La Espada de Disformidad (25 page)

Read La Espada de Disformidad Online

Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: La Espada de Disformidad
11.6Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Por el Bendito Asesino! —exclamó Rhulan, que se cubrió la boca con una mano temblorosa—. ¿Qué es lo que vamos a hacer?

—Vamos a luchar contra ellos —replicó Malus, ceñudo—. Hace horas que deberíais haber salido a la ciudad para reunir a los fieles detrás de vuestro estandarte. En una batalla como ésta, triunfará el bando que tome la iniciativa, y os garantizo que Urial ya ha comenzado a actuar contra vosotros.

La sacerdotisa frunció el entrecejo.

—Urial no tiene ninguna posibilidad de detenernos —aseguró—. Cuenta con sus fanáticos, pero nosotros disponemos de un pequeño ejército a nuestras órdenes.

—Urial tiene algo más que sus verdaderos creyentes —repuso Malus—. Tiene a toda una ciudad a la que puede llamar en su ayuda. Todo lo que los fanáticos han hecho hasta ahora estaba destinado a volver a los ciudadanos de Har Ganeth en contra de los guerreros del templo. Provocaron al templo para que se lanzara a una campaña de fuego y matanza y luego impidieron la entrada a su refugio seguro a los guerreros y los dejaron a merced del pueblo al que han atacado. Una vez que Urial le muestre al pueblo que se ha apoderado de la espada y condene a los guerreros del templo por sus crímenes, las calles se inundarán de sangre una vez más. —Señaló a los dos ancianos—. Debéis escapar de la fortaleza y reunir a los fieles. Denunciad a Urial y culpad a los fanáticos del derramamiento de sangre de ayer, luego dad caza a los herejes que queden en la ciudad y concentraos en recuperar la fortaleza.

El anciano le dirigió a Malus una mirada de asombro.

—No podemos luchar contra Urial —dijo.

—¿Por qué no?

—El Portador de la
Espada de Disformidad
no puede ser derrotado en batalla —replicó—. Así está escrito.

Malus iba a ponerse a discutir, pero entonces lo comprendió. «Tú crees que Urial es realmente el elegido —pensó—. Tú sabes la verdad sobre la profecía y te encuentras atrapado entre el Rey Brujo y el hombre que crees que es el auténtico Azote.»

—Dejadme a Urial a mí —dijo el noble—. Me quedaré aquí con un puñado de voluntarios y atacaré directamente al usurpador mientras vuestras fuerzas mantienen su atención fija en las puertas de la fortaleza.

Rhulan no dijo nada durante un momento, mientras sus ojos se entrecerraban al considerar el plan de Malus. Finalmente, asintió con la cabeza.

—Que así sea. —Se volvió a mirar a los fieles reunidos—. Mereia y yo debemos reunimos con nuestros hermanos y hermanas en la ciudad. ¿Quién permanecerá aquí para atacar al usurpador?

—No quiero más de una docena —dijo Malus—. Tendremos que atacar con fuerza y rapidez. Aun así, hay pocas posibilidades de que sobrevivamos muchos de nosotros.

La sacerdotisa se volvió a mirar al noble y alzó el mentón con gesto altanero.

—Yo me quedaré —dijo.

Otros druchii se pusieron de pie, de uno en uno o en pequeños grupos. Malus contó sólo diez, pero no iba a ponerse a insistir.

Rhulan miró a los voluntarios y asintió con la cabeza.

—Que la bendición del Señor del Asesinato sea con vosotros, hermanos y hermanas —proclamó—. Se hará la voluntad de Khaine.

—Se hará la voluntad de Khaine —respondieron los fieles. Mereia, la anciana tatuada, se levantó con gracilidad. —¿Cómo escaparemos de la fortaleza?

Malus miró a Arleth Vann.

—Subid por la escalera de caracol y seguid el camino antiguo que va hasta la casa de Thel —indicó el asesino—. Aunque haya guardias vigilando el camino, podréis escabulliros ante ellos en la oscuridad. Incluso podréis lanzar contra ellos a los maelithii, si podéis abriros paso hasta tener a la vista las picas de hierro.

