La gran aventura del Reino de Asturias (21 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Historia

BOOK: La gran aventura del Reino de Asturias
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Así se va construyendo de manera tenaz, constante, sin tregua, un país nuevo en una tierra renovada, y con gentes que conquistan para sí una vida también nueva en un orden de carácter religioso y guerrero. Seguirán llegando caravanas de colonos. Los monasterios se convierten en los pivotes de esa nueva frontera, los jalones a cuyo alrededor se desarrolla la vida. Cuando los musulmanes ataquen, los colonos se retirarán a las montañas; pero será para volver a bajar al valle inmediatamente, en cuanto el enemigo se haya retirado, y comenzar de nuevo el trabajo. Y esto no sólo ocurría en el extremo este del reino, sino también en otras áreas como el norte de Palencia. Eso era la Reconquista.

El enigma de Bernardo del Carpio

Vamos a ocuparnos ahora de uno de los enigmas de la Reconquista; uno de esos episodios donde la historia se mezcla con la leyenda y, al final, no sabe uno a qué carta quedarse. Ese enigma es el del héroe español Bernardo del Carpió, supuesto sobrino de Alfonso II el Casto, al que la tradición atribuye nada menos que la victoria de Roncesvalles. Con el relevante matiz de que esa batalla, según la leyenda de Bernardo, habría tenido lugar treinta años después de lo que comúnmente se piensa. ¿Es verdad? ¿Es sólo leyenda? Vamos a verlo.

Pero, un momento. Aquí hemos hablado ya de la batalla de Roncesvalles —la derrota de Carlomagno en el Pirineo navarro— y no hemos mencionado para nada al bueno de Bernardo. ¿A cuento de qué sacarlo ahora? Expliquémoslo: es que de aquella batalla hay dos fuentes épicas contrapuestas, una francesa y otra española, y ambas difieren en puntos esenciales. Durante mucho tiempo se ha tratado de hacerlas concordar y de ajustarías a los datos que arrojaba la investigación histórica; ha sido imposible. La historia moderna ha terminado construyendo una versión propia, distinta de las fuentes legendarias, pero hay razones para pensar que también la historia debe ser revisada.

Empecemos por la versión francesa. Uno de los más antiguos cantares de gesta europeos es la
Canción de Roldán
, que cuenta precisamente la derrota de los carolingios en el paso de Roncesvalles. Por supuesto, lo hace de manera fantástica, no histórica. Y dice así:

Tras siete años de guerra, Carlomagno, que ya es un anciano, ha conquistado España a los moros; sólo Zaragoza permanece rebelde, bajo el rey moro Marsilio. Este hace una oferta de paz a los francos. Roldan, sobrino de Carlomagno, desconfía y propone que vaya un embajador llamado Ganelón. Este Ganelón cree que Roldan le manda allá porque desea su muerte, de manera que decide vengarse: azuza a los moros contra los francos y, al mismo tiempo, se las arregla para que Carlomagno confíe la retaguardia de las tropas a Roldan. Los sarracenos, avisados por Ganelón, tienden una emboscada a Roldan. Nada menos que cuatrocientos mil moros se abalanzan sobre los francos en el paso de Roncesvalles. Tras la terrible batalla, Roldan encuentra la muerte. Así lo relata el cantar:

Recostado bajo un pino está el conde Roldan, vuelto hacia España su rostro. Muchas cosas le vienen a la memoria (…). Mas no quiere echarse a sí mismo en olvido; golpea su pecho e invoca la gracia de Dios (…). A Dios ha ofrecido su guante derecho: en su mano lo ha recibido San Gabriel. Sobre el brazo reclina la cabeza; juntas las manos, ha llegado a su fin. Dios le envía su ángel Querubín y San Miguel del Peligro, y con ellos está San Gabriel. Al paraíso se remontan llevando el alma del conde. Ha muerto Roldan; Dios ha recibido su alma en los cielos. El emperador llega a Roncesvalles. No hay ruta ni sendero, ni un palmo ni un pie de terreno libre donde no yazca un franco o un infiel.

