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Authors: José León Sánchez

Tags: #Histórico, Relato

La isla de los hombres solos (11 page)

BOOK: La isla de los hombres solos
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Alguna vez don Venancio se vestía de reo, ordenaba que se le colocara una cadena al pie y decía que era para sentirse él mismo en la situación en que el reo pasaba. Incluso se sumaba a las cuadrillas de trabajo y ordenaba ser tratado en igualdad con los presidiarios, con lo que los cabos de vara se miraban obligados —bajo temor— a aplicarle un garrotazo cuando se ponía un poco lerdo.

El colmo de las aventuras de don Venancio fue lo que dio motivo al alegronazo que recibí en el presidio y que ya lo he dicho una página atrás.

Y fue nada menos que un día el coronel Venancio se declaró Presidente de la República Libre, Soberana, Independiente de San Lucas en el Golfo de Nicoya, a diez millas de la República de Costa Rica y del Continente Americano en el océano Pacífico.

Le voy a contar la historia para que usted la cite en su libro que dice está haciendo sobre nosotros y con todos los detalles para que conozcan a fondo uno de los capítulos más curiosos de la historia de este terrible presidio de San Lucas.

Eran los tiempos lindos de verano.

Los vientos de noviembre barrían la isla y azotaban la mar. Las hojas del marañonal, y los tamarindos, mangos, jocotes, almendros y palmeras jugaban por todos lados a lo loco, traviesos como niños en recreo.

Las nubes muy blancas recorren las montañas como vacas rumbo a los potreros altos donde amaneció el rocío. Allá, a lo lejos, una manada de loras parece inundar los altos cerros donde hay una quebrada, en una piedra grande nace un arroyo y se requiebra un arco iris.

De tanto en tanto una manada de lapas cruza como una flecha el cielo de la isla y así tan llenas de colores como son, representan para mi sentir el eco que viene de allá, desde mis montañas, y es como una campana del recuerdo que da golpes sobre mi corazón.

Los primeros días miraba siempre para allá, para el lugar de donde vienen las lapas con su sinfonía de colores hasta que la esperanza se me hacía pedacito de lágrima.

Este mes a fines de noviembre y los primeros días de diciembre son lindos en mi pueblo. La Calle de las Solteronas se viste de fiesta. Las nutrias empiezan a correr sobre el río y hacen sus nidos en el corazón de los troncos podridos ya
urrú,
o todos lanudos.

Cuando vivía allá y tomaba el camino que va por el sendero de las Solteronas me sentía el muchacho más feliz del mundo.

Seguro que en mi pueblo todo sigue igual. Un viento pequeño estará tamizando la copa de los tamarindos y suavemente se acaricia sobre el pelambre de los animales, hará abanico en el plumaje de las gallinas y estoy seguro que cuando florezcan los lirios del río será como la hora de reír para todos los muchachos de mi pueblo.

Mi abuelo —un pobre viejo que es bueno con él y bueno con todos los demás— al caer de las tardes irá hasta el árbol de cortes donde duermen las gallinas y las contará una a una para regresar después hasta su hamaca a fumar la pipa de barro pensativamente, mansamente. Porque abuelito es manso y humilde como una rueda de carreta y me contaron que cuando a mí me trajeron para acá, lloraba con los ojos perdidos por el camino que llevan las lapas cuando atraviesan nuestro pueblo y se dejan ir de cabeza formando una V sobre los caminos del mar rumbo a las islas del golfo.

Abuelito decía que el hombre honrado ante las cosas amargas de la vida, será fiel amigo de las causas del buey que en las cuestas duras ha de bajar la frente para tomar ánimos y empezar de nuevo. Pero mi pobre abuelo no supo nunca lo que es llevar una cadena al pie…

María Reina también —cuando era mi novia— pasaba en las montañas de viento presurosa con su motete de ropa rumbo al río y me regalaba una sonrisa.

¡Ella, la bonita, que cuando daba una sonrisa era como regalar una estrella!

Siempre es posible regresar por el camino de los bueyes —decía mi abuelo—. El camino de los bueyes, el mismo camino es de la oración, la esperanza. De esa esperanza que como ciertas flores también nace bajo de las piedras.

Pero seguro mi abuelo no tenía razón. O no supo que el mundo es algo más que la cantina, el estanco, la venta de quesos, el sendero de las Solteronas. Pero como me decía Alexis, el compañero que un día vino desde El Alto de los López en San José de Atenas, después de la creciente de los ríos, los nidos caminan deshechos rumbo al mar y aunque la noche del miedo siempre pasa, hay una huella honda y larga que se nos va quedando en el alma.

Adelante de mí tenía un camino de hierro, que no se parece en nada al camino de los bueyes, lleno de angustia, en que todo ha de ser noche.

Los vientos de noviembre seguían barriendo la isla. Los marañones hacen maromas en la punta de la enramada.

El sol es un tambor que redobla en la eternidad.