Rhulan asintió con la cabeza.

—En ese caso, vamos. Cada instante es precioso.

Mientras Mereia y los escoltas recogían las armas, el Arquihierofante se acercó al noble.

—¿Estás seguro de que podrás con esto? —preguntó, con una mirada intensa clavada en los ojos de Malus—. Estás herido de gravedad.

—He sufrido heridas peores —replicó Malus, sereno—. No temas, Rhulan. Cumpliré con mi parte del plan. Aseguraos de hacer lo mismo.

—El destino del templo..., tal vez de la propia Naggaroth..., está en tus manos. Hasta ahora, Urial aún no ha puesto a prueba la espada, y si podemos ocuparnos de él antes de que se le muestre la espada al pueblo, nadie tendrá por qué saber jamás que esto ha sucedido —dijo el anciano en voz baja—. ¿Cómo vas a separar a Urial de la espada?

Malus se encogió de hombros.

—No lo sé con seguridad, pero creo que implicará un cierto derramamiento de sangre.

—Recuerda lo que he dicho —susurró Rhulan—. Todos saben que la espada no puede ser derrotada en combate. Debes hallar otro modo de vencer a Urial y quitarle el arma, y una vez que esté en tu poder no debe ser usada en ningún caso, ni por ti ni por nadie más. ¡¡Júralo!!

El noble le dedicó al anciano una mirada de desconcierto.

—Como quieras, Arquihierofante.

Rhulan asintió con la cabeza.

—Bien. Muy bien. Cuando tengas la espada, tráemela a mí y serás recompensado.

Malus se esforzó por mantener neutra la expresión de la cara. «¿A qué estás jugando ahora?», se preguntó.

Antes de que pudiera formular más preguntas, se oyó un débil eco por el pasillo situado a la izquierda de Malus. Todos los que estaban en la antecámara quedaron petrificados al oírlo.

—¿Qué es eso? —susurró la sacerdotisa, y aferró el hacha.

El sonido se desvaneció, pero sus ecos permanecieron en la mente de Malus. Apretó las mandíbulas mientras desenvainaba la espada con lentitud.

—Parecía un aullido —dijo.

15. La morada de los muertos

Volvió a oírse el alarido, un grito agudo, casi desesperado, que sonó débilmente por los corredores de la cripta. Los khaineítas intercambiaron miradas de aprensión.

Malus miró a Arleth Vann. El asesino desenvainó sus espadas gemelas con expresión tensa.

—Sea lo que sea, viene hacia aquí —dijo el guardia.

—¿Podría tratarse de un espectro o un espíritu guardián? —preguntó el noble.

Fue Rhulan quien respondió, con un temblor de miedo en la voz.

—Construimos estas tumbas para contener a los muertos, no para darles rienda suelta.

—Entonces, creo que Urial ha venido a buscarnos —gruñó Malus.

Mereia avanzó un paso con movimientos gráciles.

—¿Qué hacemos?

—Tú y Rhulan salid de aquí. Ahora —dijo Malus—. Nosotros ganaremos tanto tiempo como podamos.

El alarido resonó otra vez más por el pasadizo oriental, y luego se transformó en un coro de gritos gorgoteantes que parecía acercarse más y más. Puestos en movimiento por los horrendos sonidos, Rhulan, Mereia y su escolta corrieron hacia el corredor occidental. La anciana tatuada le dedicó a Malus un asentimiento de camaradería al pasar.

—Mata uno por mí —dijo, cosa que hizo que el noble sonriera con malevolencia.

La despedida de Rhulan, cuando se detuvo en la entrada del pasadizo y se volvió a mirar al noble, fue mucho más ceñuda.

—Recuerda lo que he dicho —le advirtió—. El futuro del templo depende de eso.

—Haré lo que haya que hacer —replicó Malus con tono grave—. Cuenta con ello. —«Siempre y cuando sobreviva a los próximos diez minutos», pensó.

