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Authors: Joseph Gelinek

Tags: #Histórico, Intriga, Policíaco

La décima sinfonía (9 page)

BOOK: La décima sinfonía
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—¿Aquí, en Jefatura?

—Me parecía demasiado agresivo; no está imputada… todavía.

—¿Has pedido las cintas de las cámaras de seguridad externas, a ver si averiguamos con quién se fue Thomas de la fiesta?

—Sí. Esta tarde me las traen.

—Menos mal que están colaborando, porque como hubiera que pedir orden de entrada y registro en casa de Marañón, lo llevamos claro.

—¿Por qué, jefe?

—Es un individuo muy poderoso, con muchas agarraderas en las altas instancias.

—Es amigo del ministro, ¿no?

—Ojalá fuera solo eso. Echa un vistazo a lo que he conseguido hasta la fecha.

El subinspector Aguilar examinó un dossier extraoficial sobre Jesús Marañón que le alcanzó Mateos.

—¿Todo esto es cierto? Quiero decir, está metido en…

—Mis informadores no suelen defraudarme —interrumpió el inspector, irritado por la incredulidad de su ayudante.

—Supongamos, tan solo como hipótesis de trabajo, que Marañón mató a Thomas. ¿Cuál sería el móvil?

En un típico razonamiento
mateosiano
, que dejó perplejo al subinspector, Mateos dijo:

—El móvil está claro: lo que el asesino buscaba de la víctima era robarle su cabeza.

12

Cuando Paniagua llegó a clase, después de su truculenta charla con Durán, comprobó que Villafañe había empezado a torturar a sus alumnos con una disertación acerca de «Los idiófonos no percutidos en las culturas precolombinas del sur del Amazonas». Incluso a él mismo, que era musicólogo, le costó recordar lo que son los idiófonos, instrumentos que no necesitan cuerdas ni membranas para emitir sonido, como la campana. Todos sus alumnos, a excepción de uno, llamado Sotelo, que era el pedante de la clase, a quien cuanto más abstrusa era una lección más entusiasmo le despertaba, estaban dormidos o en estado semicomatoso.

Paniagua se alegró de que al menos Villafañe les hubiera hablado a sus alumnos de un tema que, por más tedioso que fuera, era de su competencia. La última vez que le había sustituido, había abordado una cuestión de musicología y a él le costó un mes entero que sus alumnos desaprendieran los disparates que les había inculcado en tan solo cincuenta minutos.

Dio las gracias a su colega y luego decidió aprovechar la media hora que quedaba todavía de clase para aclarar algunos conceptos que había comenzado a exponer en la lección anterior.

Daniel hizo un esfuerzo sobrehumano por concentrarse en su explicación, porque lo cierto es que tenía la cabeza ocupada por otras cuestiones: por un lado, Thomas y su espeluznante final; por el otro, el inesperado embarazo de Alicia. Como estaba de muy pocas semanas, ambos se habían dado unos días para decidir lo mejor, aunque de los dos, Daniel era el más proclive a tener el bebé.

Pero si las dudas y vacilaciones sobre su propia paternidad consumían parte de sus energías, el asesinato de Thomas y su extraño comportamiento en las horas anteriores a su muerte reclamaban también su completa atención. A modo de rápidos
flashbacks
, le venían a la mente, una y otra vez, detalles aislados de la conversación que había mantenido con la víctima, en las horas anteriores a su trágico final: Thomas rodeándose el cuello con la mano, en una tétrica e inconsciente anticipación de que se lo iban a rebanar muy poco tiempo después; su resistencia a dejarle pasar a un camerino en el que no había ni un alma; la extraña llamada telefónica que había impedido —ya para siempre— que pudiera formularle algunas preguntas clave sobre la Décima Sinfonía. Y por encima de todo, la desasosegante fotografía del cuerpo decapitado del músico, que parecía contorsionarse en un lacerante calvario de dolor post mórtem.

A Daniel no le pareció oportuno comenzar la clase comentando el concierto y el crimen, por miedo a que eso consumiera el escaso tiempo del que disponía, pero como tenía la mente completamente enajenada, tuvo que solicitar ayuda a sus alumnos:

—¿Por dónde íbamos?

—Nos hablaba usted de las
Variaciones ABEGG
de Schumann —dijo Sotelo.

—Ah, sí, ya me acuerdo —respondió Paniagua—. Las letras son notas y las notas son letras. El otro día veíamos cómo las notas musicales en alemán no se llaman do, re, mi, fa, sol sino que a cada nota se hace corresponder una de las primeras letras del alfabeto, empezando por la nota la. La es A, si es H, do es C, y así sucesivamente…

Daniel se fue a la pizarra y escribió la serie entera mientras hablaba:

A = la; B=si bemol; C=do; D=re;

E=mi; F=fa; G = sol.