La vida del reo es como el agua que va y se encuentra una piedra, pero la corriente de dolor no se detiene. El destino de los reos no se devuelve nunca, como jamás se devuelve el agua de los ríos.

Por eso nosotros teníamos que lanzar para adelante el corazón a lo que fuera, pero con todas las fuerzas.

Un día empezaron a gritar los pericos sobre el frijolar ya casi tierno. Un laperío se fue por las cuestas de Tumba Bote.

En la mañana la tierra amaneció mojada como tu nombre,
lluvia.

Y luego se fue muriendo lentamente como es el morir siempre de todas las mañanas.

Abuelo tenía el corazón como canción de golondrina que siempre sabe encontrar los caminos buenos. Pero no heredé esa clase de corazón.

Y María Reina, la mujer que tenía ojitos alegres y tenues como un par de cogollitos de hierbabuena, me lo decía alguna vez.

Ella me comprendía y sabía como nadie que fui un muchacho bueno que no tuvo edad de media calle sino solamente trabajo desde niño. Por eso cuando ella se dejaba besar, un murmullo se me apretaba en el alma.

El viento del verano que ya entra está barriendo la isla.

Hoy desde que amaneció la mañana se encendió con un canto de yigüirros.

Me gusta mucho ese encender de cantos sobre la mañana. Y es como el morir de las tardes que siempre son iguales. Aquí en la isla, en los tiempos del verano, la tarde muere sobre el eco de un centenar de cigarras que así le pregonan un funeral.

Allá en nuestro pueblo hay un lugar que se llama La Vuelta del Ternero y donde abundan los yigüirros y abundan las cigarras. Hay también muchas niñas con ojos de durazno y todas tienen un alma sencilla y apacible y son bonitas como el corazón de una piñuela en flor, que cuando lo miran a uno desde el otro lado de la quebrada que atraviesa el pueblo, hasta el agüita clara se pone a cantar.

Nada hay más lindo en San Lucas que estos meses del verano que atraen al recuerdo de los tiempos y de las cosas que ya se fueron. Los barriales se marchan poco a poco como ya cansados de una larga jornada en que nos han dejado la humedad por todos lados hasta el centro de los huesos. Los árboles, juguetes del viento, se ríen como chilindrines movidos por resortes escondidos o como cabellera de mujer. Las flores de los árboles vienen a germinar en su día en que todo lo ponen amarillo, rojo, blanco. Sobre el mar la espuma se hace risos como el carcajear de cada ola para con el viento. Los días son frescos pero muy cortos, ya que a las seis de la tarde parece que son las siete de la noche.

Vienen los polvos desde Hacienda Vieja y más allá.

Los vientos alegran el corazón ya que nos hacen soñar con todos los caminos que han recorrido hasta llegar aquí a nuestro lado. Son los meses también en que una clase de mariposas amarillas vienen por miles de miles desde la costa, sobre el brinco del mar, como si del cielo bajara lluvia de agua amarilla. Son nubes que pasan sobre nuestras cabezas y que inundan la isla todo un día. A veces una semana entera como para tomar fuerzas y seguir su camino rumbo al verde del mar donde de vez en cuando caen las viejas y detrás de esa nube de mariposas va una mancha de sardinas que también las sigue en espera de las cansadas que van cayendo.

El suelo se convierte en amarillo y luego en rojo.

Cierto que los arroyitos que bajan de la cresta de todos los montes en la isla, empiezan a mermar su caudal anunciando los meses terribles del verano en que los animales se mueren de sed. Y después se mueren los hombres débiles o deshidratados. Pero así y todo es bueno caminar por entre esas quebradas y meter los pies encadenados cuando no lo está mirando el cabo de vara, para sentir la caricia de vida o por tener un sueño escondido cuando en el mes de marzo y abril el agua se nos vuelve a dar por botellas cada dos días…

Los vientos vienen a remozar la vida de la isla, a limpiarla de cosas sucias, y se hacen los remolinos de viento-hojas como elevando plegarias de tristeza a Dios, o como si en cada uno de esos remolinos se fueran las penas de todos los reos y las cadenas con ellas.

Vinieron los meses en que allá afuera, más allá de allá, donde está la tierra de Costa Rica, los hombres y las mujeres hacen ya sus planes para las Noches Buenas…

¡Ah, esas Noches Buenas!

Los botecitos de vela lo piensan dos veces antes de hacer frente al golfo que se vuelve más fiero que nunca porque es el tiempo en que azotan los nortes y que cuando llegan, en cada uno de los ranchos de la costa los pescadores suelen rezar más y mejor.

Es también el tiempo en que las abejas se van y se marchan los pájaros que durante todo el invierno han vivido picando flores. Y se van las aves porque de quedarse, el viento las mata estrechándolas contra las rocas y las ramas. Recuerde que son vientos largos de horas seguidas y que algunas veces impiden caminar a la caravana de reos, que cadena al hombro, viene bajando las colinas.

