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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La dama del lago (71 page)

BOOK: La dama del lago
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—Aún no tenemos nada decidido, ni dónde ni cuándo ni cómo, ni si nos vamos a casar siquiera —farfulló Zoltan, visiblemente confuso—. Yarpen se precipita. Sí parece que Eudora y yo estamos comprometidos, pero, ¿quién sabe lo que va a pasar? ¿En estos tiempos tan cabrones?

—Otro ejemplo del poder absoluto de las mujeres —prosiguió Yarpen Zigrin— es Geralt de Rivia, el brujo.

Geralt hizo como que estaba atareado con un caracol. Yarpen resopló.

—Después de encontrar, de verdadero milagro, a su Ciri —siguió diciendo el enano—, permite que se marche, no le importa que se vuelvan a separar. La deja otra vez sola, a pesar de que, como muy bien acabamos de oír, estos tiempos no son precisamente los más tranquilos. Y todo esto lo hace el susodicho brujo porque así lo quiere una mujer. El brujo hace siempre lo que quiere esa mujer, por todos conocida como Yennefer de Vengerberg. Si por lo menos el brujo en cuestión sacara algo de eso... Pero no saca nada. La verdad, como solía decir el rey Dezmod, mirando al orinal después de hacer sus necesidades: «Esto no se abarca con la mente».

—Propongo —Geralt, con una sonrisa encantadora, levantó su jarra— que bebamos y que cambiemos de tema.

—Eso, eso —dijeron a dúo Jaskier y Zoltan.

*****

Wirsing llevó a la mesa una tercera y después una cuarta fuente de caracoles. Sin olvidarse, por supuesto, del pan y la vodka. Los comensales ya empezaban a estar llenos, así que no era de extrañar que los brindis fueran cada vez más frecuentes. Tampoco era de extrañar que cada vez hubiera más filosofía, y cada vez más espesa, en los discursos.

—El mal contra el que combatíamos —insistía el brujo— era una manifestación de la acción del caos, de sus actuaciones encaminadas a turbar el orden. De modo que, cuando el mal se extendía, el orden no podía reinar, todo lo que el orden edificaba se venía abajo, no se tenía en pie. El débil resplandor de la sabiduría y la tímida llama de la esperanza, las brasas que aún conservaban ese calor, en lugar de destellar, se apagarían. Sobrevendría la oscuridad. Y las tinieblas se llenarían de colmillos, de garras y de sangre.

Yarpen Zigrin se acariciaba la barba, toda perdida de grasa por el mojo de los caracoles.

—Qué bien hablas, brujo —reconoció—. Pero, como le dijo la joven Cerro al rey Vridank en su primera cita: «No suena mal, pero, ¿tiene alguna aplicación práctica?».

—La razón de la existencia —el brujo no sonrió— y la razón de la presencia de los brujos se han visto socavadas, pues la lucha entre el bien y el mal tiene lugar ahora en otro campo de batalla y se desarrolla de un modo completamente diferente. El mal ha dejado de ser caótico. Ha dejado de ser una fuerza ciega y desenfrenada, a la que debía enfrentarse un brujo, un mutante tan mortífero y tan caótico como el propio mal. Hoy en día el mal gobierna basándose en las leyes, porque las leyes están a su servicio. Actúa en consonancia con los tratados de paz que se han firmado, porque, si se piensa, unos tratados que permiten...

—Habrá visto a los colonos, expulsados por la fuerza hacia el sur —supuso Zoltan Chivay.

—Y no sólo eso —añadió Jaskier con gravedad—. No sólo eso.

—¿Y qué? —Yarpen Zigrin se puso cómodo, entrelazó las manos sobre la barriga—. Todos hemos visto algo. A todos ha habido algo que nos ha sacado de nuestras casillas, todos hemos perdido alguna vez el apetito durante una temporada más o menos larga. O el sueño. Eso pasa. Ha pasado. Y seguirá pasando. Con la filosofía pasa como con estas conchas, no les pidas más sustancia. Porque ya no hay más. ¿Qué es lo que no te gusta, brujo? ¿Qué es lo que no te va? ¿Los cambios que experimenta el mundo? ¿El desarrollo? ¿El progreso?

