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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Inglaterra (30 page)

BOOK: La formación de Inglaterra
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A causa de su odio (que pronto Enrique le retribuyó con creces), alentó en sus hijos el resentimiento contra su padre y a rebelarse contra él. Luis VII la ayudó en esto en toda ocasión.

Enrique II había tratado de asegurar el porvenir de sus hijos. Designó como su sucesor al príncipe Enrique, hijo mayor, y su coronación por el arzobispo de York fue la causa de la disputa final, y fatal, con Becket. Hizo a su hijo segundo, Ricardo, señor de Aquitania, la herencia de su madre, y su tercer hijo, Godofredo, fue puesto al frente de Bretaña. El cuarto hijo, Juan, era demasiado joven para recibir una asignación de tierras, como resultado de lo cual se ganó el apodo de Juan Sin Tierra.

Pero a medida que los muchachos crecían, Leonor los estimuló cada vez más a exigir que su señorío se hiciese real, y no meramente titular. El príncipe Enrique, en particular, que tenía dieciocho años en 1172, quería compartir por entonces los deberes de la realeza con su padre, o al menos ser reconocido como señor en Normandía. Los hermanos menores intervinieron reclamando Aquitania y Bretaña.

Enrique II aclaró que no permitiría tal insensatez, y los hijos mostraron la devoción que sentían hacia su padre y las tierras asignadas huyendo a la corte de Luis VII, el peor enemigo de Enrique. Luis los recibió muy bien, desde luego, y con el mayor placer. Leonor, su madre, los siguió, pero Enrique logró al menos capturarla a ella. La puso en prisión y allí la retuvo.

Era evidente, por supuesto, que los hijos levantarían ejércitos contra su padre, pues Luis seguramente los financiaría; parecía que el reino iba a disolverse en la guerra civil. Fue entonces cuando Guillermo el León aprovechó su desdichada oportunidad para invadir el norte de Inglaterra, mientras algunos de los barones ingleses decidieron que era tiempo de recuperar lo que habían tenido en tiempo de Esteban. En 1174 todo era confusión.

Enrique II reaccionó con la mayor energía. Hizo una ostentosa peregrinación al sepulcro de Thomas Becket, imponiéndose una penitencia y haciéndose fustigar con una cuerda llena de nudos. De este modo trataba de demostrar, de una vez por todas, que era inocente del asesinato perpetrado cuatro años antes, para que la gente común no pensase que todo lo que sucedía era un castigo de Dios y, por consiguiente, se apartase de él.

Hecho esto, su ejército marchó hacia el Norte inmediatamente, derrotó a los escoceses (en esta ocasión fue tomado prisionero Guillermo el León) y aplastó a los rebeldes ingleses. Enrique luego pasó a Francia y, al año, redujo a sus hijos a una situación en la que juzgaron aconsejable buscar el perdón de su padre. Finalmente, fueron perdonados, pero su madre, Leonor, permaneció en prisión.

Aunque Luis VII no logró desmembrar el Imperio Angevino, había provocado una desgastadora guerra que lo dejó debilitado, mientras sus tierras francesas estaban seguras y fuera de peligro. Luis murió en 1180, después de un reinado de cuarenta y tres años, y fue sucedido por su hijo Felipe II, quien llevó adelante hábilmente la política de su padre.

El nuevo rey francés, quien sólo tenía quince años cuando subió al trono, era aún más astuto y tortuoso que su padre, y más decidido aún que él (si eso era posible) a destruir el Imperio Angevino. Su posterior éxito a este respecto llevó a sus admiradores cortesanos a Compararlo con el gran emperador romano de la Antigüedad y a llamarlo «Felipe Augusto», nombre por el que es más conocido por los historiadores.

Arteramente, Felipe alentó todo signo de perturbación entre los Plantagenet. Ricardo, el hijo segundo, que estaba demostrando ser un consumado guerrero, derrotó entusiastamente a los barones de Aquitania y se ganó su odio (lo cual beneficiaba a Felipe). El hermano mayor de Ricardo, el príncipe Enrique, se preocupó ante la eficiencia bélica de Ricardo y abrigó el temor de que su hermano menor no consintiese en reconocerlo como rey cuando llegase el momento. El príncipe Enrique persuadió a su padre a que ordenase a Ricardo rendir homenaje a su hermano mayor. Ricardo se negó y estalló la guerra entre los hermanos, mientras los agentes de Felipe envenenaban la atmósfera entre ellos.

Enrique II trató de mediar entre los hermanos y se granjeó la cólera de ambos, pues cada uno estaba convencido de que favorecía al otro. La guerra civil podía haber empeorado, pero el príncipe Enrique murió repentinamente y Ricardo se convirtió en el heredero. Luego en 1186, Godofredo tuvo mala suerte en un torneo (para los tres Hermanos, las justas a caballo eran su idea de lo que constituía una verdadera diversión). Fue arrojado de su caballo y murió de las heridas.

