—¿Quiénes son los denebianos?
Ella lo miró como si dudara de la seriedad de su pregunta.
—¿Nunca has estado en la Zona Hundida de Japón?
—Nunca.
La expresión del rostro de Ina era tensa.
—Te lo explicaré —dijo con voz alterada—. El laboratorio de Katsura Kushiro está en el Color de la Zona Hundida. Dentro de la Zona no hay leyes, y el Color es el peor de sus lugares. Nadie prohibe hacer nada en el Color. La gente que vive allí ha enloquecido y forman pequeños grupos de ritualistas que luchan entre sí o asaltan los escasos vehículos que se aventuran en su interior. La mayoría se llaman a sí mismos «denebianos» por la estrella Deneb de la constelación del Cisne... ¿Recuerdas la historia del Quinto Capítulo?
—El Capítulo que habla de la caída del Color —dijo Daniel.
Ina asintió.
—Imagino que sabes que no es una metáfora, como casi todos los demás: ha sido comprobada científicamente. En verdad, un meteorito cayó sobre nuestro planeta en épocas remotas, provocando una inmensa destrucción... Una de las consecuencias de su impacto fue que se fundieron los polos y el nivel del agua ascendió. Se dice que Japón eran cuatro islas y quedó convertida en una sola llamada Honshu. Pero hasta Honshu fue inundada cuando el mar creció, y la propia Tokio permaneció sumergida durante siglos. La leyenda afirma que solo el sagrado Fuji quedó a salvo...
—Te refieres a la época de los cataclismos —dijo Daniel—. Tan solo conocía sus efectos en el Norte.
—En el Este las consecuencias fueron peores. Varias masas de tierra, entre ellas la mitad de Honshu, permanecieron bajo el nivel del mar cuando las aguas descendieron. Hace un par de siglos el gobierno japonés encontró bajo el agua un grupo de ruinas dispersas que formaban ciudades enteras, y quisieron preservarlas... Así comenzó el Acristalamiento. Sobre la presencia de esa magna cantidad de ruinas, las teorías divergen. Hay estudiosos que piensan que existía una civilización antes de la caída del Color; otros, más precavidos, hablan de que la época de cataclismos fueron en realidad varias épocas, y en medio de ellas nacieron y murieron civilizaciones... Es difícil probar nada de esto, porque el Color poseía una fuente de radiación cuyos efectos aún perduran en el brillo fosforescente del fondo del mar, imposibilitando cualquier intento de datación de las ruinas. En todo caso, se pretendía que la Zona Hundida fuese un área religiosa dedicada a la adoración e investigación, pero con el tiempo se instalaron en ella grupos de ritualistas del Quinto Capítulo deseosos de realizar sacrificios a lo que ellos consideran que son las deidades del Color... Como recordarás, según la Biblia, parte del Color regresó tras su caída a su lugar de origen en la estrella Deneb, y de ahí el nombre de los denebianos, que son uno de los peores grupos...
Absorto en las palabras de Ina, Daniel apenas se había percatado de que cada vez le costaba más esfuerzo mantenerse erguido en el suelo, como si la habitación estuviera inclinándose. Había optado por colocar las manos sobre la cabeza para no tener que permanecer encorvado, y en ese momento las bajó de forma inconsciente. El súbito tirón le hizo inclinar el cuello. Luchó por volver a incorporarse, pero el forcejeo activó las cadenas, que se retorcieron sobre su garganta.
Se vio obligado a dejar las manos inmóviles y permanecer de costado hasta que otras manos lo sostuvieron. Daniel agradeció a Ina la ayuda con una sonrisa.
—Vamos cuesta abajo —dijo, apoyado de nuevo en la pared.
—Y seguiremos así durante un rato —repuso Ina—. La Zona Hundida se divide en dos partes. La primera es un descenso constante: la llaman el Gris o la Máscara. En ella la profundidad máxima es de apenas cien metros bajo el mar, y no supone mayor problema. En ocasiones nos detendremos para pasar una esclusa y luego seguiremos avanzando, siempre hacia abajo. Luego vendrá la Zona Hundida propiamente dicha, a unos ochocientos metros, y dentro de ella el Color, que se encuentra a la mayor profundidad de todas: unos mil doscientos metros. Allí está el laboratorio.
