La gran aventura del Reino de Asturias (19 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Historia

BOOK: La gran aventura del Reino de Asturias
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Bahlul derrotó a los Banu Salama. Ocupó sus dominios en Huesca y Barbastro. Viéndose fuerte, Bahlul quiso aún más y se apoderó de Zaragoza. Durante meses aguantó allí las embestidas de las tropas del emir Alhakán. Finalmente el emir envió al expeditivo Amorroz, el mismo que había degollado a los notables de Toledo, y éste tomó Zaragoza, pero Bahlul se atrincheró en Huesca. Al parecer trató de acogerse a la protección carolingia, pero sin éxito. Entonces sobrevino la traición: su lugarteniente, Jalaf ibn Rasid, verosímilmente siguiendo instrucciones del emirato, se sublevó contra Bahlul. El líder rebelde huyó hacia el oeste, pero fue alcanzado por Jalaf, que le dio muerte. El traidor obtuvo en recompensa la gobernación del área de Barbastro. Era el año 802. En cuanto al expeditivo Amorroz, quedaba como dueño de Zaragoza y Tudela.

Mientras eso pasaba en Zaragoza, Navarra vivía momentos no menos convulsos. ¿Qué ocurría? Una querella entre dos familias poderosas. En este caso hay una familia cristiana que ha encontrado el apoyo de los carolingios, los Velasco; y otra familia respaldada por los musulmanes, los Iñigo, emparentados con los influyentes Banu-Qasi del valle del Ebro. En 799 gobernaba Pamplona Mutarrif ibn Musa. Otro hombre interesante. Era un Banu-Qasi, bisnieto del conde Casio, aquel que se convirtió al islam para mantener sus posesiones en el valle del Ebro. A Casio le heredó Fortún, a Fortún Musa, y a Musa nuestro Mutarrif. El padre de nuestro protagonista, Musa ibn Fortún, había sido asesinado en Zaragoza. Mutarrif correrá la misma suerte: una conjura acabará con su vida. ¿Era una sublevación contra el poder musulmán? Sí, pero no del todo: Mutarrif estaba casado con una cristiana navarra, Faliskita. Y su padre, Musa, se había casado con otra navarra cristiana, Oneca, viuda de Íñigo Jiménez.

¿Por qué se casaban los Banu-Qasi con los Iñigo? Porque era la forma más segura de proteger su propio poder tanto frente a la amenaza carolingia, por el norte, como frente a la amenaza del emirato de Córdoba, por el sur. ¿Por qué la familia rival, los Velasco, mató a Mutarrif? Precisamente para imponerse sobre los Iñigo. A la muerte de Mutarrif, los Iñigo reaccionan rápidamente y piden socorro a los Banu-Qasi, que intervienen y controlan Pamplona. La carambola terminará llevando al poder a Iñigo Arista, hijo del primer matrimonio de Oneca y, por vía materna, hermanastro de Mutarrif. La pelea entre los Velasco, procarolingios, y los Iñigo, apoyados por los Banu-Qasi, proseguirá durante años. Pero en 810 Iñigo Arista ya manda en Pamplona; y lo hará, por cierto, como rey cristiano.

Tercer escenario: Jaca, en el Pirineo aragonés. Ante las convulsiones que está viviendo el norte de la España musulmana, Carlomagno cree llegado el momento de reforzar su marca fronteriza y mueve ficha. La ficha en cuestión es un caballero llamado Aureolo, un noble franco, hijo del conde Aureolus de Périgueaux. La misión de Aureolo es clara: asentarse en el castillo de Jaca y en las zonas aledañas y ganarlas para el reino franco. Hombre práctico, Aureolo se apoya en una notable familia local, los Galindo. ¿Los Galindo eran autóctonos o pertenecían a los
hispani
, aquellos godos que se refugiaron entre los francos huyendo de los musulmanes? No lo sabemos. Lo que sabemos es que la apuesta de Carlomagno por la nobleza local será inequívoca: cuando muera Aureolo, un Galindo, de nombre Aznar I Galíndez, será investido conde por el emperador. Con él entra en nuestra historia el condado de Aragón.

