Read La Espada de Disformidad Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Había tardado una semana en llegar al camino de los Esclavistas, y dos más hasta Har Ganeth, Ciudad de Verdugos. Allí se había detenido, dudando con desconfianza ante las puertas abiertas de la ciudad y las sombrías calles.
Las puertas de Har Ganeth nunca se cerraban porque la Ciudad de Verdugos estaba hambrienta de carne y sangre. Era la Ciudad de Khaine, sede del poder mundano del templo, y nadie entraba ni salía de ella sin la aprobación de los sacerdotes que la gobernaban.
Malus sabía que estarían alerta por si lo veían. Su medio hermano Urial se habría asegurado de eso, como mínimo. Urial tenía todas las razones posibles para odiar y temer a Malus, y deseaba la
Espada de Disformidad
por razones propias. Aparecía en una profecía antigua que el tullido noble creía que era su derecho de nacimiento.
Malus tenía motivos para creer que no era así. Las profecías a menudo eran engañosas y tenían la tendencia a volverse contra aquellos que creían controlarlas.
No obstante, no sabía nada de la ciudad ni tenía una sola moneda con la que poder sobornar a nadie, así que no confiaba en poder escabullirse discretamente al interior de la población y permanecer oculto bajo las mismísimas narices de Urial, mucho menos andar hurgando por la fortaleza del templo en busca de una reliquia sagrada. En más de una ocasión le resultó amargamente divertido el hecho de que antes, cuando podía perderlo todo, se había lanzado de cabeza al interior de la ciudad con la convicción de que podría hallar la salida de cualquier lío en que se encontrara, mediante la inteligencia. Ahora, sin embargo, desde que lo había perdido todo, era mucho más circunspecto.
Decidió que necesitaba más información acerca de la ciudad y sus habitantes. Se había retirado a las boscosas estribaciones de las montañas situadas al norte de la ciudad, y aguardado a que alguien saliera.
Lo primero de lo que se enteró fue que, a diferencia de todas las otras ciudades de Naggaroth, pocos eran los que iban y venían de Har Ganeth. Pasó casi una semana antes de que un viajero solitario saliera por las puertas de la población y se encaminara hacia el oeste a lomo de caballo. Malus siguió a la solitaria figura hasta que cayó la noche, cuando el hombre abandonó el camino y encendió una hoguera en un sitio de acampada situado en la linde del bosque. Después de observar al hombre durante media hora, Malus entró en el campamento y le ofreció vino a cambio de un sitio junto al fuego. Después de probarlo, el hombre accedió a regañadientes.
Resultó ser un forastero en la ciudad; había ido a visitar a un primo que tenía una cerería cerca de la fortaleza del templo de Har Ganeth. Como Malus había temido, todos los forasteros que entraban en la ciudad tenían que presentarse de inmediato en el templo para recibir la bendición de las sacerdotisas, o bien ponían en riesgo su vida. En la Ciudad de Verdugos había sólo tres clases de personas: los servidores del templo, los huéspedes del templo y las víctimas de sacrificio para Khaine. A un druchii sorprendido en las calles —de día o de noche—, que no tuviera la bendición del templo, podían darle muerte de inmediato como ofrenda al Señor del Asesinato, y la gente de la ciudad era fanática en su devoción al Dios de Manos Ensangrentadas.
El viajero nada sabía de la fortaleza a la que sólo se permitía la entrada a los miembros del templo, y los devotos tenían que conformarse con cualquiera de los doce santuarios más pequeños situados en diversos lugares de la ciudad. Sin embargo, se había enterado de un chisme reciente. Por toda la población corrían rumores de que un hombre santo había aparecido ante los ancianos del templo, con señales y portentos que indicaban que la culminación de una grandiosa profecía era inminente. El hombre no sabía qué quería decir eso, pero por las calles había acólitos que exhortaban a los fieles a prepararse para una época de sangre y fuego, y habían comenzado a aparecer cráneos ensangrentados apilados en todas las esquinas. Temeroso de que su cabeza no tardara en sumarse a las apiladas, el hombre había huido para salvar la vida.
