La espada oscura (60 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La espada oscura
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—¿No podemos navegar? ¿No podemos movernos? —gritó.

Después se volvió lentamente hacia su pantalla visora mientras el inmenso gigante gaseoso iba llenando todo el campo de visión, haciéndose más y más grande a cada segundo que pasaba. El
Caballero del Martillo
flotaba a la deriva sobre una irresistible oleada de inercia, siguiendo su último rumbo..., pero de repente empezó a virar, atraído por las irrompibles cadenas de gravedad que emanaban del enorme Yavin.

Los verdes ojos de Daala parecieron nublarse, como si estuvieran siendo invadidos por un vapor invisible que brotaba de las profundidades de su ser.

—Compruebe nuestro curso —murmuró—. Dígame que me equivoco.

El navegante clavó los ojos en el ventanal, como si hubiera visto y comprendido el mismo destino horrible que Daala acababa de imaginar.

—¡He dicho que compruebe nuestro curso! —gritó Daala para sacarle de su estupor.

El navegante se irguió, sobresaltado, y después se apresuró a solicitar los datos de las pantallas que necesitaba consultar.

—Los ordenadores no funcionan, almirante. Permítame hacer una doble comprobación manual. —Tecleó los códigos de una serie distinta de sensores y su rostro se ensombreció—. Vamos directamente hacia el planeta, almirante... Es una caída en picado. A menos que consigamos recuperar toda la potencia motriz y pronto, no hay ninguna forma en todo el universo de salvar esta nave.

Daala fulminó con la mirada al crucero rebelde que seguía huyendo. En aquellos momentos lo único que deseaba era verlo estallar, porque al menos así podría disfrutar de esa pequeña satisfacción.

Cinco Destructores Estelares de la clase Victoria habían continuado persiguiendo a los rebeldes sin dejar de lanzarles andanadas cuando el resto de la flota de la Nueva República apareció de repente ante ellos. Había docenas y docenas de refuerzos: fragatas de asalto, corbetas corellianas, cinco cruceros más de Mon Calamari, cruceros de asalto de la clase Loronar, cañoneras... La fuerza rebelde era realmente abrumadora.

Daala quiso lanzar un grito de furia y desesperación, pero lo guardó en su interior y la ira fluyó como lava, comprimiéndose hasta convertirse en un diamante de desesperada decisión. Daala empezó a pensar a toda velocidad. Tenía que ser realista. No debía permitir que su furia afectara a su capacidad de pensar racionalmente tal como había hecho la última vez. Tenía que pensar en el futuro del Imperio, no en su venganza personal.

La venganza llegaría después. Ya habría tiempo para eso.

Todavía contaba con la flota de Pellaeon. Seguía teniendo numerosos navíos de la clase Victoria. Un número cada vez mayor de grandes cruceros de batalla estaba siendo construido en los astilleros imperiales. Aquello sólo era un revés temporal. Tenía que reconsiderar su estrategia..., aunque quizá había quedado tan humillada que nunca más debería tratar de guiar a la flota imperial.

Pero de momento el
Caballero del Martillo
estaba condenado, y no había nada que Daala pudiera hacer al respecto. Daala tuvo la extraña sensación de que le habían arrebatado todas las opciones. Sólo le quedaba una posibilidad: tenía que escapar y reunirse con la flota de Pellaeon.

El elevado nivel de automatización del
Caballero del Martillo
hacía que sólo necesitara una tripulación relativamente pequeña. Toda la dotación podía caber sin problemas en los centenares de módulos de evacuación si iban hacia allí sin perder ni un instante. Su tripulación de leales soldados podría escapar para volver a combatir.

Daala hizo sonar su alarma personal, y su voz atronó desde los sistemas de intercomunicación.

—Aquí la almirante Daala —dijo—. Estoy ordenando la evacuación inmediata de este Súper Destructor Estelar. ¡Que todo el personal abandone la nave! Vayan a los módulos de evacuación más cercanos y láncenlos al espacio. Hay varios Destructores Estelares de la clase Victoria cerca para recogernos, y la flota del vicealmirante Pellaeon viene hacia aquí. Pero esta nave va a chocar con el planeta.

Cerró el canal de comunicaciones y contempló el puente bañado por la claridad rojiza de las luces de emergencia. Los paneles del techo emitieron un breve parpadeo blanco, pero no lograron encenderse. Su dotación estaba mirándola fijamente, asombrada al ver que Daala había dado la orden de retirada.

—¡Váyanse! —les gritó—. Es una orden. Vayan a los módulos de evacuación.

—Pero almirante... ¿Y usted? —preguntó el teniente de rostro sonrosado.

Las lágrimas brotaban de sus ojos. El aire estaba lleno de humo, pero Daala comprendió que el teniente no lloraba debido a una irritación química, sino que su llanto se debía a la desesperación que sentía ante la gloria perdida del Imperio.