Sabemos que la
Canción de Roldan
es una versión legendaria de un hecho real. Por tanto, los sucesos que presenta quedan deformados en perjuicio de la historia y en beneficio de la épica. Nunca hubo cuatrocientos mil sarracenos en el paso de Roncesvalles; ni eran tantos ni, probablemente, tampoco fueron sarracenos. Incluso es dudoso que el episodio ocurriera exactamente en Roncesvalles. También hay problemas con la fecha. Según los estudios posteriores, esta batalla habría tenido lugar en el año 778. Ahora bien, el cantar presenta a Carlomagno como un anciano de barba blanca, y el emperador, en aquel momento, no pasaba de los treinta años. Tampoco tenía ningún sobrino que se llamara Roldan. Hay muchas incongruencias.

Y ahora veamos la versión española. Porque mientras la épica francesa construía su leyenda, al calor de Roncesvalles aparecía en nuestras tierras otro cantar con su propio héroe, Bernardo del Carpió, a quien se atribuye la victoria sobre Roldan. Este
Cantar de Bernardo del Carpió
se ha perdido, pero sabemos que existió por numerosas referencias documentales y porque el personaje pasó a multitud de romances. Y no es sólo literatura, puesto que todas las crónicas y anales cuentan la misma historia. Ahora bien, la tradición española presenta un contexto completamente distinto.

Alfonso II —cuenta el
Cantar de Bernardo del Carpio
— no tiene descendencia. Un posible heredero es Bernardo del Carpio, sobrino del rey, pero ilegítimo. Es hijo de los amores de Jimena, hermana del rey, con el conde de Saldaña. Alfonso ha encerrado a los amantes; a Bernardo se lo queda bajo tutela. Pero Bernardo, que ignora tanto su condición de bastardo como su sangre real, se entera de quién es su padre y decide librarle de su encierro. En esa circunstancia, Alfonso pide ayuda a Carlomagno contra los moros y le promete a cambio una parte del reino. Varios nobles asturianos, temerosos de perder sus posesiones, se rebelan y pactan una alianza contra los carolingios. No están solos: ni los moros de Zaragoza ni los vascones quieren a Carlomagno aquí. Se forma una coalición. Bernardo del Carpió la encabeza. Los conjurados sorprenden a los carolingios en Roncesvalles. Allí Bernardo derrota a Roldan, sobrino de Carlomagno, y a los Doce Pares de Francia. Bernardo se cobra la espada Durandarte, el arma de Roldan, que a partir de entonces le acompañará en numerosas hazañas.

La historia de Bernardo nunca fue tenida por legendaria, sino más bien por histórica. Multitud de crónicas y anales la reproducen. Cuando Alfonso X el Sabio la relate, lo hará como hecho real. Y varios siglos más tarde, cuando Carlos I llegue a España, visitará la tumba de Bernardo en Aguilar de Campoo y allí recibirá la espada Durandarte, sacada del sepulcro del héroe. Además, Bernardo estará omnipresente en la literatura española, hasta el Siglo de Oro incluido. Ahora bien, hay que reparar en que Alfonso X el Sabio fechó la batalla de Roncesvalles «andados veintisiete años del reinado del rey don Alfonso el Casto», es decir, en el año 808. ¿No había ocurrido la batalla en 778? Y, sin embargo, en esta nueva fecha, 808, sí sería posible decir que Carlomagno, ya con sesenta años, tuviera la barba blanca, como dice el cantar francés.

Hay que insistir en que la historia de Bernardo del Carpió fue tenida por cierta hasta el siglo XVII. Fue entonces cuando se empezó a dudar de su verosimilitud. ¿Por qué? Por la incongruencia de fechas. ¿Recapitulamos? Tenemos una misma batalla, pero fechada en dos años distintos —con tres décadas de diferencia— y originada por dos causas distintas también: la sublevación de Zaragoza, en la versión francesa, y la hostilidad de los nobles astures hacia Carlomagno, en la versión española. ¿Cuál de las dos versiones es la correcta?