Esta noticia turbó profundamente a Malus. Acabaron el vino en triste silencio, y luego apuñaló al hombre en el corazón y registró sus pertenencias en busca de cualquier cosa de utilidad.
Rencor
se dio esa noche un banquete con el hombre y el caballo, y Malus comió pan y salchicha durante toda una semana.
A medida que pasaron los días, Malus desarrolló una rutina inflexible; seguía a los viajeros que abandonaban la ciudad, y por ellos se enteraba de todo lo posible. A veces, las conversaciones acababan en la punta de un cuchillo; otras prefería la discreción y se escabullía oscuridad adentro cuando se acababa el vino. En una ocasión, las tornas estuvieron a punto de volverse contra él, y sólo la suerte de la propia Madre Oscura y su familiaridad con el bosque le permitieron escapar con el pellejo intacto. Poco a poco, su conocimiento de la ciudad fue en aumento, pero nada de lo que averiguaba lo ayudaba a resolver los enigmas más cruciales de todos: cómo pasar inadvertido para el templo sin acabar en un indeseable sacrificio, y cómo encontrar la
Espada de Disformidad
de Khaine.
No se le ocurrió ni una sola vez pedir ayuda a Tz'arkan o a su madre, Eldire. El anillo de plata que llevaba era un regalo de ella, una de las hechiceras y videntes más poderosas de la Tierra Fría. Podía usarlo para hablar con ella las noches en que las lunas estaban brillantes. En cuanto al demonio, nunca había dejado pasar una ocasión de tentarlo con pequeñas demostraciones de sus poderes sobrenaturales, pero tras aquella noche en la ciudad en llamas, su comportamiento había cambiado. Ahora se mostraba más cauto, cuestionaba cada movimiento de Malus y no le ofrecía nada a menos que se lo pidiera. Por alguna razón, el demonio le tenía miedo al poder de Eldire, y eso complacía a Malus tanto como lo inquietaba.
Al avanzar el verano, cambió el ritmo de los viajeros. Comenzaron a llegar druchii a Har Ganeth, primero de uno en uno, y luego en pequeños grupos de hasta media docena, a cualquier hora del día y de la noche. Llegaban por el camino de los Esclavistas desde el oeste, o atravesaban el Mar Maligno en barcas, y todos viajaban subrepticiamente, sin fanfarria ni lujos. Procedían de todas las clases sociales, hasta donde Malus podía determinar: nobles y plebeyos, príncipes, panaderos y ladrones, y todo lo que había en medio, y una vez que entraban en Har Ganeth, no volvían a salir. Malus se sorprendió pensando otra vez en Urial y su profecía, y se preguntó si quizá habría algo de cierto en el asunto, después de todo.
En busca de respuestas, Malus se puso en marcha por el camino para ver si hallaba un viajero solitario con quien compartir una botella de vino.
El primero con quien se encontró lo recibió como a un hermano perdido hacía mucho, y apenas bebió un sorbo de vino antes de intentar cortarle la garganta. Se había reído como un lunático mientras rodaban por el suelo húmedo, forcejeando con el cuchillo serrado del viajero. Cuando Malus logró por fin imponerse y registró el cuerpo, encontró un zurrón de tela color marrón lleno de trozos de cuerpos: manos, orejas, narices y genitales, muchos aún pegajosos de sangre.
Al día siguiente, Malus abordó a otro viajero y obtuvo otra cálida acogida. Esta vez estaba preparado cuando el druchii saltó hacia él con un cuchillo. También éste llevaba un zurrón lleno de trozos de cuerpos. Movido por la irritación, Malus echó la cabeza del druchii dentro del zurrón y se lo llevó.
Después de eso, observó con mucha mayor atención a los viajeros que pasaban por el camino. Hombres o mujeres, jóvenes o viejos, todos llevaban espada o cuchillo de hoja ancha y un zurrón manchado que les colgaba de un hombro o del cinturón.
