La huella del pájaro (31 page)

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Authors: Max Bentow

Tags: #Policíaco

BOOK: La huella del pájaro
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La pared de enfrente estaba cubierta por unas cortinas.

No se veía a nadie más.

Volvió a mirar a Jana.

Ésta se balanceaba en lo alto, justo en medio de la sala, encima del cuchillo, temblando sobre los zancos.

El techo mediría por lo menos cinco metros de alto.

Jana tenía el rostro desencajado.

Miró a Trojan.

Los labios de éste pronunciaron una frase muda: «¿Dónde está Brotter?».

Jana no reaccionó.

Estaba llorando y lo miraba con expresión de terror.

«¿Se ha ido?», pronunció de nuevo en silencio.

Pero estaba demasiado lejos y Jana no podía leerle los labios. Trojan notó cómo se le erizaba el vello de la nuca. Ahí había algo que le daba muy mala espina.

Echó un vistazo a la máscara con el cuchillo; necesitaría herramientas para desatornillarla del suelo.

Miró a su alrededor.

Jana soltó un sollozo.

Primero debía soltarla de aquel gancho.

En un rincón encontró una escalera de mano; la cogió y la colocó junto a los zancos.

Volvió a mirar a su alrededor y finalmente empezó a trepar por la escalera.

Tal como ya había sospechado, la escalera no alcanzaba.

Entonces vio que en el riel había un segundo armazón con ruedas, provisto de otro gancho. Si cogía impulso y saltaba desde lo alto de la escalera, a lo mejor lograba alcanzar el gancho y deslizarse hasta donde estaba Jana.

No le quedaba más remedio, tenía que intentarlo.

Trojan se enfundó la pistola y cerró un momento los ojos.

Saltó.

Alargó las manos hacia el gancho y se agarró a él. El impulso hizo que las ruedas del armazón se deslizaran por el riel y pronto llegó junto a Jana.

Lo había conseguido.

Los zancos empezaron a tambalearse de nuevo y Jana se encogió de miedo.

—No pasa nada —susurró él—, estoy aquí, no pasa nada.

Pero justo en aquel momento se dio cuenta de que acababa de cometer un terrible error.

De detrás de aquella estantería llena de objetos varios apareció una figura. Llevaba un abrigo largo y la cabeza cubierta con una capucha. Era grotesco, el abrigo estaba cubierto de pelo rubio, parcialmente manchado de sangre reseca. Tan sólo en la capucha quedaba un pequeño fragmento sin pelo.

—Anda, el comisario —dijo Brotter, que avanzó un paso con una sonrisa sarcástica en los labios.

Trojan parpadeó.

Había algo raro en sus ojos. De repente se dio cuenta de que no tenía ni cejas ni pestañas.

Trojan quiso soltarse del gancho y volver a la escalera, pero en el último momento Brotter dio un salto y le pegó una patada a la escalera.

Ésta cayó con estruendo.

—El comisario jefe Trojan, qué honor. Felicidades, me ha encontrado. ¿Qué se siente al estar colgando indefenso del techo?

Trojan equilibró el peso, se sujetó del gancho tan sólo con una mano y con la otra desenfundó la pistola.

—Vaya, el poli quiere ir al grano. Qué pena, y yo que creía que íbamos a poder charlar un rato…

—¡Échese al suelo con las manos detrás de la cabeza! —gritó Trojan.

Brotter se rió.

—Me divierte, señor comisario. ¡Qué imagen más bonita, los dos ahí colgados!

Brotter fue hasta la pared.

«Dispara —se dijo Trojan—, dispárale de una vez».

Tenía el dedo del gatillo muy tenso.

—No cometa ningún error, Trojan. ¿Ve este interruptor de aquí? —dijo Brotter señalando un regulador montado en la pared—. He manipulado un poco los cables, es posible que los ganchos estén electrificados.

«Aprieta el gatillo —pensó Trojan—, ¡ahora!»

—¿Hacemos una prueba?

Trojan apuntó a la frente de Brotter. Apretó el gatillo, pero en aquel preciso instante notó una sacudida. El dolor le llegó con algo de demora, primero olió su piel quemada.

Se soltó y cayó al suelo.

Rodó sobre el hombro y durante un breve instante la oscuridad lo envolvió.

Entonces vio a Brotter, riéndose, y el agujero que la bala había dejado en la pared.

Brotter accionó un segundo regulador.

Trojan oyó un chisporroteo seguido de los gritos de Jana. Olía a pelo chamuscado.

—¡Ya basta! —gritó Trojan.

En ese momento se dio cuenta de que al caer había perdido el arma.

—Como quiera —dijo Brotter, que giró el regulador hacia el lado opuesto.

Trojan no se atrevía a mirar hacia Jana.

—Están bien los zancos, ¿no? —dijo Brotter—. De niño me encantaban. Las niñas siempre lo hacían mejor que los niños. Niñas altas y rubias, de piernas largas.

Trojan oyó a Jana llorar.

Soltó un jadeo.

