—Voy a ir al origen de esta cacería humana. Voy a ir a ese castillo en Francia.
Libro II dijo:
—¿Y qué va a hacer? ¿Llamar a la puerta?
—No, voy a recoger una recompensa.
—¿Una recompensa? —dijo Madre—. Yo, esto, no quiero hacer de abogada del diablo, pero ¿no necesitas… una cabeza… para recoger la recompensa?
—Cierto —convino Schofield mientras contemplaba la Palm Pilot modificada de Knight, el miniordenador que mostraba los progresos de Damon Larkham—. Y sé dónde encontrar algunas. Y, al mismo tiempo, voy a traer de vuelta a Gant.
Tercer ataque
Francia —Inglaterra— EE. UU
.
26 de octubre, 11.50 horas (Francia
)
05.50 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU
).
En los próximos cincuenta años, la población mundial aumentará de cinco mil quinientos millones a más de nueve mil millones… El 95% de ese incremento de población tendrá lugar en las regiones más pobres del mundo.
—Robert D. Kaplan,
La anarquía que viene
El campamento de los santos
, la novela que Jean Raspail escribió en 1972 sobre una invasión de Francia por parte de una armada de indigentes del tercer mundo… ha resultado ser profética… En el siglo XIX, Europa invadió y colonizó África. En el siglo XXI, África invade y coloniza Europa.
—Patrick J. Buchanan,
La muerte de Occidente
10. POLANSKI, Damien G. USA ISS
Berlín, Alemania
22 de octubre, 23.00 horas
Le gustaba follarse a las tías por detrás, bombeando cual martillo neumático y aullando gritos de vaquero. Y estaba obsesionado con los culos. Le encantaban las veinteañeras con culitos pequeños y prietos.
Había descubierto esos hechos gracias a las prostitutas del barrio rojo berlinés, cuyos servicios contrataba a menudo.
La trayectoria profesional de Damien Polanski había conocido tiempos mejores.
Experto del Bloque del Este durante la guerra fría, se encontraba en esos momentos destinado en la oficina de campo del servicio de Seguridad e Inteligencia en Berlín, envejeciendo y tornándose más irrelevante día tras día. Sus hazañas de la década de los ochenta (la deserción de Karmonov, el descubrimiento de los archivos Cobra soviéticos…) habían sido tiempo ha olvidadas por una agencia de Inteligencia que ya no lo quería allí.
Un perro viejo en un nuevo mundo.
Atrajo su atención con facilidad. No resultó muy difícil. Era una mujer impresionante: piernas largas y bien torneadas, fuertes espaldas, pechos pequeños y perfectos y esa fría mirada euroasiática.
Algunos la llamaban la Reina de Hielo.
Se sentó en la barra del bar, enfrente de su mesa, dejó caer su bolso de mano y se agachó para cogerlo, regalándole la vista con la imagen de su minifalda de vinilo negra. Sin ropa interior.
En quince minutos Polanski se encontraba en la habitación de un hotel quitándose a toda prisa los pantalones y pensando:
¡Arre, nena! ¡Arre
!
Ella salió del baño totalmente desnuda, con las manos en la espalda. Los ojos de Polanski se abrieron de par en par al verla. Se tiró a la cama, se volvió… justo cuando la espada de samurái de hoja corta que ella llevaba en las manos le rebanó limpiamente el cuello.
7. NAZZAR, Yousef M. LBN HAMÁS
Beirut, Líbano
23 de octubre, 21.00 horas
Los testigos dijeron que había sido uno de los trabajos más profesionales que habían visto en Beirut (algo que, tratándose de la ciudad que era, es mucho decir).
Vieron que Yousef Nazzar, comandante de Hamás conocido por haber recibido adiestramiento soviético, entraba en el edificio de apartamentos.
Ni siquiera un segundo después, dos turismos se detuvieron delante del vestíbulo y ocho soldados se bajaron de ellos y entraron a toda velocidad en el edificio. Uno de ellos llevaba una caja blanca con una cruz roja en un lateral.
Había algo que coincidía en todos los relatos de los testigos: las armas que los asesinos habían usado. Todos las identificaron o describieron como subfusiles automáticos VZ-61 Skorpion.
Y entonces, de repente, los asesinos salieron y, con el chirrido de los neumáticos de sus vehículos, se marcharon.
El cuerpo de Yousef Nazzar fue encontrado después en el suelo de su apartamento. Le faltaba la cabeza.
8. NICHOLSON, Francis X. USA USAMRMC
Residencia de ancianos Cedar Falls
Miami, Florida
24 de octubre, 07.00 horas
La enfermera de la recepción jamás podría haberse imaginado que se trataba de un asesino.
Cuando le había preguntado «¿En qué puedo ayudarle?», él le había respondido, de manera cortés, que trabajaba en el hospital y que estaba allí para recoger los objetos personales de un residente de Cedar Falls recientemente transferido.
Era alto y delgado, con la piel muy oscura y la frente ancha. Más de un testigo lo describiría después como «africano». No sabían que, en la comunidad internacional de cazarrecompensas, era conocido por un nombre muy sencillo: «el Zulú».
Vestido con una bata blanca, recorrió con total tranquilidad la residencia con una caja de transporte de órganos en su mano.
Encontró la habitación con rapidez, y al anciano, Frank Nicholson, durmiendo en su cama.
Sin un instante que perder, el Zulú sacó un machete de debajo de su bata.
La policía encontró su coche dos horas después, abandonado en el aparcamiento del aeropuerto.
Para entonces, sin embargo, el Zulú ya se encontraba en un asiento de la primera clase del vuelo 45 de United Airlines con destino a París. En el asiento contiguo iba la caja de transporte de órganos.