¿Habría en perspectiva alguna ceremonia sagrada que llamaba a los fieles a la ciudad para que presentaran sus ofrendas ante Khaine? Nunca antes había oído hablar de algo parecido. Sin embargo, una cosa estaba clara: los viajeros parecían encantados de matar a cualquier desconocido con quien se encontraran, salvo a los que también llevaban zurrón. Malus no tenía ni idea de por qué importaba aquello, pero finalmente, un atisbo de plan comenzó a tomar forma en su mente.
—¿Vino, hermanos y hermanas? —Malus sacó una botella de barro de un segundo zurrón y se la ofreció al grupo. Uno de los de Hag Graef se inclinó hacia adelante y cogió la botella con ansia. Malus miró al hombre a los ojos en el momento de entregarle la botella, pero no vio en ellos ningún destello de reconocimiento.
—No me había dado cuenta de que hubiera seguidores de la fe verdadera viviendo en el Arca Negra —dijo la doncella del templo.
¿La fe verdadera? ¿Qué significaba eso?, se dijo Malus.
—Tampoco yo tenía noticia de que los hubiera en Karond Kar —replicó—. Supongo que eso nos deja en tablas. —Ansioso por cambiar de tema, inclinó la cabeza hacia el este—. Llegaremos a Har Ganeth a mediodía de mañana.
Los otros viajeros de Karond Kar murmuraron su aprobación.
—Tendríamos que haberte escuchado, después de todo, santa —le dijo el segundo druchii a la doncella del templo—. Si hubiéramos continuado camino, habríamos llegado a la ciudad santa a medianoche.
—Pongámonos en marcha, entonces —dijo otro de los viajeros—. Tenemos un deber sagrado, ¿no es cierto? El hereje y sus secuaces podrían estar batallando contra los fieles ahora mismo...
La doncella del templo silenció al hombre con un brusco gesto de una mano. En ningún momento apartó los ojos de Malus.
—Por tu aspecto, parece que hayas estado deambulando por las montañas durante semanas —le dijo al noble.
Malus se encogió de hombros para disimular, pero su mente era un torbellino. ¿El hereje? Eso tenía que referirse a Urial. ¿Quién más había acudido recientemente a Har Ganeth, vociferando sobre el fin del mundo?
—Yo... bueno —tartamudeó Malus, y apartó la vista—. Confieso que me he entretenido durante algún tiempo en el camino, santa. —Tendió una mano y alzó el zurrón manchado de sangre—. Hay poco que recoger en el camino de la Lanza en esta época del año, y no quería llegar a Har Ganeth con una ofrenda pobre para el dios.
Varios de los fieles asintieron con gesto de aprobación. Había hecho una conjetura arriesgada respecto al contenido del zurrón, y había acertado. La doncella del templo lo estudió durante un momento más, y luego se recostó contra un tronco caído y reanudó la cena.
El de Ciar Karond miró a Malus.
—¿Has visto a muchos otros fieles en el camino, hermano?
—Ya lo creo que sí —asintió Malus—. Llegan de todas partes. Apuesto a que hay millares dentro de la ciudad santa, preparados para luchar contra el hereje.
Al oír esto, los ojos del hombre destellaron con luz salvaje.
—¡Al fin! El día del ajuste de cuentas está cerca. ¡Ya hemos sufrido las mentiras del hereje durante suficiente tiempo!
—No podría estar más de acuerdo, hermano —declaró Malus con sentimiento. El de Hag Graef le devolvió la botella, y él bebió un buen sorbo. Esto iba a salir bien. Si conservaba el control, podría escabullirse al interior de la ciudad con el resto de los fieles y nadie, menos aún Urial, se enteraría de nada.
Con una ancha sonrisa, el de Ciar Karond tendió la mano para que le diera la botella.
—Cuando son tantos los de la fe verdadera que corren a la ciudad, las calles deben estar realmente concurridas —dijo—. Tenemos alojamiento preparado en la casa de Sethra Veyl. ¿Dónde te alojarás tú?