Buscó a su alrededor, pero en cuanto logró localizar el arma, a dos metros de él, Brotter ya estaba junto a ella.

Trojan saltó y se le echó encima.

Inmediatamente notó un intenso dolor en el brazo derecho. No podía moverlo correctamente, debía de habérselo roto al caer.

Le soltó un puñetazo en la barbilla a Brotter con la mano izquierda.

Éste rodó por el suelo, pero cuando se levantó tenía el arma en la mano.

—¡Pum! —dijo, y se rió.

Se le había bajado la capucha. Trojan se dio cuenta de que era totalmente calvo.

Sin pensarlo, giró sobre sí mismo e, ignorando el dolor en el brazo, le agarró las piernas a Brotter. Sus manos entraron en contacto con el pelo humano que cubría el abrigo y notó la sangre reseca en la punta de los dedos.

Brotter se tambaleó y Trojan se le echó encima. Le clavó la rodilla en el brazo e intentó arrebatarle la pistola, lo golpeó varias veces en la cara con el puño izquierdo; pero Brotter se negaba a soltar el arma. Trojan intentó abrirle la mano y entonces le soltó un puñetazo en pleno ojo.

Brotter resolló.

Trojan le clavó el codo en la nuez y se apoyó con todo su peso. Brotter respiró con dificultad y soltó el arma. Trojan la cogió y quiso clavarle el cañón en la sien.

Pero entonces notó un intenso dolor. Brotter le había pegado un rodillazo en el bajo vientre que le permitió zafarse de él.

Por un instante, a Trojan se le nubló la vista.

De repente oyó un estrépito seguido de los alaridos de dolor de Jana.

Se volvió.

Brotter había derribado los zancos.

Jana colgaba del techo sujetada tan sólo por el pelo.

Tenía el rostro transido de dolor.

Gritaba y gritaba.

Con gran esfuerzo, Trojan levantó el brazo derecho, que se había roto, y apuntó a Brotter.

Éste se rió.

Trojan estaba cambiándose el arma de mano cuando oyó un ruido sobre su cabeza.

Brotter tiró de una cuerda y soltó una carcajada.

El contrapeso del polipasto, situado justo encima de Trojan, cayó a plomo, pero éste logró esquivarlo en el último momento.

El peso se estrelló en el suelo con gran estruendo.

Cuando Trojan volvió a abrir los ojos, Brotter había desaparecido.

Trojan miró febrilmente a su alrededor.

Los gritos de Jana se habían ido volviendo cada vez más débiles, hasta convertirse en gemidos.

¿Qué debía hacer? La escalera era demasiado corta y con el brazo roto no podía utilizar el segundo gancho. Miró a su alrededor en busca de algo que pudiera resultarle útil.

En aquel momento Jana soltó otro grito.

Trojan se le acercó.

No le quedaba más remedio. Empuñó el arma y apuntó a la cadena del gancho.

—No tengas miedo —gritó.

—No —gimió Jana.

—Confía en mí —le dijo.

El brazo le tembló levemente, pero logró dominarse. Finalmente apretó el gatillo. Cayó una llovizna de revoque del techo: no había acertado.

Sin pensarlo dos veces volvió a disparar.

En esta ocasión la cadena se partió con un chirrido metálico.

Jana cayó.

Trojan intentó recogerla tan sólo con el brazo sano, pero no lo consiguió.

El impacto de la caída hizo que los dos rodaran por el suelo. El dolor del brazo derecho era insoportable y le hizo ver las estrellas.

Quedaron tendidos cerca de la máscara de pájaro con el cuchillo.

Trojan miró fijamente la hoja.

Entonces abrazó a Jana con fuerza.

—Nils, oh, Dios, Nils —balbució ella.

Él le acarició la nuca.

—No pasa nada, no pasa nada —le susurró.

—Quería hacerte una señal, indicarte dónde estaba escondido —dijo—, pero me había amenazado con una descarga eléctrica.

—Todo ha salido bien —dijo él en voz baja—, lo has conseguido.

A Jana le dio un ataque de llanto convulsivo.

Trojan intentó calmarla al tiempo que examinaba la sala con la mirada.

¿Dónde estaba Brotter?

—Espera —le dijo con un susurro—, vuelvo enseguida.

—¡No me dejes sola! —le suplicó ella.

Con la mano izquierda se sacó el móvil del bolsillo y echó un vistazo a la pantalla. Ésta mostraba tan sólo una pila parpadeante.

Pulsó el botón de encendido pero no sucedió nada. Se había quedado sin batería.

—Vuelvo enseguida —le dijo.

La cubrió con su chaqueta.

Ella le dirigió una mirada aterrorizada.

Trojan fue hasta la sala contigua. Nada. A continuación salió del estudio. Los pájaros revolotearon a su alrededor.

La puerta de la escalera estaba abierta de par en par.

Salió al rellano y ya había bajado dos peldaños cuando vio algo en el descansillo que le llamó la atención.

Ahí había algo. Volvió a subir lentamente por la escalera.