—Tal vez.

Yarpen estuvo un buen rato callado, mirando al brujo por debajo de sus pobladas cejas.

—El progreso —dijo al fin— es como una piara de gorrinos. Así es como hay que ver el progreso, así es como hay que juzgarlo. Como una piara de gorrinos que anda por los patios del cortijo. El hecho de la existencia de esa piara implica unos beneficios. Que si el codillo. Que si los chorizos, que si el tocino, que si las manitas. ¡Una serie de ventajas, en definitiva! Así que no deberíamos poner mala cara y quejarnos de que se cagan por todas partes.

Todos estuvieron un tiempo en silencio, sopesando en su corazón y en su conciencia toda clase de asuntos y cuestiones importantes.

—A beber tocan —dijo finalmente Jaskier.

Nadie protestó.

*****

—El progreso —dijo Yarpen Zigrin, rompiendo el silencio—, a largo plazo, iluminará las tinieblas. La oscuridad dará paso a la luz. Pero no de inmediato. Y, desde luego, no sin lucha.

Geralt, con la vista fija en la ventana, se sonrío ante sus propios pensamientos y sueños.

—Esa oscuridad de la que hablas —dijo— es un estado del espíritu, no de la materia. Para combatir con algo así hace falta instruir a unos brujos totalmente diferentes. Es el mejor momento para empezar.

—¿De empezar a reciclarte? ¿En eso estabas pensando?

—Para nada. A mí el oficio ya no me interesa. Entro en estado de reposo.

—¡Qué cosas tienes!

—Lo digo completamente en serio. Se acabó lo de ser brujo.

Se hizo un largo silencio, roto de vez en cuando por el furioso maullido de los gatitos que se arañaban y se hacía daño, fieles a los hábitos de su especie, para la cual un juego sin dolor no es un juego.

—Se acabó lo de ser brujo —remedó finalmente a Geralt, arrastrando las palabras, Yarpen Zigrin—. ¡Ja! Ni yo mismo sé qué pensar, como dijo el rey Dezmod cuando le pillaron haciendo trampas a las cartas. Pero me da muy mala espina. Jaskier, tú que viajas con él y has pasado tanto tiempo a su lado. ¿Ha manifestado otros síntomas de paranoia?

—Vale, vale —dijo Geralt, con una cara impertérrita—. Menos bromas, como dijo el rey Dezmod cuando en pleno festín los invitados empezaron de pronto a ponerse lívidos y a palmarla. Ya he dicho todo lo que tenía que decir. Y, ahora, manos a la obra.

Cogió la espada, que estaba colgada en el respaldo de la silla.

—Aquí tienes tu sihill, Zoltan Chivay. Te la devuelvo con gratitud y reconocimiento. Me ha servido. Me ha ayudado. Ha salvado vidas. Y ha quitado vidas.

—Brujo... —El enano levantó las manos en un gesto defensivo—. La espada es tuya. No te la presté, te la regalé. Y los regalos...

—Calla, Chivay. Te devuelvo tu espada. Yo ya no la voy a necesitar.

—¡Qué cosas tienes! —volvió a decir Yarpen—. Ponle vodka, Jaskier, porque está hablando como el viejo Schrader cuando estando en el pozo de la mina le cayó un pico en la cabeza. Geralt, yo sé que tú eres profundo por naturaleza y de espíritu elevado, pero no me jodas, por favor, estos apetitosos bocados, porque entre la audiencia no se encuentra, como es fácil comprobar, ni Yennefer ni ninguna otra de tus concubinas hechiceriles, sólo unos viejos lobos como nosotros. Y a los viejos lobos no nos vengas con historias de que si la espada ya no es necesaria, que si el brujo no es necesario, que si el mundo es así o es asá, que si patatín y que si patatán. Brujo eres y brujo serás...