A Schumann le encantaba leer y escribir y a menudo partía de ideas literarias para desarrollar sus composiciones musicales. Esta pasión por la letra impresa se vio reflejada también en su manera de cortejar a las mujeres que quería seducir. Aprovechando que en su idioma las letras son notas, Schumann ideó varias composiciones en torno a temas que tenían sentido tanto musical como literario. Era el caso de las
Variaciones ABEGG
: se llaman así porque giran en torno a un motivo compuesto por las notas la-si bemol-mi-sol-sol; pero al tiempo estas letras componen el apellido de una joven pianista, a la que Schumann conoció en Mannheim, llamada Meta Abegg. Schuman utilizó esta técnica en otra ocasión para camelar a Ernestina von Fricken, una muchacha que había nacido en la localidad alemana de Asch. En esta ocasión el tema estaba compuesto por las notas la, mi bemol, do, si. La S no es ninguna nota, pero se pronuncia igual que mi bemol, que se escribe Es, así que Schumann la hizo pasar por mi bemol.

Paniagua se pasó el resto de la clase preguntándose por qué misteriosa razón el enamoradizo Beethoven nunca había utilizado esta técnica para seducir a sus innumerables amantes.

13

Alicia Ríos, la novia de Daniel, era una mujer de tipo atlético, con una generosa melena negra y rizada, muy española de
look
, excepto en los ojos, verdes y un poco rasgados, que le daban ese toque exótico que enamoraba tanto a su chico. Se ganaba la vida como ingeniera de sistemas, una poco conocida profesión que consiste en evaluar la estructura de una organización y los subsistemas que la integran, con el propósito de optimizar su funcionamiento. Hacía seis meses había aceptado una generosa oferta de una multinacional de la informática que implicaba trasladarse a la ciudad de Grenoble, en Francia, durante un mínimo de dos años. La decisión la había tomado sin consultar a Daniel, lo que había provocado en la pareja fricciones que no estaban del todo superadas. Habían acordado que siempre que quisieran estar juntos, alternarían meticulosamente sus viajes, pero en la práctica era Alicia, cuyos ingresos cuadruplicaban los de Daniel, la que solía hacer el esfuerzo —físico y económico— de trasladarse a Madrid. La última vez que Daniel había viajado a Grenoble habían cometido la imprudencia de no usar preservativo, convencidos de que ella no podía estar en un día fértil, de modo que aquel embarazo, anunciado de sopetón la noche anterior, era no deseado. Después de hacer el amor, Daniel, que poco a poco empezaba a salir del estado de choque en que le había sumergido la muerte de Thomas, le pidió a Alicia que le susurrara alguna palabra en francés durante el acto y esta le enseñó que
zizi
es pilila en la lengua de Balzac.

Todavía en la cama, la pareja decidió conectar la televisión para enterarse de las últimas novedades relacionadas con el asesinato de Thomas, que se había cometido hacía menos de veinticuatro horas.

La decapitación del músico, además de ser abordada en los principales telediarios con rango de noticia del día, había saltado ya a los programas más amarillos; incluso aquellos espacios que no trataban el asunto directamente, parecían haberse deslizado hacia la truculencia. Hasta las películas de la semana, en todas las cadenas, habían sido reprogramadas y sustituidas por otras que parecían haber sido escogidas con el criterio de que tuvieran dentro algún crimen parecido al real:
Aguirre, la cólera de Dios
(a uno de los personajes le cortan la cabeza con una espada y el miembro amputado sale despedido por el aire, aterriza a varios metros del cuerpo y termina la frase que había empezado),
Demolition Man
(la cabeza congelada de Wesley Snipes salta por los aires después de que Stallone la patee como si fuera un balón),
Kill Bill
(Lucy Liu le corta la cabeza a un yakuza japonés con una katana),
El patriota
(un revolucionario yanqui es decapitado por una bala de cañón),
Johnny Mnemonic
(decapitan al malo con su propio látigo, que corta como una cuchilla de afeitar). Pero la palma se la llevó
El talk show de Salomé
, en el que la presentadora llevó a un criminólogo para que explicara a los espectadores, con ayuda de una sandía y de una guillotina real, cómo funciona este macabro aparato. Luego el experto dijo:

—La gente piensa que la guillotina es un invento de la Revolución francesa, pero en Irlanda, en el siglo XIV ya tenían un artefacto muy parecido. Y en el siglo XVI, en Italia y en el sur de Francia, se utilizaba la
mannaia
, muy similar a la guillotina pero reservada solo a la nobleza.

Alicia estaba indignada. Se recogió el pelo con una goma y se fue a la cocina, desde donde comenzó a hablarle a gritos a Daniel.

—¡Lo de la tele en España es acojonante! Ha muerto una persona y parece como si estuvieran hablando de una atracción de un parque temático.

Luego abrió la puerta del frigorífico y exclamó:

—¡En esta nevera no hay fruta, no hay yogures, no hay nada!

—Pensaba haber hecho algo de compra esta mañana, pero me llamó Durán y no he tenido tiempo —mintió Daniel, que no hacía la compra desde hacía dos meses—. ¿Te apetece que salgamos a cenar?

