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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (96 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Y entonces la melange golpeó con mayor fuerza.

Norma, aterrada y entusiasmada, miró al frente y se lanzó al cosmos. La imagen de un humano apareció en un primer plano —la de Serena Butler con una túnica blanca—, pero solo durante un instante. La sacerdotisa de la Yihad emitió un resplandor dorado y desapareció entre las llamas. Pero de alguna forma, aquellas llamas no eran reales. Norma no entendía lo que estaba viendo.

A través de los ojos de Serena, Norma vio una multitud de máquinas pensantes que rodeaban a la líder de la Yihad. Antes de que pudiera reaccionar, la aparición se evaporó, dejando solo un ascua en su recuerdo.

Y entonces vio a su madre y a Aurelius en un grave peligro, rodeados de cimek que querían hacerse con la tecnología para plegar el espacio. Norma sintió pánico y trató de controlar su visión. Vio cómo la poderosa hechicera vivía sus últimos momentos; como había enseñado a hacer a tantas de sus pupilas, emitió una intensa luz mientras sus poderes telepáticos la consumían… a ella y a su marido, que no podía soportar la supernova de energía.

Aurelius está muerto
—comprendió Norma con un temor que la carcomía, sin saber muy bien si aquella visión era una premonición o reflejaba algo que ya había sucedido, o si podía hacer algo para evitarlo—.
Serena Butler. Mi marido. Mi madre. Todos se han ido o se irán muy pronto.

A través de las llamas, Norma vio el centro de un sol inmenso y devorador. En su nave mental, Norma Cenva atravesó aquella luz y se adentró en un territorio oculto, un nuevo universo. Vio gusanos de arena gigantes en el mundo desértico de Arrakis, y una sustancia eterna que la gente llamaba Agua de Vida. El sustento para el cuerpo, la mente y el alma.

El camino al infinito
—pensó—.
Y quizá para llegar más lejos.

Vio el futuro de la humanidad, con naves que plegaban el espacio y conectaban un vasto imperio, una civilización que seguía vinculada al pasado mediante una extensa línea de hechiceras vestidas con túnicas negras y capucha.

Y entonces oyó el canto hipnótico y armonioso del desierto:
Muad’dib… Muad’dib… Muad’dib…
Norma se unió a aquel éxtasis de voces, luego bebió el Agua de Vida y gritó extasiada.

Despertó de su visión, esperando ver el rostro de Aurelius arrodillado a su lado, acariciando sus cabellos rubios.

Pero estaba sola, prácticamente aplastada por las implicaciones terribles y sorprendentes de lo que acababa de ver.

—He mirado en el corazón del universo.

106

Hay incontables maneras de morir. La peor de ellas, ir apagándose sin ningún propósito.

S
ERENA
B
UTLER
, último mensaje a Xavier Harkonnen

Por toda la Liga la gente estaba impaciente y aguardaba con esperanza el regreso de Serena Butler con el glorioso anuncio de una paz duradera. Los pensadores de la Torre de Marfil permanecían en Zimia, estudiando documentos de las grandes bibliotecas culturales de Salusa Secundus. Por primera vez desde hacía décadas, el futuro parecía prometedor.

Pasaron semanas y meses sin que tuvieran noticias. Algunos de sus seguidores empezaban a desesperar. Otros se aferraban a un débil hilo de esperanza; a pesar del nerviosismo y la preocupación, trataban de convencerse de que los viajes espaciales convencionales eran terriblemente lentos.

Iblis Ginjo seguía tranquilizando a la gente, pero también la preparaba. Tenía que esperar el momento justo. Todo se había preparado al detalle antes de la partida de Serena.

Finalmente, más de un mes después de la fecha en que se esperaba su regreso, Iblis mandó a Yorek Thurr a realizar su misión. Si a alguien se le ocurría investigar cuando pasaran la sorpresa y la desazón iniciales, los diarios de navegación mostrarían que se había recibido una señal de radar proveniente de una pequeña nave que salió de los límites de los territorios sincronizados.

A los pocos días el comandante de la Yipol y su grupo de naves de reconocimiento interceptaron una cápsula que iba directa hacia el sistema salusano. Aquella cápsula era poco más que el tubo de un torpedo modificado, con unos motores sujetos a la parte posterior.

Dentro encontraron un mensaje, algunas imágenes y el cuerpo quemado y mutilado de una mujer.

Thurr no tuvo ningún problema para encontrar la cápsula, puesto que estaba exactamente donde él e Iblis la dejaron.

El comandante volvió a la torre del Gran Patriarca con la terrible noticia. Pronto correría la voz, y él quería controlar en lo posible lo que se contaba, para lograr los mejores resultados.

Thurr le entregó un paquete visual con aspecto sucio, un grupo cuidadosamente sellado de grabaciones. Iblis lo sostuvo con cuidado y nerviosismo, como si le acabaran de entregar una bomba de relojería. Tragó saliva, sintiendo un gran temor en su corazón.

