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Authors: Kristin Harmel

Tags: #Romántico

La lista de los nombres olvidados (27 page)

BOOK: La lista de los nombres olvidados
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—Ajá —digo.

—¿Quieres hablar con él?

Estoy a punto de decirle que sí, pero me doy cuenta de que llegaremos dentro de una hora.

—Salúdalo de mi parte y dale las gracias. No tardaremos en llegar.

Annie guarda silencio por un minuto.

—¿Quiénes? ¿Ahora tú también tienes novio o algo así?

Echo a reír a mi pesar.

—No —digo y echo una ojeada a Alain, que contempla Pembroke por la ventanilla—, pero tengo una sorpresa para ti.

Al cabo de una hora llegamos a Hyannis y atravesamos corriendo las puertas corredizas del Hospital de cabo Cod. La enfermera del mostrador de recepción nos envía al tercer piso, donde veo a Annie sentada en la sala de espera, con la cabeza gacha. A su lado, Gavin hojea una revista. Los dos alzan la vista al mismo tiempo.

—¡Mamá! —exclama Annie, olvidando por un momento, parece, que últimamente se ha vuelto demasiado impasible para saludarme con entusiasmo.

Se pone de pie de un salto y me abraza. Gavin me saluda con la mano y me hace una mueca. Por encima de la cabeza de Annie, le digo «gracias» moviendo los labios.

Finalmente, Annie se aparta y repara por primera vez en Alain, que se ha quedado de pie a mi lado, paralizado, mirándola fijamente.

—Hola —dice Annie, tendiéndole la mano—, soy Annie. ¿Quién es usted?

Alain le estrecha la mano lentamente y después abre y cierra la boca sin decir nada. Le apoyo una mano en la espalda, sonrío a mi hija y le digo con suavidad:

—Annie, este señor es hermano de Mamie. Es tu tío bisabuelo.

Annie me mira boquiabierta.

—¿Hermano de Mamie? —Vuelve a mirar a Alain—. ¿De verdad es usted hermano de Mamie?

Alain asiente y, esta vez, encuentra las palabras.

—¡Cómo se nota que eres de la familia, querida! —dice.

Annie me mira a mí y otra vez a Alain.

—¿Es que, o sea, me parezco a Mamie cuando tenía mi edad?

Alain mueve la cabeza lentamente de un lado a otro.

—Tal vez un poco, pero no es a ella a quien te pareces.

—¿Y a una tal Leona? —pregunta Annie, ansiosa—. Es que Mamie me sigue llamando así.

Alain arruga la frente y lo niega con la cabeza.

—Me parece que no conozco a ninguna Leona.

Annie frunce el ceño y, cuando alzo la mirada, veo que Gavin ha cruzado la sala y está de pie unos pasos detrás de mi hija. Durante una fracción de segundo, me muero de ganas de abrazarlo, pero, en cambio, parpadeo y doy un paso atrás.

—Gavin —digo—, te presento a Alain, el hermano de mi abuela. Alain, te presento a Gavin —hago una pausa y al final añado—, un amigo mío.

Gavin abre mucho los ojos. Se acerca y estrecha la mano de Alain.

—No puedo creer que usted y Hope se hayan encontrado.

Alain me mira a mí y después otra vez a él.

—Tengo entendido que usted la ha ayudado y apoyado mucho, joven.

Gavin se encoge de hombros.

—No, señor. Lo ha hecho todo ella sola. Yo solo le he contado lo poco que sabía sobre la investigación del Holocausto.

—No reste importancia a su intervención —dice Alain—. Ha contribuido a reunir a nuestra familia. —Parpadea unas cuantas veces y pregunta a Gavin—. ¿Podemos verla ahora? ¿A mi hermana?

Gavin vacila.

—En teoría, el horario de visitas ha finalizado, pero conozco a varias enfermeras. A ver si puedo hacer algo.

