sin amor estuvieron —él me dijo—
o natural o de ánimo; ya sabes.
El natural no se equivoca nunca,
mas puede el otro equivocar su objeto,
porque el vigor o poco o mucho sea.
Mientras que se dirige al bien primero,
y en el segundo él mismo se controla,
no puede ser razón de mal deleite;
mas cuando al mal se tuerce, o con cuidado
más o menos al bien de lo que debe,
contra el Autor se vuelven sus acciones.
Entenderás por ello que el amor
es semilla de todas las virtudes
y de todos los actos condenables.
Ahora bien, como nunca de la dicha
de su sujeto amor la vista aparta,
del propio odio las cosas están libres;
y como dividido no se entiende,
ni por sí mismo, a nadie del Principio,
odiar a aquel ninguno puede hacerlo.
Resta, si bien divido, que se ama
el mal del prójimo; y que dicho amor
de vuestro fango nace en tres maneras:
Quién, suprimido su vecino, aguarda
elevarse, y por esto sólo quiere
que derriben a aquel de su grandeza;
quién que el poder, la gracia, honor y fama
teme perder porque otro le supere,
y se entristece y quiere lo contrario;
y hay quien por las injurias se enfurece,
de la venganza se hace deseoso,
y necesita urdir el mal ajeno.
Este triforme amor aquí debajo
se llora; y ahora quiero que conozcas,
el que corre hacia el bien corruptamente.
Todos confusamente un bien seguimos
donde se aquiete el ánimo, y lo ansiamos;
y por lograrlo combatimos todos.
Si lento es ese amor en dirigirse
o en conquistar a Aquel, esta cornisa,
tras justo arrepentirse, le atormenta.
Hay otro bien que hace infeliz al hombre;
no es la felicidad, la buena esencia,
que es el fruto y raíz de todo bien.
El amor que a este bien se ha abandonado,
sobre nosotros se purga en tres círculos;
mas cómo tripartito se organiza,
para que tú lo encuentres, me lo callo.
Había terminado sus razones
mi alto doctor, mirando atentamente
si en mis ojos mostraba mi contento;
y yo, a quien nueva sed atormentaba,
callaba, mas por dentro me decía:
«mi preguntar acaso le molesta».
Mas el padre veraz, que se dio cuenta
del medroso deseo que ocultaba
sin hablar, me alentó a que preguntase.
Y yo: «Maestro, mi visión se aviva
tanto en tu luz, que ya distingo claro
lo que tu ciencia abarca o me describe:
Y así te pido, caro y dulce padre,
me expliques ese Amor al que reduces
cualquiera bien obrar o su contrario.»
«Dirige —dijo— a mí las claras luces
del intelecto, y el error verás
de los ciegos que en guía se convierten.
El alma, que a amar presta fue creada,
se mueve a cualquier cosa que le place,
tan pronto del placer es puesta en acto.
La percepción, de seres verdaderos
saca la imagen que despliega dentro,
e impulsa al alma a que se vuelva a ésta;
y si, vuelta hacia ella, se doblega,
Amor se llama ese doblegarniento,
que por gozar de nuevo entra en vosotros.
Y, como el fuego a lo alto se dirige,
porque su forma a subir fue creada
donde más se conserva en su materia,
presa el alma se entrega así al deseo,
impulso espiritual, y no reposa
hasta que goza de la cosa amada.
Ahora comprenderás cuánto está oculta
esta verdad a la gente que dice
que todo amor sea loable cosa;
porque acaso parece su materia
que es siempre buena, mas no todo sello
es bueno aunque la cera sea buena.»
«Con tus palabras y mi ingenio atento
—le respondí— ya sé qué es el amor,
pero esto de otras dudas me ha llenado;
pues si el amor se ofrece desde fuera,
y el alma no procede de otro modo,
no es mérito si va torcida o recta. »
«Cuanto ve la razón puedo decirte
—dijo—; si quieres más, aguarda entonces
a Beatriz, pues que de fe es materia.
Cualquiera fortna sustancial, que aparte
de la materia está, y está a ella unida,
una específica virtud contiene,
la cual no es perceptible sino obrando,
ni se demuestra más que por efectos,
cual la vida en las plantas por sus frondas
Mas de dónde nos vengan las primeras
nociones a la mente, lo ignorarnos,
y del primer apetecer las causas,
que en vosotros están, como en la abeja
el arte de hacer miel; y este deseo
no merece desprecio ni alabanza.