—Entonces ¿crees que realmente está muerta?

Aquel hombre calvo se atusó su largo bigote.

—Oh, está muerta, sí; ya sea por haber provocado a Omnius o a manos de Niríem. Sea como sea, la gente creerá que las máquinas son las responsables.

Iblis rompió el sello del paquete.

—Veamos una vez más los crímenes que la perversa supermente informática ha cometido.

El Gran Patriarca puso en marcha el reproductor. Él y Thurr se sentaron a ver las terroríficas imágenes, sonriendo con satisfacción.

—Nadie dudará jamás de la veracidad de estas imágenes.

En la grabación, centinelas robots, meks de combate y apocados esclavos humanos esperaban en pie ante la ciudadela de Corrin.

Los centinelas brillaban en filas perfectas bajo la luz rojiza del sol; los esclavos de ojos hundidos permanecían en silencio, pero con gesto rebelde. Las cinco serafinas de Serena, presas, aguardaban indefensas la ejecución de su sacerdotisa.

El robot sociópata Erasmo —a quien todos los humanos odiaban por ser el asesino de Manion el Inocente— hablaba como si fuera el narrador. Iblis no estaba seguro de que Erasmo aún existiera, pero la gente lo odiaba tanto que creerían que seguía causando estragos.

—La supermente —dijo el robot— ha decretado que las máquinas pensantes no pueden coexistir pacíficamente con los humanos libres. Sois demasiado volubles, violentos, no se puede confiar en vosotros. Tenemos que demostraros que sois débiles, que Omnius es superior. —El rostro metálico formó una sonrisa demoníaca—. Al destruir a vuestra líder Serena Butler, la supermente sabe que os sentiréis derrotados y cejaréis en esta Yihad.

A su espalda, el edificio de metal líquido con forma de aguja cambió y se agachó como una serpiente gigante, y luego formó una inmensa abertura negra, como una boca. Como en el truco de un mago, regurgitó a una Serena Butler maltrecha.

Las serafinas gritaron con desazón, y los esclavos murmuraron con inquietud.

Dos grandes meks de combate avanzaron hasta la prisionera y la ataron a la fuerza a una estructura con forma de cruz. Debajo de ella, una sección del suelo empezó a rotar lentamente. Serena trataba de soltarse, pero no gritaba. Entonces sus ojos se volvieron hacia un lado de la plaza descubierta, de donde provenía un sonido siseante y pesado.

Una inmensa máquina, un monstruo, salió a la plaza. Tenía una piel sintética de un rojo carbón y grandes cuernos curvos, y escupía llamas por todo el cuerpo. Por un momento, Serena lo miró con horror, luego con decisión.

Como un coro griego, Erasmo habló a la cámara:

—Omnius ha estudiado los archivos de la historia para determinar cuál es la forma de morir que los humanos consideran más desagradable. Tras indagar en la imaginería religiosa, la supermente ha escogido una demostración que acabará con la resistencia de los humanos para siempre. La extravagante muerte de Serena Butler demostrará que los humanos jamás seréis un desafío para nosotros.

La máquina satánica se detuvo ante Serena, que estaba atada a la cruz. Unas llamas precisas e intensas salieron de una de las garras de la bestia y acertaron en el correspondiente dedo de Serena. Ella hacía muecas de dolor mientras aquella estructura seguía girando, pero no gritó, ni siquiera cuando todos los dedos de una de sus manos quedaron encogidos y quemados, dejando los nudillos cauterizados.

Aquello solo era el principio.

Las serafinas cautivas aullaban y gritaban insultos, pero Serena no emitió ningún sonido desde la cruz.

A continuación, la malvada máquina disparó llamas que quemaron los ojos de Serena, dejando unas cuencas agrietadas, sin chamuscar apenas la piel del resto del rostro.

—La aplicación cuidadosa de dolor —explicó Erasmo— está pensada para causar un daño que no resulte fatal. Serena sufrirá durante mucho rato.

Unas estacas de soporte vital salieron de la cruz para mantener a Serena con vida y consciente. El robot siguió con sus torturas sádicas, quemando partes del cuerpo de Serena, y luego arrancó la cruz y la colocó boca abajo para que su víctima quedara de cabeza al suelo. Todo quedó grabado.

La voz de Omnius era como el trueno.

—Al destruirte a ti, destruiré tu Yihad. Los humanos ya no tendrán un líder que provoque más destrucción. Tu muerte es una solución eficaz a un problema que ha durado demasiado.

—Tú… tú… nunca… entenderás. —Aunque su rostro quemado miraba en dirección contraria a la cámara, su voz era clara, porque procedía de viejos discursos—. ¡Mi pueblo seguirá luchando en mi nombre!

Una de las llamaradas del robot prendió en su ropa. Pero ni siquiera cuando su piel se estaba fundiendo como cera quiso gritar. Sí gritó unas palabras desafiantes a sus torturadores, aunque nadie pudo entenderlas. Estaba demostrando una valentía extraordinaria.