—No, no lo seré —le contradijo Geralt con suavidad—. Seguro que os sorprende, viejos lobos, pero he llegado a la conclusión de que es una estupidez mear con el viento de cara. Que es una estupidez jugarse el cuello por otro. Aunque te pague por ello. Y eso no tiene nada que ver con la filosofía existencial. No lo creeréis, pero, de repente, le he cogido un cariño tremendo a mi propio pellejo. He llegado a la conclusión de que sería una estupidez arriesgarlo en defensa de otros.

—Ya me había dado cuenta. —Jaskier asintió con la cabeza—. Por una parte, es algo muy sensato. Por otra parte...

—No hay otra parte.

—Yennefer y Ciri —preguntó un momento después Yarpen—, ¿tienen algo que ver con tu decisión?

—Mucho.

—Entonces todo está claro —dijo el enano, con un suspiro—. La verdad, no sé muy bien cómo te piensas mantener, siendo como eres un profesional de la espada, ni cómo tienes previsto organizar tu vida. Pero yo, por más que lo intento, no consigo verte plantando coles, por ejemplo, aunque supongo que habrá que respetar tu elección... ¡Permite, tabernero! Esta espada es un sihill de Mahakam, forjado por el mismísimo Rhundurin. Era un regalo. El obsequiado ya no la quiere, al donante no le está permitido recuperarla. Así que te pido que la cuelgues en la pared, encima de la chimenea. Cámbiale el nombre a tu establecimiento, que se llame La Espada del Brujo. Que en las noches de invierno se sucedan aquí las historias sobre monstruos y tesoros, sobre guerras sangrientas y combates encarnizados, sobre la muerte. Sobre el profundo amor y la amistad inquebrantable. Sobre el coraje y el honor. Que esta espada ponga en situación a los oyentes e inspire al narrador. Y ahora servidme, señores, un poco de vodka en esta misma jarra, pues voy a seguir hablando, voy a enunciar profundas verdades y filosofías varias, entre ellas la existencial.

Las jarras se llenaron de vodka en silencio, de manera solemne. Se miraron todos a los ojos y bebieron. Con igual solemnidad. Yarpen Zigrin se aclaró la voz, miró detenidamente a sus compañeros, se aseguró de que todos estaban debidamente concentrados y serios.

—El progreso —declaró enfáticamente— iluminará las tinieblas, porque para eso está el progreso, igual que, con perdón de la expresión, el culo está para cagar. Cada vez habrá más luz, cada vez nos dará menos miedo la oscuridad y el mal que en su seno acecha. Acaso llegue el día en que sencillamente dejemos de creer que algo se oculta en las tinieblas. Y nos reiremos de esa clase de temores. Nos parecerán infantiles. ¡Nos darán vergüenza! Pero siempre, siempre existirá la oscuridad. Y siempre estará el mal en la oscuridad, siempre habrá en la oscuridad colmillos y garras, crímenes y sangre. Y siempre serán necesarios los brujos.

*****

Se quedaron cabizbajos y meditabundos, profundamente sumidos en sus reflexiones, hasta tal punto que no prestaron atención al ruido, al estruendo que había empezado a crecer de pronto en la ciudad. Era un ruido furibundo, siniestro, que iba cobrando fuerza como el zumbido de las avispas irritadas.

Apenas advirtieron cómo por el tranquilo y solitario paseo junto al lago cruzó a la carrera una persona, luego otra, luego otra.

En un momento, mientras el griterío estallaba en la ciudad, la puerta de la fonda de Wirsing se abrió de par en par súbitamente y un enano joven irrumpió en el local. Venía sofocado del esfuerzo y apenas podía cobrar aliento.

—¿Qué pasa? —Yarpen Zigrin levantó la cabeza.

El enano, sin reponerse aún, señaló con la mano en dirección al centro de la ciudad. Tenía la mirada perdida.