Observo que se acerca a una enfermera guapa y rubia que parece tener poco más de veinte años. Ella ríe y juguetea con su pelo mientras habla con él. Me sorprendo al notar que observarlos juntos me pone un poco celosa. Parpadeo unas cuantas veces, me doy la vuelta y apoyo una mano en el brazo de Alain.

—¿Estás bien? —le pregunto—. Debes de estar agotado.

Asiente.

—Simplemente necesito ver a Rose.

Annie se dedica a descargar un fuego graneado de preguntas. —¿Cuándo fue la última vez que vio a Mamie? ¿Cómo es que pensó que estaba muerta? ¿Cómo huyó de aquellos nazis? ¿Qué sucedió con sus padres?— que Alain responde con paciencia. Sonrío al ver que Annie acerca la cabeza a la de él y sigue parloteando con entusiasmo.

Al cabo de un momento regresa Gavin y, cuando me apoya una mano en el brazo, siento una extraña sensación que me recorre todo el cuerpo. Me aparto enseguida, como si me hubiese quemado.

Gavin frunce el ceño y carraspea.

—He hablado con Krista, la enfermera. Dice que puede hacernos volver a entrar a hurtadillas, aunque solo por unos minutos, porque aquí son bastante estrictos con los horarios de visita.

Asiento.

—Gracias —le digo.

Curiosamente, no me decido a agradecérselo a Krista, que nos conduce a los cuatro por un pasillo estrecho, moviendo con desparpajo la coleta rubia mientras sus caderas estrechas se balancean de un lado a otro. Juraría que lo hace por Gavin, pero él no le presta atención: tiene una mano apoyada en el hombro de Alain y conduce al anciano con suavidad hacia una puerta situada al fondo del pasillo.

—Cinco minutos —susurra Krista cuando nos detenemos delante de la última puerta a la derecha— o tendré problemas.

—Muchísimas gracias —dice Gavin—. Te debo una.

—Puedes invitarme a cenar alguna vez —dice Krista.

Eleva el final de la oración como si fuese una pregunta y, cuando le hace unas caídas de ojos, me recuerda a un personaje de dibujos animados. No espero a escuchar la respuesta de él: me digo para mis adentros que no tiene ninguna importancia. Sigo a Annie y a Alain cuando entran en la habitación y doy un respingo al ver la figura que yace inmóvil en la cama de hospital, casi oculta entre el montón de sábanas.

Mamie parece diminuta, pálida y consumida y noto que Alain se estremece a mi lado. Quiero decirle que la última vez que la vi no estaba así —en realidad, apenas la reconozco sin su característico pintalabios color burdeos y el delineador de ojos de kohl—, pero me he quedado tan estupefacta como él. Los dos nos acercamos, con Annie a la zaga.

—Tiene muy mal aspecto, ¿verdad? —murmura Annie.

Me vuelvo y la rodeo con un brazo y ella no se aparta. Apoyo la mano derecha sobre la izquierda de Mamie, que está fría. No se mueve.

—Parece que, como no bajó a cenar, la encontraron desplomada sobre su escritorio —dice Gavin en voz baja. Me vuelvo y lo veo de pie en la entrada—. Llamaron enseguida al teléfono de emergencias.

Asiento con la cabeza, porque tengo un nudo en la garganta que me impide hablar. Siento que Annie tiembla un poquito a mi lado y, al bajar la mirada, veo que parpadea para disimular las lágrimas. Cuando la acerco un poco más a mí, me rodea con los brazos y me estrecha. Observamos a Alain, que se acerca a la cama y se arrodilla, hasta que su rostro queda a la misma altura que el de Mamie. Le susurra algo y después extiende la mano y le acaricia el rostro. En sus ojos brillan las lágrimas.

—Pensé que no volvería a verla nunca más —murmura—. Han pasado casi setenta años.

—¿Se pondrá bien? —pregunta Annie a Alain.

Lo mira fijamente, como si todo dependiera de su respuesta.

Alain vacila y mueve la cabeza.