—Pareces conocer bien el terreno.
—Lo he recorrido a pie muchas veces por motivos religiosos. Conozco atajos para llegar al laboratorio mucho antes que por carretera. De hecho, viajar en vehículo por la Zona Hundida es un riesgo casi mayor que hacerlo a pie... Hay kilómetros enteros de carreteras vacías, a veces hundidas en el fango milenario, y zonas plagadas de ritualistas denebianos. En este vehículo no hay más de cuatro hombres armados. Si nos ataca una tribu, no tendremos tiempo ni de pensar qué ocurre antes de que nos atrapen... Pero ese será el menor de nuestros problemas cuando se produzca la revelación. —Miró a Daniel—. Porque estoy segura de que, entonces, Moon y sus hombres acabarán con nosotros...
Mientras escuchaba a Ina, Daniel comprendió algo de repente.
Ina tenía razón, y lo había expresado con absoluta claridad: los matarían, antes o después. A ellos dos, a Mitsuko Kushiro y a Yun. Lo había visto en la mirada oscura y divertida de Moon y en el doble infierno de los ojos de la hija de Kushiro. Iban a matarlos, y Darby y sus amigos no podrían hacer nada para impedirlo.
Tenía que planear algo por su cuenta.
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5.3
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En ese instante se abrió una puerta y apareció Moon.
Debía de haber activado algún mecanismo, sin duda, porque la habitación había cambiado de color como si se hubiese sumergido en agua. Ahora ya no era roja sino azul. En los laterales se habían abierto ventanas rectangulares, pero la luz de la propia habitación impedía a Daniel Kean ver otra cosa en el exterior que no fueran sombras fugaces. Moon lograba mantener el equilibrio sin sujetarse a nada, pese a que la inclinación del vehículo era muy ostensible. Junto a él se hallaba el guardia del pelo naranja.
—Venía a daros la bienvenida a la Zona Hundida de Japón —dijo Moon; al mismo tiempo, el vehículo se detuvo, aunque siguió inclinado—. Esta es la última de las esclusas de la Gris. A partir de ahora entraremos en ese maravilloso acuario que es el Japón arcaico...
Moon vestía un yuri color negro atado a las ingles y un cinto de donde pendían dos armas de corto alcance y un cuchillo de mango rojo. Se había pintado el rostro de manera desagradable, con labios y ojos muy acentuados, y mostraba el desdén de quien se sabe atractivo y gusta de ver la prueba en quienes lo contemplan. Se acercó tanto a Daniel que este, con el cuello encadenado a las muñecas, no pudo elevar la vista lo bastante como para seguir desafiando su mirada, como pretendía.
—Nuevas experiencias para un subalterno de tren, ¿eh, gran héroe? —dijo Moon.
—Quiero ver a mi hija... —murmuró Daniel.
—Te está esperando en la entrada del laboratorio. Cuando Ina nos ayude a entrar y se produzca la revelación, te la devolveremos. Imagino que podrás regresar solo llevándola en brazos. A fin de cuentas, estaréis únicamente a trescientos kilómetros de la salida. Y si no puedes, lo más probable es que tus amigos Darby, Rowen y la ciega te encuentren en algún momento. Porque nos están siguiendo, ¿no es cierto?
—No lo sé.
—Puedes apostar a que sí, pero no nos preocupan —dijo Moon, jugando distraídamente con el cabello de Daniel.
—¿Qué pruebas tengo de que no le habéis hecho daño a Yun?
—La confianza lo es todo en este negocio.
—Quiero hablar con ella.
—Es imposible.
—Escucha, Moon: quiero pruebas de que está bien, o no voy a colaborar.
Moon retrocedió y se sentó en el antepecho de una ventana, elevando un pie. Tras una pausa, volvió a hablar, pero su sonrisa había desaparecido del todo.