Cuarto y último escenario: el noroeste de Cataluña. Carlomagno sigue construyendo su marca. Ha lanzado a sus tropas sobre Gerona y sobre la plana de Vic. En torno a esa ofensiva se consolidan los condados de Urgel, Cerdaña y Osona. En los combates ha brillado un nombre, Borrell, un experimentado guerrero que ya está más cerca de los cincuenta años que de los cuarenta: Borrell no viene de lejos: es hijo de Guillermo de Rases, de una noble familia radicada en la cercana Carcasona. Su madre es una mora, la princesa Omeya Susú de Córdoba. Tras los combates de Vic, Borrell es designado conde de Osona, y ya es el conde Borrell. Combatirá en Barcelona y Tortosa. Este no es todavía el Borrell que un siglo más tarde liderará la autonomía del condado de Barcelona (ése fue Borrell II), pero con este primer Borrell de Osona se configura ya un área de poder cristiano en los condados catalanes.

Zaragoza, Pamplona, las montañas de Jaca, la plana de Vic. Al emir de Córdoba, Alhakán, se le multiplican los problemas.

A las rebeliones del sur —Mérida, Toledo, Córdoba— se suman las del norte. Nunca había sufrido Al Andalus un momento tan grave como éste. Y dicen que en la cabeza del emir surgió entonces una obsesiva sospecha: carolingios y asturianos se habían confabulado contra él. La reacción de Alhakán será tan violenta como desdichada.

Golpe de estado contra Alfonso (donde aparece el fiel Teudano)

Misterio de misterios. Reinando Alfonso II el Casto, alguien en Asturias da un golpe de Estado —hoy lo llamaríamos así—, se adueña de la capital y el rey queda recluido en el monasterio de Ablaña, cerca de Mieres. Fascinante episodio. ¿Qué pasó? ¿Quién dio el golpe? ¿Por qué? ¿Cuánto duró el encierro de Alfonso? ¿Qué fue del conspirador? Preguntas interesantísimas. Por desgracia, nadie ha podido nunca contestarlas. La crónica no nos dice ni una palabra más. Ni siquiera el nombre del traidor. Sólo nos dice esto:

En el undécimo año de su reinado, Alfonso fue expulsado del reino por un tirano y recluido en el monasterio de Ablaña; de allí fue liberado por Teudano y otros fieles y finalmente restituido al trono de Oviedo.

Y punto: nada más sabemos. Aquí al historiador no le queda más remedio que convertirse en Sherlock Holmes.

¿Quién fue el «tirano» que hizo encerrar a Alfonso? Imposible saberlo. Pero hay unas cuantas cosas interesantes. Primero, que el usurpador no se proclamó rey. Después, que nada indica que el golpe provocara una guerra civil. Por otro lado, ya es significativo que la crónica omita su nombre. Si no se proclamó rey, es porque aceptaba de hecho la legitimidad de Alfonso o porque no aspiraba a la corona. Y si no hubo una guerra interna, es porque el usurpador, después de todo, alguna autoridad propia debía representar. Estos datos apuntan en una dirección concreta: algún magnate de la corte apoyado por un sector de peso dentro del reino.

Ya hemos visto antes, en nuestro ciclo astúrico, otras maniobras del mismo género. El propio Alfonso, en su juventud, sufrió una de ellas. Y si la crónica no cita el nombre del usurpador, quizá fuera por… tacto. La crónica fue escrita cuando llegaron al trono los descendientes de Bermudo. ¿Sería de nuevo una maniobra de ese sector de la corte —el de Aurelio, Mauregato y el propio Bermudo— contra la familia de Pelayo? ¿Por eso la crónica omite su nombre, para no despertar malos recuerdos? Misterio.

