La gran caza del tiburón (21 page)

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Authors: Hunter S. Thompson

Tags: #Comunicación

BOOK: La gran caza del tiburón
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Hemingway jamás hizo ese esfuerzo. Con los años, el vigor de su juventud se convirtió en rigidez y su último libro trataba de París en los años veinte.

Situándose en una esquina del centro de Ketchum, es fácil imaginar la conexión que Hemingway debía establecer entre este lugar y los que había conocido en los buenos tiempos. Aparte de la belleza brutal de las montañas, debía percibir una distinción atávica en la gente, que excitaba su sentido de las posibilidades dramáticas. Es un pueblecito rústico y pacífico, sobre todo fuera de temporada, cuando no hay esquiadores invernales ni pescadores estivales que diluyan la imagen. Sólo estaba pavimentada la Calle Mayor; casi todas las demás son sólo sendas de grava y tierra y, a veces, parecen simplemente cruzar los jardines de las casas.

Desde esta posición ventajosa, uno tiende a creer que, en realidad, no es tan difícil ver el mundo claro y como un todo. Como otros escritores, Hemingway hizo su mejor obra cuando creyó que se apoyaba en algo sólido… como una ladera de Idaho o un sentimiento de convicción.

Quizás descubriese lo que vino aquí a buscar, pero hay muchísimas posibilidades de que no lo descubriese. Era un hombre viejo, enfermo y con muchos problemas, y la ilusión de paz y satisfacción no le bastaban… ni siquiera cuando venían sus amigos de Cuba y jugaban con él a los toros en el Tramp. Así que, al final, y por lo que él debió considerar la mejor de las razones, puso fin al asunto con una escopeta.

National Observer,
25 de mayo de 1964

MARLON BRANDO Y LA PESCA REIVINDICATIVA DE LOS INDIOS

Olympia, Washington

«Como actor, no es un gran mariscal de campo». Esta era la opinión unánime aquí la semana pasada después del intento, infructuoso y desorganizado aunque gozase de buena publicidad, que hizo Marlon Brando de ayudar a los indios locales a «recuperar» unos derechos de pesca que se les otorgaron hace más de cien años en los tratados con el gobierno de Estados Unidos.

El viejo Hotel Governor, que queda en la misma calle del Capitolio del estado, un poco más abajo, estaba casi tomado por indios llegados de todo el país para protestar por la «usurpación» de sus derechos históricos. El acontecimiento se calificó de un hito en la lucha de los indios norteamericanos en este siglo. Uno de los dirigentes dijo: «Hasta ahora, siempre hemos estado a la defensiva. Pero ahora hemos llegado a un punto en el que es cuestión de vida o muerte para la cultura india, y hemos decidido pasar al ataque».

Según los primeros rumores, vendrían aquí a ofrecer apoyo moral y a atraer publicidad no sólo el señor Brando, sino también Paul Newman, James Baldwin y Eugene Burdick, pero de los cuatro, sólo apareció el señor Brando, junto con los escritores Kay Boyle y Paul Jacobs, de San Francisco, y el reverendo John J. Yaryan, canónigo de la Grace Cathedral de San Francisco. El canónigo vino con un cubo blanco en el que decía: «Cebo», y las bendiciones de su obispo, James A. Pike. La idea era montar un
Fish-In,
una sesión de pesca reivindicativa en pro de la causa india.

En la reunión había más de cincuenta tribus representadas por unos quinientos indios, y uno de los dirigentes dijo, muy satisfecho, que era la primera vez que los indios demostraban cierta unidad desde la batalla de Little Big Horn.

Esta vez, sin embargo, las cosas no fueron tan bien para el piel roja. El señor Brando dirigió a los indios en tres asaltos sucesivos contra «las fuerzas de la injusticia», y las tres veces perdieron. Al final de la semana, el asunto se había desinflado y el señor Brando estaba en las soledades del noroeste de la Olympic Peninsula, intentando conseguir que le detuviesen de nuevo y demostrar con ello algo que se había perdido hacía mucho en el caos que caracterizó al asunto del principio al fin.

Aun así, el asunto se calificó de éxito casi a pesar de él mismo. Entre los resultados importantes mencionaremos los siguientes:

—Un nuevo sentimiento de unidad entre los indios, que antes no tenían ninguno.

—Mucha publicidad para la causa india, gracias, sobre todo, a la presencia del señor Brando.

—La aparición de una dirección nueva y dinámica, constituida por el Consejo Nacional de la Juventud India.

—Se hizo patente el hecho de que los indios no quieren participar en la causa negra de los derechos civiles y harán todo lo posible por distanciarse de ella.

—La inevitable conclusión de que a los indios aún les queda un largo camino que recorrer para llegar a hablar con una sola voz, e incluso para hacerse oír eficazmente sin la ayuda de gente como el señor Brando.