Es el mismo viento que poco a poco ayuda a dar muerte a la tierra de la isla, a empobrecerla más, pues desde el mar viene el aire yodado que hace de lo bajo tierra que ya no sirve para nada. Y es poco la muerte de la tierra en las colinas devastadas por el hacha y llevan al mar el manto fértil que perdura por milagro.

Es el mes en que los hombres cuentan que las brujas suelen visitar esta isla infernal para recoger la tierra que ha sido pisada por los presidiarios y sacar copias de la huella que han dejado las cadenas en cada lodazal y que dicen son buenas para los encantos que ellas saben hacer.

Los mangos verdes van brotando de la flor y los reos se sientan bajo esos árboles con la esperanza de que caiga alguno y tomarlo a escondidas de los soldados para devorarlo.

¡Ah, los tiempos lindos del verano en San Lucas!

Los recuerdo muy bien, porque es el tiempo en que una señora buena que tiene hotel en Puntarenas prepara café y tamales al final de noviembre y se acerca para dar uno a cada reo.

Y es también el tiempo, único, en que no se sabe de dónde llegan muchos sacos de papas y que año con año es así como parte de una promesa dando a cada reo una papa grande como dos puños por la mañana y otras tres días después, también así de grandes como dos puños.

Es también el tiempo en que me recuerda que un día fui libre. ¡Libre! Todavía me acuerdo de esos tiempos en que esperaba a estos vientos de noviembre para elevar el barrilete en el centro de la plaza de mi pueblo que era tan verde y tan plana.

Muy distinto a este mío hoy en que los reos llegamos sin apego a la vida en cada noche y salimos igual por la mañana.

Decía María Reina:
¡Y tendremos niños como un puñito de rosas!

Lo murmuraba así mirando mansamente con aquellos sus ojos que eran gemelos de mis ojos. Y lo decía con aquella su voz del jilguero amarillo cuando empieza a picar sobre la mañana.

En cambio hoy todo se me ha cambiado tan tontamente, que es como cambiar una camisa nueva por un trapo ya viejo.

¡Qué de cosas bonitas con el recuerdo de estos meses amables!

La gente que cuando venía el sacerdote iba a misa. O las tres misas, porque había que aprovechar. Y estaban ahí las niñas lindas y los vecinos humildes porque siempre había un amor para cada corazón.

Es el tiempo del mecer de las matitas del café. Y crece el arroyo verde que parte en dos el bosquecito de bambú que corre en las orillas por la Calle de las Solteronas y a donde se puede llevar la novia porque ahí se estrena una canción cada mañana.

Hoy siento el corazón como la nutria que va río abajo, mira que mira, para todos lados y que al final se acurruca en una pocita cansada y sencilla como un mirar de niño.

No tenía yo, no tenía, como el agente de policía de mi desgracia, un mirar de cangrejo, sino que siempre el corazón metido entre dos manitas juntas de mi amada. Pero él era malo y lo tenía tirado de cualquier forma entre su pecho como un pino viejo que se pudre en una orilla del camino. Y tenía unos brazos lindos mi amada bajo los cuales no podía nunca morirme de frío. Y aquellos ojos tan dulces como una gota de agüita miel. Hasta las piedras de mi pueblo eran bonitas; por eso a veces pongo mis manos temblorosas sobre una de estas rocas ya calientes y me pienso que tienen el mismo secreto escondido que les dejó el viento de mi pueblo.

No sé cómo el juez pudo creer que yo a pesar de lo feliz que era en la vida podía cometer un crimen. El crimen lo hacen las personas que no tienen contento el corazón. Lo hacen los hombres que tienen un amargo en el alma y una impiedad en sus ojos.

Y no entiendo cómo pudieron pensar que era capaz de dar muerte a una chiquita como la nuestra que era uno palabra hermosa ante los ojos de Dios y al mismo tiempo, mi niñita significaba una inmensa alegría para nosotros sus padres.

¡Ay los tiempos del viento cuando termina noviembre en San Lucas!

¡Cómo cantan, cómo dicen, cómo se añoran en mí; cómo me hace de feliz el recordarlos poco a poco, pasito a pie, al igual que una botella de agua en los meses del verano!

¿Dice usted que estoy hablando del presidio como si me gustara mucho el lugar?

Es que no puedo negar que cuando el tiempo se pone bonito en estos meses del viento todas las cosas son remedio de nostalgia sobre el recuerdo de mi pueblo y de sus cosas y su gente.

Y no puedo negar que aquí desde la playa los caminos son hermosos, más lindos que todas las tierras de Puntarenas, allá en Costa Rica.

Lo malo aquí son los hombres…, los hombres y su mirar y su decir y las cosas que nosotros pensamos cuando estamos dormidos y lo que piensan otros cuando están despiertos.

Pero por favor no piense mal de mis palabras. Y se lo ruego con las dos manos juntas, porque si usted piensa mal he de rezar una oración que yo me sé para que las mujeres de los labios y los ojos más lindos del mundo vuelvan la cabeza para otro lado cuando le miren llegar…

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