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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Inglaterra (32 page)

BOOK: La formación de Inglaterra
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Sea como fuere, después de algunas luchas, Felipe llegó a un acuerdo con Juan en 1200 por el cual sacrificó los intereses de Arturo a cambio de considerables concesiones (incluso un pago en dinero y el abandono de alianzas extranjeras por parte de Juan). Felipe, en retribución, reconoció a Juan corno rey y otorgó a Arturo solamente el título de duque de Bretaña. Además, por este título, Arturo tenía que prestar homenaje a Juan.

Hecho esto, Felipe sólo necesitaba provocar una lucha con Juan. Entonces podría conquistar las partes francesas del Imperio Angevino sin tener que entregarlas a ningún Plantagenet rival, como Arturo. La excusa se le presentó pronto.

En 1200, Juan se casó, con una considerable premura, con una joven dama (en verdad, de sólo trece años de edad) llamada Isabella, heredera de Angulema, un condado estratégico de la parte septentrional de Aquitania. Se dice que la dama era muy bella, pero Juan se hubiese casado con ella de todos modos, pues las tierras que ella dominaba eran importantes para él. Se divorció de su primera mujer, una inglesa, y fue coronado junto con Isabella.

El problema era que Isabella, por la época de su apresurado matrimonio, estaba comprometida con un miembro de una poderosa familia feudal agraviada y apeló a Felipe II.

Felipe escuchó gravemente. Como rey de Inglaterra, Juan era un soberano independiente, pero como señor de Normandía, Anjou, Aquitania, etc., Juan era vasallo de Felipe, al igual que el señor agraviado. Felipe, como juez de una querella entre vasallos, optó por atenerse estrictamente a la letra del derecho feudal y emplazó a Juan a que compareciese ante él para responder a las acusaciones.

Juan no acudió, desde luego. Su dignidad como rey de. Inglaterra se lo impedía, y Felipe sabía que no comparecería. Al no acudir Juan, estaba en desacato, y Felipe podía, siempre de acuerdo con la letra del derecho feudal, despojar a Juan de las tierras que poseía como vasallo.

Naturalmente, eso no significaba nada a menos que Felipe estuviese dispuesto a tomar las tierras por la fuerza, pero esto era exactamente lo que planeaba hacer, y con sonoras proclamas de que el derecho estaba de su lado.

Los guerreros vasallos de la parte francesa del Imperio Angevino ahora abandonaron a Juan. Muchos de ellos pensaban honestamente que Arturo era el legítimo heredero y vacilaban en luchar por Juan. Otros pensaban honestamente que Juan estaba en desacato y combatía por una causa injusta. Y otros sencillamente no gustaban de Juan (quien no tenía la menor popularidad) y estaban contentos de tener una excusa para no moverse. En cuanto a los vasallos ingleses de Juan, ya habían llegado a ser suficientemente ingleses como para sentir que su patria era Inglaterra y odiaban cruzar el Canal por algo que empezaron a considerar como intereses extranjeros.

Sin embargo, Juan reunió los hombres que pudo y luchó. Defendió bien el Château Gaillard de Ricardo. En 1203, cuando su madre Leonor (aún viva) fue sitiada en Mirebeau, a pocos kilómetros al sur de Anjou, Juan se apresuró a acudir a su rescate. El ejército sitiador estaba conducido por su sobrino Arturo de Bretaña, y en la batalla que se libró Arturo fue hecho cautivo.

Juan encarceló a Arturo en Ruán, y el joven (de sólo dieciséis años) nunca fue vuelto a ver. Se presume que murió al poco tiempo y es casi universal la creencia de que Juan lo hizo matar. Se lo acusó de ello en su época y si hubiese podido negarlo, lo habría hecho, pues el hecho era ruinoso para su causa.

Bretaña estaba sulfurada por el aparente asesinato de su príncipe; su principal obispo acusó a Juan de asesinato; el rey de Francia hizo lo que pudo para difundir la acusación; y los vasallos franceses de Juan que aún permanecían fieles a él ahora empezaron a desertar en cantidad. Usurpar el Reino al heredero legítimo estaba mal, pero matar al heredero legítimo era infinitamente peor. Un crimen semejante tenía que ser castigado terriblemente por el Cielo, y pocos deseaban compartir el castigo.

Juan, que no experimentaba temores espirituales, siguió luchando, pero ahora Felipe obtuvo un triunfo tras otro. Château Gaillard cayó; Normandía fue invadida; y Ruán, la capital de Guillermo el Conquistador, fue asediada.

En 1204, Juan fue totalmente derrotado. Tuvo que reconocer la pérdida de todos sus territorios franceses y se retiró a Inglaterra sin ellos. Era Juan Sin Tierra en un sentido muy diferente de aquel que originariamente le había ganado ese apodo.

Felipe había triunfado de manera sorprendente y realizado las ambiciones de su padre. Había destruido el Imperio Angevino exactamente después de medio siglo de existencia. Inglaterra aún poseía territorios en el sudoeste, pero ellos solos (separados de la isla por una vasta franja de territorio francés) no podían constituir una amenaza para la existencia misma de la monarquía francesa.