A Enrique le quedaban dos hijos: Ricardo, ahora de veintinueve años, y Juan, de veinte. De los dos, Juan era el favorito del rey, pues era el único que nunca se había rebelado. Era también el único que no había recibido ninguna parte del Reino. En 1185, Enrique trató de compensar esto enviándolo a Irlanda como soberano. Pero Juan no mostró aptitud ninguna para gobernar. No pudo impedir que los señores normandos se peleasen ni que aumentase la agitación entre los jefes irlandeses. Después de nueve meses, Enrique tuvo que hacerlo volver.

Trató entonces de dar a Juan el Ducado de Aquitania, argumentando que ahora Ricardo, como heredero de todo, podía ceder algo. Pero Ricardo no admitió tal argumento. Aquitania era su hogar y el de su amada madre y quería conservarlo. Cuando Enrique mostró signos de mantener su decisión, el espíritu de Ricardo se inclinó torvamente hacia la revuelta, de nuevo.

El joven Felipe de Francia estimuló a Ricardo y cultivó la amistad con él. Felipe era ocho años más joven que Ricardo y al menos ocho años más inteligente (pues buena parte de la inteligencia de Ricardo estaba en los músculos de sus hombros), y el rey francés no tuvo ninguna dificultad para inducir al príncipe inglés a entrar en alianza con él. Juntos, atacaron a las fuerzas de Enrique y empezaron a tomar sus castillos.

Por una vez, Enrique parecía perdido. Corría el año de 1189. Había gobernado durante treinta y cinco años y tenía cincuenta y seis de edad. Estaba cansado y agotado, y no parecía haber reposo. Después de su colosal reorganización del Reino, su homérica pugna con Becket y las aparentemente interminables querellas familiares, sintió que ya no podía luchar más.

Cedió, firmó un tratado con el rey francés y concedió a Ricardo todo lo que éste quería. Miró la lista de sus vasallos que se habían alineado con el francés y el primero era su hijo Juan, su último hijo, su favorito, que ahora resultaba ser tan falso como los otros.

Enrique dijo: «¡Que sea lo que sea! ¡Ya no me preocupo por nada más!»

Nunca volvió a salir de su lecho y, el 6 de julio de 1189, murió. Para el mundo, había sido un gran rey que habla triunfado, pero él murió con una desesperanzada sensación de fracaso.

12. Los hijos de Enrique

Corazón de León

De todos los reyes de la historia, pocos hay que tengan una reputación tan inflada como Ricardo, el que sucedió en el trono inglés a su padre Enrique II, a la muerte de éste. Se lo llama «Richard Coeur-de-Lion» en francés, «Richard the Lion-Heart» en inglés y «Ricardo Corazón de León» en español, un rey-héroe venerado en cientos de obras de ficción histórica.

Sin duda, era un gigante de fuerza y bravura, y un excelente conductor de hombres cuando las victorias las ganaban exclusivamente los músculos más fuertes. También cantaba y escribía versos y, en general, dábaselas de trovador, en lo que tenía algo de su formidable madre, aún viva al subir Ricardo al trono y que era una fuerte y dura mujer de sesenta y siete años.

Pero en todo lo que no fuera fuerza y valentía física, Ricardo era una persona muy despreciable. Era un hijo y un hermano desleal y traicionero, y raramente veía más allá de su nariz. Su idea de un rey era que debía dedicarse a una absurda caballería errante. Eran Don Quijote sentado en un trono.

Ni siquiera era una persona viril, excepto en lo concerniente a su capacidad para combatir. Carecía de resolución, y otro apodo que se le aplicaba (no tan conocido como Corazón de León) era «Ricardo Sí y No»; que aludía el hecho de que era sumamente vacilante en todo y nadie podía confiar en que permaneciese firmemente en una posición que hubiese adoptado. Tampoco estaba particularmente interesado en las mujeres (a diferencia de su padre); en verdad, parece bastante seguro que era homosexual.

En cuanto a Inglaterra, que terminó rindiéndole culto, no se ocupó nada de ella y raramente puso los pies allí. Para Inglaterra no fue más que una fuente de grandes gastos.

Inmediatamente después de oír la noticia de la muerte de su padre, Ricardo se apoderó del tesoro real e hizo liberar a su madre. Luego se dispuso a abordar la tarea que ocuparía buena parte de su reinado y que crearía su falsa reputación en la posteridad.

Las tierras ganadas por la Primera Cruzada un siglo antes estaban en creciente peligro. La Segunda Cruzada de Luis VII no había conseguido nada, y ahora surgió entre los musulmanes un gran héroe, Saladino, un hombre que fue todo lo que se supone falsamente que fue Ricardo.

En 1187, Saladino había derrotado y destruido a un ejército de cruzados y había tomado Jerusalén. Un estremecimiento de ira y desesperación cundió por Europa Occidental ante la noticia. En la furia y excitación del momento, soldados de todas partes empezaron a hacer juramento de viajar a Tierra Santa y rescatar nuevamente Jerusalén.