Mas porque a éste aún otros se añaden,
innata os es la virtud que aconseja,
y el umbral guarda del consentimiento.
Este es pues el principio del que parte
en vosotros el mérito, según
que buen o mal amor tome o desdeñe.
Los que al fondo llegaron razonando,
se dieron cuenta de esta libertad;
y al mundo le dejaron sus morales.
Aun suponiendo que obligadamente
surja el amor que dentro se os encienda,
la potestad tenéis de refrenarlo.
A esta noble virtud Beatriz la llama
libre albedrío, y procurar debieras
recordarlo por si ella te habla de esto.»
La luna, casi a media noche tarda,
más raras las estrellas nos hacía,
como un caldero ardiendo por completo;
corriendo por el cielo los caminos
que el sol inflama cuando los de Roma
lo ven caer entre Corsos y Sardos.
Y la sombra gentil, por quien a Piétola
más que a la propia Mantua se celebra
me había liberado de mi peso;
y yo, que la razón abierta y llana
tenía ya después de mis preguntas,
divagaba cual hombre adormilado;
mas fue esta soñolencia interrumpida
súbitamente por gentes que a espaldas
nuestras, hacia nosotros caminaban.
Como el Ismeno y el Asopo vieron
furia y turbas de noche en sus orillas,
cuando a Baco imploraban los tebanos,
así por aquel círculo avanzaban,
por lo que pude ver, quienes venían
del buen querer y justo amor llevados.
Enseguida llegaron, pues corriendo
aquella magna turba se movía,
y dos gritaban llorando delante:
«Corrió María apresurada al monte;
y para sojuzgar Lérida César,
tocó en Marsella y luego corrió a España.»
«Raudo, raudo, que el tiempo no se pierda
por poco amor —gritaban los demás—;
que el arte de obrar bien torne la gracia.»
«Oh gente a quien fervor agudo ahora
compensa neglilgencia o dilaciones
que por tibieza en bien obrar pusisteis,
éste que vive, y cierto no os engaño,
en cuanto luzca el sol quiere ir arriba;
decidnos pues dónde hay una abertura.»
Estas palabras díjolas mi guía;
y uno de estos espíritus: «Seguidnos
detrás —nos dijo— y hallaréis el paso.
De movernos estamos tan ansiosos
que parar no podemos; tú perdona
si la justicia te es descortesía.
Yo fui abad de San Zeno de Verona
bajo el imperio del buen Barbarroja,
del cual doliente aún Milán se acuerda.
Y hay alguno con un pie ya en la fosa,
que pronto llorará aquel monasterio,
y triste se hallará de haber mandado;
porque a su hijo, mal del cuerpo entero,
y peor de la mente, y malnacido,
ha puesto en vez de su pastor legal.»
Ignoro si calló o si más nos dijo,
tan lejos se encontraba de nosotros;
esto escuché y me agrada el recordarlo.
Y aquel que en todo trance me ayudaba
dijo: «Vuélvete aquí y mira esos dos
que vienen dando muerdos a la acidia.»
Detrás todos decían: «Antes muerto
estuvo el pueblo a quien el mar se abriera,
de que el Jordán su descendencia viese.
Y aquellos que la suerte no sufrieron
del vástago de Anquises hasta el fin,
a una vida sin gloria se ofrecieron.»
Luego cuando esas sombras tan lejanas
estaban, que ya verse no podían,
se me introdujo un nuevo pensanmiento,
del que nacieron otros y diversos;
y tanto de uno en otro divagaba,
que por divagación cerré los ojos,
y en sueño convertí mi pensamiento.
Cuando el calor diurno no consigue
hacer ya tibio el frío de la luna,
por la tierra vencido y por Saturno,
—que es cuando los geomantes la Fortuna
Mayor ven en oriente antes del alba,
surgir por vía oscura poco tiempo—
me llegó en sueños una tartamuda,
bizca en los ojos, y en los pies torcida,
descolorida y con las manos mancas.
Yo la miraba; y como el sol conforta
los fríos miembros que la noche oprime,
así mi vista le volvía suelta
la lengua, y bien derecha la ponía
al poco, y su semblante desmayado,
como quiere el amor, coloreaba.
Después de haberse en el hablar soltado,
a cantar comenzó, tal que con pena
habría de ella apartado mi mente.
