Papá y mamá se reunieron con ellos para contemplar la moneda de plata.
—Casi no puedo creer que hayamos ganado al chico alto y a la chica lista —dijo Stink—. ¡Y por muy poquito!
—Me gusta la constancia con que habéis trabajado —dijo papá—, sin rendiros en ningún momento.
—¿Habéis visto lo que conseguís cuando trabajáis juntos? —observó mamá.
—Dos cerebros son mejor que uno solo —dijo Judy.
—Especialmente cuando son los cerebros de Escorbuto Stink y de Molly, la Loca O'Maggot —dijo Stink dándose golpecitos en la cabeza.
* * *
Stink y Judy se presentaron en la central pirata poco antes del mediodía. Un pequeño grupo de personas se había reunido allí.
Stink y Judy se acercaron rápidamente a Escorbuto Sam. Stink abrió su bolsa y contó las dieciséis piezas de a ocho. Los ojos de Escorbuto Sam brillaban más que los ojos de Barbanegra, el pirata, cuando desvalijaba un barco cargado de oro.
—Que me cuelguen si estos no son Molly, la Loca y Escorbuto Stink. ¿Así que sois los dos pilluelos más espabilados de estas orillas, eh?
Escorbuto Sam subió a bordo de su barco y dio doce toques de campana.
—¡Aviso para todos! ¡Tenemos ya a nuestros dos ganadores!
Después de un largo discurso, Escorbuto Sam desembarcó y se acercó a Stink y a Judy. Con los brazos en alto, bailó una danza extravagante. La gente rió, aplaudió y silbó.
—Ahora —dijo— contadnos, chavales, para que todos lo oigan, cómo os las habéis arreglado. ¿Cuál es vuestro secreto? ¿Eh?
—Sólo un supermegapotente cerebro —declaró Stink dándose golpecitos en la cabeza—, y un estupendo equipo de supervivencia.
—Y un poco de suerte —añadió Judy—. Aunque por culpa de Stink casi acabamos en la cárcel.— La gente se echó a reír.
Escorbuto Sam entregó un resplandeciente doblón de oro a cada uno, uno a Judy y otro a Stink. El de Stink tenía una calavera y dos tibias cruzadas y en el reverso ponía 1587.
—¡Mola! —exclamó Judy.— ¡En el mío aparecen Barbanegra y Anne Bonny!
—¡Guau! —dijo Stink—. Son como dólares de plata, pero de oro. ¿Son de verdad?
—Si los muerdes, te romperás los dientes.
—No estará embrujado, ¿verdad? —preguntó Stink.
—¿Crees que un viejo lobo de mar como yo le jugaría una mala pasada a un compañero pirata como tú? —Escorbuto Sam guiño un ojo. Se volvió a la gente.
—Y esto es todo, compañeros. Gracias a todos por vuestra colaboración en participar de La Tercera Caza Anual del Tesoro Pirata un acontecimiento tan interesante y tan sonado. ¡Y, por favor, no os marchéis sin llevaros vuestro botín pirata! ¡Hay un tesoro para cada uno!
Los asistentes piratas pasaron repartiendo bolsas con chucherías, mientras Escorbuto Sam estrechaba las manos de todos los que habían participado en la caza del tesoro.
—Te dije que estaba en la campana —dijo una voz de chica.
—Sí, ya lo sé, pero no dijiste en qué campana, y había una en el museo —dijo la voz del chico.
Judy abrió los ojos asombrada. A Stink le dio hipo. ¡Eran el chico alto y la chica lista!
—¡Qué suerte habéis tenido! —les dijo la chica lista a Judy y a Stink—. Nosotros hemos venido desde Maine y nos hacía tanta ilusión ganar…
—Lo intentamos con todas nuestras fuerzas. Y estábamos seguros de que íbamos a conseguirlo —dijo el chico alto.
—¡Guau…! —dijo la chica lista admirando el doblón de Stink—. ¡Cómo brilla!
—Sipi —afirmó Stink—. Y sólo hay una cosa mejor que el oro.
—¿Qué puede ser mejor que el oro? —quiso saber Judy.
—Un paseo en un verdadero barco pirata —dijo Stink.
—Yo daría lo que fuera por poder subirme a un barco pirata —dijo el chico alto.
Judy miró a Stink. Stink miró a Judy. Ella no podía evitar sentirse un poco mal por haberles ganado. Y estaba segura de que a Stink le pasaba lo mismo.
—Nosotros, después de todo, no podemos dar el paseo en el barco pirata —dijo Judy.
—¿Qué? —dijeron la chica lista y el chico alto al mismo tiempo.
—¿Os habéis vuelto chalados, o qué? —dijo Escorbuto Sam, que les había oído.
—Al menos, no podemos hacerlo solos. Estaríamos quebrantando la regla pirata número dos —dijo Judy.
—¡Es cierto! —intervino Stink—. La regla pirata dos dice que si encuentras un tesoro tienes que compartirlo… a partes iguales.
—¡Por todos los tiburones que tiene razón! —dijo Escorbuto Sam—. Y el castigo por quebrantar esa regla es ser abandonado en un isla desierta sin nada que comer más que cucarachas y gusanos.
—Tenéis que venir con nosotros —les dijo Stink a la chica lista y al chico alto.
—Salvadnos, por favor, de tener que comer cucarachas y gusanos —pidió Judy.
—Además, la verdad es que, de alguna manera, nos ayudasteis —dijo Stink.
—¿Nosotros? —dijo la chica lista arrugando la nariz.
—Os vimos mirando con vuestro catalejo, así que nosotros miramos también en la misma dirección. De este modo es como descubrimos el símbolo pirata.
—¡Pero nosotros lo encontramos por vosotros! —dijo el chico alto—. Os vimos señalando el cartelón de delante de la tienda y eso nos hizo mirar.
—Stink te oyó decir en el cementerio «la X marca el lugar», así que te siguió —dijo Judy—. Y por eso encontramos el reloj de arena.
La chica lista miro a Escorbuto Sam.
—¿Podemos…?
—Me sentiré muy honrado de tener dos piratas más en mi barco, hermosa dama.
—¿De verdad? —preguntó la chica lista.
—Lo juro por la salud del capitán pirata Davy Jones.
—Todo arreglado, podéis venir —dijo Stink—, pero con una condición.
—¿Qué condición?
—Tendréis que baldear la cubierta de popa —dijo Stink.
—¡Nooo! —protestaron el chico alto y la chica lista.
—¡Era una broma! —exclamó Stink riendo y todos rieron con él. La risa de Stink era tan escandalosa que el viento la recogió y la llevó a través de los siete mares y la trajo de vuelta… una risa que resonó en la isla Pirata durante años y años…