Varios pájaros se arremolinaron en torno a Trojan. Uno de los frailecillos le golpeó la cabeza y Trojan se apartó. Los agudos piidos de las aves resonaban en el hueco de la escalera.

Finalmente reconoció lo que había en el suelo: eran pelos rubios del abrigo de Brotter.

«Demasiado obvio», pensó. A lo mejor era una trampa.

La puerta del tejado estaba apenas entornada. Se acercó despacio.

De golpe, el dolor se apoderó de él.

Encima de su cabeza se había abierto un tragaluz. Trojan quiso revolverse, pero inmediatamente notó la soga de alambre que le rodeaba el cuello. Volvió los ojos hacia arriba. Brotter asomó por el tragaluz con una sonrisa macabra en los labios y apretó aún más el lazo.

—Suelte el arma —le ordenó en voz baja.

Trojan intentó levantar la Sig Sauer con la mano izquierda, pero Brotter tiró con más fuerza.

Trojan volvió a ver las estrellas.

—Que la suelte —bufó Brotter.

Quiso volver a intentarlo, pero Brotter incrementó aún más la presión. Trojan tuvo la sensación de que iba a desmayarse en cualquier momento.

—Suéltela.

Abrió la mano, dejó caer la pistola y la apartó con el pie.

Brotter soltó un poco el alambre.

—Así, comisario, muy bien.

Trojan jadeó.

Pero el dolor volvió de inmediato. Tuvo la sensación de que se le salían los ojos.

—¿No le avisé de que iba a morir, Trojan?

El alambre se le clavaba en la piel.

—¿Se había olvidado de mi advertencia o qué?

Trojan intentó meter las manos entre el lazo y el cuello, pero era ya demasiado tarde.

Le cedieron las piernas, todo se nubló a su alrededor.

Oyó el primer disparo como a lo lejos. Luego resonó el segundo y algo cayó del techo.

El tercero fue un estallido ensordecedor, pero finalmente Trojan pudo volver a respirar.

Dio media vuelta.

Ante él estaba Jana, con la pistola en la mano.

Estaba temblando.

Trojan levantó la vista: Brotter había desaparecido.

Le cogió el arma de las manos y la metió en la funda. Entonces se agarró con la mano izquierda al borde del tragaluz e intentó levantarse con una sola mano. No podía utilizar la derecha, el dolor se lo impedía. Con gran esfuerzo, logró elevarse un palmo, al tiempo que intentaba impulsarse con las piernas. De pronto su pie golpeó el hombro de Jana, que se había colocado debajo de él, agachada. Lo sujetó por los tobillos y lo ayudó a levantarse.

Trojan logró salir al exterior. El tejado era enorme. Hizo un esfuerzo por no mirar hacia abajo y, aun así, atisbó el Spree a sus pies, los tejados de los edificios circundantes y el caminito que recorría la orilla del río.

Unos diez metros delante de él, Brotter atravesó corriendo una rejilla de ventilación y un tramo alquitranado de terrado. Su abrigo ondeaba al viento.

Trojan desenfundó el arma, apuntó y disparó.

Brotter viró bruscamente.

Iba a perseguirlo hasta el borde del tejado. Trojan salió tras él.

Al llegar junto a una chimenea de un metro de ancho, vio cómo la cabeza de Brotter asomaba detrás de los ladrillos.

Una vez más iba a tener que disparar con la mano izquierda.

Pensó un momento: había disparado tres veces dentro del estudio, Jana había disparado tres veces más y ya había marrado un disparo en el tejado. El cargador tenía ocho balas. No sabía si iba a acertar con la izquierda.

Brotter gritó algo, pero Trojan sólo entendió «¡comisario!».

Y luego una vez más, «¡comisario!», como un eco.

Trojan dio otro paso adelante y finalmente apretó el gatillo.

Su última bala pasó volando por encima de la chimenea.

No vio a Brotter por ninguna parte.

Dio dos pasos más.

Pegó la espalda a la chimenea y dio un salto hacia delante.

Brotter se le echó encima desde lo alto. En aquel punto el tejado hacía pendiente y los dos rodaron casi hasta el borde.

Trojan palpó con la mano y constató que el tejado se terminaba allí mismo.

Brotter se colocó encima de él, de cuclillas.

—Disfrute de la vista, comisario.

Entonces le lanzó un puñetazo a la barbilla y Trojan tuvo que apartar la cara.

Vio el abismo ante sus ojos y el pánico se apoderó de él.

Divisó las esculturas de los gigantes a lo lejos y las personas que tomaban el sol en el Badeschiff, diminutas como soldaditos de plomo. Notó de nuevo la soga en el cuello y el vértigo hizo que se le nublara la vista.

—¿Tiene miedo, Trojan? —preguntó Brotter.

Trojan resolló.

—Lo entiendo perfectamente, comisario. Al fin y al cabo soy psicólogo.

Tenía el corazón en un puño.

En aquel momento se acordó de las palabras de Jana.

Decidió no reprimir su miedo, sino darle rienda suelta.

Trojan se revolvió con todas sus fuerzas y giró sobre sí, hacia el abismo.

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