La dama del lago (8 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La dama del lago
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—Excepto una. —Nimue asintió—. Excepto una versión anónima, poco conocida, a la que se llama el Libro Negro de Ellander.

—El Libro Negro afirma que el final de la leyenda tuvo lugar en la ciudadela de Stygga.

—Cierto. Y el Libro de Ellander describe también otros aspectos canónicos de la leyenda de forma bastante diferente del canon.

—Me gustaría saber —Condwiramurs alzó la cabeza— cuál de estos castillos está representado en las ilustraciones. ¿Cuál de ellos fue tejido en tu gobelino? ¿Qué imagen es la verdadera?

—Eso no lo sabremos nunca. El castillo que vio el final de la leyenda no existe. Resultó destruido, no quedó ni rastro de él, en lo que están de acuerdo todas las versiones, incluida la del Libro de Ellander. Ninguna de las localizaciones propuestas es convincente. No sabemos y no sabremos qué aspecto tenía el castillo ni dónde estaba.

—Pero la verdad...

—Para la verdad —Nimue la interrumpió con brusquedad— precisamente esto carece de importancia. No te olvides de que no sabemos qué aspecto tenía de verdad Ciri. Pero aquí, oh, en este cartón dibujado por Wilma Wessela, en esta violenta plática con el elfo Avallac'h teniendo como fondo las macabras estatuas de niños, al fin y al cabo se trata de ella. De Ciri. De ello no cabe duda alguna.

—Pero —Condwiramurs, desafiante, no se resignaba— tu gobelino...

—Muestra el castillo en el que se desarrolla el final de la leyenda.

Guardaron silencio largo rato. Los grabados susurraban al ser pasados.

—No me gusta —habló Condwiramurs— la versión de la leyenda del Libro Negro. Es tan... tan...

—Espantosamente realista —terminó Nimue, agitando la cabeza.

*****

Condwiramurs bostezó, cerró
Medio siglo de poesía
, en edición anotada y provista de un prólogo del profesor Everett Denhoff Júnior. Arregló el almohadón, cambiando de la posición de lectura a la de descanso. Bostezó, se estiró y apagó la lámpara. La habitación se hundió en las tinieblas, quebradas tan sólo por finas agujas de luz lunar que se filtraban a través de las rendijas de las cortinas. ¿Qué elegir para esta noche?, pensó la adepta, retorciéndose entre las sábanas. ¿Probar al azar? ¿O anclar?

Al cabo de un instante se decidió por lo segundo.

Había un sueño confuso y repetido que no se dejaba soñar hasta el final, se esfumaba, desaparecía entre otros sueños como el hilo de una trama desaparece y se pierde entre la tela coloreada de un diseño. Un sueño que se escapaba de su memoria y pese a ello seguía obstinadamente allí.

Se quedó dormida al instante, el sueño fluyó en ella al momento. Nada más cerrar los ojos.

El cielo de la noche, sin nubes, claro a causa de la luna y las estrellas. La cima de una montaña, en sus faldas unas viñas cubiertas de nieve. El oscuro y anguloso dibujo de una construcción: muros con almenas, una torre, un único beffroi en una esquina. Dos jinetes. Ambos cabalgan hacia el espacio desierto entre los muros, ambos desmontan, ambos entran en el portal. Pero en la abertura del sótano que hay en el suelo no entra más que uno.

Uno que tiene los cabellos completamente blancos.

Condwiramurs gimió en sueños, se agitó en la cama.

El de los cabellos blancos baja por las escaleras, profundo, profundo, hacia el sótano. Atraviesa oscuros corredores, los ilumina de vez en cuando encendiendo teas provistas de un mango de hierro. El brillo de la tea baila y crea fantasmagóricas sombras por las paredes y los techos.

Pasillos, escaleras, otra vez pasillos. Una galería, una cripta grande, unas cubas junto a las paredes. Una escombrera, ladrillos destrozados. Luego un pasillo que se bifurca. En ambas direcciones, oscuridad. El de los cabellos blancos enciende otra tea. Saca la espada de una vaina a la espalda. Vacila, no sabe por qué bifurcación ha de ir. Por fin se decide por la derecha. Muy oscura, retorcida, llena de escombros.

Condwiramurs gime en su sueño, un miedo cerval se apodera de ella. Sabe que el camino que ha elegido el de los cabellos blancos lo conduce hacia el peligro. Pero sabe al mismo tiempo que el de los cabellos blancos busca el peligro. Porque es su profesión.

La adepta se agita entre las sábanas, gime. Es una soñadora, sueña, está en un trance oniroscópico, de pronto es capaz de predecir lo que va a pasar dentro de un instante. Cuidado, quiere gritar, aunque sabe que no conseguirá gritar. ¡Cuidado, date la vuelta!

¡Ten cuidado, brujo!

El monstruo atacó en la oscuridad, por la espalda, en silencio, con malignidad. Se materializó de pronto entre las tinieblas como un fuego que explota. Como una lengua de fuego.

