Y como la avaricia a cualquier bien
apagó nuestro amor, y nuestras obras
se perdieron, nos tiene la Justicia
de pies y manos presos y amarrados:
y cuanto le complazca al justo Sir
inmóviles, tumbados estaremos».
Me había arrodillado y quise hablarle;
mas cuanto comencé, y él se dio cuenta,
de mi respeto, sólo al escucharle,
«¿Por qué te inclinas —dijo— de ese modo?»
y le dije: «Por vuestra dignidad
estar de pie me impide mi conciencia.»
«¡Endereza las piernas y levanta,
hermano! —respondió—, no te equivoques:
de un poder mismo todos somos siervos.
Y si aquel santo evangélico texto
que dice necque nubent, entendiste,
comprenderás por qué hablo de este modo
Ahora vete, no quiero que te pares
más, pues turbas mi llanto con tu estancia,
con el cual se madura lo que has dicho.
Tan sólo una sobrina, Alagia, tengo,
buena de suyo, si es que nuestra casa
no la haya hecho a su ejemplo malvada;
y ésta tan sólo de allí me ha quedado.»
Contra un mejor querer otro no lucha;
y contra mi placer, por complacerle,
saqué del agua la esponja aún sedienta.
Eché a andar y mi guía echó a andar por los
lugares libres, siguiendo la roca,
cual pegados de un muro a las almenas;
pues la gente que vierte gota a gota
por los ojos el mal que el mundo llena,
al borde se acercaba demasiado.
¡Maldita seas tú, oh antigua loba,
que más que el resto de las bestias matas,
a causa de tus hambres desmedidas!
¡Oh, cielo, que se cree que cuando gira
puede cambiar las leyes de aquí abajo!,
¿cuándo vendrá quien a ésta le haga huir?
A paso lento y corto caminábamos,
atento yo a las sombras, que sentía
llorar piadosamente y lamentarse
y por ventura oí. «¡Dulce María!»
clamar así en el llanto ante nosotros,
como hace una mujer que esté pariendo;
y que seguía— «Fuiste tú tan pobre
cuanto se puede ver por el cobijo
donte tu santa carga depusiste.»
Oí seguidamente: «Oh buen Fabricio,
antes virtud quisiste en la pobreza,
que gran riqueza poseer vicioso.»
Estas palabras tanto me placían,
que avancé un poco más por conocer
a aquel que parecía proferirlas.
Aquel hablaba aún del generoso
trato de Nicolás con las doncellas
para guardar su juventud honesta.
«Oh espíritu que tanto bien proclamas,
dime quién fuiste —dije y por qué sólo
repites estas dignas alabanzas.
No quedarán tus palabras sin premio,
si vuelvo a completar la corta senda,
de aquella vida que al término vuela.»
Y aquél: «Te lo diré, no porque espere
consuelo en ello, sino porque tanta
gracia en ti luce aun antes de estar muerto.
Yo fui raíz de aquella mala planta
que la tierra cristiana ha ensombrecido,
tal que buen fruto rara vez se coge.
Mas si Duay y Gante, Lila y Brujas
pudieran, su venganza encontrarían;
yo la suplico a aquel que todo juzga.
Hugo Capeto fui llamado abajo;
de mí nacieron Felipes y Luises
por quien Francia regida fue de nuevo.
De un carnicero de París fui hijo:
al extinguirse ya los viejos reyes,
salvo el que en paños grises envolvieron,
me encontré entre las manos con las riendas
del gobierno, y con tanto poderío
adquirido, y con tantos partidarios,
que a la corona viuda promovida
fue la cabeza de mi hijo, el cual
hizo nacer los consagrados huesos.
Mientras que la gran dote de Provenza
no quitó la vergüenza de mi estirpe,
valía poco, pero mal no hacía.
Allí empezó con fuerza y con mentira
su rapiña; mas luego, por enmienda,
Ponthieu tomó, Gascuña y Normandía.
Carlos a Italia vino y, por enmienda,
víctima hizo a Corradino; y luego
a Tomás, por enmienda, empujó al cielo.
Un tiempo veo, no muy lejos de ese,
en que saldrá de Francia aún otro Carlos,
para que sepan más de él y los suyos.
Sale sin armas, con la lanza sólo
con la que judas contendió, y la clava
en Florencia, y el vientre le desgarra.
Tierras no, mas pecados y deshonra,
para él adquirirá, tanto más graves,
cuanto más leve el daño le parezca.
