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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (55 page)

BOOK: La espada oscura
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Varios taurills habían venido corriendo a través del puente para contemplar la ceremonia de la ejecución con una apasionada curiosidad. Lemelisk los echó de allí, y las criaturas de muchos brazos se apresuraron a volver a las cubiertas interiores para reunirse con el resto de la mente—colmena, que estaba reposando después de haber completado su labor.

Durga el Hutt, que seguía imperiosamente sentado en su plataforma levitatoria, empezó a dar órdenes a Sulamar, el impostor imperial.

—Conecte los motores —dijo—. Va a sacarnos de aquí ahora mismo. Ardo en deseos de iniciar la operación.

—Pero... Noble D—Durga, yo no puedo... —tartamudeó Sulamar.

—Confío en sus capacidades, Sulamar. —Durga acarició uno de los botones de las trampas letales con la punta de un dedo verdoso—. ¿O preferiría que me librara de usted y escogiera a algún otro?

—¡No hay ninguna necesidad de hacer eso, noble Durga! —se apresuró a decir Sulamar, y concentró su atención en los controles—. Le agradezco enormemente que tenga fe en mis capacidades. No le decepcionaré.

—Me aseguraré de ello —replicó Durga—. Mi Espada Oscura está terminada. Ya estoy harto de esperar en este rincón perdido del espacio. Empecemos a imponer nuestro poder por toda la galaxia y tomemos lo que nos pertenece por derecho de conquista.

Las palabras de Durga hicieron que Bevel Lemelisk irguiese bruscamente la cabeza y contemplara al hutt con la boca abierta y los ojos llenos de incredulidad.

—No... No irá a utilizar el arma, ¿verdad? —preguntó—. Todavía no ha sido probada. —Lemelisk estaba tan nervioso que las palabras salieron atropelladamente de sus labios—. Noble Durga... Tenemos que verificar todos los subsistemas y...

Durga emitió un ruido tan potente como grosero y barrió los comentarios de Lemelisk con un gesto de su gorda mano.

—Tonterías, ingeniero jefe. Su trabajo ya casi está terminado. No intente prolongar su utilidad. Mis taurills han seguido sus planes con toda exactitud. ¿Qué ha podido salir mal? —Hizo un gesto a Sulamar—. Le he dicho que adelante. Venga, muévase.

Lemelisk retorció nerviosamente los dedos y contempló a los otros miembros de la tripulación. Todos estaban inmóviles en sus sitios, sujetos a los sillones mortíferos. No expresó sus preocupaciones en voz alta, pero tenía un mal presentimiento acerca del funcionamiento general de la superarma. Había encontrado con demasiada frecuencia errores del estilo de los viejos núcleos de ordenador incompatibles y los materiales que no alcanzaban los niveles de eficiencia necesarios. Se habían producido demasiados fallos de comunicación, había demasiadas cosas que no funcionaban como era debido...

Lemelisk sabía que los hutts estaban obsesionados con la idea de sacar el máximo provecho posible a su dinero, pero Durga había aceptado la oferta más barata con una frecuencia muy superior a la permisible para el control de calidad. Los hutts, que eran unos temibles señores del crimen, habían conseguido que se les pasara por alto un axioma comercial básico: siempre recibes aquello por lo que pagas, y nada más que aquello por lo que has pagado.

Lemelisk fue retrocediendo lentamente hacia la puerta del turboascensor mientras la dotación del puente empezaba a trabajar y preparaba la superarma para su primer vuelo.

—Ah... Discúlpeme, noble Durga —dijo— Creo que debería estar abajo, con el superláser, vigilándolo para asegurarme de que todo funciona correctamente.

Durga, que estaba demasiado absorto en el emocionante momento de la largamente esperada entrada en acción, despidió a Lemelisk con un distraído gesto de la mano. Lemelisk entró en el turboascensor, y sintió cómo su estómago intentaba caer hacia sus pies cuando la plataforma inició su rápido descenso. Se palmeó la barriga y oyó cómo dejaba escapar un gruñido de hambre. Se preguntó si tendría tiempo de coger algo de comer, pero acabó decidiendo que no debía correr el riesgo que supondría ese retraso. Si la Espada Oscura no funcionaba tal como Durga esperaba, entonces Bevel Lemelisk estaría metido en un lío muy serio..., y el anciano científico no tenía ninguna intención de estar por allí cuando eso ocurriera.

Ejercitó la parte más útil del valor y, en vez de ir a los sistemas de control del superláser, fue hacia su hangar de lanzamiento particular, donde se apresuró a dirigirse hacia el pequeño deslizador de inspección que había utilizado para supervisar las últimas fases de la construcción de la gran arma.

Toda la tripulación de la Espada Oscura había sido convocada a sus puestos, por lo que el hangar estaba vacío y sumido en la penumbra, con sólo la tenue claridad de los sistemas en fase de activación para iluminar su camino. Lemelisk fue corriendo hasta el deslizador y se metió por la escotilla, doblando sus rígidas rodillas y sus débiles brazos hasta que consiguió instalarse en el asiento. La pequeña carlinga seguía apestando, y Lemelisk deseó haberse acordado de ordenar a los taurills que la limpiaran..., pero ya era demasiado tarde para ello.