Capítulo 3

Al alba, cuando el gavilán se agita movido de placer y de nobleza, brinca el tordo y alegremente grita recibiendo a su amada en la maleza, ofreceros quiero, y por hacerlo vibro impaciente, lo dulce a aquél que ama. Sabed que Amor lo ha escrito ya en su libro. Éste es el fin para el que Dios nos llama.

Francois Villon (versión de Rubén Abel Reches)

*****

Aunque se apresuraba tanto, aunque tanta prisa tenía, tanta urgencia y tanto apremio, el brujo se quedó en Toussaint casi todo el invierno. ¿Por qué causa? No hablaré de ello. Sucedió y basta, no hay por qué andar quebrándose la cabeza. Y a aquéllos que por su parte quisieran censurar al brujo, les recordaré que el amor no sólo tiene un nombre y no juzguéis y no seréis juzgados.

Jaskier, Medio siglo de poesía.

*****

Those were the… days of good hunting and good sleeping.

Rudyard Kipling

*****

El monstruo atacó desde la oscuridad, a traición, en silencio y con alevosía. Se materializó de pronto entre las tinieblas como un estallido ardiente. Como una lengua de fuego. Geralt, aunque sorprendido, reaccionó instintivamente. Se giró en un quiebro, apretándose contra la pared de la mazmorra. La bestia pasó de largo, rebotó en el muro como una pelota, agitó las alas y volvió a saltar, siseando y abriendo su horrible pico. Pero esta vez el brujo estaba preparado.

Lanzó un corto golpe, desde el codo, apuntando al cuello, bajo un gran collarín rojo, dos veces mayor que el de un pavo. Acertó. Sintió cómo cortaban la hoja de plata. El ímpetu del golpe derribó a la bestia en el suelo, junto al muro. El skoffin aulló y fue aquél un grito casi humano. Se arrojó por entre los desconchados ladrillos, agitó y movió las alas, sangrando, segando a su alrededor con una cola como un látigo. El brujo estaba seguro de que ya había terminado la lucha, pero el monstruo le dio una desagradable sorpresa. Se le echó de improviso a la garganta, lanzando horribles chirridos, mostrando las garras y chasqueando el pico. Geralt saltó, rebotó con el hombro contra la pared, lanzó un revés, desde abajo, aprovechando el impulso del rebote. Acertó. Otra vez el skoffin cayó entre los ladrillos, una sangre fétida regó la pared de la mazmorra y se derramó por ella formando un diseño de fantasía. El monstruo, golpeado en el salto, no se movía ya, tan sólo temblaba, chirriaba, estiraba el largo cuello, inflaba la garganta y agitaba el collarín. La sangre brotaba con celeridad desde los ladrillos entre los que yacía. Geralt lo podría haber rematado sin problema, pero no quería destrozar demasiado la piel. Esperó con serenidad a que el skoffin se desangrara. Se alejó unos pasos, se puso frente a la pared, se desabrochó los pantalones y echó una meada mientras silbaba una nostálgica melodía.

El skoffin dejó de chirriar, se quedó inmóvil y enmudeció. El brujo se acercó, lo tocó ligeramente con la punta de la espada. Al ver que ya había acabado todo, agarró al monstruo por la cola y lo alzó. Al sujetarlo por la base de la cola a la altura del muslo, el skoffin alcanzaba con su pico de buitre la tierra, sus alas extendidas tenían más de cuatro pies de envergadura.

—Ligero eres, gallolisco. —Geralt agitó a la bestia, que, efectivamente, no pesaba más que un pavo bien alimentado—. Ligero. Por suerte me pagan por pieza y no al peso.

—La primera vez. —Reynart de Bois-Fresnes silbó bajito entre dientes, lo que, como Geralt sabía, era la expresión de mayor asombro que podía ofrecer—. La primera vez que veo algo así con mis propios ojos. Un verdadero engendro, por mi honor, el mayor engendro de todos los engendros. ¿Así que éste es el tan famoso basilisco?

—No. —Geralt alzó al monstruo un poco más alto, para que el caballero pudiera contemplarlo mejor—. No es un basilisco. Se trata de un gallolisco.

—¿Y cuál es la diferencia?

—Una esencial. El basilisco, también llamado regulo, es un reptil. Y el gallolisco, también llamado skoffin o cocatriz, es un ornitorreptil, es decir ni del todo pájaro ni del todo lagarto. Es el único representante conocido del género que los científicos llaman ornitorreptiles, puesto que tras largas disputas llegaron a la conclusión de que...

—¿Y cuál de los dos —le interrumpió Reynart de Bois-Fresnes, al parecer sin interesarle las discusiones de los científicos— puede matar o convertir en piedra con la mirada?

—Ninguno. Eso son cuentos.

—¿Entonces por qué la gente les tiene tanto miedo? Éste no es grande. ¿De verdad es tan peligroso?

—Éste de aquí —el brujo hizo removerse a su botín— ataca por lo general por la espalda y apuntando sin error entre las vértebras o bajo el riñón izquierdo, a la aorta. Por lo general suele ser suficiente un golpe de pico. Y si se trata del basilisco, entonces da igual donde pique. Su veneno contiene la neurotoxina más potente que se conoce. Mata en cuestión de segundos.