—¿Y qué se supone que piensas hacer para «no colaborar»?
Daniel había tomado una decisión desesperada.
—Me mataré. No tendréis ninguna revelación...
Por un instante Moon y Daniel se midieron con la mirada. Ina, de pie tras la silla, observaba la escena con aprensión.
—Pues hazlo —dijo Moon al fin. Sacó el cuchillo de la funda y se lo arrojó—. Tienes un par de segundos, gran héroe. Mátate.
El cuchillo rebotó hacia él por el suelo, obligándole a apartar las piernas. Cuando la hoja se detuvo, apuntaba a su cuerpo. Daniel contempló su brillo, luego a Moon.
—¿Qué pasa, subalterno de segunda? —espetó Moon—. ¿No te atreves? ¿O es que hay algo que todavía te lo impide? Te ayudaré. —Se acercó, agachándose hasta que su rostro quedó a la altura de los ojos de Daniel—. ¿Es tu hija? ¿Aún tienes la ilusión de recuperarla? Debo confesarte algo: te he mentido. Solo vas a recuperar su cadáver. Tu pequeña ha muerto ya. —Daniel apartó la vista, pero el creyente tomó su rostro del mentón y le hizo volver a mirarlo. Moon parecía excitado contemplándolo—. Vamos, héroe. Quiero una súbita explosión de carácter, como la que tuviste cuando disparé a tu esposa... Coge el cuchillo y córtate las muñecas, o húndelo en tu bonito y delgado cuello, Daniel Kean. Puedes hacerlo a pesar de estar encadenado, y lo sabes. Te resultará mucho más fácil que cortar el cable de la bomba de Klaus... —Cogió el cuchillo por la hoja y acercó el mango al rostro de Daniel.
Durante una breve eternidad Daniel contempló el mango rojo del cuchillo. Deseaba matarse, pero no porque Moon se lo ordenara. Apartó la vista.
—Es una trampa, Daniel —dijo Ina—. No va a dejar que lo hagas. Todo lo que ocurra esta noche depende del
messenja...
Moon dejó el cuchillo en el suelo y se levantó. Daniel lo vio dirigirse hacia Ina.
—Quiero que sepáis una cosa. Ambos. —Moon se alejaba de Daniel mostrando su espesa melena azabache—. Sois prescindibles. Todos lo somos, pero vosotros, más.
La chica retrocedió hasta la pared, y en ese punto Moon la alcanzó, desenfundó una de las armas y colocó el cañón en la frente de Ina. Ella no dijo ni hizo nada, pero no dejaba de mirar fijamente a Daniel.
—Podemos mataros o entregaros a los denebianos, o ambas cosas —dijo Moon—. No dependemos de nada ni de nadie. Si tú mueres, Ina, entraremos en el laboratorio de Kushiro de otra forma, y si mueres tú, Daniel, haremos que tu cadáver nos hable según los ritos del Treceavo y obtendremos la revelación... Podemos hacer
lo que queramos
con vosotros dos, de modo que... —Sin retirar la pistola de la cabeza de Ina, Moon miró a Daniel y sonrió—. Veo que has cogido el cuchillo por fin. ¿Vas a usarlo?
—Deja a la chica en paz —susurró Daniel, arrodillado, sosteniendo el cuchillo con ambas manos.
—¿O si no...? ¿Lo usarás?
—Si te acercas lo bastante, ya lo creo que lo usaré.
—Así que ahora todo consiste en matarme a mí...
El guardia imitó la sonrisa de Moon. En ese instante el vehículo, con un estremecimiento, reanudó la marcha.
—Ya entramos —dijo Moon guardando la pistola y apartándose de Ina—. ¿Sabes, gran héroe? Quizá muramos todos antes de que puedas decidir a quién quieres matar... Nuestros últimos informes aseguran que hay un grupo de denebianos no muy lejos de aquí. ¿Ya sabes lo que son los denebianos, Daniel? Algunos creen profundamente en el Quinto Capítulo y celebran ritos en los que grandes árboles se levantan de la tierra y agitan sus copas. Intentaremos pasar junto a ellos, y si se enfadan tendremos que suplicarles que nos dejen viajar en paz sin hacernos demasiado daño... Así que, ¿a quién pretendes asustar con tu pobre intento del cuchillo? Suéltalo...