Se puso el arnés de seguridad, conectó el sistema de propulsión del deslizador y flotó a través del campo de retención atmosférica, empezando a alejarse de aquel arma gigantesca.

Bevel Lemelisk prefería los riesgos del espacio a la hipotética seguridad de la Espada Oscura.

Capítulo 53

—¡A los puestos de combate! —ordenó Wedge Antilles.

—El arma de los hutts se está moviendo —dijo el oficial táctico, expresando con palabras lo obvio en el mismo instante en que el gigantesco cilindro conectaba sus motores traseros con un destello tan potente como la explosión de una estrella.

—Es enorme —murmuró Qwi—. Ahora entiendo lo que han hecho... Se han librado de toda la superestructura prescindible y han canalizado directamente toda la energía hacia el superláser. Esta arma debería ser más maniobrable que la Estrella de la Muerte, y también debería poder resultar más fácil de recargar y ser capaz de disparar con mayor frecuencia.

—No permitiremos que escape —dijo Wedge.

—Malas noticias, señor —dijo el jefe de sensores, un teniente de nariz puntiaguda y ojos azules un poco más juntos de lo normal. El teniente se dio la vuelta antes de seguir hablando—. Hemos... Señor, hemos perdido la señal del transmisor del general Madine.

La noticia afectó a Wedge con la terrible fuerza de un puñetazo en el estómago.

—Oh, no —dijo, dejándose caer contra el respaldo de su sillón.

Qwi no comprendió su reacción.

—Pero hemos encontrado el arma —dijo—. Ahora ya no necesitamos el transmisor, ¿verdad?

Wedge respondió con voz tensa y enronquecida. Su intención inicial era dirigirse únicamente a ella, pero el silencio que acababa de adueñarse del puente permitió que todos oyeran sus palabras.

—Ese transmisor está sintonizado con el monitor vital de Madine. Si el transmisor ha dejado de enviar su señal, eso quiere decir que...

Wedge se irguió en su sillón y señaló hacia adelante con un violento gesto de la mano.

—Todos los sistemas de armamento a máxima potencia —dijo—. No debemos permitir que escapen. El Yavaris y el
Dodonna
seguirán un vector de aproximación directo. Las corbetas corellianas dispararán contra los motores traseros para reducir su velocidad. —Apretó los dientes—. Esta vez los hutts han escogido las víctimas equivocadas.

El jefe de sensores devaroniano lanzó un graznido de alarma en la cubierta de mando de la Espada Oscura y alzó su cornuda cabeza.

—¡Se aproxima una flota rebelde, noble Durga! Están activando sus sistemas de armamento.

—¿Qué? —Durga retrocedió, abriendo y cerrando sus enormes ojos que parecían linternas—. ¿Cómo nos han encontrado? —Después se volvió hacia Sulamar—. Bien, ha llegado el momento de poner a prueba sus habilidades de pilotaje.

Los motores lanzaron un nuevo estallido de luz y la Espada Oscura se puso en movimiento y fue adquiriendo velocidad. El palpitar ahogado vibró por todo el casco en una ondulación de potencia contenida a duras penas. La Espada Oscura fue acumulando más y más inercia. Durga dejó escapar una carcajada de deleite, complacido ante el excelente comportamiento de su superarma.

Y entonces un estridente gemido metálico brotó de los motores ocultos en las profundidades del núcleo, y fue seguido por un retumbar y un golpe sordo.

Durga miró a su alrededor, visiblemente preocupado. Sulamar estaba concentrado en los controles de pilotaje, mordiéndose los labios y fingiendo no haber oído nada que se saliera de lo corriente. Chorros de sudor brotaban de sus sienes. El extraño sonido se desvaneció, y Durga lo ignoró.

—Activen el superláser —ordenó el señor del crimen hutt—. Debemos estar preparados para disparar cuando llegue el momento adecuado. Aniquilaremos a la flota rebelde y la convertiremos en polvo espacial.

Los navíos de combate de la Nueva República persiguieron a la Espada Oscura, abriéndose paso a través de los restos de basura espacial del cinturón de asteroides en una veloz trayectoria. Los escudos empezaron a emitir cegadores destellos a medida que iban desintegrando las pequeñas rocas que se cruzaban en su camino. Pero algunos fragmentos más grandes lograron abrirse paso y chocaron con el casco del Yavaris.

—Esa arma hutt es como un inmenso ariete —dijo Wedge—. Está rompiendo los restos rocosos.

Una corbeta corelliana sufrió un impacto lateral al chocar con un meteoro de grandes dimensiones que daba tumbos por el vacío, y empezó a quedarse rezagada. El capitán informó a Wedge de que sus motores habían padecido serios daños, pero los campos de retención y los mamparos estancos habían impedido que el aire escapase por las pequeñas brechas abiertas en el casco.