Otro misterio: ¿por qué dieron un golpe contra Alfonso? Hagamos la pregunta elemental:
qui prodest
?, es decir, ¿quién sacaba provecho de la maniobra? La política de Alfonso II el Casto se estaba señalando por tres cosas, todas ellas muy relacionadas entre sí. Una, la consolidación del reino como heredero de la legitimidad hispanogoda; dos, el acercamiento a Carlomagno, al Imperio carolingio; tres, la guerra decidida contra el emirato de Córdoba. En consecuencia, ¿quiénes podían estar interesados en acabar con Alfonso? En primer lugar, los que concebían el reino de Asturias no como heredero de la Toledo goda, sino como un reino distinto y, por tanto, ajeno a la obligación de combatir a Córdoba a todo trance. En segundo lugar, los enemigos de que Asturias se acercara a Carlomagno, quizá por temor a perder su independencia. Por último, estaba interesado en acabar con Alfonso el emir de Córdoba, naturalmente.

¿Reconstruimos los datos? El mapa nos queda así: el golpe contra Alfonso lo habría ejecutado un sector de la corte vinculado a las viejas familias de magnates; un sector cansado de guerrear contra el islam, que miraba con recelo el acercamiento a Carlomagno y que tal vez prefería una relación más templada con el emirato. No hay que descartar que el propio emir Alhakán, que había intentado inútilmente acabar con Alfonso por las armas, auspiciara de algún modo la maniobra.

Alfonso no debió de estar mucho tiempo encerrado. Sabemos que en 808 donaba a la Iglesia la maravillosa Cruz de los Ángeles. Sabemos también que en años anteriores habían proseguido los trabajos de construcción y restauración ordenados por el rey en Oviedo, lo cual difícilmente habría ocurrido con Alfonso en reclusión. Sabemos, en fin, que en diciembre de 804 firmó una autorización de trabajos de repoblación en Castilla. Podemos suponer, por tanto, que el rey no estuvo encerrado más de dos o tres años. Es, insistimos, conjetura. Pero sólo así podemos llenar el vacío que deja la historia.

Otro vacío: la liberación del rey. Sólo sabemos que el libertador se llamaba Teudano. ¿Quién era este misterioso personaje que encabezaba la operación, el fiel Teudano? Teudano, o Teuda, o Teudis, es un nombre de origen godo. En España hubo un rey godo llamado Teudis; también conocemos ostrogodos con ese nombre. Y debió de ser un nombre usual en la élite española de aquel tiempo, porque el arquitecto de Alfonso en Oviedo era Theoda (o Tioda) y todavía en el siglo X vamos a encontrar a un abad Teudano en el monasterio de Irache, cerca de Estella. Así que podemos concluir que nuestro valiente Teudano pertenecía a una familia de origen hispanogodo. Sabemos que numerosas familias hispanogodas habían engrosado las huestes de los reyes de Asturias desde la batalla de Covadonga. Nuestro protagonista quizá descendiera de aquellas gentes.

Por otro lado, la crónica nos lo describe como un «fiel» al rey. El significado de la palabra «fiel», en este momento histórico, no quiere decir exactamente «partidario», sino que desde la época visigoda designa muy precisamente a quienes se hallaban vinculados a la persona del rey por un juramento singular: defenderle con su propia vida. Teudano sería, pues, uno de los guerreros del rey, de su guardia personal. Como la crónica sólo menciona su nombre, y omite el de cualquier otro, hay que suponer que Teudano ejerció un liderazgo decisivo en la operación de rescate. Pero tal liderazgo —seguimos conjeturando— sólo podía desempeñarlo alguien que estuviera en condiciones de hacerlo por su estatuto o por su prestigio, de manera que podemos pensar que Teudano gozaba de una elevada posición en la nobleza militar del reino.

De manera que, en algún momento, una comitiva armada se presenta en el monasterio de Ablaña para rescatar a Alfonso. La crónica nos dice que eran fieles del rey,
fideles regis. Y
a. sabemos qué quiere decir eso: los caballeros del monarca. Así pues, fueron los caballeros de Alfonso los que acometieron la tarea que su pacto de honor exigía. La escena podría figurar en cualquier página del ciclo artúrico: los caballeros corren en socorro de su rey, vencen al enemigo, liberan al monarca de su cautiverio y le devuelven al trono. Hay que suponer que el retorno del rey no se produciría sin resistencias. Los
fideles
, los caballeros, también las vencieron. Alfonso volvió a ceñir la corona. Una historia de película.

