la nave fuera de control. La hechicera se debatió con los sistemas que aún funcionaban, tratando de evitar que chocaran contra una montaña flotante.

Los neocimek los rodearon como una manada de lobos sanguinarios en el agujero negro del espacio. Venport casi podía imaginar unos colmillos mecánicos que goteaban mientras apretaban para matar a su presa. Terminó de introducir la secuencia; todo estaba preparado.

Zufa arrugó la frente, totalmente concentrada en apuntar y disparar sus últimos proyectiles. Parecía estar utilizando sus capacidades telequinésicas para enviarlos en la dirección adecuada. Cuatro impactaron en la nave más próxima y la destruyeron.

—Estamos progresando —dijo Venport—. Ya van dos.

—Pero siguen quedando demasiadas. —Lo miró con expresión sombría—. Y no nos queda munición.

—Rendíos y preparaos para ser abordados —exigió Beowulf.

A modo de respuesta, Venport abrió el canal de comunicación y gritó:

—Os informo de que el piloto de esta nave es una hechicera de Rossak. Estoy seguro de que ya sabéis las cosas que pueden hacer. Si subís a la nave os garantizo que vaporizará vuestros cerebros.

El cimek puso las cartas boca arriba.

—Y el tuyo. Y el suyo. Lo sabemos todo de Zufa Cenva, y de las naves que pliegan el espacio, Aurelius Venport. Su bomba psíquica podría matar a uno, puede que a dos de mis neos, pero seguiremos teniendo vuestra nave y los registros. El general Agamenón seguro que los encontrará muy útiles.

Venport apagó el comunicador de un manotazo.

—Parece que la autodestrucción es la única opción que nos queda.

—Solo están tratando de intimidarnos —dijo Zufa. Un disparo enemigo acertó en el morro de la nave, y empezaron a saltar chispas en el panel de mandos de la hechicera. Zufa lo apagó, y miró el panel destrozado.

—Esto era nuestro sistema de comunicaciones… transmisor y receptor.

—De todos modos tampoco tenía muchas ganas de seguir oyendo las amenazas de los cimek.

Entonces, como si los dioses les sonrieran, una inmensa roca elipsoidal se desvió de su camino en el cinturón de rocas dispersas y empezó a ganar velocidad, desafiando la mecánica celeste. El inmenso asteroide iba derecho hacia el grupo de atacantes, con rumbo de colisión.

—¿Qué… qué es eso? —preguntó Venport inclinándose hacia la pantalla frontal.

Zufa aferró los mandos tratando de evitar aquel objeto, y vio que el asteroide se lanzaba contra el grupo de cimek. Estos se dispersaron enseguida, pero la roca gigante empezó a lanzar esferas cinéticas desde unas troneras que parecían cráteres. Densas bolas de piedra salieron disparadas a velocidades casi relativistas. Las esferas cinéticas no necesitaban explosivos, con la increíble energía que resultaba de su velocidad, y su masa era suficiente.

Sumidos en el caos, Beowulf y sus compañeros giraron para enfrentarse a aquella amenaza inesperada. Las naves plateadas bombardearon la superficie del asteroide gigante, pero solo causaron desperfectos leves. Una nueva andanada de esferas cinéticas salió como una granizada mortífera de los cráteres-tronera.

Zufa, que estaba prácticamente entre los dos fuegos, intentaba sacar su nave de allí.

El misterioso asteroide parecía tener una cantidad inagotable de proyectiles. Cientos de esferas cinéticas volaban implacablemente contra el confiado grupo de atacantes. Fragmentos metálicos de las naves cimek volaban entre los residuos del cinturón de asteroides de Ginaz.

Beowulf, en el último de los vehículos cimek que quedaban, elevó la nave para salir del plano del asteroide y evitar la tormenta cinética. Una docena más de bombas salieron disparadas de los cráteres. Una de ellas abrió una brecha en el casco de la nave de Beowulf; otra destrozó sus motores. A oscuras, el último atacante se perdió en el espacio, fuera de control.

Aunque acababa de ver cómo quitaban de en medio a los cimek que les atacaban, Zufa no creía que tuvieran motivos para alegrarse. Se debatió con los mandos tratando de arrancar algo más de velocidad a los sistemas de propulsión dañados al tiempo que evitaba los asteroides naturales —pero igualmente mortíferos— que llegaban de todas direcciones.