La francesa se llevó la palma, porque se ajustaba más a los datos fehacientes. Los historiadores no tenían sólo a su disposición las fuentes épicas y literarias; había también una nutrida documentación de la época carolingia, y en particular la
Vita Caroli
de Eginhard. Por otro lado, todas las investigaciones posteriores vinieron a coincidir en la absoluta veracidad del planteamiento que servía de punto de arranque al cantar francés, la
Canción de Roldan
. Era verdad que los moros de Zaragoza se rebelaron contra el califato de Córdoba. Era verdad que pidieron ayuda a Carlomagno y que éste vio aquí una oportunidad para asentar la Marca Hispánica hasta el Ebro. Un historiador aragonés, Pellicer, fijó Roncesvalles en 778. A partir de ese momento, tal fue la fecha canónica de la batalla. Y en esa fecha, Bernardo del Carpió, de haber existido, sólo sería un niño; por eso Bernardo desapareció de la historia.

¿Cuál es la versión oficial, por así decirlo, de la historia moderna? Esta: «En el verano del 778, el emperador Carlomagno, rey de los francos, se adentró en tierra hispana llamado por el gobernador musulmán de Zaragoza, que se había rebelado contra el califa de Córdoba. El gobernador no cumplió su promesa y Carlomagno tuvo que volver. Al regresar por el Pirineo navarro, las tropas carolingias sufrieron una emboscada en el paso de Roncesvalles. Los atacantes, tal vez vascones, tal vez una coalición de vascones y musulmanes, aniquilaron a la retaguardia de Carlomagno, matando a Roldan, duque de la Marca de Bretaña, y a los Doce Pares de Francia».

Ya hemos visto aquí que nadie sabe exactamente dónde fue la batalla. Lo más probable es que fuera en Valcarlos, algo al norte de Roncesvalles. Tampoco se sabe con precisión quién atacó a los carolingios: pudieron ser vascones de este lado del Pirineo, o aquitanos del lado francés, o musulmanes, o todos juntos. En cuanto a la batalla, parece que fue más bien una emboscada masiva, un ejército inerme bajo una catarata de rocas y dardos. Pero por otro lado, ¿qué pasa entonces con la batalla de 808 que recoge la tradición española desde antes de Alfonso X el Sabio y que éste fecha con toda precisión? ¿Era mentira? Sin embargo, muchos elementos de la «versión de 778» se explican mejor desde la «versión de 808», como las edades de Carlomagno y de Roldan, por ejemplo. Y sabemos, además, que Alfonso pidió efectivamente ayuda a Carlomagno, tal y como dice el
Cantar de Bernardo del Carpió
, y podemos suponer que eso irritaría a no pocos nobles celosos de la propiedad sobre sus tierras.

Juntando todos estos enigmas y unos cuanto más, un historiador español, Vicente González García, propuso en 1967 una hipótesis singular: no hubo una batalla de Roncesvalles, sino dos. La primera, en agosto de 778, tuvo lugar en Valcarlos, y corresponde a la secuencia descrita por la historia moderna: una emboscada ejecutada por los vascones sobre las tropas carolingias cuando vuelven de Zaragoza. La segunda, en junio de 808, tuvo lugar propiamente en Roncesvalles, y es la que perduró en la tradición española. Allí una alianza de nobles asturianos y aliados musulmanes del norte de la Península, con Bernardo del Carpio, derrotó a las tropas que Carlomagno enviaba a Alfonso II el Casto. Hace poco, en febrero de 2008, un congreso exponía en Oviedo esta hipótesis. El debate continúa.