No se encontraba precisamente en forma para luchar; era de lo único que estaba seguro. La herida del pecho le dolía al moverse, y sentía las extremidades torpes y débiles. Inesperadamente, pensó en el demonio. Una pizca, una simple pizca del poder de Tz'arkan podría cambiar las cosas.

¿Podría beber un sorbo más de la fuente de corrupción sin perderse para siempre? Podría negociar con el demonio. Podría pedirle justo lo suficiente para superar la batalla inminente, y nada más. Podía hacerlo, ¿no? Si moría allí, en las profundidades de esta cripta dejada de la mano de la diosa, su alma le pertenecería al demonio de todas formas. ¿No era mejor vivir en la corrupción que morir y ser esclavizado para siempre?

Los gritos de los perseguidores sonaron más cerca, y Malus se dio cuenta, demasiado claramente, de hasta qué punto estaba atrapado.

De la oscuridad le llegaron otros sonidos: sonidos deslizantes y húmedos, puntuados por un seco raspar de zarpas. Uno de los leales lanzó un grito de miedo y retrocedió ante el pasadizo.

—Que la Bendita Madre nos proteja —dijo, con voz ronca de tensión—. ¡Vamos a morir todos!

Las palabras hicieron estremecer a todos los khaineítas, pero la sacerdotisa del hacha lanzó un bufido de desprecio.

—Habla por ti mismo, desdichado —replicó, mientras hacía rotar el mango del arma en las manos—. Yo voy a vivir lo suficiente para hacer que esos bastardos paguen por lo que han hecho.

Arleth Vann rió entre dientes.

—Nunca subestimes el poder del puro rencor sanguinario —dijo el asesino—. ¿No es cierto, mi señor?

Malus lo pensó, y una sonrisa lobuna apareció en sus labios.

—Nunca se ha dicho nada más cierto —afirmó, y sopesó la espada—. Los recibiremos en el umbral —dijo con decisión, mientras en su mente tomaba forma un plan de acción—. Prefiero enfrentarme de una en una a las cosas que se aproximan, sean lo que sean.

Los leales cobraron ánimo al ver la expresión feroz del noble, prepararon las armas y corrieron a formar un apretado semicírculo en torno a la entrada. Los sonidos de los perseguidores que se acercaban por el estrecho pasaje se hicieron más fuertes y terribles: un estruendo de deslizamientos, galopes y arañazos dementes que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Malus. De repente, recordó a las retorcidas bestias del Caos contra las que había luchado en la torre de Urial, hacía meses. A pesar de lo terribles que eran aquellas cosas, éstas sonaban muchísimo peor.

La agitada marea de movimiento antinatural los bañó en una avalancha de ruido inquietante, y luego, de repente, cesó. Los druchii clavaron vanamente los ojos en la oscuridad cavernosa, más nerviosos que nunca.

En el aire flotaba una quietud sobrenatural que a Malus le ponía los nervios de punta. Miró al druchii que tenía a la derecha.

—Tráeme una de esas lámparas —susurró, con voz apenas lo bastante alta para que lo oyera. El leal asintió con la cabeza y cogió rápidamente una lámpara que había sobre el pedestal de una estatua rota. Cuando se la entregó a Malus, el noble sintió que el recipiente de latón estaba caliente.

—Veamos con qué nos enfrentamos —dijo Malus, y la lanzó al interior del pasadizo.

La lámpara, del tamaño de una mano, giró por el aire, con la llama oscilando, hasta que chocó contra el suelo de piedra y se partió. El fuego anaranjado despertó a la vida cuando la mecha encendió el aceite que se derramaba, y dejó a la vista a los perseguidores en todo su horror.

