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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Aventuras, #Fantástico

La Maldición de Chalion (43 page)

BOOK: La Maldición de Chalion
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—¡Ah! ¡Cazaril! —Una voz sorprendida le hizo alzar la vista. Palli se encontraba con una bota apoyada en el primer escalón, flanqueado por dos jóvenes asimismo vestidos con el blanco y el azul de la Orden de la Hija bajo capas de montar de lana gris—. Te estaba buscando. —Las atezadas cejas de Palli tendieron a juntarse—. ¿Qué haces ahí sentado en medio de las escaleras?

—Nada, descansando un rato. —Cazaril ensayó una rápida sonrisa engañosa y se incorporó, aunque sin apartar una mano de la pared, con gesto casual, para mantener el equilibrio—. ¿Qué sucede?

—Esperaba que tuvieras tiempo de dar un paseo hasta el templo conmigo. Para hablar a unos cuantos hombres de ese —Palli dibujó un círculo con el dedo—, asuntillo de Gotorget.

—¿Ya?

—Anoche llegó de Yarrin. Ya nos hemos reunido los suficientes para tomar decisiones vinculantes. Y como de Jironal también ha vuelto a la ciudad, lo mismo podemos trazar nuestro curso de acción sin perder más tiempo.

Por cierto. En tal caso, Cazaril buscaría a Orico inmediatamente a su regreso. Miró de soslayo a los dos acompañantes de Palli, y luego a éste, como si pretendiera que su amigo hiciera las presentaciones, pero formulando una pregunta tácita con los ojos,
¿Son discretos estos oídos?

—Ah —dijo Palli, risueño—. Permíteme que te presente a mis primos, Ferda y Foix de Gura. Han venido conmigo desde Palliar. Ferda es el teniente de mi maestre de caballerías, y su hermano pequeño Foix… bueno, nos ayuda a levantar pesos. Inclinaos ante el castelar, muchachos.

El más bajo y fornido de los dos esbozó una sonrisa bovina, y ambos consiguieron realizar sendas reverencias razonablemente corteses. Guardaban un ligero parecido familiar con Palli que se evidenciaba en el marcado perfil del mentón y el brillo de sus ojos castaños. Ferda era nervudo y de mediana estatura, saltaba a la vista que era jinete, a juzgar por las piernas ligeramente arqueadas, mientras que su hermano era más ancho y musculoso. Tenían aspecto de señores de provincias amigables, sanos, ufanos y bisoños. E increíblemente jóvenes. Pero el leve énfasis que puso Palli en la palabra
primos
respondía a la muda pregunta de Cazaril.

Los dos hermanos siguieron a Cazaril y Palli fuera de las puertas en dirección a Cardegoss. Quizá fueran jóvenes, pero sus ojos se mostraban alertas, escrutándolo todo, y mantenían las empuñaduras de sus espadas lejos del impedimento de la capa y la capa chaleco con aire de naturalidad. A Cazaril le alegraba saber que Palli no deambulaba sin compañía por las calles de Cardegoss ni siquiera en este radiante mediodía gris invernal. Se tensó cuando pasaron bajo los muros de piedras alineadas del Palacio Jironal, aunque ningún grupo de bravucones cruzó sus puertas reforzadas con hierro para molestarlos. Llegaron a la Plaza del Templo sin haberse topado con nada más amenazador que un trío de criadas. Éstas sonrieron a aquellos hombres que portaban los colores de la Orden de la Hija y cuchichearon animadamente entre sí al pasar de largo, lo que alarmó ligeramente a los hermanos de Gura, o al menos les hizo caminar más erguidos.