—Bueno, pero más tarde —respondió Alicia volviendo a aparecer en el dormitorio. Estaba en ropa interior y Daniel pudo admirar, una vez más, el siempre apetecible cuerpo de su novia.

—Quita esa porquería y pon un informativo de verdad —dijo ella.

Se la notaba un poco irritada por la obstinación que había mostrado Daniel, la noche de su llegada, en que siguiera adelante con el embarazo.

—Creía que venías hambrienta de basura.

—Y yo. Pero ha sido ver diez minutos y ya me han sacado de quicio.

Daniel agarró el mando a distancia y tras zapear durante unos segundos encontró un telediario nacional. El locutor estaba diciendo:

—El mundo de la música sigue aún conmocionado por el salvaje asesinato cometido ayer por la noche en Madrid, en el que perdió la vida el musicólogo y director de orquesta Ronald Thomas. La policía confía en hallar la cabeza de la víctima dentro de pocas horas y en la misma zona en que fue descubierto el cadáver.

—¿Por qué lo habrán matado? —se preguntó Alicia, que había ido a refugiarse bajo el brazo derecho de Daniel.

—No lo sé, pero en el concierto de anoche hubo algo muy extraño.

—¿A qué te refieres?

—La música que yo escuché, que en teoría era casi toda de Thomas, porque de Beethoven prácticamente solo quedan los temas, era tan sublime que me pregunto si… no, es imposible, olvídalo.

Alicia se incorporó y se quedó mirándole.

—Acaba la frase. ¿Qué ibas a decir?

—Me pregunto si la música de anoche no era en realidad íntegramente de Beethoven.

—No entiendo adónde quieres ir a parar.

—A Thomas le han matado, ¿no? Y como no se sabe el móvil, yo estoy tratando de aventurar uno. ¿No sería posible que Thomas hubiera descubierto el manuscrito de la Décima, o por lo menos la totalidad de su primer movimiento, y el asesino lo haya matado para robarle el manuscrito? ¿Tú sabes la fortuna que puede valer un manuscrito de esos?

—No, pero me lo imagino. Pero entonces, ¿el concierto de anoche fue una farsa? ¿No se trataba de una reconstrucción?

—Es una posibilidad. Thomas tenía ya en su poder el primer movimiento y lo hizo pasar por un trabajo suyo, probablemente por vanidad. ¡Cuando pienso que estuve en un tris de poder hablar con él sobre la sinfonía y se me escapó en el último momento!

—¿Y por qué le habrán cortado la cabeza?

—No tengo ni idea. Quizá fue para encubrir el robo de la partitura y que todo parezca la obra de un psicópata. No te olvides de que no solamente le han cortado la cabeza, sino que esta no aparece. No es descabellado pensar que el asesino quiera despistar a la policía. La semana pasada leí en el periódico que dos hermanos se cargaron a una mujer cortándole la cabeza con un hacha solo porque pensaban que era bruja y que con su magia negra había matado a la sobrina de estos, una niña de ocho años. No la mataron sin más, sino que le cortaron la cabeza, estableciendo un nexo entre decapitación y brujería. El asesino quiere pasar por un perturbado, cuando en realidad es una mente maquiavélica, perfectamente lúcida, que actúa calculando fríamente cada paso, impulsado por el afán de lucro. ¿Tú no matarías por treinta millones de euros?

Alicia le miró con unos ojos en cuyas pupilas solo faltaban, sobreimpresionadas como en los dibujos animados, los símbolos del dólar.

—Y por mucho menos —dijo.

—No es un crimen satánico, el móvil es fundamentalmente económico. El asesino sabe que Thomas tiene un manuscrito muy valioso y como Thomas no le quiere decir dónde está, va y lo mata.

—Eso es absurdo. Si lo mata, pierde toda esperanza de saber dónde está. Si de verdad queremos ligar el asesinato a la Décima, la hipótesis más razonable es más bien la contraria. El asesino consigue arrancarle a Thomas dónde está la Décima y para que no pueda decírselo a nadie más ni contarle a la policía que ha sufrido una extorsión, lo quita de en medio.

Daniel sacudió la cabeza con incredulidad.

—¿No estamos yendo demasiado lejos? Y todo porque te he contado que la música de anoche me sonó demasiado a Beethoven. Claro que la hipótesis del crimen satánico no está tampoco reñida con la existencia del manuscrito de la Décima.

—¿Ah no?

—En absoluto. Quiero que escuches algo.

Daniel se levantó de la cama y buscó entre su voluminosa colección de cedés un curioso disco que se había comprado en Nueva York en septiembre del 2001, justo una semana antes del atentado contra las torres del World Trade Center. No había vuelto a escucharlo desde entonces. El cedé se llamaba
La
última noche de Beethoven
y era una ópera rock interpretada por la Orquesta Transiberiana, que recreaba la fatídica noche del 26 de marzo de 1827, en la que el genio de Bonn pasó a mejor vida. Aunque la ejecución con batería e instrumentos eléctricos de temas de Beethoven y Mozart no le había resultado convincente, el libreto, al que apenas había prestado atención en su día, resultaba ahora fascinante:

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