Hasta Normandía se perdió. Había sido creada por Hrolf el Caminante en 911 y conservada por sus descendientes durante tres siglos. Desde ella, los normandos habían partido para conquistar Inglaterra, el sur de Italia, Sicilia y partes de Tierra Santa. Ahora Juan, descendiente de Rollón y tataranieto de Guillermo el Conquistador, la había perdido.

Y Leonor de Aquitania finalmente murió en 1204, a la edad de ochenta y dos años. Había sido su casamiento con Enrique II, medio siglo antes, lo que había creado el Imperio Angevino, y vivió lo suficiente para verlo destruido.

El papa y Juan

Sin duda, Juan no aceptó la destrucción del Imperio como algo definitivo. Durante los diez años siguientes se preparó cuidadosa y tenazmente para tomarse la revancha con Felipe. Pero el inconveniente era que había sido despojado de los medios apropiados para conseguirla. La pérdida de vastos territorios franceses no fue sólo un golpe a su orgullo, sino que implicaba la pérdida de grandes rentas. Para recuperarlas necesitaba dinero, y no podía obtenerlo por medios normales de su reino contraído, al menos no en cantidades adecuadas. Se vio obligado a aumentar los impuestos y a apelar a medios irregulares de recaudar dinero. Su impopularidad, notoria desde el principio y aumentada como resultado de la muerte de Arturo y pus propias derrotas, ahora llegó a una altura febril.

Peor aún, se estaban gestando problemas con la Iglesia. En 1205, Hubert Walter, arzobispo de Canterbury, que tan hábilmente había administrado los asuntos ingleses en el último período del reinado de Ricardo, murió. Se planteó la cuestión de quién habría de sucederle. El rey Juan, naturalmente, tenía un candidato. Y en condiciones ordinarias ese candidato habría sido elegido arzobispo y, según todas las probabilidades, habría ayudado a Juan a recaudar dinero, aun a expensas de la Iglesia.

Desgraciadamente para Juan, era papa por entonces Inocencio III, el más enérgico y (desde el punto de vista político) el más triunfal ocupante del cargo en la historia. Bajo su pontificado, el papado llegó a la cúspide de su poder material, y era el firme deseo de Inocencio establecer la supremacía del papa en la cristiandad, por encima aun de los monarcas.

Inocencio vio entonces la oportunidad para matar tres pájaros de un tiro. Impidiendo la designación del candidato de Juan, evitaría el posible saqueo de la Iglesia de Inglaterra y demostraría la superioridad pontificia sobre la monarquía inglesa. Imponiendo en cambio su propio candidato, haría que la Iglesia de Inglaterra fuese gobernada en interés del papado y no de la monarquía. Y eligiendo a Esteban Langton como el hombre apropiado para el cargo, daría a Inglaterra un arzobispo de Canterbury que se hallaba particularmente bien cualificado, pues era un gran sabio.

Juan sabía perfectamente que Langton era un gran sabio, pero también sabía que Langton sería un gran enemigo suyo. Aunque inglés de nacimiento, Langton había sido educado en la Universidad de París y había pasado un cuarto de siglo en un medio francés. Era completamente inaceptable para Juan, y ello era comprensible, según criterios modernos.

Pero según los criterios de la Iglesia medieval, la oposición de Juan no sólo no era razonable, sino que era pecaminosa. Cuando Juan se negó a permitir que el nuevo arzobispo ocupara su cargo, Inocencio puso a toda Inglaterra bajo el entredicho, en marzo de 1208. Esto significaba que todas las funciones eclesiásticas quedaban suspendidas (excepto el bautismo y la extremaunción) y la población desprovista de todo auxilio espiritual. Ni siquiera se podía hacer sonar las campanas de las iglesias.

Este era un castigo terrible para una población medieval, pero Juan no cedió. Mediante la fuerza, obligó a trabajar a muchos sacerdotes, y mantuvo lo que consideraba como su prerrogativa real. (Fue esto, más que otra cosa, lo que hizo que los monjes cronistas lo vilipendiaran y le dieran su negra reputación para la posteridad.)

Después de un año y medio de tal situación, Inocencio decidió usar un arma más específicamente dirigida contra Juan. En noviembre de 1209, lo excomulgó. Ya no era el Reino en general el castigado, sino el rey en persona. No podía participar en ningún oficio religioso y sus súbditos quedaban liberados de toda obligación hacia él. El papa llegó hasta intentar deponer a Juan y entregar su reino a Felipe de Francia.

Y con todo, Juan resistió. De hecho, había varios factores que actuaban a su favor. Muchos barones rechazaban los dictados de un papa italiano y un arzobispo afrancesado y permanecieron del lado de Juan. Además, Juan tenía lo que hoy llamaríamos «patronato». Tenía dinero para pagar soldados, tierras con las que recompensar a los leales y la capacidad para despojar de sus tierras a los desleales. Podía (y lo hizo) retener a los hijos de algunos de los barones como garantía de la buena conducta de los padres. De hecho, hasta se adueñó de propiedades eclesiásticas y las usó como fuentes de rentas, de modo que pudo reducir los impuestos y ganar un poco de popularidad.

