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Authors: Elizabeth Kostova

La Historiadora (70 page)

BOOK: La Historiadora
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Cuando llevaba viviendo con nosotros algunos meses, se comentó que no hablaba de este monasterio de Sveti Georgi, aunque contaba muchas historias de otros lugares santos que había visitado, para que así nosotros, que siempre habíamos vivido en un mismo país, pudiéramos conocer algunos prodigios de la Iglesia de Cristo en diferentes países. Así, nos habló en una ocasión de la maravillosa capilla construida en una isla de la bahía de Maria, en el mar de los venecianos, una isla tan pequeña que las olas lamen sus cuatro muros, y del monasterio de Sveti Stefan, también sito en una isla, a dos días de distancia hacia el sur, donde él adoptó el nombre de su patrón y renunció al suyo. Nos contó esto y muchas cosas más, incluyendo que había visto monstruos horribles en el mar de Mármol.

Y nos hablaba muy a menudo de las iglesias y monasterios de la ciudad de Constantinopla antes de que las tropas infieles del sultán las profanaran. Nos describió con reverencia sus milagrosos iconos, de incalculable valor, como la imagen de la Virgen en la gran iglesia de Santa Sofía y su icono velado en el santuario de Blachernae. Había visto la tumba de san Juan Crisóstomo y de los emperadores y la cabeza del bendito san Basilio en la iglesia del Panachrantos, así como numerosas reliquias santas más. Qué suerte para él y para nosotros, destinatarios de sus relatos, que cuando todavía era joven hubiera abandonado la ciudad para errar de nuevo, de manera que estaba muy lejos de ella cuando el demonio Mahoma erigió en las cercanías una fortaleza inexpugnable con el propósito de atacar la ciudad, y poco después derribó las grandes murallas de Constantinopla y mató o esclavizó a sus habitantes. Después, cuando Stefan se encontraba muy lejos y se enteró de la noticia, lloró con el resto de la cristiandad por la ciudad mártir.

Y trajo consigo a nuestro monasterio libros raros y maravillosos a lomos de su caballo, los cuales coleccionaba y de los que extraía inspiración divina, pues dominaba el griego, el latín, el eslavo y tal vez algunas lenguas más. Nos contó todas estas cosas y depositó sus libros en nuestra biblioteca para darle gloria eterna, como así fue, aunque la mayoría sólo supiéramos leer en un único idioma, y algunos ni siquiera eso. Hizo estos regalos diciendo que él también había terminado sus viajes y se quedaría para siempre, al igual que sus libros, en Zographou.

Sólo yo y otro hermano comentamos que Stefan no hablaba de su estancia en Valaquia, excepto para decir que había sido novicio allí, y tampoco habló mucho del monasterio búlgaro llamado Sveti Georgi hasta el fin de sus días. Porque cuando llegó a nosotros ya fiebres en sus miembros, y al cabo de menos de un año nos dijo que esperaba inclinarse muy pronto ante el trono del Salvador si aquel que perdona a todos los verdaderos penitentes podía olvidar sus pecados. Cuando yacía en su última enfermedad, pidió confesión a nuestro abad, porque había presenciado horrores en cuya posesión no podía morir, y su confesión impresionó muchísimo al abad, que me pidió que tomara nota de ella después de rogar a Stefan que la repitiera, porque él, el abad, deseaba enviar una carta al respecto a Constantinopla. A ello procedí con diligencia y sin error, sentado junto al lecho de Stefan y escuchando con el corazón henchido de terror la historia que el enfermo me narró, tras lo cual recibió la sagrada comunión y murió mientras dormía. Fue enterrado en nuestro monasterio.

El relato de Stefan de Snagov,

transcrito fielmente por Zacarías el Penitente

Yo, Stefan, tras años de errar y después de la pérdida de la amada y santa ciudad donde nací, Constantinopla, fui en busca de reposo al norte del gran río que separa Bulgaria de Dacia. Recorrí la llanura y después las montañas, y encontré al fin el camino que conduce al monasterio que se halla en la isla del lago Snagov, un hermosísimo lugar apartado y defendible. El buen abad me dio la bienvenida y me senté a la mesa con monjes tan humildes y dedicados a la oración como todos los que había encontrado en mis viajes. Me llamaron hermano y compartieron conmigo su comida y su bebida, y me sentí más en paz en el seno de su devoto silencio de lo que había estado en muchos meses. Como trabajaba con ahínco y obedecía humildemente todas las instrucciones del abad, pronto me concedió permiso para quedarme con ellos. Su iglesia no era grande, pero sí de una belleza sin parangón, y sus famosas campanas resonaban sobre el agua.