—Con mi primo —replicó Malus—. Es velero, y tiene una tienda cerca de la fortaleza del templo.
El hombre de Ciar Karond quedó petrificado, con la mano tendida hacia la botella. La sonrisa desapareció de su rostro. De repente, Malus reparó en que todos habían guardado silencio.
La doncella del templo se puso de pie, con una daga curva en una mano.
—Apresad al hereje —siseó.
Malus reprimió una maldición. «Bravo por tu facilidad para mezclarte con la grey», se dijo amargamente. Pensando con rapidez, cogió el zurrón de las ofrendas y se puso lentamente de pie.
—Dónde decida alojarme en la ciudad es asunto mío —dijo con voz cortante, y clavó una mirada acerada en la doncella del templo—. El hecho de que sea cauteloso no me convierte en uno de los enemigos. Resulta obvio que las infiltraciones en nuestras filas os preocupan tanto como a mí, o no haríais tantas preguntas.
Malus vio que los dos de Hag Graef dudaban, con las armas a medio desenvainar. Miraron a la doncella del templo para saber qué hacer.
Ella se detuvo y los músculos de las mandíbulas se le contrajeron al luchar contra la sed de sangre. La doncella abrió la boca para hablar, pero lo que fuera a decir quedó en nada cuando la otra mujer que los acompañaba chilló como una esclava escaldada y se lanzó hacia Malus.
La daga serrada de la mujer silbó al hender el aire cuando intentó degollar a Malus. Él paró el ataque con el manchado zurrón de ofrendas, y la hoja, afilada como una navaja, cortó la tela como si fuera papel mojado. Trozos de cuerpos, arrugados y en estado de descomposición, regaron el campamento, y algunos cayeron en el fuego entre siseos y columnas de chispas. Malus apoyó firmemente el pie que tenía más atrás y lanzó el zurrón vacío hacia los ojos de la mujer para detener su avance. Luego, agarró la botella de vino y se la estrelló contra un lado de la cabeza. Cayó con un aullido de furia, y sus compañeros recogieron el alarido y corrieron por el terreno húmedo hacia Malus, con las armas ante sí.
Malus retrocedió mientras maldecía con ferocidad y desenvainaba el espadón. Los fanáticos lo acometieron por ambos lados y le lanzaron salvajes tajos con espadas y cuchillos. El noble paró un cuchillo con la espada a medio desenvainar, y luego giró precipitadamente a la izquierda para esquivar el tajo descendente de una espada que hizo saltar chispas de la cota de malla ennegrecida. Rugió al blandir el espadón e hizo retroceder un paso a los fanáticos con un barrido feroz dirigido a los ojos, pero menos de un segundo después volvían al ataque y rodeaban a Malus con una red de destellante acero.
Lo que a los fanáticos les faltaba en destreza marcial, lo compensaban con un absoluto arrojo, al parecer sin miedo de perder la vida en el proceso de acabar con la de Malus. Continuaron con el implacable avance que lo obligaba a permanecer a la defensiva contra las destellantes puntas de espadas y cuchillos. Se daba cuenta de que los fanáticos estaban calibrando sus reflejos, y los ataques adquirían un ritmo mortífero. Los dos de Hag Graef lo acometían por la derecha, mientras que la doncella del templo y el de Ciar Karond se desplazaban hacia la izquierda. Uno de los de Hag Graef arremetió con una estocada larga dirigida al cuello de Malus. Cuando desvió la hoja a un lado con un rápido movimiento de espada, la daga de la doncella del templo atacó en el mismo momento y se le clavó en el costado. Se partieron algunos eslabones de la cota y la punta de la daga dejó un surco en el kheitan de cuero, pero la armadura contuvo lo peor de la puñalada. Gruñendo, Malus acometió con un tajo salvaje dirigido al cuello de la doncella, pero ésta saltó ágilmente hacia atrás y se puso fuera del alcance del noble. En ese instante, el otro de Hag Graef avanzó y clavó la daga en el muslo derecho de Malus.