El vasto complejo de la casa de la Hija componía una pared que flanqueaba todo un costado de la plaza pentagonal del templo. La puerta principal estaba reservada a las mujeres y muchachas que constituían el elenco más habitual de dedicadas, acólitas y divinas de la casa. Los hombres de su santa orden militar tenían su propia entrada aparte, su propio edificio y su establo para los caballos de los mensajeros. En los vestíbulos del cuartel militar imperaba el frío a despecho de haber suficientes antorchas encendidas y abundancia de tapices y colgaduras, tejidos e hilvanados por damas devotas de toda Chalion, cubriendo las paredes. Cazaril quiso dirigirse al salón principal, pero Palli lo condujo por otro pasillo y otra escalinata.

—¿No vais a reuniros en el Salón de los lores dedicados? —inquirió Cazaril, mirando por encima de su hombro.

Palli negó con la cabeza.

—Es demasiado espacioso, hace demasiado frío y está demasiado vacío. Nos sentíamos excesivamente expuestos en él. Para estos debates y deposiciones a puerta cerrada hemos optado por una cámara que nos infunda la sensación de ser una mayoría, y donde no se nos congelen los pies.

Palli dejó a los hermanos de Gura en el pasillo, entregados a la contemplación de una colcha de vivos colores que representaba la leyenda de la virgen y la jarra de agua, donde la virgen y diosa hacía gala de una voluptuosidad extraordinaria. Guió a Cazaril por delante de un par de guardias de la Hija, que estudiaron atentamente sus rostros y devolvieron el saludo a Palli, y a través de un juego de dobles puertas talladas con parras entrelazadas. La cámara del otro lado contenía una larga mesa de caballete y dos docenas de hombres, apretujados pero abrigados… y sobre todo, observó Cazaril, resguardados. Aparte de las velas de cera de buena calidad, una ventana de cristales tintados que representaban las flores primaverales predilectas de la Dama combatía la tenebrosidad del invierno.

Los compañeros lores dedicados de Palli estaban sentados con porte marcial, jóvenes y barbicanos por igual, ataviados con ropas blanquiazules brillantes y caras o raídas y desteñidas, pero los semblantes de todos sin excepción evidenciaban la misma grave seriedad. El provincar de Yarrin, el lord de Chalion de mayor rango entre los presentes, gobernaba la cabeza de la mesa bajo la ventana. Cazaril se preguntó cuántos espías habría en la sala, o al menos cuántas lenguas sueltas. El grupo parecía demasiado numeroso y diverso para tramar una conspiración con garantías, pese a las precauciones tomadas para celebrar el cónclave a puerta cerrada.
Dama, concédeles sabiduría
.

Palli hizo una reverencia, y dijo:

—Caballeros, éste es el castelar de Cazaril, mi comandante durante el asedio de Gotorget, que ha venido para testificar ante ustedes.

Palli ocupó una silla vacía a media mesa de distancia y dejó a Cazaril solo y de pie. Otro lord dedicado le pidió que jurara decir la verdad en el nombre de la diosa. A Cazaril no le costó nada repetir con sinceridad y fervor la parte que rezaba,
Así me abracen Sus manos, y no me suelten
.

De Yarrin inició el interrogatorio. Era perspicaz y resultaba evidente que Palli le había enseñado bien, pues sacó a Cazaril el relato completo de lo acontecido tras Gotorget en cuestión de escasos minutos. Cazaril no añadió detalles coloridos. Para algunos de los presentes, no era preciso; el fruncimiento de sus labios le indicaban hasta qué punto comprendían el mensaje implícito que transmitían sus palabras. Inevitablemente, hubo quien quiso saber cómo había surgido su enemistad con lord Dondo, y hubo de repetir a regañadientes lo cerca que había estado de salir decapitado de la tienda del príncipe Olus. Por lo general se consideraba de mala educación hablar mal de los muertos, con el pretexto de que ya no podían defenderse. En el caso de Dondo, Cazaril no las tenía todas consigo. Pero también desgranó ese relato sucintamente y sin adornos. A pesar de su laconismo, para cuando hubo terminado se encontraba con ambas manos apoyadas en la mesa, sintiéndose peligrosamente mareado.