—No lo sé, Annie, pero no puedo creer que Dios haga que nos reencontremos para llevársela sin que podamos despedirnos. Tengo que creer que todo esto tiene algún motivo.

Annie asiente con brío y dice:

—Yo también.

Antes de que podamos añadir nada más, la enfermera alegre reaparece en la puerta.

—Se ha acabado el tiempo —dice—. Mi supervisora viene hacia aquí.

Gavin y yo nos miramos.

—De acuerdo —dice Gavin—. Gracias, Krista. Ya nos vamos.

Me hace un gesto con la cabeza y poco a poco alejo a Annie de Mamie. Miro por encima del hombro cuando estoy cerca de la puerta y veo a Alain otra vez con la cabeza agachada junto a la de Mamie. Le besa la frente y, cuando se vuelve, las lágrimas le corren por las mejillas.

—Lo siento —dice—. Me cuesta mucho.

—Lo sé —le digo.

Le cojo la mano y, juntos, Annie, Alain y yo salimos de la habitación, dejando atrás a Mamie en la penumbra.

Gavin y yo nos despedimos a la entrada del hospital. Él tiene que trabajar mañana a las siete y yo tengo que abrir la panadería. La vida ha de continuar. Annie coge mis llaves y va con Alain a esperarme en el coche.

—No sé cómo agradecértelo —digo a Gavin, mirándome los pies.

—No he hecho nada —dice. Alzo la mirada justo a tiempo para verlo encogerse de hombros. Me sonríe—: Me alegro mucho de que encontrases a Alain.

—Lo he encontrado gracias a ti —digo con suavidad—. Y Annie ha estado bien durante mi ausencia gracias a ti.

Vuelve a encogerse de hombros.

—¡Bah! Solo hice lo que hubiera hecho cualquiera. —Hace una pausa y añade—: Tal vez esté fuera de lugar, pero tu ex es bastante impresentable.

Trago saliva.

—¿Por qué lo dices?

Mueve la cabeza de un lado a otro.

—No parecía preocuparse mucho por Annie, la verdad. Ella estaba muy alterada por lo de tu abuela y en realidad necesitaba estar acompañada.

—Y tú le hiciste compañía —le digo—. Ni siquiera sé qué decir.

—Ah, ¿no? Pues dime que mañana me pondrás una taza de café cuando vaya a la casa de Joe Sullivan para hacerle el trabajo de reparación en el porche y quedamos en paz.

Me echo a reír.

—Claro, por supuesto, una taza de café equivale, sin duda, a ocuparse de mi hija y contribuir a reunir a mi familia.

Gavin se me queda mirando un buen rato con tanta intensidad que el corazón me empieza a latir con fuerza.

—Lo he hecho porque quería ayudar —dice.

—¿Por qué? —pregunto y, antes de poder contenerme, me doy cuenta de que parezco grosera e ingrata.

Me vuelve a mirar fijamente y se encoge de hombros.

—A ver si aprendes a valorarte, Hope —dice.

Y se marcha sin decir nada más. Lo observo subirse a su viejo Wrangler y saludar a Annie con la mano cuando sale del aparcamiento.

—Mamá, tenemos que encontrar a Jacob Levy —anuncia Annie a la mañana siguiente, cuando ella y Alain se presentan juntos en la panadería, cogidos del brazo.

Preocupada por que no hiciera demasiado esfuerzo, le había sugerido a Alain que se quedara durmiendo hasta más tarde, pero él y Annie se han vuelto inseparables desde que se conocieron en el hospital, la noche anterior, y debí suponer que ella lo traería a la panadería.

»Alain me lo ha contado todo acerca de él —añade, orgullosa.

—Annie, mi vida —le digo, mirando a Alain, que se está arremangando la camisa y pasea la mirada por la cocina—, ni siquiera sabemos si Jacob sigue vivo.

—Pero ¿y si lo estuviera, mamá? —pregunta Annie y su voz adopta un tono desesperado—. ¿Y si estuviera por ahí, en alguna parte, y hubiese estado buscando a Mamie todos estos años? ¿Y si viniera y eso la hiciera despertar?