Esta iglesia y su monasterio habían recibido la máxima ayuda y protección del príncipe de aquella región, Vlad hijo de Vlad Dracul, quien por dos veces fue expulsado de su trono por el sultán y otros enemigos. También estuvo mucho tiempo encarcelado por Matías Corvino, rey de los magiares. Este príncipe Drácula era muy valiente, y en el curso de sus incesantes combates saqueó o recuperó muchas de las tierras que los infieles habían robado, y donó al monasterio parte del botín, y siempre deseaba que rezáramos por él y su familia y su seguridad personal, cosa que hacíamos. Algunos monjes susurraban que había pecado por exceso de crueldad, y que también se había permitido convertirse al cristianismo mientras era prisionero del rey magiar. Pero el abad no quería oír ní una palabra mala sobre él, y más de una vez le había ocultado con sus hombres en el refugio de la iglesia cuando otros nobles deseaban encontrarle y darle muerte.

En el último año de su vida, Drácula vino al monasterio, tal como había hecho con frecuencia en tiempos anteriores. Yo no le vi, porque el abad me había enviado a mí y a otro monje a otra iglesia para hacer un recado. Cuando regresé, me enteré de que el príncipe Drácula había estado allí y dejado nuevos tesoros. Un hermano, quien comerciaba con los campesinos de la región para procurarnos vituallas, y que había oído muchas historias en la campiña, susurró que Drácula tanto podía obsequiar un saco de orejas y narices como uno lleno de tesoros. pero cuando el abad se enteró de este comentario, le castigó severamente. Así, nunca ví a Drácula en vida, pero sí lo vi muerto, tal como informaré al punto.

Unos cuatro meses más tarde nos enteramos de que había sido rodeado en una batalla y asesinado por soldados infieles, no sin antes matar a más de cuarenta de ellos con su gran espada. Tras su muerte, los soldados del sultán le cortaron la cabeza y se la llevaron para enseñarla a su amo.

Los hombres del campamento del príncipe Drácula sabían todo esto, y aunque muchos se escondieron después de su muerte, algunos trajeron la noticia y su cadáver al monasterio de Snagov, tras lo cual huyeron. El abad lloró cuando vio que izaban el cuerpo de la barca y rezó en voz alta por el alma del príncipe Drácula y para que Dios nos protegiera, porque la Media Luna del enemigo se estaba acercando en demasía. Ordenó que el cadáver fuera expuesto en la iglesia.

Fue una de las cosas más espantosas que he visto en mi vida, aquel cadáver sin cabeza con manto púrpura y rodeado de muchas velas parpadeantes. Le velamos por turnos durante tres días y tres noches. Yo participé en el primer velatorio, y la paz reinaba en la iglesia, salvo por el espectáculo del cuerpo mutilado. Todo fue bien en el segundo velatorio, al menos eso dijeron los monjes que velaron aquella noche. Pero la tercera noche algunos de los hermanos, agotados, se durmieron, y algo ocurrió que hinchió de terror el corazón de los demás. Más tarde no se pusieron de acuerdo en qué sucedió, pues cada uno había visto algo diferente. Un monje vio que un animal saltaba desde las sombras de los bancos sobre el ataúd, pero no supo describir la forma del animal. Otros sintieron una ráfaga de viento o vieron una espesa niebla penetrar en la iglesia, que apagó muchas velas, y juraron por santos y ángeles, y en especial por los arcángeles Mijail [Miguel] y Gabriel que, en la oscuridad, el cadáver decapitado del príncipe se removió y trató de incorporarse. Los hermanos profirieron grandes gritos de terror en la iglesia y toda la comunidad se despertó. Los monjes, cuando salieron corriendo, relataron lo que habían visto con grandes disensiones entre ellos.

Entonces apareció el abad, y vi a la luz de la antorcha que estaba muy pálido y aterrado por las historias que contaban, y se persignó muchas veces. Recordó a todos los presentes que el alma de este noble estaba en nuestras manos y que debíamos actuar en consecuencia. Nos guió hasta el interior de la iglesia, volvió a encender las velas y vimos que el cadáver estaba tan inmóvil como antes en su ataúd. El abad ordenó que registráramos la iglesia, pero no encontramos ningún animal o demonio en sus rincones. Después pidió que nos calmáramos y fuéramos a nuestras celdas, y cuando llegó la hora del primer servicio, se celebró como de costumbre y reinó la serenidad.

Pero a la noche siguiente reunió a ocho monjes y me concedió el honor de incluirme entre ellos. Dijo que sólo íbamos a fingir enterrar el cadáver del príncipe en la iglesia, pero en realidad debíamos alejarlo de inmediato de este lugar. Dijo que sólo revelaría a uno de nosotros, en secreto, dónde deberíamos transportarlo y por qué, de modo que la ignorancia protegería a los demás, y así lo hizo. Seleccionó a un monje que había estado con él muchos años, y dijo a los demás [de nosotros] que le siguiéramos con obediencia y no hiciéramos preguntas.

De esta manera yo, que no había pensado volver a viajar nunca más, me convertí en viajero de nuevo y recorrí una larga distancia, pues entré con mis compañeros en mi ciudad natal, que se había convertido en la sede del reino de los infieles, y vi que muchas cosas habían cambiado. La gran iglesia de Santa Sofía se había transformado en mezquita y no pudimos entrar. Muchas iglesias habían sido destruidas, o habían permitido que se desmoronaran, y otras se habían convertido en casas de adoración para los turcos, incluso el Panachrantos. Allí descubrí que estábamos buscando un tesoro capaz de acelerar la salvación del alma de este príncipe, y que dicho tesoro ya había sido puesto a buen recaudo, arrostrando grandes peligros, por dos monjes santos y valientes del monasterio de San Salvador, y sacado en secreto de la ciudad. Pero algunos jenízaros del sultán sospechaban, y por ello corríamos peligro y tuvimos que marcharnos en su busca, esta vez en dirección al antiguo reino de los búlgaros.