¿Y cómo sería Teudano; cuál podría ser su aspecto? Tenemos una imagen: hay una hermosa ilustración miniada del
Códice del obispo Pelayo
donde podemos a ver a Alfonso, con corona pero arrodillado, y tras él, en pie, destacado, a un caballero provisto de espada y alto escudo. A un lado, la Virgen; al otro, San Miguel, y sobre ellos, Jesús y la corte celestial. Dicen que seguramente esa figura del guerrero fiel, detrás del rey, corresponde a Teudano. Lo vemos sereno, en reposo, pero con la espada al hombro; un tipo delgado y recio, sin barba, de cabellos castaños. Su escudo, de fondo azul, está adornado con motivos geométricos de inspiración claramente germánica. Las representaciones fisionómicas de esta época no se someten a las exigencias de fidelidad del retrato. Por otra parte, el códice fue pintado muchos años después de estos sucesos. O sea que tal vez Teudano no fuera delgado y sin barba, sino barbudo y grueso. Pero, en todo caso, es la única imagen que tenemos.

Otros personajes de este tramo de nuestra historia aparecen una única vez y desaparecen sin dejar rastro. Pensemos en el bravo Gadaxara, por ejemplo. Pero de Teudano aún tenemos alguna noticia posterior. En 812, Alfonso realiza una donación a la catedral ovetense del Salvador. Entre los que firman como testigos se cuenta un tal Teuda, que sin duda es nuestro hombre. ¿Podía ser otro Teuda? ¿El arquitecto Tioda, por ejemplo? Sánchez Albornoz pensaba que ese Teuda es el nuestro: el propio Alfonso explicaba que aquella donación era acción de gracias por su liberación del cautiverio, luego nada más lógico que llamar como testigo al hombre que le había liberado. Así decía el rey Alfonso:

Tú, Señor fortísimo, que eres Dios, escondido, invisible, Dios de Israel, Salvador que mandaste a Jacob volver a la tierra de su nacimiento y que, edificándote un altar, ofreciese sobre él sus dones y sacrificios; y a mí, Señor piadoso, librándome de muchas tribulaciones, te plugo volverme al propio patrio hogar; Señor, acepta este don como te fueron aceptos los dones de dicho Jacob, siervo suyo.

Con Teuda firman la donación otros nombres. Muchos de ellos son nombres godos. Es sugestivo imaginar que los
fideles regis
, los caballeros del rey, acudieron junto a él para ser testigos de aquel acto con el que el monarca expresaba su gratitud al favor divino. Pero, una vez más, esto es sólo conjetura.

Al usurpador se lo tragó la historia. Del tiempo que ocupó el poder no ha trascendido nada. Alfonso, por el contrario, seguiría reinando muchos años más, hasta convertir Oviedo en una auténtica joya. Y a su lado debió de estar todavía largo tiempo el valiente Teudano. El hombre que rescató al rey de su cautiverio.

La obsesión de Alhakán

Ya hemos visto que Alfonso, el rey de Asturias, pasaba por una delicada coyuntura: le estaban dando un golpe de Estado. Pero también hemos visto que Alhakán, el emir de Córdoba, atravesaba momentos igualmente difíciles: se le estaba sublevando el personal en todos los puntos de Al Andalus. Alhakán, que era un poco «conspiranoico», se había enterado de que Alfonso estaba estrechando relaciones con Carlomagno y tal vez había llegado a la conclusión de que todo lo que le estaba pasando, esas sublevaciones aquí y allá, era fruto de una confabulación entre el carolingio y el astur. En ese momento el emir tomó una decisión: golpear en el vértice donde confluían el reino de Asturias y el Imperio carolingio, es decir, a la altura de Navarra.

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