—Ginaz está cerca —dijo con los dientes apretados—. Si conseguimos salir de este campo de residuos, trataré de llegar al planeta. Quizá sobreviviremos a un aterrizaje de emergencia en alguna de las islas.

—Supongo que es mejor eso que ser capturado por un cimek, aunque la verdad es que ninguna de las dos alternativas me atrae especialmente. —Miró el sistema de autodestrucción, que solo esperaba la orden final.

Entretanto, en medio del cinturón de asteroides, ahora que había eliminado a todos los cimek, el asteroide artificial cambió su trayectoria y se dirigió a toda velocidad hacia ellos. La roca gigante se acercó velozmente, aparentemente concentrada en su nuevo objetivo.

—Ha destruido a esos cimek —dijo Venport—. Y ahora viene a por nosotros.

—Podría habernos destruido fácilmente hace rato —comentó Zufa, sentada muy derecha y con expresión ominosa—. Creo que nos tiene reservado algo mucho peor.

Venport sintió que se le helaba hasta la médula.

—Alguien nos ha traicionado. Los enemigos de la humanidad quieren meter sus zarpas mecánicas en la tecnología para plegar el espacio.

La nave estaba bastante dañada, y a Zufa le resultaba difícil maniobrar. Sus esfuerzos para escapar del asteroide eran patéticamente inútiles. La gran roca se acercaba, cada vez más grande contra el fondo titilante del espacio. Un gran cráter apareció delante, como una boca, como la mandíbula de un tiburón hambriento listo para tragárselos.

Venport volvió a bajar la vista hacia la secuencia de autodestrucción y tragó con dificultad. Casi había llegado la hora…

Demoledoras ráfagas de energía salieron disparadas de unos proyectores que Venport nunca había visto, y golpearon la nave como rayos, extendiéndose con un chisporroteo por los motores casi inutilizados y quemando los pocos sistemas que aún quedaban operativos. La cabina quedó a oscuras.

Zufa se veía blanca de miedo a la débil luz de las estrellas que entraba por las pantallas. No podía maniobrar, no podía activar las luces de emergencia.

—Todo está desconectado, incluso los sistemas de soporte vital. Estamos indefensos.

Venport miró las pantallas negras, consciente de que también habían perdido el sistema de autodestrucción.

—Tendría que haber actuado antes.

El asteroide gigante redujo distancias; ocupó totalmente la pantalla frontal y finalmente los engulló. Mientras unos rayos tractores los arrastraban a la profunda garganta y después por un hondo pozo hasta la cámara interior, Venport vio hileras de luces, sistemas mecánicos y varios cuerpos móviles con el hueco para el contenedor cerebral vacío.

—Es la nave de un cimek. —La voz de Zufa sonaba desolada—. No me extraña que en su revuelta haya diferentes facciones. Recuerda… recuerda lo que Jerjes le dijo a Norma.

—Maldita sea —dijo Venport—, incluso aunque no podamos darles detalles técnicos de los motores para plegar el espacio, tú y yo seríamos unos rehenes muy valiosos para los cimek.

Venport vio una fría determinación en el rostro de Zufa, no muy distinta de la furiosa dedicación que demostró cuando era más joven y empezó a enseñar a sus hechiceras a convertirse en armas telepáticas contra las despreciables máquinas con mente humana.

—Aún podemos ser héroes. —Zufa no lo miraba, seguía con la vista clavada en el frente, mientras se adentraban más y más en la cámara interior.

—El mecanismo de autodestrucción está inutilizado —dijo él.

—El mío no —repuso ella, y no dijo más.

Unas planchas metálicas se cerraron detrás de ellos y unas luces chillonas iluminaron la sala. Las paredes curvas e irregulares estaban unidas mediante cristales que reflejaban la luz como si se filtrara a través de un diamante. Venport y Zufa estaban sentados uno al lado del otro, tratando de protegerse los ojos.

Finalmente vieron que algo se movía en uno de los túneles, una forma cimek cubierta de joyas, más extraordinaria y chillona que ninguna que hubieran visto jamás. Los labios de Zufa formaron una mueca de repugnancia cuando pensó en la traicionera mente que había instalada en aquella máquina con forma de dragón.

Y entonces su rostro se serenó, su expresión se despejó, y miró a Venport.

—No tardaré mucho. —Cerró los ojos para concentrarse.

—¿No crees que tendríamos que esperar y ver qué quiere?

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