¿Historia? ¿Leyenda? ¿Hubo una batalla de Roncesvalles o hubo dos? ¿Existió Bernardo del Carpió o es una invención literaria de los españoles? En todo caso, la tradición nos seguirá hablando de él: veremos a Bernardo señoreando castillos en Salamanca y guerreando contra los moros. La historia pasa, el caballero permanece.

Conmoción en occidente: aparece la tumba de Santiago

Conmoción en Occidente: ha aparecido la tumba del Apóstol Santiago. Hoy nos cuesta imaginarlo, pero en su tiempo aquello fue el acontecimiento, no ya del año, sino de la década e incluso más. Y ese tiempo fue precisamente el que aquí estamos contando: los primeros años de la Reconquista. En Asturias reinaba Alfonso II. En Francia, Carlomagno. Uno y otro prestarán al hallazgo la mayor atención. Para la Reconquista, además, fue crucial: Santiago nos acompañará ya para siempre.

¿Cómo fue este descubrimiento? Situémonos. Estamos en la Galicia del año 813. Hemos de internarnos en un bosque gallego, el paraje de Libredón, en la primitiva diócesis de Iria Flavia. Allí habita, aislado del mundo, un ermitaño llamado Pelayo. Una noche, el solitario Pelayo ve sobre el cielo algo prodigioso. Un intenso resplandor se ha posado en un punto concreto del bosque; luces cegadoras brillan en los árboles y canciones de ángeles surgen de la espesura. Pelayo cree estar loco, pero no: todos los vecinos, feligreses de la antigua iglesia de San Félix de Solobio, al pie del bosque, han visto lo mismo. Impresionado, Pelayo acude al obispo de Iria, Teodomiro, y le cuenta el prodigio. Teodomiro, intrigado, va al bosque de Libredón, investiga entre la maleza, descubre un viejo cementerio y, en él, un sepulcro, un túmulo funerario. Con la tradición en la mano, Teodomiro no duda: aquellos misteriosos fenómenos obedecen a que en este lugar se halla el Arca Marmárea, el lugar donde fue enterrado el Apóstol Santiago junto a sus discípulos Teodoro y Anastasio.

¿Es preciso recordar quién era Santiago? Hablamos de Santiago el Mayor, uno de los doce apóstoles de Jesús; hijo del Zebedeo, hermano de Juan el Evangelista. Estuvo con Jesús en la Transfiguración en el Monte Tábor y también en el Huerto de los Olivos. Sabemos que murió mártir en Jerusalén en el año 44, degollado por orden del rey de Judea, Herodes Agripa. Fue, pues, uno de los primeros mártires. Esto es lo que nos dice la historia.

Pero además de la historia, la tradición añade algunas cosas que nos conciernen directamente. En efecto, según la tradición, después del Pentecostés Santiago había venido a Hispania para predicar el Evangelio; se rastrea su huella en Tarragona, en la Bética, en Galicia, en Zaragoza… Aquí, en Zaragoza, se le apareció la Virgen sobre un pilar a orillas del Ebro. Con Santiago estaban en ese momento sus siete discípulos, los «siete varones apostólicos» que, siempre según la tradición, continuaron la tarea evangelizadora de Santiago. Tras su muerte en Jerusalén, sus discípulos recuperaron su cuerpo y lo trajeron a Hispania para darle sepultura.

La prédica de Santiago en Hispania no está atestiguada por ningún documento histórico con valor de prueba; de hecho, son escasísimos los documentos sobre aquellos primeros tiempos de la evangelización, ya no sólo en España, sino en todo el Imperio romano. Que Santiago predicara en España es tan verosímil como improbable. Por otro lado, los documentos que hablan del culto al apóstol en España son bastante posteriores. Al parecer, el primer texto que menciona este asunto es un catálogo greco-bizantino. Luego aparece en el
Breviarium Apostolorum
del gran Beda el Venerable, un monje inglés que vivió entre los siglos VII y VIII y que es una de las grandes luminarias del Occidente medieval. De Beda debió de tomarlo Beato de Liébana cuando refirió la historia en su
Comentario al Apocalipsis.

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