A otro, que sale preso de una nave,
a su hija vender regateando
veo cual los corsarios las esclavas.
¡Oh avaricia! ¿qué más hacer puedes,
si de mi sangre así te has adueñado,
que no se cuida de su propia carne?
Por remediar lo hecho y lo futuro,
veo en Anagi entrar la flor de lis,
y en su vicario hacer cautivo a Cristo.
Le veo nuevamente escarnecido;
hiel y vinagre renovar le veo,
y entre vivos ladrones darle muerte.
Veo al nuevo Pilatos tan cruel,
que no le sacia esto, y sin decreto
lleva las velas avaras al Templo.
¿Cuándo podré alegrarme, Señor mío,
mirando la venganza que, escondida,
hace dulce el secreto de tu ira?
Lo que decía de la única esposa
del Espíritu Santo, y que te hizo
volverte a mí para que te explicara,
la letanía es de nuestras preces
mientras el día dura; y cuando marcha
es un contrario son el que entonarnos.
A Pigmalión recordarnos entonces,
a quien traidor, ladrón y parricida
hizo su desmedido afán de oro;
y del avaro Midas la miseria,
que siguió a su pedir desmesurado,
que será bueno reírla por siempre;
al loco Acán después nos referimos,
cómo robó el botín, tal que la ira
de Josué parece que aún le muerda.
A Safira acusamos y al marido;
de Eliodoro las coces alabamos;
y gira en todo el monte por su infamia.
Polinestor que mató a Polidoro;
y para terminar se grita: "Craso
di, ¿cómo sabe el oro, pues lo sabes?"
Así habla en alto el uno, en bajo el otro;
según la fuerza que nos espolea
a andar a paso lento o más ligero:
Mas proclamando la virtud diurna
no era el único; sólo que aquí cerca
la voz no levantaba ningún otro.»
Nos habíamos ya ido de su lado,
procurando avanzar en el camino
lo que nuestros recursos permitían,
cuando escuché, como si algo se hundiera,
temblar el monte, y me asaltó tal frío
como le asalta a aquel que va a la muerte.
De cierto no tembló tan fuerte Delos,
antes de que Latona hiciera el nido,
para alumbrar del cielo los dos ojos.
Luego un clamor se oyó por todas partes
tal, que el maestro se volvió hacia mí
«Mientras te guíe —dijo— no te asustes.»
Gloria in excelsis todos deo
decían, por lo que escuché, de cerca,
y pude comprender lo que gritaban.
Suspendidos e inmóviles estábamos,
igual que los pastores al oírlo,
hasta que terminó el temblor y el canto.
Luego seguimos nuestra santa ruta,
viendo yacer las sombras por la tierra,
vueltas de nuevo al llanto acostumbrado.
Con tanta guerra nunca la ignorancia
de conocer me hizo deseoso,
si es que no se equivoca mi memoria,
cuanta creí tener, pensando, entonces;
ni a preguntar osaba por la prisa,
ni comprendía nada por mí mismo:
y marchaba asustado y pensativo.
Esa sed natural que no se aplaca
sino con aquel agua que la joven
samaritana pidió como gracia,
me apenaba, y punzábarne la prisa
por la difícil senda tras mi guía
doliéndome con la justa venganza.
Y he aquí que, como escribe Lucas
que a dos en el camino vino Cristo,
salido de la boca del sepulcro,
apareció una sombra detrás de nosotros,
al pie mirando la turba yacente;
y antes de percatamos de él, nos dijo:
«Oh hermanos míos, Dios os de la paz».
Nos volvimos de súbito, y Virgilio
le devolvió el saludo que se debe.
Dijo después: «En la corte beata,
en paz te ponga aquel veraz concilio,
que en el exilio eterno me relega.»
«¡Cómo! —nos dijo, caminando aprisa—:
¿si sombras sois que aquí Dios no destina,
quién os ha hecho subir por su escalera?»
Y mi doctor: «Si miras las señales
que éste lleva, y que un ángel ha marcado
verás que puede irse con los buenos.
Mas como la que hila día y noche
no le había acabado aún la husada
que Cloto impone y a todos apresta,
su alma, que es hermana de las nuestras,
subiendo no podía venir sola,
porque no puede ver como nosotros.
Y me sacaron de la gran garganta
infernal, para guiarle, y guiarele
hasta donde mi escuela pueda hacerlo.
Mas, si lo sabes, dime, ¿por qué tales
sacudidas dio el monte, y por qué a una
parecieron gritar hasta su base.?»