—Brrr... Y dime, ¿a cuál de ellos se le puede liquidar con ayuda de un espejo?

—A cualquiera de los dos. Si le das con él en toda la testa.

Reynart de Bois-Fresnes se rió a carcajadas. Geralt ni sonrió, el chiste del basilisco y el espejo ya le había dejado de hacer gracia en Kaer Morhen, sus maestros ya lo habían desgastado. Tampoco le resultaban ya muy divertidos los chistes de vírgenes y unicornios. Pero el record de la estupidez y el primitivismo lo tenían en Kaer Morhen los numerosos chistes acerca de la dragona a la que el joven brujo, por una apuesta, se veía obligado a estrechar la derecha.

Sonrió. Por los recuerdos.

—Te prefiero cuando sonríes —dijo Reynart, mirándolo con mucha atención—. Mil, cien mil veces te prefiero como ahora. No como eras entonces, en octubre, después de aquella decepción en el Bosque de los Druidas, cuando íbamos a Beauclair. Entonces, permíteme decirlo, estabas triste, amargado y enojado con el mundo como un usurero al que han estafado, y para colmo, susceptible como un hombre que durante toda la noche no ha llegado a nada. Ni siquiera al amanecer.

—¿De verdad era así?

—De verdad. Así que no te asombres de que te prefiera como ahora. Cambiado.

—Terapia mediante el trabajo. —Geralt de nuevo agitó al gallolisco que tenía agarrado por la cola—. El influjo salvador de la actividad profesional sobre la psiquis. De modo que para continuar con la curación, pasemos a los negocios. Existe una posibilidad de sacar algo más del skoffin que la tarifa concertada por su muerte. No está muy daña do, así que, si tienes un cliente para rellenarlo o disecarlo, no aceptes menos de doscientos. Si fuera necesario operar en partes, recuerda que las plumas más valiosas son las de por encima de la cola, sobre todo éstas, los timones centrales. Se las puede afilar mucho más que a las de ganso, escriben muy bonito y limpio, y duran más. El escriba que sepa de lo que se trata te dará sin dudar cinco por pieza.

—Tengo clientes para disecar el cuerpo —sonrió el caballero—. El gremio de los toneleros. Han visto en Castel Ravello ese bicho disecado, sí, ese streblocero, o como se llame... Sabes cuál. Ése que se coló el segundo día después de Saovine en las mazmorras de las ruinas del castillo viejo...

—Me acuerdo.

—Bueno, pues los toneleros vieron la bestia disecada y me pidieron algo de parecida rareza para decorar su casa gremial. El gallolisco vendrá que ni pintado. Los toneleros de Toussaint, como te puedes imaginar, son un gremio que no puede quejarse de falta de trabajo, y gracias a ello son prósperos, por lo que darán sin pensar doscientos veinte. Puede que hasta más, intentaré regatear. Y en lo que se refiere a las plumas... Los barrileros no se van a enterar si le sacamos algunas plumas del culo al gallolisco y se las vendemos a la chancillería condal. La chancillería no paga de su propio bolsillo, pero de la caja condal pagará, sin regateo, no ya cinco sino diez por cada pluma.

—Me inclino ante tu agudeza.

—Nomen ornen. —Reynart de Bois-Fresnes sonrió todavía más—. Mamá debió de presentir algo cuando me cristianó con el nombre del astuto zorro protagonista del ciclo de fábulas por todos conocido.

—Debieras ser mercader y no caballero.

—Debiera —se mostró de acuerdo el caballero—. Pero en fin, si has nacido hijo de un señor blasonado, serás señor blasonado y morirás señor blasonado, habiendo engendrado, je, je, je, blasonados señores. No hay nada que hacer, ni aunque revientes. Aunque tú tampoco te las apañas mal, Geralt, y sin embargo no cultivas el mercadeo.

—No, no lo cultivo. Por similares razones que las tuyas. Con la única diferencia de que yo no engendro nada. Salgamos de estas mazmorras.

En el exterior, junto a los muros de la pequeña fortaleza, les envolvió el frío y el viento de las colinas. Era una noche clara, no había nubes en el cielo preñado de estrellas, la luz de la luna se derramaba sobre la límpida nieve nueva que cubría los viñedos. Los caballos que habían dejado atados les saludaron con un bufido.

—Convendría —dijo Reynart mirando al brujo significativamente— ir a ver de inmediato al cliente y cobrar. Pero tú seguramente tienes prisa por llegar a Beauclair, ¿no? ¿A cierta alcoba?

Geralt no respondió puesto que a tales preguntas no respondía por principio. Ató firmemente el skoffin al rocín de reserva y montó en Sardinilla.

—Vamos a ver al cliente, la noche todavía es joven y yo tengo hambre. Y me apetecería beber algo. Vamos a la ciudad. Al Faisán.

Reynart de Bois-Fresnes sonrió, arregló el escudo ajedrezado con colores sangre y oro que colgaba del arzón, se encaramó a su alta silla.

—Como queráis, caballero. Vayamos entonces al Faisán. Va, Bucéfalo.

Fueron al paso por una pendiente nevada, hacia abajo, hacia el camino real, claramente marcado por hileras de escasos álamos.

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