Siguiendo con sus atroces y dolorosas torturas, el verdugo asó viva a Serena Butler, le prendió fuego como si fuera una antorcha: primero los brazos y las piernas; reservó el tronco y la cabeza, para el final. Los sistemas de la cruz incrementaron el dolor de Serena, haciendo que se mantuviera consciente, aunque sus nervios y otros sistemas corporales trataban de cerrarse, de morir.

Las serafinas gritaban de indignación, algunas se mesaban los cabellos, otras miraban con los ojos llenos de lágrimas. Era evidente que aquel espectáculo no las llevaría a rendirse. Al contrario, su ira era más intensa que antes.

El robot demoníaco de piel roja arrojaba sus llamaradas, inmolando a su víctima. Y aunque los sistemas de soporte vital de la cruz hacían que siguiera con vida, ella no gritaba.

El fuego consumió el cuerpo de la sacerdotisa de la Yihad; quemó la piel y dejó al descubierto sus huesos ennegrecidos, hasta que no quedó nada, salvo su legado.

A Iblis le pareció una producción excelente. Ya podía sentir el horror y el espanto que aquellas imágenes provocarían, además de un perdurable odio por las máquinas pensantes… mucho mayor del que recordaba, ni siquiera cuando vivían oprimidos por los titanes. Miró a Thurr con una expresión más apasionada y vengativa que nunca.

—Asegúrate de que se hacen las pruebas al cadáver. Las muestras de ADN demostrarán que es de Serena. Si no siempre habrá quien diga que todo esto es un montaje. —Ginjo ya sabía lo que iban a demostrar las pruebas de ADN; sus amigos tlulaxa se habían asegurado de que las células fueran idénticas. Sin embargo, no pensaba esperar los resultados para hacer su terrible anuncio.

—Debemos enseñar las imágenes a todo el mundo —dijo, comprendiendo lo increíblemente efectivo que iba a resultar—. A todo el mundo. Esto es mucho más impactante de lo que Serena podía imaginar. —Con manos temblorosas, devolvió el paquete visual al comandante de la Yipol—. Asegúrate de que se hacen copias y se distribuye por toda la Liga de Nobles.

107

En la guerra, hay más formas de perder que de ganar.

I
BLIS
G
INJO
,
El paisaje de la humanidad

Al poco tiempo, toda la humanidad libre había visto aquellas imágenes terroríficas, brutales, inhumanas. Hubo una oleada de reacciones, y todos se preguntaban cómo habían podido plantearse una paz con aquellos monstruos. La Yihad no podría terminar hasta que Omnius fuera eliminado totalmente.

Haciendo nuevamente un gran alarde de poder, ahora que su rival ya no estaba, Iblis Ginjo vestía sus ropas más extravagantes como Gran Patriarca.

—Una cosa os prometo: Serena Butler jamás caerá en el olvido, ni lo que las máquinas pensantes le han hecho.

Las cárceles de la Yipol soltaron a un puñado de hombres y mujeres que estaban entre los más declarados opositores a la Yihad. Los prisioneros, que no sabían nada de la muerte de Serena, fueron liberados con sus pancartas pegadas a la espada:
¡Paz a cualquier precio!

Las masas no tardaron en congregarse a su alrededor y despedazar a aquellos pobres desgraciados.

En una sesión de emergencia del Parlamento de la Liga, Iblis Ginjo mostró con expresión sombría terribles imágenes de la colonia de Balut, que —al igual que había sucedido con Chusuk y Rhisso años atrás— había sido arrasada por los robots.

—Las máquinas pensantes hicieron esto mientras Serena viajaba hacia Corrin como embajadora de paz. Desde el primer momento tenían pensado engañarnos. No hubo supervivientes en Balut. —La voz del Gran Patriarca se volvió ronca por el dolor—. Para ser exactos, las perversas máquinas destruyeron hasta la última persona, hasta el último hogar.

Las escenas de edificios en llamas, cráteres abiertos por las explosiones y cuerpos carbonizados eran muy duras, pero incluso aquello era poco comparado con la ejecución de su amada sacerdotisa. Y fue una forma de añadir más leña al fuego, justo como el Gran Patriarca tenía pensado.

Los representantes de la Liga que acudieron a la sesión estuvieron sorprendentemente callados, y miraban a Iblis con expresión glacial. Después de terminar su discurso, permaneció en el estrado. Muchos lloraban, y entonces un murmullo se extendió entre los presentes. Poco a poco, en el gran auditorio todos empezaron a levantarse para dar al Gran Patriarca la mayor ovación de su carrera.

Él, aprovechando el momento, gritó:

—¡Ahora nuestra Yihad debe tener más decisión, un propósito mortífero! Nunca más escucharemos las propuestas de paz de Omnius. Y os digo una cosa, amigos míos: jamás vaciléis en vuestra determinación de erradicar completamente a las máquinas pensantes. ¡La Yihad seguirá viva hasta que logremos la victoria definitiva!

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