—Eso es muy poco probable, cielo.

Annie me fulmina con la mirada.

—¡Vamos, mamá! ¿No crees en el amor?

Suspiro.

—Creo en el chocolate —digo, señalando los
pains au chocolat
que esperan para entrar en el horno— y creo que, si no apretamos el paso, no vamos a poder abrir a las seis.

—Es igual —refunfuña. Coge un par de agarradores y mete en el horno los cruasanes de chocolate. Pone en marcha el reloj y se vuelve hacia Alain, poniendo los ojos en blanco—. ¿Lo ves? Ya te había dicho yo que por la mañana es un mal bicho.

Alain ríe entre dientes.

—No creo que tu madre sea mala, querida —dice—. Me parece, más bien, que trata de ser realista y también, tal vez, de cambiar de tema.

—¿Y por qué cambias de tema, mamá? —me interpela Annie, con las manos apoyadas en las caderas.

—Porque no quiero que te hagas demasiadas ilusiones —le digo—. Lo más probable es que Jacob Levy ni siquiera esté vivo y, aunque lo estuviese, no hay ninguna garantía de que podamos encontrarlo.

Además, tampoco hay ninguna garantía de que haya estado esperando a mi abuela todos estos años. No quiero decirle a Annie que, incluso si, milagrosamente, consiguiéramos localizarlo, lo más probable es que esté casado con su cuarta esposa o algo por el estilo. Seguro que ha seguido adelante y ha superado lo de Mamie hace como setenta años, como suelen hacer los hombres. Aparte de que no da la impresión de que Mamie tardara mucho en superarlo de él.

Alain me mira con detenimiento y aparto la mirada, porque me da la incómoda sensación de que sabe exactamente lo que estoy pensando.

—¿Te puedo ayudar en algo, Hope? —pregunta al cabo de una pausa—. De niño solía trabajar en la panadería de mis padres.

Sonrío.

—Annie te puede enseñar a preparar la masa para las magdalenas de arándanos —le digo—, pero no te sientas obligado a ayudar. Me las puedo arreglar perfectamente yo sola.

—Nunca he dicho que no pudieras —dice Alain.

Enarco una ceja, pero ya se ha dado la vuelta para que Annie le ayude a ponerse un delantal.

—Entonces, o sea, si Mamie estaba tan enamorada de Jacob, ¿cómo es que se casó con mi bisabuelo? —pregunta Annie a Alain, cuando él se da la vuelta y agarra una bolsa de azúcar y la caja de arándanos regordetes que Annie ha retirado de la nevera—. No es posible que lo amara a él también, ¿no? —añade Annie—. Al menos no si Jacob era el único amor de su vida.

Pongo los ojos en blanco, pero, en realidad, a mí también me gustaría seguir creyendo que en la vida hay un único amor verdadero. Da la impresión de que Alain reflexiona sobre la pregunta mientras coge un bol grande y una cuchara de madera y se pone a mezclar el azúcar con la harina. Lo observo cuando incorpora la sal y la levadura en polvo. Annie le entrega cuatro huevos y se dispone a romperlos y añadirlos.

—Hay muchos tipos diferentes de amor en este mundo, Annie —dice por fin. Me mira a mí y después otra vez a mi hija—. No me cabe duda de que tu bisabuela también amaba a tu bisabuelo.

Annie se lo queda mirando fijamente.

—¿Qué quieres decir? Si Mamie estaba enamorada de Jacob, ¿cómo es posible que, o sea, también amara a mi bisabuelo?

Alain se encoge de hombros y echa en el bol un poco de leche y de nata agria. Lo bate enérgicamente con la cuchara de madera y después Annie lo ayuda a incorporar los arándanos.

—Algunas clases de amor son más fuertes que otras —responde Alain finalmente—, pero todas son reales. Hay amores que tratamos de aprovechar, aunque nunca acaban de quedar bien.

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