Así dio, preguntando, en todo el blanco
de mi deseo, y con las esperanzas
aquella sed sentí más satisfecha.
Y aquel dijo: «No hay cosa que sin orden
pase en la santidad de la montaña,
o que suceda fuera de costumbre.
De toda alteración esto está libre:
uno que el cielo dio y que en él recibe
puede ser la razón, y no otra causa.
Porque la lluvia, el granizo, la nieve,
el rocío y la escarcha más arriba
no caen de la escalera de tres gradas;
nubes espesas no hay ni enrarecidas,
ni rayos, ni la hija de Taumente,
que abajo cambia a menudo de sitio;
no sigue el viento seco más arriba
que la más alta de las escaleras,
donde se sienta el vicario de Pedro.
Acaso tiemble abajo, poco o mucho,
mas por mucho que el viento allá se esconda,
no sé cómo, aquí arriba nunca tiembla.
Tiembla cuando algún alma ya limpiada
se siente, y se levanta o se encamina
para subir; y tal grito la sigue.
Da prueba ese deseo de estar limpia,
que, libre ya para mudar de sitio,
toma al alma y la empuja con deseo.
Antes lo quiso, y lo impidió el talento
pues contra ese deseo, la Justicia,
como fue en el pecar, pone al castigo.
Y yo que en estas penas he yacido
más de quinientos años, sólo ahora
anhelo libremente un mejor solio:
por eso el terremoto y los piadosos
espíritus oisteis, alabando
a aquel Señor, que pronto los reclame.»
Así nos dijo; y tal como disfruta
más del beber quien tiene sed más grande,
no podría explicar mi gran contento.
Y el sabio guía: «Ya comprendo ahora
la red que os prende y cómo deslazarla,
y por qué hay regocijos y temblores.
Ahora quién fuiste plázcate contarme,
y por qué tantos siglos has yacido
aquí, muéstramelo con tus palabras.»
«En la edad que el buen Tito, con la ayuda
del sumo rey, vengó los agujeros
de aquella sangre por Judas vendida,
con el nombre que más dura y más honra
vivía yo» —repuso aquel espíritu—
ya bastante famoso, mas sin fe.
Tan grande fue lo dulce de mi canto,
que, tolosano, a Roma me trajeron,
y merecí con mirto honrar mis sienes.
Por Estacio aún la gente me conoce:
canté de Tebas y del gran Aquiles;
mas quedó en el camino la segunda.
Semilla de mi ardor fueron las ascuas,
que me quemaron, de la llama santa
en que han sido encendidos más de miles;
de la Eneida te hablo, la cual madre
me fue, y me fue nodriza en la poesía:
sin ella no valdría ni un adarme.
Y por haber vivido cuando allí
vivió Virgilio, un sol consentiría
más del debido aún antes de marcharme.»
Se volvió a mí Virgilio a estas palabras
con rostro que, callando, dijo: «Calla»;
mas la virtud no puede cuanto quiere,
que risa y llanto siguen tan de cerca
la pasión que genera a cada uno,
que al querer menos sigue en los sinceros.
Así que sonreí como al secreto;
y se calló la sombra, y me miró
los ojos que revelan más el alma;
y: «así tanto trabajo en bien acabe
—dijo— ¿por qué hace un rato tu semblante
me ha mostrado un relámpago de risa?»
Ahora estaba cogido por dos partes
una me hace callar, la otra me pide
que hable; y yo suspiro y me comprende
mi maestro, y «No tengas ningún miedo
de hablar —me dice—; háblale y revela
lo que con tanto afán ha preguntado»
Por lo que yo: «Quizás te maravilles
de por qué me reí, oh antiguo espíritu,
pero aún quedarás más admirado.
Este que arriba guía mi mirada,
es el mismo Virgilio, en quien las fuerzas
tomaste de cantar dioses y héroes.
Si de otra causa pareció mi risa,
olvídala por falsa, y sólo vino
de las palabras que le prodigaste.»
Para abrazar los pies ya se inclinaba
a mi doctor, más él le dijo: «Hermano,
no lo hagas, porque somos los dos sombras.»
Y él alzando: «Ahora puedes comprender
la cantidad de amor en que me enciendes,
cuando olvido que somos cosas vanas,
y trato como sólidas las sombras.»
Ya el ángel se quedó tras de nosotros,
aquel que al sexto círculo nos trajo,
una señal quitando de mi frente;