El viejo Enrique II prestó tal juramento. Lo mismo Felipe II de Francia. Y también el príncipe Ricardo. Enrique II, para recaudar dinero destinado a la gran expedición, aplicó un impuesto especial en sus dominios, en 1188. Fue llamado el «diezmo de Saladino», porque exigía a cada propietario contribuir con un. diezmo esto es, una décima parte, de sus rentas y bienes muebles. Fondos adicionales, en cantidades considerables, fueron arrancados a los judíos. (Después de todo, quizá razonase Enrique, ¿por qué no habrían de pagar los infieles por los crímenes de los infieles, aunque fuesen dos conjuntos diferentes de infieles? De hecho, en la Era de las Cruzadas el antisemitismo alcanzó su primera y desenfrenada culminación en Europa Occidental.)

Pero luego, cuando todo estaba preparado, Felipe y Ricardo hicieron la guerra a Enrique y se paralizaron los planes pera la cruzada. El rescate de Jerusalén tenía que esperar mientras se dirimían cuestiones concernientes a algunos castillos en Francia.

Pero una vez que Ricardo estuvo en el trono, no pudo esperar más. No había caballería errante en el mundo que pudiera compararse con la gran aventura oriental. Más que toda otra cosa en el mundo, ansiaba ir al Este, montar colosales torneos con los musulmanes, rescatar Jerusalén y ser el más grande caballero que hubo en el mundo. (Y quizá pensó que también podía agradar a su madre de esta manera y compensarla por su frustración en la cruzada de su primer marido, medio siglo antes).

Ricardo necesitaba dinero y para obtenerlo marchó a Inglaterra y vendió todo lo que pudo. Vendió cargos eclesiásticos cargos seculares, cartas a ciudades y heredades. Hasta vendió la soberanía de Escocia a su propio rey. Y esquilmó a los judíos una vez más. Sus acciones, sumada, a los sentimientos populares contra los judíos, dieron origen a oscuros hechos de desenfrenados crímenes muy atípicos de la historia inglesa. En York, la multitud asesinó a los judíos horrible e indiscriminadamente.

Después de cuatro meses, Ricardo, habiendo obtenido lo que necesitaba por diversos medios ruines, temerarios o crueles, estaba listo para partir hacia la gran aventura que iba a darle fama, pero no iba a conseguir la recuperación permanente de Tierra Santa ni llevaría ningún bien a Inglaterra.

En verdad, su partida habría significado la destrucción del Imperio Angevino a manos de Felipe, si no hubiera sido por el hecho de que la opinión pública obligó al rey francés a ir también a la cruzada.

Felipe había prometido hacerlo, por supuesto, al igual que Ricardo, pero esa promesa había sido sólo una treta política y nunca había tenido la intención de ir realmente a la cruzada. Lo que más deseaba hacer era permanecer en su país mientras Ricardo estaba en el exterior, y desmembrar calladamente el Imperio Angevino. Pero si lo hacía, Ricardo inmediatamente lo acusaría de perjuro y traidor a la causa general de la cristiandad. En tal caso, sus propios vasallos podían abandonarlo.

Con renuencia, pues, Felipe marchó a la cruzada. Si antes hubo alguna amistad entre los dos hombres, ella dejó de existir. Fueron enemigos mortales por el resto de su vida.

Los episodios que siguieron reciben el nombre de «La Tercera Cruzada», y los contoneos de Ricardo en el Este representan el último gran ejemplo de piratería normanda, pues la acción del rey inglés fue, en verdad, una especie de retroceso a los días de Roberto Guiscardo.

El viaje de Ricardo al Este fue conducido sin verdadera visión estratégica. Permitió que lo retrasaran en todas partes. En 1190 llegó a Sicilia y riñó con Tancredo, el último gobernante normando de Sicilia. Cuando finalmente firmó un tratado con Tancredo, resultó ser un tratado que ofendía al nuevo emperador alemán, Enrique VI, quien disputaba a Tancredo el trono siciliano.

Ricardo luego decidió no casarse con la hermana de Felipe, con la que se había comprometido, y este insulto lo enemistó aún más con el encolerizado rey francés. Después de esto Ricardo perdió dos meses y muchas energías en una innecesaria conquista de la isla de Chipre.

Ricardo llegó finalmente a Tierra Santa en junio de 1191, casi un año después de partir. La ciudad de San, Juan de Acre, sobre la costa palestina, estaba siendo asediada por los cristianos; hacía largo tiempo que se hallaba bajo sitio sin que los musulmanes mostrasen ninguna intención de rendirse. El desembarco de refuerzos cristianos conducidos por el más grande caballero de Europa fortaleció la moral de los cristianos, y Ricardo gozó de la adulación que se le tributó.

Pero San Juan de Acre resistió lo mismo y sólo fue tomada después de muchos vergonzosos sucesos posteriores que quitaron mucho brillo a la gloria de Ricardo. En una ocasión, Ricardo mostró el carácter de su caballerosidad haciendo asesinar a sangre fría a 2.600 prisioneros musulmanes por puro mal humor con la guarnición de San Juan de Acre por no rendirse.

En cuanto a Felipe, que estaba constantemente enfermo, sentía menos entusiasmo por la cruzada que nunca y le fastidiaba mortalmente el modo como Ricardo acaparaba toda la gloria. El asedio sólo secundariamente fue una lucha entre cristianos y musulmanes; fue mucho más una enconada y constante disputa entre Ricardo y Felipe.

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