A continuación sobrevino un breve debate sobre la dificultad de obtener pruebas que corroboraran lo dicho, problema que Cazaril había creído insalvable; de Yarrin, al parecer, no compartía su opinión. Aunque bien era cierto que Cazaril nunca había pensado en intentar conseguir el testimonio de roknari supervivientes, ni vía cabildos hermanos de la Orden de la Hija diseminados por las fronteras de los principados.

—Pero caballeros —intervino deferentemente Cazaril aprovechando una de las cortas pausas en el torrente de sugerencias y objeciones—, aunque se demostraran mis palabras una docena de veces, mi caso no es tan importante como para preocupar a un hombre poderoso. No como la traición de lord de Lutez.


Eso
nunca llegó a demostrarse de forma convincente, ni siquiera en su momento —murmuró de Yarrin con voz seca.

—¿Qué caso sería importante? —intervino Palli—. No creo que los dioses midan la importancia con el mismo rasero que los hombres. A mí, por ejemplo, me repugna más la destrucción fortuita de la vida de un hombre que la deliberada.

Cazaril se apoyó con más fuerza en la mesa para no desplomarse de manera ilustrativa en este momento tan dramático. Palli había insistido en que escucharían sus palabras en el consejo; pues bien, que fuesen unas palabras de advertencia.

—Sin duda tienen ustedes derecho a elegir su propio santo general, caballeros. Orico aceptará vuestra elección si se lo ponéis fácil. Desafiar al canciller de Chalion y santo general de vuestra orden hermana es apuntar demasiado alto, y opino que Orico nunca accederá a apoyar algo así. No os lo recomiendo.

"Es todo o nada", dijo alguien, y "Jamás toleraremos otro Dondo", comenzó otro.

De Yarrin levantó la mano para atajar la avalancha de comentarios enfervorizados.

—Lord Cazaril, os doy las gracias tanto por vuestro testimonio como por vuestra opinión. —Su elección de palabras invitaba a sus compañeros a reparar en cuál era cada cual—. Debemos continuar con este debate en cónclave privado.

Era una despedida. Palli apartó su silla y se puso de pie. Se reunieron con los de Gura en el pasillo; Cazaril se sorprendió un poco cuando la escolta de Palli no se detuvo ante las puertas de la casa.

—¿No deberías regresar a tu consejo? —preguntó, al llegar a la calle.

—De Yarrin me pondrá al corriente cuando vuelva. Quiero asegurarme de que llegas sano y salvo a las puertas del Zangre. Aún no he olvidado lo que me contaste del pobre sir de Sanda.

Cazaril miró por encima del hombro a los dos jóvenes oficiales que caminaban tras ellos camino de la plaza del templo.
Oh
. La escolta armada era para
él
. Decidió no quejarse y optó por preguntar a Palli:

—Entonces, ¿quién dirías tú que sería el candidato a santo general ideal para Orico? ¿De Yarrin?

—Apostaría por él, sí —dijo Palli.

—Parece que tiene fuerza en vuestro consejo. ¿No tendrá algún interés personal?

—Puede. Pero pretende entregar el provincarazgo de Yarrin a su primogénito, si resulta elegido, y concentrar toda su atención en la orden.

—Ah. Ojalá Martou de Jironal hubiera hecho lo mismo por la Orden del Hijo.

—Sí. Tantos cargos, ¿cómo puede desempeñar ninguno como es debido?

Subieron la colina, deambulando por la sinuosa calzada empedrada de la ciudad, cruzando con cuidado cunetas centrales bien aclaradas por las últimas lluvias frías. Las angostas calles comerciales dieron paso a plazas más amplias de casas elegantes. Cazaril pensó en de Jironal cuando su palacio surgió de nuevo a su encuentro. Si la maldición distorsionaba y traicionaba las virtudes, ¿qué bien habría corrompido en Martou de Jironal? ¿El amor a la familia, quizá, convirtiéndolo en recelo hacia todo lo que no perteneciera a ésta? Su exceso de confianza en su hermano Dondo sin duda se convertiría en debilidad y lo conduciría a la ruina. A lo mejor.