Eran tres, tan grandes que no podían pasar dos juntos por el estrecho corredor sembrado de huesos. La luz del fuego se reflejó en una gelatinosa carne brillante, surcada por finas venas negras, que palpitaba con fuerza antinatural. Tenían cuerpos esbeltos y poderosos, similares a los de leones, con las anchas zarpas rematadas por lustrosas garras negras, pero sus cabezas eran como pulpos hinchados. El que estaba más cerca del fuego se alzó de manos, con la blanda cabeza bulbosa latiendo de furia mientras batía el aire con ocho largos tentáculos como látigos. Cada tentáculo tenía cientos de ventosas provistas de un garfio con punta de anzuelo destinado a atrapar y desgarrar a la presa. En el centro de la masa de tentáculos había un cruel pico lustroso que atacaba furiosamente a las delatoras llamas mientras lanzaba un torrente de agudos chillidos y gritos gorgoteantes.

El druchii que estaba junto a Malus gritó como un niño, y las bestias del Caos atacaron.

El perseguidor que iba en cabeza saltó por encima del charco de llamas hacia el druchii, como atraído por el grito. Los tentáculos zumbaron en el aire al salir disparados hacia el aterrorizado elfo oscuro. Uno le golpeó el rostro y desgarró la piel y el músculo como si fueran tela podrida. El olor a salmuera y carne corrompida inundó la nariz de Malus y le provocó arcadas. Los otros tentáculos rodearon al impotente druchii en un abrir y cerrar de ojos, lo envolvieron y alzaron en el aire. Del interior de la móvil red de carnosas cuerdas salieron sonidos de desgarro, y los frenéticos alaridos de agonía del druchii le helaron la sangre a Malus.

—¡Matadlo! —gritó el noble—. ¡En el nombre de la Madre Oscura, matad a esa cosa! —Le asestó a la bestia un tajo de espada en un hombro, pero la gelatinosa carne de la criatura era engañosamente fuerte y la espada rebotó como si hubiera golpeado madera de roble maciza. Arleth Vann se lanzó hacia la bestia y la acometió con una lluvia de estocadas. Las hojas se clavaron apenas dos centímetros en el flanco de la criatura, e hicieron manar finos hilos de icor transparente de olor repulsivo.

Los golpes llovían sobre la criatura por todos lados. La sacerdotisa asestó un temible tajo a dos manos al cráneo bulboso, pero el hacha sólo dejó un corte somero en la carne palpitante. Impertérrita, la bestia del Caos continuó haciendo pedazos a la víctima, mientras la sangre manaba entre los frenéticos tentáculos.

Otros tentáculos zumbaron al atravesar el aire desde el lado izquierdo de la entrada. Malus oyó un alarido estrangulado y, al volverse, vio que otro druchii era alzado en el aire por una segunda bestia del Caos que se encontraba de pie en la pared del pasadizo como si fuera una araña. Una ancha pata había cruzado el umbral para afianzarse contra la pared de la cámara, y Malus vio que la base de la pata de la criatura también estaba ribeteada de ventosas con garfio. La bestia alzó a la víctima del suelo como si fuera un niño, rodeó con un tentáculo el brazo con que blandía la espada, y se lo arrancó en medio de una fuente de sangre caliente.

—¡Madre de la Noche! —maldijo Malus, asustado. No tenían la más mínima posibilidad contra esas bestias—. ¡Corred! —le gritó al grupo de guerreros—. ¡No podemos contenerlos!

Los leales no necesitaban que los convencieran. Retrocedieron y echaron a correr hacia el pasadizo occidental sin lanzar apenas una mirada atrás. Malus, Arleth Vann y la sacerdotisa fueron los últimos en retroceder, y dejaron que las criaturas devoraran a las presas. Aunque eran poderosas, las bestias no parecían más inteligentes que sabuesos de caza y se distraían fácilmente con el olor a sangre, cosa que sugería que sus amos se encontraban probablemente por las inmediaciones.

Other books

Still Life With Crows by Douglas Preston, Lincoln Child
Wicked Pleasures by Lora Leigh
Ninja At First Sight by Penny Reid
Advise and Consent by Allen Drury
Mr. Lucky by James Swain
Ten Novels And Their Authors by W. Somerset Maugham
The Elders by Dima Zales
Remnants of Magic by Ravynheart, S., Archer, S.A.