Por otro lado, hubo una fuga de clérigos de Inglaterra, pues muchos no querían permanecer en una tierra donde el rey podía obligarlos a cumplir funciones que el papa les prohibía realizar, y por ende enfrentarse con el martirio o la condenación. Su partida privó a Inglaterra de gran parte de su clase administrativa, y Juan halló cada vez más difícil gobernar el país.

Era cuestión de cuál de las partes aguantaba más que la otra y, a medida que los meses pasaban, Juan comprendió que Inocencio III no cedería. El papa podía esperar eternamente, pero Juan tenía un severo límite de tiempo. Se acercó a ese límite cuando planeó invadir Francia para recuperar su imperio, pero no podía hacerlo mientras estuviera excomulgado. También, mientras permaneciera en Inglaterra podía asegurarse la lealtad de los barones, pero tan pronto como estuviese fuera del país, y excomulgado, sin duda se levantarían contra él.

Así, en 1213, lanzó un suspiro de resignación y decidió someterse. Permitió que Esteban Langton asumiera su cargo como cuadragésimo cuarto arzobispo de Canterbury, y éste absolvió al rey. A cambio, Juan convino en entregar su reino al papa y en adelante gobernar como vasallo pontificio. Fue una gran humillación, pero tenía su valor. Juan pagó al papa un tributo anual de mil marcos, y éste fue el apogeo de la soberanía papal. En retribución, Juan se aseguró de que Felipe no podía invadir territorio inglés, pues se había convertido en territorio de la Iglesia.

Ahora Juan pudo tratar de recuperar su imperio.

A tal fin, había construido cuidadosamente un sistema de alianzas, en particular con el emperador alemán Otón IV. Este era hijo de Enrique el León, que se habla casado con Matilde, la hija de Enrique II y hermana de Juan. Así, el emperador era sobrino del rey inglés.

Enrique el León había sido expulsado de sus tierras por las vicisitudes de la política alemana y había buscado refugio en territorio angevino. Allí su hijo Otón había sido educado en la corte de Ricardo Corazón de León y hasta llegó a ser nombrado duque de Aquitania. En 1198, la vida de Otón tuvo otro sorprendente cambio al ser elegido emperador alemán.

Por consiguiente, Otón estaba unido a Juan por vínculos de sangre y de crianza, y Felipe II era su enemigo común. Una vez terminada la querella con la Iglesia Juan se preparó para atacar a Francia de concierto con Otón y con cuantos personajes menores pudo aliarse.

Juan tenía que atacar desde las tierras que aún conservaba en la costa sudoeste de Francia mientras Otón la invadía por el noreste.

Desgraciadamente para los aliados, no hubo sincronización entre ellos. Si Otón y Juan hubiesen actuado juntos, Felipe habría tenido que dividir sus fuerzas y muy probablemente habría sido derrotado. Pero Otón se retrasó y Juan atacó solo en el sudoeste. Fue derrotado.

Cuando Otón finalmente se movió, junto con los contingentes ingleses que se habían unido a su ejército, hubo un solo frente bélico y Felipe pudo trasladar todas sus fuerzas al noreste.

Los dos ejércitos se encontraron en Bouvines el 27 de julio de 1214. Bouvines era una aldea situada a dieciséis kilómetros al sudeste de Lille. Fue una batalla confusa en la que los caballeros hicieron resonar los aires con el choque del metal contra el metal, pero fue muy poco sangrienta, al menos para esos caballeros. El desarrollo de la armadura había llegado a un grado tal que el caballero era como un núcleo oculto en un caparazón muy duro.

En verdad, en cierto momento, el mismo Felipe II fue acosado y tirado de su caballo. Los soldados enemigos trataron entonces de hallar algún resquicio de su armadura por donde clavarle una lanza, pero fracasaron. Antes de que pudiesen quitarle la armadura, Felipe fue rescatado.

En definitiva, el resultado del combate fue que las fuerzas del emperador resultaron rechazadas. La victoria de Felipe II fue completa, y la batalla de Bouvines fue una de las batallas decisivas de la Edad Media.

Otón IV perdió su título imperial y Juan la última esperanzó de recuperar el Imperio Angevino. Había perdido la revancha, y el resultado fue definitivo.

Mas por mucho que la pérdida pueda haber perjudicado a quienes aspiraban a la victoria y a tener grandes dominios, fue una bendición para Inglaterra. El fracaso de Juan hizo más por la nación que toda la astucia de Enrique II y toda la vida de caballero errante de Ricardo Corazón de León.

Mientras la aristocracia considerase a Normandía como su verdadero hogar y mientras existiese el Imperio Angevino, Inglaterra parecería a los guerreros normandos un puesto avanzado bárbaro. Enrique II sólo pasó en Inglaterra la mitad de su vida, y Ricardo casi nada. Fue gobernada a medias y sus intereses fueron continuamente sacrificados a las intrigas continentales.

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