—No hemos perdido ningún tripulante —añadió—, pero las reparaciones nos mantendrán ocupados durante algún tiempo. Vayan a acabar con los hutts por nosotros, señor.

Wedge asintió.

—Haremos cuanto podamos.

—Se dirigen hacia la parte más densa del campo de asteroides, general Antilles —dijo la navegante, que tenía el rostro empalidecido por la tensión.

—Entonces vamos a ir detrás de ellos —replicó Wedge.

La fragata de asalto disparó sus baterías turboláser e hizo pedazos un asteroide que venía hacia ellos. El
Yavaris
atravesó la nube de pequeños fragmentos rocosos sin que éstos causaran daños graves.

—Gracias,
Dodonna
—dijo Wedge.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca de la superarma hutt, Wedge ordenó que todas las naves abrieran fuego.

Los asteroides empezaron a girar locamente a su alrededor a medida que el campo se fue volviendo más y más denso, y Sulamar hizo frenéticos esfuerzos para mantener a la Espada Oscura en la trayectoria de evasión correcta. Era una tarea imposible, y Durga dedicaba demasiado tiempo a mantener su rechoncho dedo suspendido sobre el botón de «ejecución» conectado al sillón de Sulamar.

—No podré seguir este rumbo durante mucho rato, noble Durga —acabó diciendo Sulamar—. Estamos en la parte más letal del cinturón de asteroides. Ninguno de nuestros navíos de exploración se ha atrevido jamás a entrar aquí.

—Entonces los rebeldes no osarán seguirnos —dijo Durga.

—¡Pero mire lo que hay ahí fuera, Durga! —chilló Sulamar, señalando las rocas del tamaño de lunas que se deslizaban unas sobre otras como los molares de una bestia que tuviera las dimensiones de un planeta.

—¿He de elegir otro piloto? —preguntó Durga.

—No, noble Durga —replicó Sulamar con un murmullo lleno de exasperación.

El hutt asintió.

—Nuestro superláser está activado y cargado —dijo—. No tenemos ningún motivo de preocupación.

Sulamar tragó saliva, y pensó que a él sí se le ocurrían muchas cosas de las que preocuparse.

La flota rebelde se lanzó sobre ellos y abrió fuego con todos sus sistemas de armamento. Cada andanada era insignificante en sí misma, pero centenares de haces surgidos de las baterías turboláser dieron en el blanco y empezaron a arrancar planchas más o menos sueltas del casco de la Espada Oscura, sacudiendo los componentes con las vibraciones de los impactos y haciendo que sus conexiones se fueran aflojando poco a poco. Los inquietantes ruidos procedentes de las profundidades del núcleo se volvieron más estrepitosos.

La Espada Oscura no tenía ninguna defensa exterior o torreta turboláser propia, y tampoco contaba con escuadrones de cazas TIE para hacer huir a las naves rebeldes que la acosaban. Algunos de los asteroides de mayor tamaño surgieron repentinamente a un lado de ellos, y los choques abollaron el casco del arma con sus tremendos impactos..., pero Sulamar siguió adelante con el rostro paralizado en una mueca de tensa preocupación. Durga castigaría severamente cualquier error..., si conseguían sobrevivir a él.

El impostor que se había fingido general alzó la mirada hacia su trayectoria de vuelo y contempló una pesadilla. La Espada Oscura estaba avanzando demasiado deprisa para poder maniobrar con efectividad. La estructura volvió a gemir y chirriar, y los sonidos que llegaban de las profundidades del núcleo sobresaltaron a Sulamar.

Dos de las rocas más grandes que había visto hasta aquel momento giraban delante de ellos y se unían en un pesado rechinar, como fauces de granito que aguardaran una nueva presa. Sulamar sabía que a la velocidad a la que avanzaban nunca podrían esquivar los planetoides lanzados en sus trayectorias de colisión mutua, y cerró los ojos.

Durga alzó la mano en un gesto desafiante.

—Quite de en medio a esos asteroides que se interponen en nuestro camino —dijo con arrogancia—. ¡Dispare el superláser!

El dedo de Sulamar tembló sobre el botón de disparo, pero no podía vacilar. Iban directos hacia los asteroides. Pulsó el botón y se tapó los ojos para protegerlos del cegador destello del mortífero haz de energía.

—¡Disparando el superláser, señor!

Pero en vez de un aullido de destrucción y una oleada de poder lanzada a través de la superarma, Sulamar sólo oyó un ruidoso siseo. Un chorro de chispas brotó del extremo delantero de la Espada Oscura, pero eso fue todo.

—¡Oh, no! —gritó Sulamar.

Pulsó el botón una y otra vez..., pero la Espada Oscura se negó a disparar.

Los dos planetoides chocaron, atrapando a la superarma hutt entre ellos. La Espada Oscura quedó aplastada en un instante y se convirtió en otro gigantesco resto espacial que se pasaría toda la eternidad flotando a la deriva en el campo de asteroides de Hoth.

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