—Les he dado órdenes de evacuar la nave, teniente —dijo Daala y le dio la espalda, negándose a moverse.

La dotación del puente lanzó una última mirada a su comandante y después echó a correr por los pasillos, dirigiéndose hacia los módulos de evacuación.

Daala se quedó sola en su puesto de mando mientras el universo se derrumbaba a su alrededor. Clavó la mirada en el ventanal sin decir palabra, con el rostro blanco y los labios apretados en una tensa línea.

El
Caballero del Martillo
siguió precipitándose hacia su destrucción, una colosal masa metálica cuya parte posterior ya fundida dejaba escapar chorros de fuego radiactivo. Pero Daala permaneció inmóvil, como una capitana decidida a cumplir el último deber de perecer con su nave.

Capítulo 59

Pero Daala no tenía ninguna intención de permitir que todo acabara allí.

Cuando el personal del puente lo hubo evacuado, dejándola sola delante del timón mientras la nave caía hacia su inevitable destrucción, Daala supo que aquella imagen quedaría grabada de forma imborrable en las mentes de sus tripulantes. Si alguno de ellos sobrevivía gracias a los módulos de evacuación, Daala podía estar segura de que su leyenda seguiría viviendo.

Pero Daala estaba decidida a sobrevivir, aunque el hacer planes secundarios nunca estaba de más. Tenía otras batallas que librar por el Imperio, y contaba con más formas de seguir atacando a la Alianza Rebelde.

Esta vez al menos había causado serios daños al enemigo. Su victoria no era total..., pero su derrota tampoco lo era.

Daala fue hasta el muro que se alzaba junto al puesto de mando, desde donde accedió a su espaciosa sala y los compartimentos privados que contenían módulos de evasión programados para responder única y exclusivamente a los códigos de los altos oficiales. Hasta entonces Daala había pensado que aquel enorme recinto, con todas sus comodidades y sistemas duplicados para circunstancias especiales, era un lujo extravagante e injustificable, pero en aquel momento bendijo al diseñador que había previsto todas las contingencias posibles.

Otra oleada de explosiones esparció su sordo palpitar por el casco del
Caballero del Martillo
, sacudiendo violentamente la nave de un lado a otro. Daala lanzó una última mirada a los ventanales del puente y vio cómo el gigantesco pozo gravitatorio de Yavin se iba haciendo más grande a cada minuto que pasaba, abriendo sus fauces hambrientas mientras esperaba la ocasión de devorar su nave. Tenía que escapar..., y de inmediato. El Súper Destructor Estelar quedaría aplastado en cuestión de instantes, y su casco exterior ya había empezado a arder mientras se abría paso a través de las capas superiores de la atmósfera con un estridente aullido.

Daala se tambaleó cuando otra explosión hizo temblar la nave negra. Las luces de su sala privada parpadearon durante unos momentos antes de que el rojo resplandor de los sistemas de emergencia volviera a estabilizarse. Daala buscó la pequeña cámara trasera que contenía los módulos de emergencia..., y se quedó inmóvil cuando vio una silueta solitaria esperándola allí.

Era un Caballero Jedi.

Una mujer se alzaba delante de ella, empuñando una espada de luz cuya hoja de energía relucía con el resplandor amarillo de un sol. El haz color topacio crujió y chisporroteó en la penumbra impregnada de rojo de la nave condenada a la destrucción.

—Te he estado esperando, almirante Daala —dijo Calista.

Por fin podía encararse con su némesis imperial.

Calista hizo una rápida inspiración de aire, sintiéndose levemente mareada de puro júbilo e impaciencia. Unas explosiones maravillosamente ruidosas seguían ondulando a través del Súper Destructor Estelar, indicando la progresión de las reacciones en cadena que se iban produciendo a medida que la destrucción avanzaba por el interior del
Caballero del Martillo
.

Daala, la impredecible almirante imperial de férrea voluntad sobre la que Calista había oído contar tantas leyendas, tenía un aspecto acosado y cadavérico bajo las luces de emergencia de su sala particular.

Daala se había quedado paralizada al verla, y su rostro estaba contorsionado en una mueca de furia.

—No puedo creerlo... ¡Vaya donde vaya, siempre me encuentro con alguna alimaña Jedi! —Daala escupió las palabras y dio un paso hacia adelante—. No puedes detenerme.

Calista se mantuvo inmóvil delante de las escotillas de acceso a los módulos de emergencia.

—Me basta con hacerte perder unos momentos, Daala —dijo—. Eso será suficiente. —Su espada de luz latía en su mano—. Y cuento con los medios necesarios para conseguirlo.

Calista sintió cómo la profunda ira oculta en sus entrañas empezaba a hervir dentro de ella. La almirante Daala era el blanco para su rabia..., y en aquel momento tan cercano al dramático final de su vida, al igual que había ocurrido a bordo del Ojo de Palpatine, Calista se encontró llena de una repentina libertad. Quería volver a establecer contacto con la Fuerza una sola vez más, y dejarse manchar por el lado oscuro ya no le importaba en lo más mínimo si ésa era la única forma..., y lo era. Daba igual, porque la nave quedaría destruida en cuestión de momentos.