—En fin… Espero que se imponga la razón.

Palli torció el gesto.

—La vida en la corte te está convirtiendo en todo un diplomático, Caz.

Cazaril le devolvió una sonrisa triste.

—No me hagas decirte en qué me está convirtiendo la vida en la corte… ¡ah! —Se agachó cuando uno de los cuervos de Fonsa saltó de un tejado cercano y voló hacia su cabeza, gritando con estridencia. El ave cayó del aire a sus pies y empezó a saltar sobre el empedrado, graznando y aleteando. La siguieron dos más. Una aterrizó en el brazo extendido de Cazaril y se aferró a él, chillando y silbando, clavando las garras. Un puñado de plumas negras salieron disparadas por los aires—. ¡Malditos sean estos pajarracos! —Pensaba que habrían dejado de interesarse por él, y ahí estaban, con todo su embarazoso entusiasmo.

Palli, que había retrocedido de un salto entre risas, volvió la vista hacia el tejado y exclamó:

—¡Por los cinco dioses, algo los ha revuelto! Toda la bandada sobrevuela el Zangre. ¡Mira cómo vuelan en círculo!

Ferda de Gura hizo visera con una mano y miró en la dirección que indicaba Palli para ver el lejano remolino de formas oscuras, como hojas negras a merced de un ciclón, cayendo en picado y remontando el vuelo. Su hermano Foix se tapó los oídos con las manos mientras los cuervos continuaban vociferando a sus pies, y gritó por encima del estruendo:

—¡Menudo escándalo!

Estas aves no estaban en trance, comprendió Cazaril; estaban histéricas. El corazón le dio un vuelco en el pecho.

—Ha ocurrido algo. ¡Vamos!

No estaba en la mejor de las formas para correr colina arriba. Tenía la mano firmemente pegada al costado asaeteado por el flato cuando llegaron a los establos de la periferia del Zangre. Sus pájaros mensajeros aleteaban sobre su cabeza haciendo las veces de escolta. Para ese entonces, se podían oír los gritos de los hombres por debajo del persistente barullo de graznidos, y Palli y sus primos dejaron de esforzarse por darle alcance.

Un mozo con el tabardo real del zoológico se tambaleaba en círculos frente a sus puertas abiertas, profiriendo alaridos y llorando, con el rostro bañado de sangre. Dos de los guardias baocios de Teidez, vestidos de negro y verde, bloqueaban las puertas con sus espadas, manteniendo a distancia a tres guardias del Zangre que los observaban con aprensión, también espada en ristre, al parecer sin atreverse a atacar. Los cuervos no tuvieron tantos reparos. Se arrojaron torpemente sobre los baocios, intentando clavarles las garras y los picos. Los baocios maldijeron y se defendieron. Dos montones de plumas negras yacían ya sobre los adoquines, uno inmóvil, el otro presa de espasmos.

Cazaril llegó a las puertas del zoológico, rugiendo:

—En el nombre del Bastardo, ¿qué está pasando aquí? ¿Cómo os atrevéis a matar a los cuervos sagrados?

Uno de los baocios lo apuntó con la espada.

—¡Atrás, lord Cazaril! ¡No podéis pasar! ¡Órdenes estrictas del róseo!

Con los labios fruncidos de furia, Cazaril apartó la espada con el brazo de la capa, se lanzó hacia delante y se la arrebató al guardia.

—¡Dame eso, estúpido! —La tiró contra las piedras en la dirección general de los guardias del Zangre, y de Palli, que había sucumbido al pánico al ver que el desarmado Cazaril se zambullía en la refriega. La espada golpeó los adoquines y se quedó girando sobre ellos hasta que Foix la detuvo estampando una bota contra ella, apropiándosela con su imponente peso y su mirada.

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