El objetivo de todo el asunto era protestar contra el Estado de Washington por haber prohibido a los indios pescar con redes en ciertas zonas situadas fuera de sus diminutas reservas.

Los indios alegan que el tratado de Medicine Creek, firmado en 1854 por representantes de los indios del Estado de Washington y el gobierno de Estados Unidos, les privó de sus reservas pero les permitió pescar en los «lugares usuales y acostumbrados». Lo mismo hacen, según ellos, otros tratados de la misma época.

El lugar de pesca más «usual» de estos indios (casi todos miembros de las tribus Nisqually y Puyallup) ha sido el río Nisqually, alimentado por el glaciar del Monte Rainier y que hace un corte de noventa kilómetros hasta Puget Sound, unos kilómetros al sur de Tacoma.

Últimamente, los indios han utilizado redes de agalla de nylon y otros artilugios cada vez más efectivos del hombre blanco… para irritación de los deportistas, que se ven reducidos a la caña y el carrete, los pescadores comerciales a quienes está terminantemente prohibido pescar en ese río, y los funcionarios de pesca, que temen que se pierdan por completo el salmón y la trucha arcoíris en aquella zona.

Ese es el motivo de que el Tribunal Supremo del Estado de Washington decretase que las autoridades podían prohibir a los indios pescar con red fuera de las reservas, en zonas donde se considere muy necesario proteger la ruta del desove del salmón y la trucha arcoíris. Esto hizo el Tribunal Supremo; y los indios alegaron en seguida que tal acción violaba lo dispuesto en el tratado de Medicine Creek.

Según Janet McCloud, india tulalip, cuyo marido pesca en el Nisqually: «Ellos [los que redactaron el tratado original] nos prometieron que podríamos pescar por toda la eternidad: Mientras las montañas sigan en pie, la yerba sea verde y el sol brille…». El departamento de caza y pesca del Estado, dice, cree que la trucha arcoíris pertenece al hombre blanco. «Deben creer que llegó nadando detrás de los barcos de los primeros blancos».

Desde que el Estado limitó sus derechos de pesca, los indios han estado organizándose para protestar. El Estado, para defender su postura, esgrime la decisión mayoritaria del Tribunal Supremo, que dijo: «Ninguno de los signatarios del tratado original consideró la posibilidad de que se pescase con una red de agallas de nylon de 180 metros, que puede impedir que los peces suban río arriba para desovar».

Los indios niegan esto. Dicen que factores como la contaminación y la construcción de presas están contribuyendo notablemente a acabar con la pesca en el Estado de Washington, y añaden que ellos sólo extraen el 30 por ciento de la pesca que se obtiene en el Estado, que el resto corresponde a los deportistas y los pescadores profesionales blancos.

Ese era el trasfondo de los acontecimientos de la pasada semana. Para los indios la semana empezó bien y fue empeorando gradualmente. El lunes, el señor Brando y el canónigo Yaryan consiguieron que los detuviesen por utilizar una red barredera para pescar dos truchas arcoiris en el río Puyallup, cerca de Tacoma, donde una orden judicial reciente prohíbe pescar con red a los indios y a quien sea. También consiguieron mucha publicidad, más o menos seria, pero, para desilusión del señor Brando, las autoridades retiraron en seguida las acusaciones. Según John McCutcheon, fiscal del condado de Cierce: «Brando no es un pescador. Estaba aquí para defender una causa. No sirve de nada prolongar esto».

Y así, a regañadientes, el resto del día se dedicó a una serie de reuniones estratégicas dominadas por el señor Brando y una bandada de abogados, uno de los cuales realizó una hazaña casi sobrehumana al conseguir aparecer en casi tantas fotos de informadores como el señor Brando.

Por tanto, la «pesca reivindicativa» sólo demostró que un actor de Hollywood y un sacerdote episcopaliano pueden pescar ilegalmente en el Estado de Washington sin que les pase nada. Los indios no salieron tan bien librados, y el único que corrió el riesgo de pescar con el señor Brando y el canónigo se enfrenta ahora a una acusación de desacato por no respetar la orden judicial.

Tampoco ayudó gran cosa a la causa la manifestación ante el capitolio del Estado del martes. El gobernador Albert O. Rosellini, junto con otras mil quinientas personas, escuchó varios discursos feroces y una «declaración de protesta» por el acoso al que se ven sometidos los indios y respondió luego con un liso «no» a las peticiones de que se dé mayor libertad a los indios para pescar en «los lugares usuales y acostumbrados». Hacerlo, dijo el gobernador, sería permitir que se pusieran en peligro los recursos pesqueros del Estado.

El señor Brando calificó la actitud del gobernador de «insatisfactoria» y dijo que redoblaría sus esfuerzos en favor de los indios. «Estamos dispuestos a ir hasta el final en este asunto —explicó a los informadores—. Seguiré pescando, y si eso significa ir a la cárcel, iré a la cárcel».