Lo único que importaba era impedir la huida de Daala y que pudiera seguir sembrando la destrucción por toda la Nueva República. Si se enfrentaba a la tentación de las sombras, Calista podría volver a utilizar la Fuerza. Podría utilizar su lado oscuro, y sería capaz de emplear las capacidades que resultaban más fáciles de manejar y aquella fuerza que se volvía más y más poderosa debido a sí misma y no a cualquier cualidad innata que pudiera tener quien la empleaba.

Las posibilidades bailotearon ante sus ojos grises como volutas de humo, torturándola con sus promesas y pidiéndole que alargara las manos y las cogiera, aunque entonces tal vez ya no fuera capaz de volver a soltarlas...

La almirante Daala percibió su instante de vacilación y extrajo la pistola desintegradora de la funda que colgaba de su cadera. Un veloz gesto de su dedo colocó el dial de intensidad en MATAR, y Daala disparó un rayo desintegrador contra Calista.

Calista no podía evitar el haz letal, pero sí podía usar la Fuerza para mejorar sus capacidades. No tenía otra elección, y le bastó una fracción de segundo para dejarse llevar por sus reflejos.

Usó la espada de luz como si fuera una extensión de sí misma, y lanzó un potente golpe defensivo con ella. Su arma Jedi sabía adónde tenía que ir, y fue siguiendo el camino inexorable de la Fuerza hasta que la hoja color topacio chocó con cada haz desintegrador mientras Daala disparaba una y otra vez. Las llamas mortíferas se reflejaron en la espada de luz de Calista y salieron despedidas en todas direcciones para dejar manchas negras sobre las paredes metálicas de la sala.

Daala disparó cuatro veces, pero Calista permitió que la Fuerza fluyera a través de ella en cada ocasión y dejó que el lado oscuro guiara sus acciones. Hirviendo de ira, lanzó golpes a diestra y siniestra, desviando los haces desintegradores de Daala.

—La Fuerza es más poderosa que tú, Daala —dijo Calista por entre sus dientes apretados.

Podía sentir aquel poder aterrador que se agitaba dentro de ella a medida que su ira se iba alimentando de sí misma y se iba volviendo más y más poderosa. ¡Podía volver a sentir la presencia de la Fuerza! Calista intentó alejarse del lado oscuro y se concentró en reprimir sus esfuerzos, tratando de liberarse antes de que su presa llegara a volverse demasiado fuerte.

Daala dejó de disparar..., pero sólo durante un instante mientras ajustaba el dial de intensidad en ATURDIR. Después la almirante volvió a disparar antes de que Calista pudiera reaccionar. Esta vez el ataque no consistió en un chorro de energía concentrada, sino en grandes arcos de tenue energía azulada.

Calista alzó la espada de luz para desviar la oleada aturdidora, pero la energía paralizante onduló a su alrededor, llegando desde todas las direcciones a la vez, y su impacto hizo que Calista cayera al suelo. Su espada de luz sufrió un cortocircuito y se apagó con un último destello..., y Calista se hundió en la negrura...

Daala se alzó sobre la Jedi caída y apartó la espada de luz apagada con una patada de su reluciente bota negra.

La atmósfera de Yavin arañaba el casco del
Caballero del Martillo
con un gemido de espíritus condenados. Los vientos tiraron salvajemente de la nave indefensa mientras se precipitaba hacia las profundidades de aquel pozo gravitatorio que no tardaría en aplastarla.

Daala clavó los ojos en la Jedi aturdida, irritada ante la temible idea de que aquella breve batalla pudiera haber supuesto un retraso excesivo y ya no le fuese posible escapar.

—Te dije que no podías detenerme —murmuró, y pasó por encima del cuerpo inconsciente de Calista para ir al módulo de emergencia.

Capítulo 60

Las batallas de la selva seguían su encarnizado curso, pero la ofensiva de los vehículos de asalto de superficie imperiales empezó a perder su ímpetu inicial a medida que los Caballeros Jedi iban organizando una brutal defensa de guerrillas, destruyendo caminantes de exploración, Colosales y Fortalezas Volantes. Los cazas y bombarderos TIE restantes trazaban círculos en las alturas, pero la mayoría ya habían sido borrados de los cielos por proyectiles lanzados mediante la Fuerza.

Luke Skywalker luchaba con todas sus energías, la espada de luz palpitando en su mano..., pero su atención estaba concentrada en su desesperada búsqueda mental de Calista.

Si alzaba la mirada hacia el maltrecho dosel de la jungla, podía ver la hinchada masa del planeta Yavin llenando una gran parte del cielo sobre su cabeza. La astilla negra que era el
Caballero del Martillo
resultaba claramente visible y producía un extraño eclipse triangular sobre el gigante gaseoso.

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