«Yo soy —cantaba— la dulce sirena,
que en la mar enloquece a los marinos;
tan grande es el placer que da el oírme.
Yo aparté a Ulises de su incierta ruta
con mi cantar; y quien se me habitúa,
raramente me deja: ¡Así lo atraigo!»
Aún no se había cerrado su boca,
cuando yo vi una dama santa y presta
al lado de mí para confundirla.
«Oh, Virgilio, Virgilio, ¿quién es ésta?»
—fieramente decía—; y él llegaba
en la honesta fijándose tan sólo.
Cogió a la otra, y le abrió por delante,
rasgándole el traje, y mostrándole el vientre;
me despertó el hedor que desprendía.
Miré, y el buen maestro: «¡Al menos tres
voces te he dado! —dijo—, ven, levanta;
hallaremos la entrada para que entres.»
Me levanté, y estaban ya colmados
de pleno día el monte y sus recintos;
con sol nuevo a la espalda caminábamos.
Siguiéndole, llevaba la cabeza
tal quien de pensanúentos va cargado,
que hace de sí un medio arco de puente;
Cuando escuché «Venid, aquí se cruza»
dicho de un modo suave y benigno,
que no se escucha en esta mortal marca.
Con alas, que de cisne parecían,
arriba nos condujo quien hablaba
entre dos caras del duro macizo.
Movió luego las plumas dando aire,
Qui lugent afirmando ser dichosos,
pues tendrán dueña el alma del consuelo.
«¿Qué tienes que a la tierra sólo miras?»
mi guía comenzó a decirme, apenas
sobrepasados fuimos por el ángel.
Y yo: «Me hace marchar con tantas dudas
esa nueva visión, que a ella me inclina,
y no puedo apartar del pensamiento.»
«Has visto —dijo— aquella antigua bruja
por quien se llora encima de nosotros;
y cómo de ella el hombre se libera.
Bástete así, y camina más aprisa;
vuelve la vista al reclamo que mueve
el rey eterno con las grandes ruedas.»
Cual primero el halcón sus patas mira,
y luego vuelve al grito, y se apresura
por afán de la presa que le llama,
así hice yo; y así, cuanto se parte
la roca por dar paso a aquel que sube,
anduve hasta llegar donde se cruza.
Cuando en el quinto círculo hube entrado,
vi por aquel a gentes que lloraban,
tumbados en la tierra boca abajo.
Adhaesit pavimento anima mea'
oí decir con tan altos suspiros,
que apenas se entendían las palabras.
«Oh elegidos de Dios, cuyos sufrires
justicia y esperanza hacen más blandos,
hacia la alta subida dirigirnos.»
«Si venís de yacer aquí librados,
y queréis pronto hallar vuestro camino,
llevad siempre por fuera la derecha.»
Así rogó el poeta, y contestado
fue así poco delante de nosotros; y yo
descubrí en el hablar a un escondido;
y a los de mi sefíor volví los ojos:
él asintió con ceño placentero,
a aquello que mi vista le pedía.
Luego que pude hacer lo que gustaba,
me puse sobre aquella criatura,
cuyas palabras mi atención movieron,
«Alma —diciendo— en cuyo llanto eso
que no puede volver a Dios madura,
deja un poco por mí el mayor cuidado.
¿Quién fuisteis, y por qué vuelta la espalda
tenéis arriba.P ¿Quieres que te pida
algo de allí de donde vengo vivo?»
Y él me dijo: «El porqué nuestras espaldas
vuelve el cielo hacia sí, sabrás; mas antes
scías quod ego fui succesor Petri
Entre Siestri y Chiavani va corriendo
un río hermoso, y en su nombre tiene
el título mi estirpe más preciado.
Cómo pesa el gran manto a quien lo guarda
del fango, provee un mes y poco más;
plumas parecen todas otras cargas.
Mi conversión tardía fue, ¡Ay de mí!;
pero cuando elegido fui romano
pastor, vi que la vida era mentira.
Vi que allí el corazón no se aquietaba,
ni subir más podía en esa vida;
por lo cual me encendí de amor por ésta.
Hasta aquel punto, mísera, apartada
de Dios estuvo mi alma avariciosa;
y, como ves, aquí estoy castigado.
Lo que hace la avaricia, se declara
en la purga del alma convertida;
no hay en el monte más amarga pena.
Y como nuestros ojos no pusimos
en alto, fijos sólo en lo terreno,
la justicia en la tierra aquí los clava.