—Respira hondo —le aconsejó Zoltan Chivay—. Y cuéntanos que pasa.

*****

Más tarde se dijo que los trágicos sucesos de Rivia habían sido un acontecimiento puramente fortuito, que se había tratado de una reacción espontánea, una repentina explosión, imposible de prever, de rabia comprensible, producto de la mutua enemistad y animadversión entre los hombres, los enanos y los elfos. Se dijo que no habían sido los humanos, sino los enanos los que habían atacado primero, que la agresión había partido de sus filas. Que un buhonero enano se había metido con Nadia Esposito, una joven de la nobleza, huérfana de guerra, y que había recurrido a la violencia contra ella. Que después, cuando los nobles salieron en defensa de su amiga, el enano llamó a sus parientes. Se entabló una pelea, que pronto se convirtió en una auténtica batalla que se extendió, en un abrir y cerrar de ojos, a todo el bazar. La batalla degeneró en una carnicería, en un ataque masivo de los humanos a la parte del arrabal ocupada por los no humanos y al barrio de Los Olmos. En menos de una hora, desde el incidente en el bazar hasta la intervención de las hechiceras, fueron asesinadas ciento setenta personas, cerca de la mitad de las cuales fueron mujeres y niños.

Tal versión de los hechos es la que recoge en su trabajo el profesor Emmerich Gottschalk de Oxenfurt.

Pero hubo algunos que sostuvieron otra cosa. ¿Cómo que espontaneidad, cómo que explosión repentina e imprevisible, si a los pocos minutos de estallar los incidentes del bazar ya había carros en las calles repartiendo armas entre los humanos? ¿De qué rabia súbita y comprensible hablaban, si los cabecillas del populacho, los más destacados y activos durante la masacre, eran personas a las que nadie conocía, llegadas a Rivia pocos días antes de los sucesos, sin que nadie supiera de dónde venían, y que desaparecieron después sin dejar rastro? ¿Por qué tardó tanto en intervenir el ejército? ¿Y por qué actuó al principio con tal parsimonia?

Otros investigadores creyeron ver en los incidentes de Rivia una provocación nilfgaardiana, y aún hubo otros que aseguraron que todo había sido urdido por los propios enanos, confabulados con los elfos. Que se habían matado entre sí para desacreditar a los humanos.

Entre las voces de los científicos más serios, pasó completamente desapercibida la teoría, muy aventurada, de cierto joven y excéntrico licenciado, quien —antes de que le hicieran callar— había afirmado que los sucesos de Rivia no obedecían a ninguna conspiración o conjura secreta, sino a los rasgos más frecuentes, más extendidos entre la población local: ignorancia, xenofobia, zafiedad y embrutecimiento exacerbado.

Más tarde, todo el mundo se aburrió del asunto y se dejó de hablar de él por completo.

*****

¡A la bodega! —insistió el brujo, escuchando inquieto el estruendo y los alaridos de la chusma que se acercaba rápidamente—. ¡Los enanos a la bodega! ¡Nada de estúpidos heroísmos!

—Brujo —protestó Zoltan, apretando el mango del hacha—. Yo no puedo... Allí están cayendo mis hermanos...

—A la bodega. Piensa en Eudora Brekekeks. ¿Acaso quieres que enviude antes de la boda?

El argumento funcionó. Los enanos bajaron a la cava. Geralt y Jaskier ocultaron la entrada con una estera. Wirsing, habitualmente pálido, estaba blanco. Como el requesón.

—He visto un pogromo en Maribor —balbuceó, mirando a la entrada de la bodega—. Como los encuentren ahí...

—Vete a la cocina.

Jaskier también estaba pálido. A Geralt no le extrañaba demasiado. En medio del griterío que llegaba hasta ellos, amorfo e indistinto hasta hacía poco, empezaban a reconocerse notas individuales. Y su sonido ponía los pelos de punta.

—Geralt —gimoteó el poeta—. Yo tengo cierto parecido con los elfos...

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