Tras un titubeo, Daniel abrió las manos. Se sintió miserable y cobarde.
Moon se agachó, recogió el cuchillo y lanzó a Daniel una bofetada con el dorso de la otra mano. Daniel cayó de costado. Entonces Moon lo agarró del pelo. Daniel se vio obligado a erguirse y alzar los brazos para que las cadenas no lo asfixiaran. Quedó de rodillas, y los eslabones le golpearon la cara con un doble tintineo. Moon lo sostuvo en vilo del pelo mientras le hablaba.
—Ya jugaste a ser héroe una vez, Daniel Kean, ahora nos toca a nosotros. —Dio otro súbito tirón a su pelo y Daniel gimió de dolor—. Te conservamos con vida solo porque guardas dentro de ti algo que nos interesa. Cuando nos lo entregues, quedarás vacío, y podremos abrirte las entrañas si nos apetece... ¿Queda claro? —Daniel asintió. Moon lo soltó y se levantó—. He aquí a un verdadero héroe...
La puerta se cerró tras las risas de Moon y el guardia, la pared cubrió de nuevo las aberturas hasta hacerlas desaparecer y la habitación volvió a ser rojiza. El rostro de Daniel empleó más tiempo en perder el color que lo teñía.
Durante un instante solo se escucharon los jadeos de ambos prisioneros. Luego, aún de rodillas, Daniel miró a Ina.
—Ayúdame a escapar —le dijo.
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5.4
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El Gris, también llamado la Máscara, se extiende en un trayecto sinuoso hasta las profundidades de la Zona Hundida, donde no llega la luz del día. La frontera se encuentra en Nagoya, a unos doscientos kilómetros al sudoeste de Tokio: allí, los vehículos se detienen frente a la primera esclusa. El descenso posterior se realiza a través de un túnel sombrío de altura variable, de compleja estructura. No vemos agua por ninguna parte, solo paredes oscuras y una carretera que, incluso cuando parece elevarse, desciende siempre. Nos hundimos sin ser apenas conscientes de ello, cien, doscientos metros. Atravesamos esclusas con el tamaño y la forma de antiguas puertas de templos, con un color obstinadamente negro.
Todo tiene aires de misterioso preámbulo.
Cerca de las fantasmales ruinas de Kioto, la humedad, de golpe, se convierte en una presencia pegajosa y tibia, como un trópico. Los mecanismos de ventilación se ponen en marcha, pero ya no es posible olvidar que solo un muro de cristal nos separa del océano. Aunque la ilusión de vida civilizada persiste, y nos acompañará durante todo el camino, se hace difícil seguir sintiéndose el centro de la Creación.
En algún punto antes de traspasar la Máscara se pierde parte de la confianza en controlar lo que nos rodea. Incluso aquellos que recorren el mismo trayecto casi a diario (creyentes y científicos en su mayoría), experimentan la opresión de hallarse en un universo distinto, ajeno al hombre y, al mismo tiempo,
propio
del hombre. Cada nueva esclusa se convierte en la lucha de nuestra conciencia con el miedo. ¿Y si ya no hay vuelta atrás?, pensamos. ¿Qué nos aguarda más allá de la última puerta negra?
—Por eso la llaman la Máscara —explicaba el doctor Schaumann en la pantalla del comunicador—. Es la sensación de que las cosas no son lo que aparentan. Tened en cuenta que es como si estuviésemos viajando hacia atrás en el tiempo, hasta los «días extraños» de la caída del Color, cuando, según la Biblia, la Tierra se convirtió en un «campo desolado» cubierto de materia muerta... No ha podido demostrarse que esta explicación bíblica sea incorrecta... Y cada nueva esclusa nos acerca más a esa remota época y nos aleja de la vida que conocemos.