A Frank Nicholson se le echaba mucho de menos en la residencia.
Había sido un anciano muy popular, amigable y extrovertido.
La dirección también lo había tenido en mucha estima. Puesto que había sido médico, había salvado la vida de más de un anciano que había sufrido un colapso en el campo de golf.
Sin embargo, resultaba curioso que, a diferencia de muchos otros, nunca había hablado de sus días de gloria.
Si se le preguntaba, siempre respondía que había trabajado como científico en el comando de material e investigación médica del ejército de Estados Unidos en Fort Detrick, «haciendo algunas pruebas para las fuerzas armadas», antes de jubilarse el año anterior.
Y luego llegó esa noche en que el asesino había entrado en su habitación y le había cortado la cabeza.
Fortaleza de Valois, Bretaña (Francia).
26 de octubre, 11.50 horas (hora local).
05.50 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).
Siempre había adorado la anarquía.
Le encantaba la idea, el concepto: la pérdida total y absoluta de control; una sociedad sin orden.
En particular le encantaba la manera en que la gente (la gente normal y corriente) respondía a ella.
Cuando los estadios de fútbol se venían abajo, salían en estampida.
Cuando se producían terremotos, saqueaban.
Durante las batallas y matanzas anárquicas (Nankín, My Lai, Stalingrado…) violaban y mutilaban a sus iguales.
La teleconferencia con los otros miembros del Consejo no empezaría hasta dentro de otros diez minutos, tiempo suficiente para que el miembro número Doce satisficiera su pasión por la anarquía.
Su nombre era Jonathan Killian.
Jonathan James Killian III, para ser más exactos, con treinta y siete años de edad era el miembro más joven del Consejo.
Nacido en la abundancia (su padre era estadounidense y su madre francesa), poseía el porte altanero de aquel acostumbrado a tener todo lo que desea. También tenía una mirada fría que podía hacer que el negociador más combativo callara. Era un don poderoso que se veía acentuado por un rasgo facial inusual: Jonathan Killian tenía un ojo azul y otro marrón.
Su fortuna se estimaba en treinta y dos mil millones de dólares y, gracias a un complejo entramado de empresas, era el propietario de la fortaleza de Valois.
A Killian nunca le había gustado el miembro número Cinco.
Si bien era inmensamente rico gracias a un heredado imperio petrolífero en Texas, el número Cinco carecía de suficiente intelecto y era propenso a las pataletas. Con cincuenta y ocho años, seguía siendo un niñato consentido y malcriado. También había sido un persistente y obcecado oponente a las ideas de Killian en las reuniones. Resultaba de lo más irritante.
En esos momentos, sin embargo, el miembro número Cinco se hallaba en una enorme mazmorra de piedra en el nivel inferior de la fortaleza de Valois, en las rocosas profundidades del castillo, acompañado de sus cuatro asistentes personales.
La mazmorra era conocida como el foso de los Tiburones.
De casi cinco metros de profundidad y paredes de piedra verticales, tenía una perfecta forma circular. También era ancha: unos cuarenta y cinco metros. Asimismo, estaba llena de una serie de piedras elevadas de distintos tamaños. Una cosa estaba clara: una vez que una persona se encontraba allí, era imposible escapar.
En el centro del foso, y descendiendo verticalmente en la tierra, se hallaba una especie de «sumidero» de tres metros de ancho que daba directamente al océano.
En esos momentos la marea estaba subiendo, por lo que el agua que entraba al foso a través del sumidero crecía con rapidez, vertiéndose, llenándolo, convirtiendo la colección de piedras irregulares en una serie de pequeñas y pétreas islas, para horror del miembro número Cinco y sus asistentes.
Por si eso fuera poco, dos oscuras formas podían vislumbrarse moviéndose por entre los pasajes que conformaban las islas, justo por debajo de la superficie del agua (formas con aletas dorsales y cabezas en forma de bala). Eran dos enormes tiburones tigre.
Además, el foso de los Tiburones estaba provisto de dos detalles más dignos de mencionar.
Primero, un balcón situado en la cara sur. Antes de la revolución, la aristocracia francesa celebraba luchas gladiatorias en sus mazmorras (por lo general campesinos contra campesinos o, en el caso de mazmorras más sofisticadas como la de la fortaleza de Valois, campesinos contra animales).
El segundo detalle digno de resaltar del foso de los Tiburones se encontraba en la mayor de las plataformas de piedra elevadas, junto a la pared norte. En este lugar se hallaba un objeto aterrador: una guillotina de tres metros y medio de altura.
Alta y brutal, era un añadido de Killian. En su base se hallaba un bloque de madera con unas ranuras talladas (para la cabeza y manos de una persona). Una manivela en un lateral de la guillotina levantaba su cuchilla de acero de forma triangular e inclinada. Un simple resorte la dejaba caer.
Killian se había inspirado en los actos de los soldados japoneses durante el saqueo de la ciudad china de Nankín en 1937.
Durante tres terribles semanas, los japoneses habían sometido a los chinos a torturas inenarrables. Más de trescientas sesenta mil personas fueron asesinadas en ese tiempo. Se cuenta que los soldados japoneses celebraban competiciones de decapitaciones. O peor, hacían elegir a los padres: o violaban a sus propias hijas u observaban cómo estas eran violadas. O hacían a los hijos escoger entre tener sexo con sus madres o morir.
Killian estaba intrigado. Por lo general, los chinos escogían la salida más honorable y aceptaban la muerte antes que realizar actos tan atroces. Pero algunos no.