Todo lo cual fue muy positivo para la prensa local, pero nadie parecía saber qué resultados positivos, aparte de éste, pudo producir. Una joven de ojos de lince y de vestido muy ceñido, preguntó al actor sí era verdad que algunos indios estaban molestos por su nuevo papel de «portavoz de los indios».

La pregunta de esta dama no era más que el acto público de un sentimiento que mucha gente había expresado en privado. No cabía duda de que la presencia del señor Brando atraía mucha atención pública hacia el asunto, pero gran parte de esta atención era irrelevante y daba pie a especulaciones (algunas en letra impresa) sobre si no estaría «haciendo todo aquello por publicidad personal».

No era así, pero dominaba tan completamente la escena que muchos de los indios se sentían afortunados cuando alguien se fijaba en ellos. El problema alcanzó su punto culminante cuando una cadena de televisión programó una entrevista con varios dirigentes indios del Consejo de la Juventud. Esto daba a los indios la oportunidad de exponer su punto de vista a una audiencia nacional que ignora, en gran medida, sus problemas. Pero el señor Brando vetó la entrevista porque tenía prevista otra «pesca reivindicativa» el mismo día, y quería que todos los indios estuvieran con él.

Pero, por desgracia, no pudo convencer a la prensa para que hiciese un viaje en coche de cuatro horas en medio de una lluvia torrencial para cubrir un acontecimiento que parecía no tener ningún valor informativo. En contra de sus esperanzas, la tentativa publicitaria resultó un fracaso. En conjunto, todo el montaje se resintió notablemente por falta de organización. El señor Brando era, sin duda, sincero en su actuación; habló con persuasión y prolongadamente de los problemas indios, pero no parecía tener más estrategia que la de hacerse detener.

Sólo tres o cuatro personas de los varios centenares de participantes parecían tener idea de lo que estaba pasando de una hora a la siguiente. Lo impregnaba todo una atmósfera de misterio e intriga. El señor Brando explicó que esto era necesario para mantener en la ignorancia a las autoridades, pero las autoridades iban siempre muy por delante de él, y los únicos que permanecían en la ignorancia eran los informadores, casi todos los cuales mostraron, al principio, una actitud de comprensión y apoyo hacia la causa india; los indios, muchos de los cuales habían robado tiempo a sus trabajos para ir a Olympia y conseguir algo; y los abogados, cuya estrategia laboriosamente estructurada resultó ineficaz en todos los casos.

Aparte de la falta de organización, otro problema básico fue el miedo de los indios a que el público identificase su «causa» con el movimiento de derechos civiles de los negros. «Estamos muy contentos de tener a Marlon de nuestra parte —dijo un dirigente indio—, pero, al mismo tiempo, es uno de nuestros grandes problemas, porque continuamente hace declaraciones en las que compara a los indios y a los negros; los dos movimientos son totalmente distintos. Los negros todavía no tienen la ley a su parte y tienen en su contra un montón de prejuicios populares; mientras que el problema de los indios es la burocracia federal. Nosotros tenemos ya la ley de nuestra parte en forma de tratados, y lo único que le pedimos al hombre blanco es que se atenga a esos tratados».

Una declaración a la prensa, en la que se explicaba por qué se hacía un manifiesto de protesta al gobernador, era muy explícita sobre este punto: «La presentación se realizará de tal modo que quede bien patente el gran orgullo y la dignidad del pueblo indio». Muchos indios son de lo más quisquilloso respecto a su orgullo, y consideran la lucha de los negros algo burdo e indigno.

Precisamente aquí, en el Estado de Washington, un «grupo disidente» de indios ha provocado un cisma en las filas indias apoyando a Jack Tanner, presidente de la delegación de Tacoma de la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACC), como representante suyo. El señor Tanner, que es negro, calificó la protesta de Olympia de «ridícula» y el miércoles hizo que cinco partidarios suyos montasen una «pesca reivindicativa» independiente, por su cuenta, por la que inmediatamente fueron detenidos.

Cuando los indios potencien su lucha, es muy probable que sea el Consejo Juvenil el que despliegue mayor actividad, y su aparición aquí es un acontecimiento de gran importancia. Hasta ahora, la relación entre estos «jóvenes turcos» y los consejos tribales tradicionales de los indios ha sido más o menos la misma que había antes entre los jóvenes negros y la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color: los jóvenes solían pensar que estaban «al margen». Pero la semana pasada eran ellos, claramente, quienes dirigían el espectáculo.

«Sí, claro, cometimos un montón de errores —dice Clay Warriot, uno de los "jóvenes turcos" más agresivos—, pero ahora sabemos lo que no hemos de hacer la próxima vez. Esto no fue más que el principio. Esperen a que nos pongamos en marcha».

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