Mientras atravesábamos el país, tuve la impresión de que algunos búlgaros ya conocían nuestra misión, pues cada vez salían más y más de ellos a los caminos, se inclinaban en silencio ante nuestra procesión, y algunos nos seguían durante muchas leguas, tocaban nuestra carreta con las manos o la besaban. Durante este viaje ocurrió algo terrible. Cuando atravesábamos la ciudad de Haskovo, algunos guardias de la ciudad nos detuvieron por la fuerza y con ásperas palabras. Registraron nuestra carreta, afirmando que descubrirían lo que llevábamos, y encontraron dos bultos que abrieron. Cuando vieron que era comida, los infieles la tiraron a la carretera encolerizados y detuvieron a dos de los nuestros. Los buenos monjes clamaron su inocencia, pero sólo consiguieron enfurecer a los malvados, así que les cortaron las manos y los pies y pusieron sal en sus heridas antes de morir. Nos perdonaron la vida a los demás, pero nos expulsaron con maldiciones y latigazos. Después pudimos recuperar los miembros y cuerpos de nuestros queridos amigos y reunirlos para darles cristiana sepultura en el monasterio de Bachkovo, cuyos monjes rezaron durante muchos días por sus almas devotas.

Después de este incidente, nos sentimos muy entristecidos y aterrorizados, pero continuamos viaje, no mucho más lejos y sin incidentes, hasta el monasterio de Sveti Georgi. Los monjes, aunque eran pocos y viejos, nos dieron la bienvenida y dijeron que el tesoro que buscábamos había sido depositado allí por dos peregrinos unos meses antes, y que todo iba bien. No deseábamos volver a Dacia pronto después de tantos peligros, de manera que nos instalamos en el monasterio. Las reliquias que habíamos transportado fueron conservadas en secreto, y su fama se extendió entre los cristianos, que peregrinaron a Sveti Georgi, y también guardaron silencio. Durante mucho tiempo vivimos en paz en este lugar, y el monasterio creció gracias a nuestro trabajo. Pronto, no obstante, una epidemia se desencadenó en los pueblos cercanos, aunque al principio no afectó al monasterio. Después descubrí [que no se trataba de una plaga normal, sino de]

[En este punto el manuscrito está cortado o desgarrado.]

60

Cuando Stoichev terminó, Helen y yo guardamos silencio durante un par de minutos. Él sacudió la cabeza, y después se pasó una mano por la cara como si se estuviera despertando de un sueño. Por fin, Helen habló.

—Es el mismo viaje... Ha de ser el mismo viaje.

Stoichev se volvió hacia ella.

—Yo también lo creo. Fueron los monjes del hermano Kiril quienes transportaron los restos de Vlad Tepes.

—Y esto significa que, a excepción de los dos que fueron asesinados por los otomanos, llegaron al monasterio de Bulgaria sanos y salvos. Sveti Georgi... ¿Dónde está?

Era la pregunta que yo más deseaba formular, de entre todos los enigmas que me acuciaban. Stoichev se llevó la mano a la frente.

—Ojalá lo supiera —murmuró—. Nadie lo sabe. No hay ningún monasterio llamado Sveti Georgi en la región de Bachkovo, y no hay pruebas de que existiera. Sveti Georgi es uno de los diversos monasterios medievales de Bulgaria de los que conocemos su existencia, pero que desaparecieron durante los primeros siglos del yugo otomano. Lo más probable es que fuera quemado, y las piedras esparcidas o utilizadas para construir otros edificios. —Nos miró con tristeza—. Si los otomanos tenían algún motivo para odiar o temer a ese monasterio, lo más probable es que fuera destruido por completo. Sin duda, no permitieron que fuera reconstruido, como el monasterio de Rila. En un tiempo estuve muy interesado en descubrir el emplazamiento de Sveti Georgi. —Guardó silencio un momento—. Después de que mi amigo Angelov muriera, durante un tiempo intenté continuar su investigación. Fui al
Bachkovski manastir
, hablé con los monjes y pregunté a mucha gente de la región, pero nadie sabía nada de un monasterio llamado Sveti Georgi. Nunca lo encontré en ninguno de los mapas antiguos que examiné. Me he preguntado a veces si Stefan dio a Zacarías un nombre falso. Pensé que, al menos, correría una leyenda entre los habitantes de la región, si las reliquias de alguien tan importante como Vlad Drácula hubieran sido enterradas allí. Quería ir a Snagov, antes de la guerra, para ver qué podía averiguar en ese lugar...

—De haberlo hecho, habría conocido a Rossi, o al menos a aquel arqueólogo... Georgescu —dije.

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